domingo, julio 29, 2007

Surgimiento del fascismo y su derrota.



En ocasión del 60 aniversario de la victoria sobre el fascismo

Fragmentos del discurso de Fidel Castro Ruz en ocasión del 30 aniversario de la victoria sobre el fascismo de la victoria sobre el fascismo, el 8 de mayo de 1975

El fascismo surge en el mundo precisamente después de la Revolución de Octubre; el fascismo surge en el mundo como un instrumento contra el marxismo-leninismo. Fueron los países capitalistas y los países imperialistas los que crearon las condiciones para el surgimiento del fascismo en el mundo; y toda la campaña de los fascistas, desde que surgieron en Europa, se encaminaba hacia el anticomunismo, hacia el exterminio de los comunistas y hacia la destrucción de la Unión Soviética.
Una vez derrotada la primera intervención contra la Revolución de Octubre, comenzó a surgir con fuerza esta nefasta corriente política en Europa. El fascismo era la expresión más acabada del pensamiento reaccionario burgués e imperialista; y desde que Hitler salió a la palestra pública declaró sus propósitos de agredir un día a la Unión Soviética, proclamó sus doctrinas racistas y sus ideas acerca del exterminio de pueblos enteros, de la esclavización de decenas de millones de hombres y de las conquistas de nuevos territorios.
Hay que decir que toda la humanidad pagó muy caro este fenómeno político, que toda la humanidad pagó muy caro este engendro de los burgueses y del imperialismo, porque hasta los propios países capitalistas, en un momento determinado, se vieron agredidos por el fascismo.
Todos recordamos aquellos años trágicos que precedieron a la guerra; todos recordamos la política conciliacionista con el fascismo de los países capitalistas; todos recordamos el criminal reparto de Checoslovaquia, que fue desmembrada y repartida para satisfacer las ansias expansionistas del fascismo, claudicando vergonzosamente los gobiernos capitalistas frente a las exigencias de Hitler.
En el fondo, la política de aquellas potencias se encaminaba a lanzar al fascismo contra la Unión Soviética, a empujar a las hordas hitlerianas hacia la URSS.
Todos recordamos cómo comenzó en aquella época la guerra: con la invasión de Polonia, cuyo gobierno reaccionario de entonces prefirió los riesgos del aislamiento y de la agresión a la coordinación de su propia defensa con la Unión Soviética. Todos recordamos cómo, después de la invasión a Polonia, se inició la invasión a Noruega, de Holanda, de Bélgica, de Francia, de Dinamarca. Y recordamos también cómo los ejércitos de los países capitalistas se desplomaron prácticamente sin resistencia. En cuestión de días, en algunos casos, y en cuestión de semanas en otros, las naciones unas tras otras fueron derrotadas.
La noticia de que los tanques estaban a la retaguardia y los bombardeos aéreos, desmoralizaron totalmente a los ejércitos burgueses, que fueron incapaces de resistir la agresión hitleriana. Y cuando los fascistas tenían prácticamente dominada a Europa, con todos los recursos y la técnica de la economía europea, iniciaron en el mes de junio de 1941 el ataque cobarde y traicionero contra la Unión Soviética.
La Unión Soviética se había esforzado por preservar la paz, la Unión Soviética se había esforzado por reunir a todas las fuerzas antifascistas de Europa, la Unión Soviética se cansó de predicar incesantemente la necesidad de frenar el fascismo. Pero ello chocó contra la ceguera y la sordera de los dirigentes de los países capitalistas.
¿Qué ocurrió, en cambio, cuando se produce la invasión a la Unión Soviética? Todos sabemos la epopeya de Brest-Litovsk, de aquella fortaleza que durante semanas enteras, cuando las tropas nazis estaban ya en lo profundo de su retaguardia, resistió heroicamente, con un puñado de hombres, la embestida de una división entera.
¡El pueblo soviético no se desmoralizó, los soldados soviéticos no se desmoralizaron ni aun cuando los tanques y las tropas enemigas estaban a decenas de kilómetros en su retaguardia!
Los ejércitos de Hitler estaban acostumbrados a luchar contra regímenes sociales reaccionarios, contra regímenes sociales capitalistas, contra ejércitos burgueses. Y cuando se produce la agresión a la Unión Soviética, se encuentran por primera vez con un tipo de ejército diferente, con un tipo de soldado diferente, con un tipo de pueblo movido por otras motivaciones, y se encuentran desde el primer instante una resistencia encarnizada: ¡Los soldados soviéticos morían defendiendo sus posiciones!
¡Los soldados soviéticos se negaban a rendirse, los soldados soviéticos no se dieron jamás por vencidos! Y cuando estaban cercados, una y otra vez atacaban y contraatacaban para tratar de abrirse paso. Y a pesar de los tremendos golpes que propinó la traición del enemigo en los primeros días de la guerra y en los primeros meses, en ningún instante aquel pueblo y aquel ejército se desmoralizaron.
¡El ejemplo de la Unión Soviética, y la epopeya de su Gran Guerra Patria, demuestran, en primerísimo lugar, la superioridad del sistema socialista, la fortaleza del sistema socialista y la fuerza de las ideas marxistas-leninistas!
Las tropas nazis, acostumbradas a pasearse victoriosas por Europa, envanecidas de sus victorias, convencidas de la invencibilidad de sus tácticas de guerra relámpago, imaginaron también que la Unión Soviética se desplomaría, que Leningrado y Moscú serían tomados en cuestión de semanas, que la guerra relámpago triunfaría también allí. Y sin embargo, en todas partes encontraron una feroz resistencia. Se acercaron incluso a Leningrado, pero no pudieron tomar a la ciudad de Lenin (APLAUSOS). ¡Y el pueblo de Leningrado resistió el cerco fascista durante 900 días!
Si se analiza la historia de todas las guerras, será muy difícil encontrar una ciudad que haya resistido un cerco de 900 días. Morían los leningradenses de frío y de hambre, se desplomaban en las calles incesantemente bombardeadas por la artillería fascista; ¡pero los hombres y mujeres de Leningrado no se rendían!
Se acercaron las tropas fascistas a Moscú con el grueso de sus fuerzas —como explicó el embajador soviético—, pero Moscú no pudo ser tomada, Moscú no se rendía, Moscú resistía, y no solo resistía sino que contraatacaba y tomaba la ofensiva.
Avanzaron el segundo año de guerra considerables fuerzas fascistas sobre Stalingrado, y se acercaron a Stalingrado, e incluso tomaron una parte de Stalingrado. Pero las tropas soviéticas, en unos cuantos cientos de metros entre la ciudad y el río, resistieron. ¡Y libraron allí la más grande batalla de la historia de las guerras!
(...)
De nuevo, en el tercer año de guerra, los fascistas trataron de tomar la iniciativa y reunieron poderosísimas fuerzas, otra vez en dirección a Moscú. Y se libra la famosa batalla del Arco de Kursk, que fue otro de los más encarnizados combates de la guerra, en que de nuevo las tropas fascistas se estrellan continúa la heroica resistencia de los soldados soviéticos.
Y luego, cuando el ejército soviético toma la ofensiva, cuando llegó la hora de ajustar cuentas definitivamente, se inicia el avance hacia el territorio de los fascistas. Y se escriben páginas inmortales y gloriosas, en que sobresalen el heroísmo del soldado, el patriotismo del pueblo, la superioridad de la técnica y, sobre todo, la superioridad de los principios revolucionarios. Las tropas soviéticas no se detuvieron hasta el mismo corazón de la Alemania fascista, ¡hasta el mismo día que en la cúspide del Reichstag pusieron la gloriosa y victoriosa bandera del pueblo soviético!

