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domingo, septiembre 11, 2016
Patricio Guzmán, la dimensión fílmica de la memoria
Pocos autores, documentalistas y artistas han sabido darle dimensión fílmica a la memoria como Patricio Guzmán. Un artista que en base a la poesía de las imágenes y al compromiso con su pueblo retrata su tiempo como nadie.
Nació en agosto de 1941, en el seno de una modesta familia santiaguina. Sus comienzos fueron bastante erráticos, trabajos discontinuos en publicidad, frustrados estudios de geografía e historia, y tras algunos cortos de poca trascendencia decide abandonar Chile por las escasas oportunidades laborales en su país y para dedicarse de lleno a su formación en la dirección de cine.
Sin posibilidades de una beca en el extranjero, vende todas sus pertenencias y junto a su compañera viaja a España, donde se gradúa en la Escuela Oficial de Cinematografía, teniendo como maestro al gran García Berlanga. Una vez obtenido su diploma, decide regresar rápidamente. Los vientos de cambio en su país lo hacen abandonar Madrid, sin ahorros ni financiamiento, pero con la certeza que alguien debía registrar lo que sucedía, en palabras de Guzmán “Filmar la alegría popular, se sintieron dueños de su propio país, un enamoramiento colectivo, la gente se reía sola en la calle, fue una primavera del pueblo que se da cada 100 años… ¿cómo un documentalista no iba a filmarla?”. Comenzaba el gobierno de Salvador Allende, y con éste, uno de los documentales políticos más importantes de todos los tiempos: La Batalla de Chile .
Organizado cronológicamente se divide en tres partes: El primer año , 1972; La insurrección de la burguesía , 1975; El golpe de Estado , 1976. Más una cuarta parte que no sigue un orden cronológico titulada El poder popular , de 1979. En los tres primeros se aborda lo institucional, la legalidad republicana burguesa, lo reformista, la pugna con los poderes fácticos. En la cuarta va tomando forma lo que queda por fuera de los capítulos anteriores, por eso no tiene un orden cronológico preciso, es el Poder Popular, el cambio revolucionario impulsado por las bases.
Guzmán comienza filmando la cotidianeidad, el día a día de un proceso complejo. Quienes la vieron difícilmente olvidarán los planos secuencia, los largos ratos, la fotografía impecable, el zoom certero. La Batalla de Chile no trata del pasado desde el presente, sino que los protagonistas aparecen como si estuvieran relatando una historia, sin saber que serán testigos de la infamia. Eso, sin dudas, incomoda a un espectador que sabe el final, pero le da otra perspectiva, la de los protagonistas en ese momento, a pesar del blanco y negro, de conocer el desenlace, el espectador observa a los diferentes actores sociales despojados de toda interpretación postrera.
El espectador conoce como concluye la historia, pero lo interesante es conocer a los protagonistas antes del desastre. Una de las máximas virtudes del film es el método de filmación, es dinámico, abierto. Guzmán y su equipo buscaron retratar la vida cotidiana, la cámara en la calle, cotejando las fuerzas en pugna e ir a filmarlas en su expresión más genuina, a la derecha no sólo se la presenta en los desfiles de Patria y libertad, sino que Guzmán se introduce en las casas de los momios, en su cotidianeidad, en el decorado de sus cuadros y muebles, la naturalidad de su odio de clase surge casi con confianza ante la cámara. Por otro lado, no sólo filma las grandes manifestaciones populares en Santiago de apoyo a la UP, sino que filma los ratos de ocio del proletariado, sus discusiones en las asambleas, las organizaciones rurales etc. El foco se pone en el presente de ese proceso y no desde las elucidaciones que se hace desde el presente para justificar, condicionar y modificar ese pasado. Esa es la mayor virtud estética del film. No hay una “re-interpretación” del pasado. No hay determinaciones posteriores, no hay lecturas post derrota. Hay un análisis brillante, ni complaciente ni aniquilador de la experiencia encabezada por Allende, un análisis de la compleja relación de fuerzas enfrentadas, de la tensión entre la legalidad burguesa del gobierno y la búsqueda por la construcción del Poder Popular de las bases.
