El comunicado de la reunión del G-20 el pasado fin de semana en Hangzhou, China, es algo anodino. Eso es explicable por la agenda superficial del grupo frente a los desafíos que afronta la economía mundial. Y, por supuesto, también se debe a la composición disfuncional del G-20. Las tensiones políticas y comerciales entre Washington, Moscú y Pekín son ya demasiado fuertes como para permitir que el cónclave desemboque en algo constructivo.
Lo más revelador fue el documento preparado para esta reunión por el FMI, Perspectivas y desafíos globales (imf.org). Aunque buscó escoger las palabras cuidadosamente, el informe observa que la economía mundial afronta un horizonte lleno de desafíos. El crecimiento para este año será menor que el de 2015 y el pronóstico no es nada bueno para 2017.
El Fondo reconoce que las economías capitalistas desarrolladas no terminan de salir del marasmo deflacionario. Han transcurrido más de siete años en los que se ha aplicado una política monetaria flexible con tasas de interés en su límite inferior sin haberse podido reactivar la demanda y la inversión. Sigue dominando un escenario de sobrendeudamiento corporativo y de frágiles hojas de balance en el sector financiero. También continúa una perniciosa caída en la tasa de productividad, lo que podría significar que se están alcanzando los límites de la oleada de innovaciones de los últimos dos decenios. Finalmente, en materia de comercio mundial también domina un sesgo declinante en el volumen de intercambios. Finalmente, los débiles incentivos a la inversión se acompañan de una intensificación de la desigualdad.
Pero para no presentar una imagen tan negativa el FMI recurre a la vieja historia de los mercados emergentes. Ahora renace aquella narrativa de que China se está recuperando, India mantiene un vigoroso crecimiento y en Brasil renace la confianza del sector privado (es un espaldarazo al nuevo gobierno golpista de Temer y su agenda de reformas neoliberales). Esa parte del diagnóstico es infundado e ignora los análisis más serios sobre la naturaleza y limitaciones del crecimiento en estos mercados emergentes.
Para balancear su seudoanálisis de la economía mundial, el Fondo termina con sus recomendaciones para salir del estancamiento. Destacan tres puntos.
Primero, en materia de política macroeconómica el FMI recomienda mantener una política monetaria en una postura flexible hasta que disminuya la tendencia deflacionaria. Por ejemplo, en Europa debe mantenerse la tasa de interés en el límite cero, así como la inyección de liquidez porque la situación de los bancos sigue siendo muy frágil. Y en materia fiscal se insiste en la necesidad de aplicar una política de inversión pública más “amistosa para el crecimiento”. Cuando exista margen de maniobra (léase, siempre y cuando no se abandone la austeridad) el gasto debe dirigirse a rubros como el de educación para ir disminuyendo la desigualdad. Por cierto, el vínculo de los bajos salarios y la desigualdad sigue siendo inexistente para el FMI. Por el lado de los ingresos, se insiste en recurrir a los impuestos indirectos (como el IVA) porque se cree son menos negativos para el crecimiento. En cambio, el Fondo no quiere oír hablar de incrementar la carga fiscal de los más ricos y prefiere los impuestos regresivos, aunque en el mismo párrafo mienta diciendo que esos impuestos no afectan el crecimiento.
Segundo, el FMI señala que se necesitan más reformas estructurales de corte neoliberal. O sea, debe seguir la desregulación y la privatización. En el sector financiero al Fondo le preocupa surjan tendencias a la regulación sobre flujos de capital, como si el casino financiero no hubiera tenido nada que ver con la crisis.
Tercero, el Fondo recomienda seguir promoviendo la agenda de la liberalización comercial. El comercio mundial ha crecido a una tasa decepcionante en los últimos cinco años. En especial, el comercio en bienes de capital e insumos intermedios ha caído más que en las ramas de bienes de consumo debido a la reducida tasa de inversión en las principales economías. Lo que se necesita, según el FMI, es fortalecer a la Organización Mundial de Comercio (OMC), que ha estado languideciendo desde el fracaso de su ronda Doha. Pero se olvida de que la desregulación comercial global ya recorrió su camino y que los acuerdos comerciales en el Atlántico y el Pacífico sólo sirven para fortalecer cosas como las reglas sobre inversión y sobre patentes, marcas y derechos de autor. Eso significa que se busca endurecer las estructuras oligopólicas de mercados que sólo benefician a las grandes empresas trasnacionales. Por cierto, nada de esto permite enfrentar el grave problema del enorme exceso de capacidad instalada que marca la estructura de las principales ramas industriales de la economía global.
Ninguno de los problemas estructurales de la economía mundial ha sido identificado y tratado en las reuniones del G-20. Mientras tanto, el grupo trabaja arduamente en convertirse en una entelequia irrelevante.
Alejandro Nadal
La Jornada
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