60 años después...

Fragmento del discurso en ocasión de la Tribuna Abierta en la Plaza de la Revolución "Antonio Maceo", Santiago de Cuba, el 8 de junio de 2002.

La humanidad conoció, hace apenas dos tercios de siglo, la amarga experiencia del nazismo. Hitler tuvo como aliado inseparable el miedo que fue capaz de imponer a sus adversarios. Primero lo toleraron como trinchera y aliado potencial contra el comunismo. Le hicieron concesiones. Recuperó el Ruhr, zona vital para el rearme, anexó Austria al Tercer Reich alemán y conquistó sin disparar un tiro gran parte de Checoslovaquia. Ya poseedor de una temible fuerza militar, pactó con la URSS un acuerdo de no agresión el 23 de agosto de 1939 y 9 días después estalló una guerra que incendió al mundo. La falta de visión y la cobardía de los estadistas de las más fuertes potencias europeas de aquella época dieron lugar a una gran tragedia.
No creo que en Estados Unidos pueda instaurarse un régimen fascista. Dentro de su sistema político se han cometido graves errores e injusticias —muchas de las cuales aún perduran—, pero el pueblo norteamericano cuenta con determinadas instituciones, tradiciones, valores educativos, culturales y éticos que lo harían casi imposible. El riesgo está en la esfera internacional. Son tales las facultades y prerrogativas de un presidente y tan inmensa la red de poder militar, económico y tecnológico de ese Estado que, de hecho, en virtud de circunstancias ajenas por completo a la voluntad del pueblo norteamericano, el mundo está comenzando a ser regido por métodos y concepciones nazis.
No está en mi ánimo exagerar ni dramatizar. Es muy real que la existencia y el papel de la Organización de Naciones Unidas están siendo cada vez más cuestionados e ignorados.
El señor W. Bush, al proclamar el 20 de septiembre del 2001 que quien no apoyara su proyecto de guerra contra el terrorismo sería considerado terrorista y se exponía a sus ataques, desconoció abiertamente las prerrogativas de la ONU y asumió, en virtud de su poderío militar, el papel de amo y gendarme del mundo. Para los que estamos familiarizados con la literatura marxista, ese día tuvo lugar el Dieciocho Brumario de W. Bush. Los historiadores futuros deberán hacer constar cuál fue la reacción de los líderes políticos de la inmensa mayoría de los países. El pánico y el temor se apoderó de la mayoría de ellos.
Tales concepciones y métodos están reñidos con la idea de un orden mundial democrático, basado en normas y principios que garanticen la seguridad y la paz a todos los pueblos.
Ya mucho antes de los actos terroristas del 11 de septiembre, Bush había promovido enormes presupuestos para la investigación y producción de armas cada vez más mortíferas y sofisticadas, cuando no había ya guerra fría, el antiguo adversario no existía y el debilitado Estado que lo sucedió no contaba con los recursos económicos ni la voluntad de lucha para enfrentar la abrumadora fuerza de la única superpotencia existente.
¿Por qué y para qué fue concebido ese colosal programa armamentista?
En un reciente discurso, pronunciado al cumplirse el 200 Aniversario de la Academia Militar de West Point, muy conocida por su relevante papel en la historia militar de Estados Unidos, el señor W. Bush lanzó una encendida arenga con motivo de la graduación de 958 cadetes, correspondiente al año actual. Habló también allí para Estados Unidos y el resto del mundo.
Algunos conceptos vertidos en ese acto reflejan su pensamiento y el de sus asesores más cercanos desde mucho antes de los brutales hechos del 11 de septiembre, que ahora sirven de excelente pretexto para justificar lo que era ya una peculiar concepción del mundo, peligrosa, inadmisible e insostenible:
"Si esperamos que las amenazas se materialicen plenamente, habremos esperado demasiado."
"En el mundo en el que hemos entrado, la única vía para la seguridad es la vía de la acción. Y esta nación actuará."
[...]
"Nuestra seguridad requerirá que transformemos a la fuerza militar que ustedes dirigirán, una fuerza que debe estar lista para atacar inmediatamente en cualquier oscuro rincón del mundo. Y nuestra seguridad requerirá que estemos listos para el ataque preventivo cuando sea necesario defender nuestra libertad y defender nuestras vidas."
"Debemos descubrir células terroristas en 60 países o más... Junto a nuestros amigos y aliados, debemos oponernos a la proliferación y afrontar a los regímenes que patrocinan el terrorismo, según requiera cada caso."
[...]
"Enviaremos diplomáticos a donde sean necesarios, y los enviaremos a ustedes, a nuestros soldados, a donde ustedes sean necesarios."
"No dejaremos la seguridad de América y la paz del planeta a merced de un puñado de terroristas y tiranos locos. Eliminaremos esta sombría amenaza de nuestro país y del mundo".
"A algunos les preocupa que sea poco diplomático o descortés hablar en términos del bien y el mal. No estoy de acuerdo. [...] Estamos ante un conflicto entre el bien y el mal, y América siempre llamará al mal por su nombre. Al enfrentarnos al mal y a regímenes anárquicos, no creamos un problema, sino que revelamos un problema. Y dirigiremos al mundo en la lucha contra el problema." [...]
"Generaciones de oficiales de West Point se han planificado y practicado para batallas con la Rusia soviética. Acabo de llegar de una nueva Rusia, que es un país que busca la democracia y nuestro asociado en la guerra contra el terrorismo."
Como puede apreciarse, en el discurso no aparece una sola mención a la Organización de Naciones Unidas, ni una frase referida al derecho de los pueblos a la seguridad y la paz, a la necesidad de un mundo regido por normas y principios; solo se habla de alianzas entre potencias y de guerra, guerra y guerra, en nombre de la paz y la libertad, palabras que en su boca suenan mentirosas y huecas como burbujas de jabón. Todo el discurso envuelto en una melosa exaltación al chovinismo, a la superioridad de la cultura, la gloria y el poder de su país.
Los miserables insectos que habitan en 60 o más naciones del mundo, seleccionadas por él, sus íntimos colaboradores, y en el caso de Cuba por sus amigos de Miami, no importan para nada. Constituyen los "oscuros rincones del mundo" que pueden ser objeto de sus "sorpresivos y preventivos" ataques. Entre ellos se encuentra Cuba que, además, ha sido incluida entre los que propician el terrorismo. Y encima, la cínica invención de que producíamos armas biológicas, sin tener para nada en cuenta que todo el mundo sabe que se trata de una colosal mentira.
¿En qué se diferencian esta filosofía y estos métodos de la filosofía y los métodos nazis?
¿Por qué tantos gobiernos tiemblan y callan?
No es casual que en varios países de Europa la derecha fascista incremente sus fuerzas.
El pueblo norteamericano no querrá que sus hijos sean educados en semejante filosofía.