La historia de las cintas tiene un capítulo aparte, después del golpe de 1973 salen desde Valparaíso como material diplomático de la embajada sueca en barco, ni bien llegan a Estocolmo los rollos viajan junto con su autor a Cuba, donde obtiene el apoyo necesario para terminar el filme. En La Habana se realizará el montaje, no era fácil, Guzmán había pasado dos meses terribles en el Estadio Nacional y el director de fotografía y principal camarógrafo del film, Jorge Müller de 27 años, había sido secuestrado y desaparecido por las fuerzas armadas chilenas en el centro clandestino conocido Villa Grimaldi. Pasaron varios meses sin poder hacer nada, pensando, sufriendo, no era para menos, debían darle forma estética a la tragedia. Lo lograron, hoy nadie duda que La Batalla de Chile es un testimonio vivo de la memoria de su pueblo.
Después del exilio, por razones obvias pasarán largos años hasta que Guzmán regrese a filmar en Chile. Su próximo film político será En Nombre de Dios (1987) sobre la Vicaría de la Solidaridad, ésta era un espacio institucional de la Iglesia Católica Chilena que promovía la defensa de los derechos humanos, asistiendo legalmente a las víctimas, denunciando la crueldad del régimen Pinochetista. Con un equipo preparado en filmaciones clandestinas (filmar balazos, enfrentamientos, etc.), esa película muestra el nivel de conflictividad social, la épica resistencia civil a la dictadura y la represión como única respuesta de un régimen brutal. Es un filme que documenta una experiencia poco conocida, al menos en Argentina, de un sector de la iglesia chilena (accionar que dista muchísimo del ejercido por las cúpulas de la jerarquía eclesiástica argentina bajo el régimen iniciado en 1976) y por otro lado, ayuda indirectamente a entender la salida electoral posterior. El referéndum como ruptura pero también como continuidad, bajo otras formas del neoliberalismo. La democracia burguesa al ganar el plebiscito impone un relato que neutralizará la movilización de los sectores más radicalizados, consolidando los núcleos duros de la herencia Pinochetista.
Diez años más tarde volverá a la temática que maneja como nadie, a través de un film excelente Chile, la memoria obstinada . El ejercicio es aparentemente sencillo, año 1997, Patricio Guzmán vuelve a Santiago, con una copia de La batalla de Chile . Vuelve con el propósito de reencontrarse con los antiguos protagonistas de los hechos filmados en el documental, reivindicarlos. Pero lo que más moviliza es la intención de mostrárselo a las nuevas generaciones que no han podido verlo por la censura imperante bajo la dictadura. Guzmán lo proyecta ante jóvenes universitarios, mientras filma sus rostros, sus reacciones, el impacto de los acontecimientos a una generación que desconoce su pasado. Luego filma sus opiniones, sus reflexiones. Todo queda abierto, la memoria queda abierta. Y el director lo quiere así, Guzmán no impone conclusiones, él sabe como nadie que la memoria es una construcción colectiva.
En 2001 realizará un documental sobre El Caso Pinochet (2001), donde retrata los 503 días de detención del dictador en Londres. Apunta sobre el proceso entrevistando a las víctimas y el papel del juez Baltazar Garzón. Las expectativas abiertas tras 25 años de impunidad.
