Otro gigante despierta
La huelga general que tuvo lugar el pasado 2 de septiembre en India tuvo un acatamiento masivo. Varios periódicos sugirieron que 180 millones de trabajadores pararon. Si fue así, se trataría de la huelga general más grande de la historia.
Estos 180 millones de trabajadores, sobre una población total de 1.250 millones, participaron de una huelga de diez sindicatos y federaciones nacionales en al menos la mitad de los 29 estados del país, en demanda de un salario mínimo de 18.000 rupias mensuales (unos 242 euros al cambio actual). Es la segunda protesta de este tipo que afronta el gobierno neoliberal de Narendra Modi desde que llegó al poder hace más de dos años. Esto se une a otras demandas, como la igualdad salarial para los tercerizados y la ampliación de la cobertura de seguridad social, en un país donde la mayoría de los trabajadores está sometida al trabajo informal y precario.
El gobierno intentó un acuerdo con los sindicatos, ofreciendo un aumento del 42% del salario mínimo de los trabajadores no calificados de la administración central. Sin embargo, la medida fue vista como insuficiente por las organizaciones sindicales que llamaron al paro.
La huelga despertó una adhesión entusiasta, que fue desde los portuarios hasta los estatales, pasando por los textiles y automotrices. Los empleados bancarios y de seguros se unieron a los operadores de los telares mecánicos y los mineros, mientras que los trabajadores del transporte decidieron no entrar y hacer piquetes en las puertas de sus estaciones de autobuses y camiones. En las grandes ciudades como Delhi, Bombay, Calcuta y Chennai (Madrás) los obreros paralizaron el transporte urbano, los trenes, puertos y fábricas.
El alcance de una lucha
Estamos ante una lucha estratégica. India tiene la segunda clase obrera más numerosa del mundo, después de la de China. Y constituye, junto a esta última, el reservorio principal de mano de obra barata del mundo. Las grandes empresas yanquis y europeas fabrican en Asia todo tipo de productos de consumo, telas, electrodomésticos, máquinas livianas, acero y hierro, con salarios de 100 o 200 dólares al mes. Esto actúa como una gran fuente de superganancias de las corporaciones capitalistas y oficia como un ariete para rebajar los salarios a los trabajadores a escala internacional, empezando por los de las propias metrópolis, que están sometidos a la perdida de sus puestos de trabajo bajo la amenaza de la relocalización de sus establecimientos.
La clase obrera india, al igual que la de China, viene siendo protagonista de crecientes luchas en defensa del salario y de los derechos laborales. En India gobierna el derechista Narendra Modi, que llegó al poder en 2014. Modi alcanzó la victoria encabezando la Alianza Democrática Nacional, cuyo principal integrante es su partido, el Bharatiya Janata (BJP), una organización conservadora de matriz hinduista que ve a los indios musulmanes como enemigos, y ha promovido la violencia contra ellos.
En septiembre de 2015, los sindicatos convocaron la primera huelga general contra el gobierno “neoliberal”. En enero de 2016 millones de mineros se declararon en huelga contra el propósito del gobierno de dar entrada a empresas privadas en las explotaciones mineras.
Las centrales sindicales lograron arrastrar a la huelga a una gran franja de los trabajadores, pese a que los sindicalizados apenas constituyen el 4% de los trabajadores activos. La dirección de la principal central sindical está en manos del Partido Comunista, de filiación estalinista. El PC viene desarrollando una política de estrecha colaboración con el Partido del Congreso, el principal partido patronal opositor, el cual, durante varias décadas y hasta 2014 -cuando Modi se hizo cargo del gobierno- dirigió los destinos de la India.
El Partido del Congreso inició la política que el gobierno derechista esta ampliando ahora, empezando por las reformas económicas dirigidas a abrir la economía al capital extranjero y transformar al país en una plataforma de mano de obra barata al servicio de las corporaciones.
La huelga constituye también un golpe a la escalada belicista del imperialismo en Asia, que tenía una de sus apoyaturas en la India. Junto con el ataque a las condiciones de vida de los trabajadores, el gobierno indio viene estrechando los vínculos estratégicos con Estados Unidos, con vistas a su hostilidad contra China.
India acaba de firmar un Memorando de intercambio logístico con Washington, permitiendo el uso de las bases militares indias a barcos y aviones de guerra estadounidenses.
India no ha podido escapar de los efectos explosivos de la crisis capitalista mundial. De ser una de las principales apuestas del capital para domesticar y someter a los trabajadores, se está transformando en un acicate de la lucha de clases internacional.
Las autoridades gubernamentales se jactan de que India crece a más del 7% anual. Pero, entretanto, crece la carestía, empezando por los alimentos, el desempleo y la pobreza. El 70% de la población está condenada a vivir con menos de dos dólares diarios. Este contraste extremo se ha trasformado en una bomba de tiempo.
El desarrollo de la crisis capitalista está llamado a remover, necesariamente, todas las relaciones de clases que se han conservado en forma precaria en las últimas décadas. Es la premisa de las situaciones revolucionarias.
Pablo Heller
No hay comentarios.:
Publicar un comentario