Fragmentos del discurso de Fidel Castro Ruz en ocasión del 1º. de mayo de 2003.

Cuba, que fue el primer país en solidarizarse con el pueblo norteamericano el 11 de septiembre del 2001, fue también el primero en advertir el carácter neofascista que la política de la extrema derecha de Estados Unidos, que asumió fraudulentamente el poder en noviembre del año 2000, se proponía imponer al mundo. No surge esta política movida por el atroz ataque terrorista contra el pueblo de Estados Unidos cometido por miembros de una organización fanática que en tiempos pasados sirvió a otras administraciones norteamericanas. Era un pensamiento fríamente concebido y elaborado, que explica el rearme y los colosales gastos en armamento cuando ya la guerra fría no existía y lo que ocurrió en septiembre estaba lejos de producirse. Los hechos del día 11 de ese fatídico mes del año 2001 sirvieron de pretexto ideal para ponerlo en marcha.
El 20 de septiembre de ese año, el presidente Bush lo expresó abiertamente ante un Congreso conmocionado por los trágicos sucesos ocurridos nueve días antes. Utilizando extraños términos habló de «justicia infinita» como objetivo de una guerra al parecer también infinita:
«El país no debe esperar una sola batalla, sino una campaña prolongada, una campaña sin paralelo en nuestra historia.»
«Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria.»
«Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo.»
«Les he pedido a las Fuerzas Armadas que estén en alerta, y hay una razón para ello: se acerca la hora de que entremos en acción.»
«Esta es una lucha de la civilización.»
«Los logros de nuestros tiempos y las esperanzas de todos los tiempos dependen de nosotros.»
«No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace [...] Y sabemos que Dios no es neutral.»
¿Hablaba un estadista o un fanático incontenible?
Dos días después, el 22 de septiembre, Cuba denunció este discurso como el diseño de la idea de una dictadura militar mundial bajo la égida de la fuerza bruta, sin leyes ni instituciones internacionales de ninguna índole.
«...La Organización de Naciones Unidas, absolutamente desconocida en la actual crisis, no tendría autoridad ni prerrogativa alguna; habría un solo jefe, un solo juez, una sola ley.»
[...]
Mencioné por primera vez la idea de una tiranía mundial un año, 3 meses y 19 días antes del ataque a Iraq.
En los días previos al inicio de la guerra, el presidente Bush volvió a repetir que utilizaría, si fuese necesario, cualquier medio del arsenal norteamericano, es decir, armas nucleares, armas químicas y armas biológicas.
Antes se había producido ya el ataque y ocupación de Afganistán.
Hoy los llamados "disidentes", mercenarios a sueldo pagados por el Gobierno hitleriano de Bush, traicionan no sólo a su Patria sino también a la humanidad.
Ante los planes siniestros contra nuestra Patria por parte de esa extrema derecha neofascista y sus aliados de la mafia terrorista de Miami que le dieron la victoria con el fraude electoral, nos gustaría saber cuántos de los que desde supuestas posiciones de izquierda y humanistas han atacado a nuestro pueblo por las medidas legales que en acto de legítima defensa nos vimos obligados a adoptar frente a los planes agresivos de la superpotencia, a pocas millas de nuestras costas y con una base militar en nuestro propio territorio, han podido leer esas palabras, tomar conciencia, denunciar y condenar la política anunciada en los discursos pronunciados por el señor Bush a los que hice referencia en los que se proclama una siniestra política internacional nazi-fascista por parte del jefe del país que posee la más poderosa fuerza militar que fue concebida jamás, cuyas armas pueden destruir diez veces a la humanidad indefensa.
El mundo entero se ha movilizado frente a las espantosas imágenes de ciudades destruidas e incendiadas por atroces bombardeos, niños mutilados y cadáveres destrozados de personas inocentes.
Dejando a un lado a los grupos políticos oportunistas, demagogos y politiqueros de sobra conocidos, me refiero ahora fundamentalmente a los que fueron amistosos con Cuba y luchadores apreciados. No deseamos que los que la atacaron de forma a nuestro juicio injusta, por desinformación o falta de análisis meditado y profundo, tengan que pasar por un dolor infinito si un día nuestras ciudades están siendo destruidas y nuestros niños y sus madres, mujeres y hombres, jóvenes y ancianos destrozados por las bombas del nazi-fascismo, y conocen que sus declaraciones fueron cínicamente manipuladas por los agresores para justificar un ataque militar contra Cuba.
[...]
En nombre del millón de personas aquí reunidas este Primero de Mayo, deseo enviar un mensaje al mundo y al pueblo norteamericano:
No deseamos que la sangre de cubanos y norteamericanos sea derramada en una guerra; no deseamos que un incalculable número de vidas de personas que pueden ser amistosas se pierdan en una contienda. Pero jamás un pueblo tuvo cosas tan sagradas que defender, ni convicciones tan profundas por las cuales luchar, de tal modo que prefiere desaparecer de la faz de la Tierra antes que renunciar a la obra noble y generosa por la cual muchas generaciones de cubanos han pagado el elevado costo de muchas vidas de sus mejores hijos.
Nos acompaña la convicción más profunda de que las ideas pueden más que las armas por sofisticadas y poderosas que estas sean.

