domingo, septiembre 18, 2016

“Sin novedad en el Alcázar” en TV2



Con toda la razón del mundo, la eurodiputada de IU Marina Albiol ha denunciado por escrito ante la Comisión Europea la insistencia de la cadena pública española en emitir “películas que hacen apología del franquismo”. Se refiere especialmente a la emisión el pasado 5 de septiembre en TV 2 de la película Sin novedad en el Alcázar, en la que el régimen fascista de Mussolini glorifica el Golpe de Estado de 1936 en el Estado español y realiza una apología del régimen franquista y sus “valores”, una práctica extensible no solamente a este programa de historia del cine español, sino también a otros como ”Cine de barrio”.
Esta historia nos lleva a la conexión entre Mussolini y la trama golpista contra la República, que puede retrotraerse hasta la “Marcha de Roma”, aunque hasta después de la “Sanjurjada” de 1932 la relación con los monárquicos no se intensifica. Un escenario en el que se mueve José Antonio Primo de Rivera. La maquinaria ya estaba en marcha de manera que cuando estalla la guerra, el “Duce” multiplica su actividad y organiza sus voluntarios. Desde este momento, los noticiarios fascistas se hicieron muy activos. Proclamaban que “la sangre de vuestros soldados esparcida en tierras de España crea vínculos indestructibles de amistad entre nuestros pueblos” y exalta la actuación de los “voluntarios” (hasta 78.000) enviados por Mussolini.
Las afinidades electivas se tradujeron en el terreno del cine en un buen número de producciones propagandísticas en las que la Falange salvaba a España de “las garras del comunismo”. En esta clave se interpretaba la intervención del conde Rossi en la Mallorca descrita por Agustí Villaronga en el principio de El mar (España, 2000), basada en una magnífica novela de Blai Bonet, sin olvidar el inmortal testimonio del escritor católico Georges Bernanos, que escribió Los grandes cementerios bajo la luna, demostrando que ser conservador no significa carecer de conciencia.
En este grupo la producción más sobresaliente fue sin lugar a dudas Sin novedad en el Alcázar (L’assedio dell’Alcazar, 1940), el único film que marca la diferencia, ya que seguramente se trata de lo mejor del “bando nacional”, caso particular de una película muy bien valorada incluso por adversarios de inequívoca trayectoria democrática.
El responsable de esta contribución fue Augusto Genina (1892-1957), que fue uno de los directores más destacados del cine mudo italiano. Genina sirvió al régimen fascista con fervor con títulos patrióticos y religiosos (entre ellos una evocación sobre el pobre de Asís convertido casi en un fascista), aunque su actividad desde los años treinta fue aminorando. En 1936, Genina regaló a Mussolini La escuadra blanca (Squadrone bianco), una exaltación de la ocupación de Abisinia. En los cuarenta se mantuvo marginado, aunque dejó como “testamento” un alegato que habría encantado a la madre Teresa de Calcuta, Cielo sobre el pantano (Cielo sulla palude, 1949), que fue muy aplaudido por la Iglesia española pero que los lectores quizás recuerden los comentarios satíricos del agónico e insumiso protagonista de la película de Denys Arcand en Las invasiones bárbaras (Les Invasions barbares, Canadá, 2003).
Sin novedad… se inicia con una breve introducción que muestra cómo los cadetes pasan revista en la academia militar del Alcázar en Toledo y son arengados por su director. Lo que sigue es una versión épica de la historia del coronel Moscardó, el mando golpista que declara el estado de guerra en Toledo el 21 de julio de 1936 y se encierra con sus adictos en el Alcázar. Mandos, soldados y ocupantes parecen incapaces de perpetrar hasta un pecado venial mientras que los republicanos conforman la plebe canallesca. La trama retoma para la ocasión el episodio del sacrificio a lo Guzmán el Bueno, un mito hoy olvidado pero repetido antaño hasta la saciedad en las escuelas. El clasismo es evidente: los milicianos son unos “pelados” en contraste con los oficiales republicanos que son mostrados más dignos. Genina era un buen artesano, conocedor de su oficio, sabe dosificar los elementos, convertir en agobiante el asedio aunque para ello tuvo que hacer saltar la cronología de los hechos. Al final los sitiados ya no pueden más, pero es entonces cuando llega el Séptimo de Caballería con el general Franco al frente de las tropas moras salvando al glorioso general. Un mito (originado en las Termópilas) que en el cine se ha tratado en títulos tan célebres e infames y falsos como El Álamo (John Wayne, USA, 1960).
La película fue un éxito en su momento tanto en España como en Italia y se erigió en un modelo a imitar, quizás El santuario no se rinde fue el ejemplo más evidente. En 1959, con ocasión de una retrospectiva veneciana Yves Boisset (El atentado, que ofrece una hipotética reconstrucción del asesinato de líder revolucionario marroquí Ben Barka), reconoció en ella; “Convencido, apasionado y grandioso, el film toma acentos de epopeya para cantar la resistencia feroz que opuso al ejército popular español un puñado de franquistas refugiados con sus familias en el Alcázar de Toledo”. En su opinión, Genina “nos hace compartir con patética sobriedad la agonía de los sitiados”. Obviamente, como tantas veces en la historia del cine nos encontramos con una película realizada con oficio y talento, por más que el contenido resulte absolutamente falso y despreciable. Baste recordar el ejemplo de una obra capital en el desarrollo de la narrativa cinemtográfica El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915), dirigida por D.W. Griffith con la maravillosa Lillian Gish y que en sus estrenos en el “profundo Sur” provocó una oleada de linchamientos de ciudadanos negros.
Existen al menos dos generaciones educadas en el franquismo que fueron aleccionadas con la gesta del Alcázar de Toledo. Los vencedores necesitaron construir rápidamente una mitología legitimista que comenzó a resquebrajarse en 1967. Fue cuando el artista Luis Quintanilla publicó en Ruedo Ibérico Los rehenes del Alcázar de Toledo (Ed. Renacimiento, Sevilla, 2015) que, entre otras cosas, venía a explicar que existieron más de 500 rehenes (mujeres y niños republicanos) encerrados en el Alcázar, y que la célebre conversación telefónica entre Moscardó y su hijo (-¡Papa! -¿Qué hay, hijo mío?) jamás tuvo lugar. Esto aparte del carácter fascista que llegó adquirir el lugar que –por citar un ejemplo- fue visitado en “peregrinación” por varios militares chilenos liderados por Pinochet en vísperas del golpe militar de 1973. De hecho, el edificio contiene placas de las dictaduras de Videla (Argentina), Strossner (Uruguay) y Pinochet (Chile).

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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