domingo, septiembre 25, 2016

La guerra no tiene rostro de mujer: las combatientes del Ejército Rojo



Premio nobel de literatura 2015, Svetlana Alexiévich construye su obra con cientos de voces de mujeres que combatieron en el Ejército Rojo en la Segunda Guerra mundial. La guerra que no se contó.

“El manuscrito lleva mucho tiempo sobre la mesa… Llevo dos años recibiendo cartas de rechazo de las editoriales. Las revistas guardan silencio. El veredicto siempre es el mismo: es una guerra demasiado espantosa. El horror sobra. Sobra naturalismo. No se percibe el papel dominante y dirigente del Partido Comunista. En resumen, no es una guerra correcta…”
Svetlana Alexiévich presenta su libro sobre las mujeres que combatieron en el Ejército Rojo recordando la odisea que recorrió entre 1978 y 1985 para darle forma. Cientos de entrevistas en ciudades remotas, encuentros con mujeres que se abrían a relatar, muchas veces por primera vez, los sufrimientos y verdades de ‘su’ guerra. No la que aparecía en los libros, no la que transmitía la historia oficial, sino la que vivieron ellas, las mujeres que se alistaron, las que fueron al frente y combatieron.
La escritora nació en 1948 en Ucrania y se formó como periodista en la Universidad de Minsk. Ella denomina el género de su obra como “literatura de voces”, siguiendo el sendero del periodista narrativo Kapucinski.
En esas entrevistas, algunas veces después de algunas lágrimas, “las mujeres comienzan a hablar de su guerra, de una guerra que yo desconozco. De una guerra desconocida para todos nosotros”, dice Svetlana Alexiévich.
El libro se publicó después de la Perestroika y tuvo una tirada de millones. Las historias personales de esas mujeres y hombres, de la guerra que vivieron, comenzaban a circular recién entonces.
Lo que más sorprende en el libro de Alexiévich es su capacidad para acercase a la biografía de cada una de esas mujeres en pocas líneas, con testimonios que concentran en una anécdota o un pequeño relato, una sensibilidad, una historia de vida. Y a lo largo de las 360 páginas del libro aparecen cientos de voces, construyendo una historia coral sobre los acontecimientos, desde múltiples puntos de vista. Mujeres francotiradoras, enfermeras, conductoras de tanques, encargadas de las transmisiones.
“¿Adónde nos dirigíamos? No lo sabíamos. Y, al fin y al cabo, no nos importaba. Deseábamos llegar al frente. Todos luchaban, y nosotras también. Llegamos a la estación Schélkovo, cerca de allí se encontraba la escuela femenina de francotiradoras. Resultó que estábamos destinadas allí. A aprender. Todas nos alegramos. Ya era real. Dispararíamos.” (María Ivánovna Morózova, Ivanushkina, cabo, francotiradora)
La mayoría de esas mujeres se alistaron voluntariamente. No solo eso, su primera ‘pelea’ fue en casa, para lograr que el ejército las aceptara, escondiéndose en camiones para ir al frente, para que las dejaran luchar contra el avance de los nazis. En muchos casos se escapaban de sus aldeas, donde solo quedaban mujeres, ancianos y niños, después de haber perdido a muchos miembros de su familia.
Las historias de estas mujeres están cruzadas por la historia de la URSS en la Segunda Guerra Mundial: la dictadura estalinista, el peligro de expresar una oposición, las purgas estalinistas todavía frescas. Pero, al mismo tiempo, la voluntad y determinación de mujeres y hombres para combatir el avance del fascismo y defender lo que consideraban su pueblo.
“La conversación cambia de rumbo: hablamos de Stalin, de cómo antes de la guerra aniquiló al mejor personal de mando, a la elite militar. De la cruel colectivización y del año 1937. Del Gulag y de los exilios. De que el desastre de 1941 a lo mejor no habría ocurrido si en 1937 no hubiera pasado lo que pasó. No hubiéramos retrocedido hasta Moscú. Hablamos de que después de la guerra aquello se olvidó. La Victoria lo eclipsó todo.” (Conversaciones en el compartimiento de un tren).
Las mujeres cuentan su historia rompiendo el manto de silencio que se impuso al terminar la guerra, obligadas a volver a ocupar ‘su lugar’ en el hogar, alejadas del escenario político público, dominado por los hombres.
“No le confesábamos a nadie que habíamos combatido. Como mucho, manteníamos contacto entre nosotras, nos intercambiábamos cartas. Transcurrieron por lo menos unos treinta años hasta que empezaron a rendirnos honores… A invitarnos a dar ponencias… Al principio nos escondíamos, ni siquiera enseñábamos nuestras condecoraciones. Los hombres se las ponían, las mujeres no. (…) Nos arrebataron la victoria, ¿sabes? Discretamente nos la cambiaron por la simple felicidad femenina. No compartieron la victoria con nosotras. Era injusto… Incomprensible…” (Valentina Pávlova Chudaeva, sargento, comandante en una unidad de artillería)
La victoria fue muy contradictoria para ellas. Porque después de la Victoria llegaba la ‘vuelta a la normalidad’ y el coraje se transformaba en miedo ante el futuro.
“Me hice francotiradora. Podría haber estudiado transmisiones, es una especialidad útil, tanto en la guerra como en los tiempos de paz. Una especialidad de mujer. Pero me dijeron: ‘Hay que disparar’, así que aprendí a disparar. Yo era buena. Tengo dos órdenes de la Gloria y cuatro medallas. Son condecoraciones por tres años de combates.”
“De repente oímos el grito: ‘¡La Victoria!’. Nos anunciaron: ‘¡La Victoria!’. Recuerdo lo que sentí, sentí alegría. Y enseguida, en el mismo instante, sentí miedo. ¡Pánico! ¿Qué sería de mi vida? Mi padre había muerto en la batalla de Stalingrado. Mis dos hermanos mayores habían desaparecido sin dejar huella en los primeros meses de la guerra. Quedábamos solo nosotras, mi madre y yo. Dos mujeres. ¿Cómo viviríamos? Todas las mujeres reflexionábamos sobre esto…” (Klavdia S-va, francotiradora)
En el libro de Alexiévich, ‘la guerra no tiene rostro de mujer’, porque la guerra era cruel, sucia, implacable, monstruosa, mientras que a esas mujeres las habían preparado para ser lo opuesto: jóvenes enamoradas, hogareñas, cariñosas… La guerra no tiene rostro de mujer, porque esas mujeres combatieron y dispararon, enfrentaron a los nazis, pero cuando volvieron a casa no pudieron hablar de eso; lo que había sido fuente de orgullo se transformaba en vergüenza. La guerra no tiene rostro de mujer, porque al terminar la guerra las mujeres debían volver a callar: les habían “arrebatado” la victoria.
El libro de Svetlana Alexiévich permite acercarse a esta historia dentro de la historia de la guerra y el ejército soviético. La vida de esas mujeres que lucharon en el frente y jugaron un papel clave en fortalecer la moral de combate del pueblo soviético contra los nazis, pero que después fueron olvidadas y borradas de la foto, como el estalinismo solía hacer tan bien.

Josefina L. Martínez
Historiadora | Madrid

*La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Alexiévich, Penguin Random House Grupo Editorial, 2015, Barcelona

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