Enero/2006

Berlin-Bagdad-Caracas: 60 años defendiendo a la humanidad

La tarde del sábado 1 de agosto de 1936 resultó ser sumamente calurosa, sobre todo para los 110 mil espectadores que en el estadio de Grünewald asistieron a la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín.
Adolfo Hitler entró al estadio por la Puerta del Maratón bajo los acordes de “Deustchland Uber Alles”, siendo ovacionado largamente por su pueblo. Una campana de 14 toneladas dio la señal. Once cañonazos precedieron a la alocución del Fürher. Luego, el dirigible Hidemburg sobrevoló el estadio mientras un coro de 10 mil voces entonaba el “Aleluya” de Haendel.[1]
Al día siguiente, mientras un ario puro, el policía Hans Woelke, se convertía en el primer campeón de la XI Olimpiada de la Edad Moderna, al lanzar la bala a una distancia de 16.20 metros, la multitud enardecida atronaba el espacio con un mismo grito: el “Heil” de los nazis. [2]
Aquellas imágenes proféticas quedaron para siempre recogidas en un filme de escalofriante perfección cinematográfica titulado indistintamente “Olympia” o “Los Dioses del estadio”. Leni Riefensthal, la misma directora que en “El triunfo de la voluntad”, rodada dos años antes, durante la Convención Nazi de Nüremberg, logró transmitir al mundo la monumentalidad deshumanizada del poder imperial que se aprestaba a subyugar a buena parte del planeta, fue la escogida para consagrar la imagen que de si mismo tenía aquel extraño movimiento que, contra todos los pronósticos políticos serios, y sorteando las burlas y la subestimación de tantos, había alcanzado el poder, tras aniquilar a sus adversarios y arrastrar a una gran parte de su pueblo.
“Olympia” fue pensada para servir como didáctica del Nuevo Orden. Una aureola de modernidad, higiene, perfección, tecnología, belleza e invencibilidad envolvía en sus imágenes a los exponentes del sistema que se había impuesto en Alemania.[3] A su lado, toda la realidad restante resultaba pasada de moda, débil, anticuada, sucia, imperfecta, degradada, predestinada a desaparecer. Apenas tres años después esto último se intentaría acelerar mediante el inicio de fulminantes guerras contra los países vecinos. A la vanguardia de aquellas tropas tan uniformes, tan disciplinadas, tan elegantes, tan cohesionadas, iban los atletas de Berlín, y las multitudes que los vitoreaban con aquel grito rotundo y maldito.
“Lo que el cine alemán necesita —había sentenciado Josef Goebbels, Ministro de Propaganda del Reich— son muchos “Acorazados Potémkin”.[4] Se refería, por supuesto, a la epopeya cinematográfica revolucionaria de Serguei Eisestein. Entonces, como ahora, se comprendía a la perfección que en el nivel simbólico de la política las ideas y las imágenes son tan o más útiles que las fuerzas armadas, los tanques, los misiles, y los aviones.
Toda lucha armada es precedida, acompañada, y continuada por una feroz batalla de ideas. Pero pocas veces, como tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, las ideas que en ella se enfrentaron han sobrevivido a los ejércitos y los estados que las encarnaron y promovieron. No en vano el fascismo italiano, el nazismo alemán y el militarismo japonés dedicaron tanto esfuerzo en legar para la posteridad una imagen de si mismos como la que se escenificó en las Olimpiadas de Berlín y en el film “Olympia”, de Leni Riefensthal: estaban dialogando con la posteridad, con las generaciones futuras, como si conscientes de la derrota y el naufragio que les esperaba lanzasen al mar un mensaje dentro de una botella.
Los frutos de semejante estrategia están a la vista.
En el terreno simbólico, a pesar de la rotunda carga de verdad, y la inobjetable denuncia que brota de las imágenes del ghetto de Varsovia en llamas, de Leningrado y Guernica bombardeados, de los crímenes de Auschwitz y Buchenwald, de los millones de fusilados, ahorcados, y torturados, de las piras donde ardían los libros prohibidos, de las fosas comunes y los trenes de la muerte repletos con niños y mujeres judíos, del 20% de la población polaca masacrada, el 10% de la de soviéticos y yugoslavos, y del horror revelado en los procesos de Núremberg; a pesar de la epopeya nunca igualada del Ejército Rojo, la Resistencia y los destacamentos guerrilleros en los países ocupados, y la bandera heroica de la hoz y el martillo ondeando sobre las ruinas de la Cancillería berlinesa, la Humanidad no ha sido capaz de borrar para siempre el glamour degradado y la fascinación mortal que sigue emanando del recuerdo de la saga fascista, de la monstruosa idealización del universo kitsch creado por aquella pandilla de criminales enloquecidos al servicio del gran capital. Réplicas de la parafernalia de símbolos nazis conque intentaron dar calado intelectual y esotérico a lo que no pasaba de ser una mitología de pequeño-burgueses espantados ante el ascenso de las fuerzas revolucionarias y comunistas en el mundo de post-guerra, tropa de choque de banqueros e industriales, se consigue hoy, 60 años después, en casi todas las grandes capitales del mundo.
Hace apenas varias semanas, un joven de 17 años llamado Jeff Weise, de Minnesotta, Estados Unidos, que frecuentaba sitios neonazis en Internet, manifestando una inmensa admiración por Adolfo Hitler, asesinó a tiros a sus abuelos y a 7 personas más, entre ellas, 5 estudiantes y una maestra, para terminar suicidándose.

¿Por qué, a 60 años de la derrota del fascismo, estas tragedias siguen ocurriendo?