Tres años más tarde continúa su obra con el documental biográfico Salvador Allende (2004), la trama está construida desde la nostalgia más que desde la ideología, lo que evita el peligro de transformarla en la historia oficial. Tampoco cae en la obsecuencia, ni en lo que ya sabe el espectador sobre Allende. Sorprenden las anécdotas sobre el ex presidente, busca una mirada más sobre el hombre que sobre el estadista, aunque nunca se aleja del proceso histórico. Es interesante, quienes lo hayan visto no podrán olvidar su indignación ante las declaraciones del embajador norteamericano relatando groseramente las estrategias para ahogar al gobierno de la UP, lo explícito del accionar de Nixon y la C.I.A. Lo político se vuelve emocional, y viceversa. Tampoco se olvidarán del tramo final del filme con el poema de Gonzalo Millán, mejor homenaje, imposible.
Desde hace unos años, Patricio Guzmán está abocado a una trilogía sobre la memoria, pero desde una mirada absolutamente original. Un tratamiento poético de la imagen, que ha llevado a dos obras maestras del género como son Nostalgia de la Luz (2010) y El Botón de Nácar (2015), la tercera parte está en realización.
En Nostalgia de la Luz Guzmán llega a una madurez y a un manejo de la estética sublime. Un manejo de los tiempos en la forma de narrar la tragedia, una melancolía serena. No parte desde el drama, no busca la lágrima del espectador, sino ver la dimensión del crimen en su complejidad desde una mirada absolutamente novedosa. Comienza con la descripción de las estrellas, luego una toma de los enormes observatorios instalados en el desierto de Atacama (el lugar más seco del mundo), desde donde se puede observar el cielo y remontar el viaje hacia el comienzo de todo, después las imágenes se posan sobre las pictografías de los pastores nómades precolombinos. Hasta aquí el documental podría ser uno de divulgación científica cualquiera, pero entonces introduce el elemento perturbador, los testimonios de las "Mujeres de Calama” que buscan los restos de sus familiares desaparecidos por la dictadura de Pinochet, enterrados en la inmensidad del desierto. El relato toma un giro dramático, ahora el tiempo se invierte, ahora los grandes telescopios que buscan las estrellas contrastan con los rudimentarios instrumentos de las quijotescas mujeres. “Ojalá los astrónomos pudieran ver lo que hay bajo la tierra del desierto”, dice una de ellas. La luz, la nostalgia, el tiempo, la melancolía se entrelazan en una trama cargada de belleza narrativa y de poesía cinematográfica. Lo celestial y lo más terrible de lo terrenal se convierten, en manos de Guzmán, en elementos de Memoria. Como si Chile, un país que ha cultivado la amnesia colectiva, necesitara que le recuerden que no hay duelo posible mientras la impunidad sea más áspera y seca que todas las piedras del inmenso desierto.
Si en Nostalgia de la luz tomaba las estrellas como recurso metafórico y fundamento estético, en su último film estrenado El Botón de Nácar (2015) recurre al agua como factor elemental de la narrativa. Si antes se había trasladado al norte, ahora se traslada al extremo sur de Chile, ahora la memoria no está en las estrellas. La memoria está en el agua. El agua es el hilo conector entre los hombres y el tiempo, entre el genocidio de los pueblos originarios y el genocidio del 73. La belleza de la geografía y el sonido de la naturaleza se vuelven metáfora histórica, la voz en off del director dándole una serenidad al relato que contrasta con la dureza de lo relatado, no casualmente este film ganó el Oso de Plata al Mejor Guión en el Festival de Berlín. La originalidad alcanzada por Guzmán en El Botón de Nácar nos conduce a lo mejor de su obra, a lo mejor del cine documental de todos los tiempos, evidenciando que su extensísima producción aún no tiene límites.
Chile es un país que desesperadamente necesita justicia, que debe recuperar su propia memoria. Por suerte ahí está la inconmensurable obra de Patricio Guzmán, melancólica, poética, serena. Fundada en la reflexión intelectual, ni sensiblera ni contemplativa, compleja y bella. Necesaria porque es pura resistencia. Necesaria como denuncia ante la indiferencia del poder a las tragedias de su pueblo. Necesaria, para seguir presentándole batalla al olvido.
Leandro Cuesta
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