domingo, julio 03, 2011

Midnight in Paris, más Trotsky y Semprún


¡Dale recuerdos a Trotsky¡. Estas son las palabras con las que el John (Kurt Fuller, un potentado neoliberal y “republicano" USA), manda a los infiernos al que había dejado de ser su yerno, Gil (Owen Wilson), el personaje central de la última película de Woody Allen, Midnight in Paris (2011). La anécdota resulta mucho más representativa de lo quizás pueda parecer, entre otras cosas porque Woody se crió en un cierto medio, el judío neoyorkino en el que don León tuvo una fuerte proyección durante al menos un par de décadas, pero también porque refleja la fobia neoliberal hacia el personaje, todo ello en una película discretamente de izquierdas en la que Gil (Allen) denuncia la guerra de Irak, argumentando que lo suyo con su suegro es un debate democrático como sí el padre la novia tuviese simplemente otra opinión: los suyos no sólo opinan, están destruyendo un país, y se están anexionando sus principales recursos. Pero Woody no suele ir mucho más lejos, y su liberalidad no esa del gusto del equipo de La Bas de Radio France al que tuve el gusto de contarles mis opiniones sobre las conexiones soterradas existentes entre las tradiciones del movimiento obrero libertario de antaño con algunos de los rasgos del 15-M catalán. Para ellos, la sola presencia de Carla Bruni en la película ya era más que suficiente para que la película les hiciera maldita la gracia. En cuanto a la elegía del París de la “bohéme”, les sonaba muy propio de los turistas cultivados, aunque a mi parecer, aquí es donde Woody juega sus mejores bazas.
No hay duda de que lo de Carla Bruni resulta “pecata minuta” al lado del delirio neoliberal que supuso el entierro de Jorge Semprún.
Aquel que había sido resistente antinazi en Buchenwald, un tal Federico Sánchez que comunista tanto contribuyó a crear una extensa red de asentamiento antifranquistas entre artistas e intelectuales bajo las narices de la policía franquista, y como Jorge Semprún construyó la imagen de intelectual comprometido en la línea más sartriana, papel que forjó con la ayuda de sus mejores libros y de sus importantes guiones escritos para Alain Resnais y sobre todo Costa-Gravas, pero Jorge luego se pasó con armas y bagaje a la “reconstrucción de la democracia” entendida bajo el prisma de Wall Street, una vergüenza.
Fue este jorge el que enterraron en París. Cierto que en el sepelio hubo gente que conectaba con el Semprún admirable como Costa-Gravas y Michel Picoli, pero los que lo presidían el acto para los medias no podían resultar más siniestros. Aparte de Felipe González, presidían dos de los intelectuales más representativos de la nueva extrema derecha gala, Alain Minc, cuya última hazaña ha sido la de ser el “cerebro” del presidente Sarkozy en toda la “razzia” contra los gitanos rumanos y búlgaros en aras de un plan para ganar votos al Front National…Y estaba Bernard-Henri Levy, el “rey de los tribunalistas”, el hijo preferido de Wall Street, entronizado en los altares del desorden establecido como el sustituto de Sartre, un “intelectual comprometido” solo que al revés de la tradición que iba desde Victor Hugo a Emile Zola, Anatole France, André Gide y Sartre, ahora convertido en un vulgar estalinista hasta en los diarios más “serios”. Faltaron Vargas Losa, Savater y otros señores que tienen los bolsillos llenosllenos de libertad.
Entre las anécdotas del mayo del 68 está aquella según la cual respondió a la sugerencia hecha a De Gaulle de detener a Sartre, el general respondió: “!No se detiene a Voltaire¡”. Pues, bien, a Voltaire no se le podía detener, pero sí se le podía destronar, solo se trataba de aprovechar una coyuntura especialmente reaccionaria, y de mover las piezas financieras suficientes para que la prensa y el mundo editorial pusiera en el trono de Sartre a los “jóvenes filósofos”, entre los cuales Levy sería el más mediático. Bernard-Henry Levy desplegaba toda su formación al servicio de la política exterior norteamericana, y se convertía en el látigo de los críticos de Israel, con artículo que resultan ser verdaderas soflamas y que aparecen publicados sin poder cambiar ni discutir una coma en El País que paga una de esas colaboraciones con primas fabulosas.
Pues bien, en su encíclica ante los restos de Semprún, el ya no tan joven filósofo dijo cosas de esas marcan una línea de pensamiento…”cuando se inflamaba sobre tal o cual debate contemporáneo que a mí me parecía zanjado, pero en el que ponía toda su pasión contenida mucho tiempo (si los trotskistas eran estalinistas disfrazados… si existía una alternativa a la economía de mercado… el juego de François Mitterrand con el Programa Común y los comunistas… el caso Régis Debray…)”. Ante todo estas cosas: Semprún ya no tenía ya dudas: ya lo había repetido una y otra vez: no había alternativa a la economía de mercado. Ahí seguía el antiguo ministro de Felipe González, el mismo que jaleó los bombardeos contra Irak, aquellos que les recordaron a los que tiraban las bombas desde sus cómodos aparatos de destrucción masiva las grandes ciudades durante la Navidad.
El pasaje de Sartre a este Levy, que hacen sus campañas de agit-pop neoliberal, y que repiten como papagayas cosas tan sabias como que Stalin acabará siendo peor que Hitler (o sea que Semprún se equivocó de bando en 1940), y que los que habían luchado contra el estalinismo en los campos de Vorkuta, en Barcelona y el frente de Aragón, en la guerra contra el ocupante en Grecia o en el Vietnam, no eran más que estalinistas disfrazados, tachando de estalinista por lo tanto a Federico Sánchez, como no dejaron de serlo Arthur y Lise London que no se arrepintieron de ser ”comunistas”. De esta manera, la historia se vulva inexplicable bajo el imperativo del “antitotalistarismo”, un criterio por lo demás perfectamente definido por el Pentágono; “totalitario” es todo aquel que se opone a la “democracia norteamericana”. Cierto es que Semprún vivió sus páginas de combatiente, defendió con entusiasmo a Trotsky en su guión de Stavisky, en muchas de las grandes páginas de La segunda muerte de ramón Mercader, y conoció una lucha que esta en las antípodas de la que llevan ahora Alain Minc o Bernard Henry Levy.
Con esta digresión hemos querido mostrar como la “cuestión Trotsky” sigue siendo parte central en todo el entramado de la dogmática neoliberal, y como esta se basa únicamente en el mayor de los cinismos, en un juego de dominio en el que el debate no tiene lugar: Bernard-Henry Levy puede decir estas cosas como puede clamar contra los denuncian la actuación de Israel en Gaza, ante la mayor impunidad. No hay riesgo de que en ninguna de los diarios instalados, aparezca alguien que pueda demostrar la extrema falta de honestidad de un intelligentzia que enterraba en Semprún a uno de los últimos combatientes “arrepentidos” con un pedigrí que no nos podrá arrebatar el servicio intelectual de sarkozy
Aquel Jorge Semprún, el de Z, siguiera siendo de los nuestros.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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