Simplemente, porque el fascismo fue derrotado militarmente en 1945, pero no ha dejado de ser una carta de reserva en la manga de las mismas fuerzas que lo engendraron.
Mientras se pretenda obtener ganancias fabulosas a costa de los pueblos o surja una amenaza que ponga en peligro las ganancias crecientes de las corporaciones y monopolios transnacionales, las esferas de intereses y el hegemonismo de los imperios; mientras surjan factores de desestabilización que hagan peligrar el dominio mundial del gran capital y del complejo militar industrial global; mientras la emergencia de estados, fuerzas políticas y procesos revolucionarios pueda desafiar el equilibrio de los poderes dominantes, existirá la amenaza latente de que arda algún Reichstag para ilegalizar a algún partido o grupo político, decretar la Ley Marcial, y otorgar plenos poderes al Fürher de turno, como ocurrió en Alemania el 23 de marzo de 1933, con 441 votos contra 81, en cumplimiento escrupuloso de normas reputadas como “democráticas”.
Eso, exactamente, ocurrió en América Latina desde la década de los 60, hasta bien entrada la década de los 90; en el continente donde más victimas ha provocado el fascismo, si exceptuamos a Europa.
En su período más visible, el que se inicia en Chile con el golpe de estado del 11 de septiembre de 1973, el fascismo latinoamericano provocó centenares de miles de muertos y torturados, de encarcelados y desaparecidos, de perseguidos y exiliados. Juntas militares y dictadores se sucedieron en casi todos los países del continente para intentar frenar y revertir el auge de los movimientos revolucionarios alentados por el triunfo de la Revolución cubana del 1 de enero de 1959. Detrás de todos ellos, dando las órdenes, entrenando a sus verdugos y represores, defendiéndolos en la arena internacional, financiándolos, y beneficiándose con las ganancias generadas por el expolio, se encontraba el gobierno de los Estados Unidos.
Precisamente por eso, porque viven aún las víctimas de tantas monstruosidades; porque los criminales no pudieron borrar la memoria histórica, ni destruir los documentos que atestiguan sobre tantos horrores y violaciones de los derechos humanos, le es sumamente difícil al gobierno de los Estados Unidos mantener una imagen o articular un discurso democrático o libertario, medianamente creíble, en nuestra región geográfica. No pueden creer en su sinceridad los latinoamericanos, especialmente en Argentina, las Madres de la Plaza de Mayo. Y mucho menos después de las tragedias de Afganistán e Iraq, y las escenas dantescas que han visto la luz desde la Base Naval de Guantánamo y la cárcel de Abu Grahib.
Las huellas sangrientas en las manos del fascismo latinoamericano, y en las de sus patrocinadores, que sólo en Argentina costó a su pueblo 30 mil desaparecidos, no las han podido borrar ni el tiempo, ni los esfuerzos estériles de los más talentosos intelectuales a su servicio, como fue el caso del escritor Jorge Luis Borges, quien, tras visitar el Chile de Pinochet, entre el 15 y el 22 de septiembre de 1976, declaró: “En esta época de anarquía, sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte…Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita… Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por la obra de la espada, precisamente. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una espada honrosa…”[5]
El asalto fascista contra las instituciones argentinas comenzó a las 3.30 de la mañana del 24 de marzo de 1976. La proclama de la Junta Militar que se hizo con el poder era la versión porteña de “Olympia”, con un fondo de melancólicos bandoneones: “Las Fuerzas Armadas…por medio del orden, del trabajo, de la observancia plena de los principios éticos y morales, de la justicia, de la realización integral del hombre, del respeto a sus derechos y dignidad, llegarán a la unidad de los argentinos y la total recuperación del ser nacional”.[6]
Para cumplir tan altos propósitos, la Junta argentina censuró y destruyó miles de libros de autores tan disímiles como George Lukacs, Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Marx, Pablo Neruda, Alejo Carpentier y Mario Vargas Llosas; expurgó las bibliotecas, clausuró editoriales, periódicos y revistas, y desapareció a 82 autores, entre ellos, 52 poetas.[7]
No puedo dejar de pensar en semejantes antecedentes cuando leo acerca de la destrucción del patrimonio histórico y cultural de Iraq a manos de sus providenciales “libertadores” norteamericanos. No puedo dejar de pensar en “Olympia” cuando recuerdo que con una imagen falsa, la del cabo Ed Chin del Marine Corp cubriendo con la bandera de su país el rostro de la estatua de Saddam Hussein que sería derribada en la Plaza Firdos, de Bagdad, el Imperio pretendió destronar del imaginario popular la de las torres gemelas de New York colapsando, luego de ser impactadas por los aviones secuestrados de American Airline.
Cuando llegue la hora del recuento histórico acerca de esta nueva agresión envuelta en la misma estrategia de desinformación goebbeliana, ¿seremos capaces de romper el ciclo de las fascinaciones perversas, identificando la guerra de Iraq con la imagen trucada sobre el “heroismo”del Cabo Chin, o la de Saddam mostrando los dientes a sus captores, como si fuese la presa de un safari, o por el contrario, legaremos a nuestros descendientes lo verdaderamente sucedido, junto con la condena eterna a los agresores simbolizada en los ojos de Alí, mutilado por las bombas “libertarias” norteamericanas que mataron también a 9 de sus familiares, o la del prisionero de Abu Grahib encapuchado, conectado a cables eléctricos, cubierto con la misma tela de estameña y el mismo capirote infamante conque la Inquisición vestía a los herejes antes de entregarlos a la hoguera?
Acosado por el repudio mundial y el rechazo de una parte del propio pueblo norteamericano a la guerra, el gobierno de George W. Bush y los neoconservadores que son su retaguardia más segura, proclaman ahora que la causa profunda del conflicto no era la existencia de armas de destrucción masiva en Iraq, ni los vínculos de Saddam con Al-Qaeda, sino… “la guerra al terrorismo y al movimiento neofascista que lo utiliza”.[8] Una y otra vez intentan trucar la percepción universal acerca de la realidad, reclamando para sí el papel de agredidos. Para ello han intentado, una y otra vez, por ahora sin resultados palpables, que se identifique como a “islamo-fascistas” a los miembros de la resistencia iraquí, y a los mismos fundamentalistas que pagaron y armaron contra la URSS en los años de la Guerra Fría.
“Algunas naciones en vías de modernización —escribió David Ronfeldt, en “Los Angeles Times”, del 25 de mayo del 2003— experimentan dificultades para adaptarse a la globalización y a otras presiones que las obligan a convertirse en sociedades más abiertas y competitivas. Algunas perciben amenazas internas y externas con las que justifican sus tendencias ultra-nacionalistas, que no son más que un pretexto para distraer la atención de sus ciudadanos. Sobre este suelo florece el fascismo. Eso ocurrió en la Serbia de Milosevic, y ahora en Iraq. También se inspiran en el fascismo los nacionalistas de la India y los seguidores de Hugo Chávez, en Venezuela.”[9]
De la misma manera que hace 60 años en Europa, el verdadero fascismo, el que agrede, invade, ocupa, asesina, tortura, reprime, encarcela, censura y miente, intenta eludir la condena mundial, transfiriendo las culpas de los verdugos a sus victimas, ahora en el Medio Oriente, o en América Latina.
Es tan fascista el actual gobierno de Bush, como el de Hitler, con la admiración de sus ideólogos neoconservadores por la filosofía de Leo Strauss, sus guerras preventivas, la exaltación de la supremacía de las elites sobre las masas, el anti-intelectualismo exacerbado de la cultura norteamericana, el racismo y la xenofobia chovinista, la represión de su propio pueblo mediante instrumentos de vigilancia como el Acta Patriótica, su férreo control sobre los medios de comunicación, las elecciones fraudulentas, el poder ilimitado de las corporaciones, los órganos policiales y de inteligencia, así como la alimentación constante del miedo a peligros exteriores, mecanismo imprescindible para el logro de la unidad interior.
En 1937 en Valencia, España republicana, y ante el avance de las hordas franquistas apoyadas por tropas y armamento alemán e italiano, representantes de la intelectualidad de vanguardia de todo el mundo se reunieron en un congreso “En defensa de la cultura”. Ante peligros similares, en diciembre del 2004, cientos de los artistas, escritores y pensadores de todo el mundo, comprometidos con su época, se dieron cita en Caracas, Venezuela, en un congreso “En defensa de la Humanidad”.
Hace 60 años, ante el avance del fascismo, estaba en peligro la cultura de la Humanidad. Hoy, ante la guerra global desatada por el gobierno de los Estados Unidos por intereses hegemónicos e imperialistas, lo está la Humanidad misma.

Es el mismo enemigo, que se niega a morir, 60 años después.

Lo estamos enfrentando con la misma decisión y heroísmo de entonces, cuando las ideas de avanzada estaban en la trinchera que ocupaban los hombres más valientes y humildes del mundo, los soldados del Ejército Rojo, esos que impidieron el avance de los tanques nazis poniendo sus cuerpos entre las máquinas y el suelo sagrado de la patria; los que leían, entre combates, alrededor de las fogatas, versos sobre Vasili Tiorkin, y cantaban a coro “Ctabai ctrana agromnaia, ctabai na cmertnii boi…”[10]
Estas verdades tan rotundas no pueden ser ocultadas al mundo. No bastan para ello todos los millones de los tanques pensantes norteamericanos, ni la experiencia de sus medios de prensa en el arte de mentir. No lo pudo lograr, hace 60 años, la maquinaria canallesca de Goebbels. Ni con la ayuda del indudable talento cinematográfico de Leni Riefensthal.

Eliades Acosta Matos

Director de la Biblioteca Nacional “José Martí” y

Vicepresidente de la UNHIC

[1] Enrique Asín Fernández: “La política en las Olimpiadas de Berlín, 1936. Centro de Estudios Olímpicos y del Deporte, 1998.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem
[4] Ibídem
[5] Volodia Teitelboim: “Los dos Borges”. Editorial Arte y Literatura. La Habana, 2004, p. 219.
[6] Liliana Caraballo, Noemí Charlier, Liliana Garuli: “La dictadura, 1976-1983”. Oficina de Publicaciones UCB. Buenos Aires, 1996, p. 76.
[7] Hernán Invernizzi-Judith Gociol: “Un golpe a los libros”, Buenos Aires, 2003, pp. 276-278.
[8] Clifford D. May: “Why we Fought”. Townhall.com, 24 de marzo del 2005.
[9] David Ronfeldt: “Mussolini’s Ghost”. “Los Angeles Times”, 25 de mayo del 2003.
[10] Traducción literal: Levántate inmenso país. Levántate al combate de la muerte.

Marzo/2006

ESTADOS UNIDOS: UNA ENMIENDA PLATT ELECTRÓNICA

Agresión radioelectrónica a Cuba con carácter de terrorismo

Fracasó su renovada guerra ideológica
con la radio y la televisión anticubanas
a la cabeza de un enjambre de emisoras
subversivas con las que invadieron o
trataron de invadir nuestro espacio
radioelectrónico.

Fidel Castro
(2005)

Con el triunfo de la Revolución cubana el primero de enero de 1959, se inicia una interminable cadena de agresiones de todo tipo por parte de los gobiernos norteamericanos, incluida la flagrante violación, con fines subversivos, del espacio radioeléctrico de Cuba, dirigida a hostilizar, entorpecer y frustrar la consolidación del proceso revolucionario cubano.
La agresión radial y televisiva contra nuestro país, se enmarca dentro del largo proceso del diferendo histórico mantenido entre Estados y Cuba, que tiene como eje central propósitos plattistas e intervencionistas.
En la década de 1960, la CIA montó un andamiaje propagandístico y desinformativo con fines subversivos, abriendo así un vasto frente de agresión contra Cuba, a través de acciones abiertas de guerra psicológica.
Una segunda etapa en las transmisiones radiales hacia nuestro país se inicia en 1979, cuando grupos contrarrevolucionarios, con el estímulo y el apoyo del gobierno estadounidense, incrementaron las emisiones clandestinas por ondas cortas desde territorio de los Estados Unidos, exhortando a los atentados contra la vida de Fidel y otros dirigentes de la Revolución, al sabotaje y al terrorismo.
Con la llegada al poder de Reagan se produce un crecimiento, sin precedentes, de la agresión radial, convirtiéndose esta en una gestión oficial de la administración norteamericana.
Fue así como, en 1985, salió al aire la impúdicamente denominada Radio Martí, financiada y conducida por el propio gobierno yanqui con propósitos marcadamente hostiles. La emisora nació como parte de la Agencia de Información de los Estados Unidos (USIA), entidad gubernamental encargada de la actividad propagandística en el exterior.
Cuba recibe actualmente una verdadera lluvia de ondas radiales emitidas desde Estados Unidos, una por el gobierno norteamericano, otras por estaciones comerciales del sur del país vecino, y algunas por plantas “piratas” dedicadas completamente a lanzar mensajes subversivos sobre la Isla.
A las emisoras de radio, se une una estación de televisión que salió al aire el 27 de marzo de 1990, denominada Televisión Martí, propiedad del gobierno norteamericano, que transmite desde un globo aerostático situado sobre un cayo del estado de la Florida, en el sur norteamericano, y que gracias a la eficaz acción de nuestros técnicos, sus programas no pueden verse en Cuba.
Las agresiones de todo tipo, incluidas las de carácter ideológico, no pretenden otra cosa que desviarnos del camino correcto, de la construcción socialista, y volvernos a sumergir en el pantano del que salimos hace ya 45 años.

El Caso de la VOA y Radio Swan

El uso de la radio como instrumento de subversión se convirtió en norma del Departamento de Estado norteamericano a partir de fines de la década del 50, en particular al estar la Agencia de Información de Estados Unidos (USIA), bajo la dirección de Leonard Marks y Frank Shakespeare, connotados ideólogos anticomunistas.
Para identificar los métodos de guerra psicológica empleados por la USIA y su órgano central, la Voz de América (VOA), nada mejor que esta afirmación de un miembro de los servicios de inteligencia inglesa durante la II Guerra Mundial, más tarde director de programas de la BBC de Londres:
“La radio es el único medio de comunicación masiva que resulta imposible detener. Es el único medio que llega instantáneamente a todo el planeta y que puede transmitir un mensaje de un país a otro e incluso penetrar donde no lo quieren. Estas características le confieren prioridad como el arma más poderosa de la propaganda internacional”.
El 21 de marzo de 1960 se inicia oficialmente la agresión radial contra la Revolución Cubana al salir al aire una nueva emisión de La Voz de los Estados Unidos en idioma español.
Este nuevo programa nocturno está dirigido a Cuba, aunque se anuncia como transmisión " a todo el continente ". Sus contenidos reflejan la creciente tensión en las relaciones entre los dos países y sirven como portavoz de las posiciones norteamericanas ante el proceso revolucionario que tiene lugar en Cuba.
Como la Voz de América es la emisora oficial del Gobierno, la misma tiene una serie de limitantes para servir de fuente a determinado tipo de contenidos propagandísticos como la incitación directa a la rebelión, instrucciones para actividades subversivas, etc.
Esta limitación es la que da lugar a la creación de una nueva emisora clandestina que forma parte de un amplio programa iniciado por la Administración Eisenhower cuyo objetivo es el derrocamiento de la Revolución Cubana por la vía militar. Esta compleja operación contempló la utilización de la radiodifusión en varias formas, recayendo en Radio Swan el principal papel.
Si bien radio Swan constituyó el primer proyecto importante de la CIA en sus planes de agresión a Cuba, otras fuerzas reaccionarias del ejecutivo y el congreso norteamericano se proyectaban en igual dirección.
El 9 de marzo de 1960, el periódico "San Francisco Examiner" había reportado que el Departamento de Estado estaba trazando planes para difundir programas radiales hacia Cuba.
El Presidente Eisenhower aprobó el 17 de marzo de 1960, un programa de operaciones encubiertas contra Cuba. En éste, la propaganda constituía una dirección fundamental de las acciones a desarrollar, en especial la propaganda radial.
El programa de operaciones encubiertas aprobado por el Presidente Eisenhower el 17 de marzo de 1960, definía puntualmente cómo se habría de emplear en ese momento la propaganda radial contra Cuba y su modus operandi.
La planificación de transmisiones radiales contra Cuba en el período antes de la invasión de Playa Girón requirió de un consentimiento, por parte del Consejo de Seguridad Nacional, la Comunidad de Inteligencia y el Presidente electo John F. Kennedy.
El 17 de mayo de 1960, en 1160 khz, fue captada en Cuba por primera vez, la emisora Radio Cuba Libre (Radio Swan), en una frecuencia cuidadosamente escogida para penetrar en toda Cuba y causar la menor interferencia nociva posible a las emisoras de Estados Unidos. Era una operación clandestina, y como tal, jamás inscripta en el Registro Internacional de Frecuencia de la Unión Internacional de Telecomunicaciones.
La emisora significaba para la CIA, según documentos hechos públicos en 1980, una erogación mensual de 400 a 500 000 dólares para mantener una programación que llegó a contar con tres horarios: matutino, mediodía y nocturno, los cuales alcanzaron una duración promedio que osciló entre un mínimo de 8 horas y un máximo de 12 horas por día.
Los contenidos de las emisiones de Radio Swan se hicieron cada vez más agresivos, incitando a la subversión y el sabotaje. Una muestra de un anuncio redactado en la forma tradicional de las menciones comerciales ilustra con claridad los propósitos del proyecto.
El anuncio era destinado a contrarrestar la divulgación que hacían las emisoras cubanas para estimular el cuidado de equipos y maquinarias, y estaba redactada en el mismo estilo, solo que con el contenido exactamente opuesto.
Decía el locutor, cuya voz era conocida de la radio cubana, "Obrero, tú que conoces tu maquinaria destrúyela, nadie mejor que tú puede destruirla sin que los comunistas se den cuenta ..... no la engrases, deja caer arena en los mecanismos....... ".
Finalmente el 17 de abril de 1961, al iniciarse la invasión contra Cuba por la Brigada 2506, Radio Swan pasó a desempeñar el papel de emisora de apoyo directo a la "Operación Pluto".
Después de la derrota de Playa Girón, la CIA cambió el nombre de Radio Swan ya totalmente desacreditado por el de Radio América, "La Voz de la Verdad para todo el Continente", la cual continuó la propaganda contra Cuba hasta que los cortes en el presupuesto de la Agencia la hicieron desaparecer a mediados de los años sesenta.
En marzo de 1978 el presidente James Carter cursó un mensaje al Congreso con relación a las radiotransmisiones al exterior, en el que se expresaba:
“Para organizar transmisiones complementarias hacia países que están fuera de la URSS y de Europa Oriental podrá llegarse a precisar de una red mundial de transmisiones cuyo costo superará con creces la cifra de 100 millones de dólares. Esos transmisores deberán ser instalados en una serie de países de Asia, Africa y América Latina, cuya posición geográfica es la más idónea”.

Transmisiones piratas desde Estados Unidos

A principios de la década del 60 cuando Estados Unidos inició, lo que pudiéramos llamar un preludio de lo que sería la agresión radial contra Cuba, emisoras de países capitalistas como Gran Bretaña, Holanda, Nicaragua y Honduras, que dirigen programaciones hacia Latinoamérica en ondas cortas, se unieron a las campañas difamatorias de los Estados Unidos contra Cuba; pero de forma más solapada.
La agresión en la esfera ideológica con propaganda radial en la primera década posterior al triunfo revolucionario fracasó. Sin embargo, comenzaron a aparecer las primeras agrupaciones contrarrevolucionarias en el exilio que vieron en la radio una posibilidad de propagandizar su odio contra la Revolución y darse a conocer dentro de Cuba.
En 1961 aparecen las emisoras contrarrevolucionarias o plantas piratas, las cuales se presentaban transmitiendo desde el Escambray o desde las montañas orientales, brindando la imagen de que grandes grupos de hombres se encontraban alzados y con potentes medios de guerra.
Los imperialistas, frustrados por sus fracasos, continuaron buscando y aplicando nuevas formas de agresión radial al tiempo que alentaban a esas emisiones piratas, aún violando la propia ley norteamericana y los convenios internacionales de radiodifusión.
Las agrupaciones integradas por elementos de la burguesía y prófugos de la justicia revolucionaria que abandonaron nuestro país al triunfo de la revolución, se concentraban en la Florida y creaban organizaciones contrarrevolucionarias con diversos matices político-económicos, incluso terroristas, para tratar de derrocar nuestra Revolución y para recaudar fondos y recursos con fines de lucro personal.
Lógicamente, dentro de Estados Unidos estas agrupaciones eran bien conocidas; pero en Cuba muchas de ellas eran ignoradas y se puede asegurar que ninguna contaba con el respaldo popular. Ellos necesitaban darse a conocer y trasladar sus campañas de propaganda. Valoraban que la radio era una vía rápida, segura y masiva para lograr sus propósitos, por ello comienzan a realizar transmisiones en onda corta dirigidas contra nuestro país a partir de comienzos de los 60.
En estos años fueron escuchadas en nuestro país decenas de emisoras contrarrevolucionarias ubicadas en Miami que transmiten en diferentes horas y días, con irregularidades de índole técnico y poca profesionalidad. El contenido de las emisiones, era sumamente ofensivo y prácticamente consistía en realizar arengas contra la figura del máximo líder de la Revolución e incitaciones a sabotajes y atentados.
Estas emisoras indebidamente las hemos denominado “piratas” cuando empleando la terminología apropiada debemos llamarlas “estaciones corsarias”, pues gozan de una verdadera “patente de corso”, expedida por quienes les permiten violar las normas internacionales que regulan esta materia.

La mal llamada Radio Martí. Una enmienda Platt Electrónica

Como parte de la preparación de la campaña electoral del Partido Republicano en 1980, un grupo de intelectuales vinculados a la nueva derecha se reunió en Santa Fé, Nuevo México para formular una estrategia política a seguir en caso de alcanzar la presidencia el futuro candidato republicano. Este documento, conocido como "El Informe de Santa Fé", contempla una serie de medidas auspiciadas por el autodenominado "Consejo para la Seguridad Inter- Americana". Aquí, se estipulaban las razones del nacimiento de la mal llamada Radio Martí:
“La Habana debe ser responsabilizada por su política de agresión contra los estados hermanos de América. Entre otras medidas será creada la radio Cuba Libre, bajo abierta responsabilidad de los Estados Unidos, la cual emitirá información objetiva al pueblo cubano... Si la propaganda falla debe ser lanzada una guerra de liberación contra Castro.”
Más tarde en 1980, la llamada "Campaña para una Mayoría Demócrata" encabezada por los senadores Henry M. Jackson y Daniel P Moynihan, publicó un estudio en el cual se pronunciaba a favor de una Radio Cuba Libre con la inteligencia, imaginación y habilidad de Radio Europa Libre.
En la primavera de 1981 un importante funcionario de la administración Reagan, Kenneth L. Adelman lanzó la idea de incorporar a las trasmisiones de la VOA programas especiales dirigidos a Cuba.
Otra voz que se alzó en el Congreso haciendo resonancia a la idea de iniciar transmisiones radiales contra Cuba fue la del ultra conservador senador Jesse Helms, miembro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado quien pidió una Radio Cubana Libre, en junio de 1981. El 27 de agosto de 1981 el diario New York Times publicó un artículo del periodista Bernard Gwertzman titulado "Estados Unidos estudia la posibilidad de transmisiones de radio especiales hacia Cuba".
Una fundación de la ultraderecha, la Heritage Foundation, también publicó en el National Security Record una petición de que las transmisiones de radio dirigidas a Cuba, independientes de la Voz de América, se hicieran durante las 24 horas del día.
El 22 de septiembre de 1981, el presidente Ronald Reagan firmó la orden ejecutiva 12323, mediante la cual quedó creada la "Comisión Presidencial para la Radiodifusión hacia Cuba" la que tendría como objetivo el analizar la creación de un nuevo "servicio radial" dirigido específicamente a Cuba. La Comisión quedaba encargada de estudiar los posibles contenidos de los programas, fuentes de información, necesidades de personal, estructura legal de la organización, proyectos de ley, presupuestos, ubicaciones de estudios y transmisores y formular un informe al presidente en un plazo prudencial.
Dos años después, el 13 de septiembre de 1983, todos los senadores votaron a favor de sacar al aire Radio Martí, unanimidad que se logró después de llegarse al compromiso de someter sus programaciones a las mismas normas que La Voz de los Estados Unidos, entidad regida por acuerdos legislativos de “transmitir con objetividad las noticias y reflejar fielmente la política de los Estados Unidos”.
Tres días después, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos aprobó la salida al aire de Radio Martí, proyecto lanzado en 1981 por Reagan bajo el argumento de “informar a los cubanos lo que efectivamente ocurre en su país”.
Su programación formaría parte de La Voz de los Estados Unidos y emitiría desde la península de la Florida hacia Cuba durante 14 horas diarias, aunque todavía no se fijaba una fecha para el inicio de su actividad.
El 4 de octubre de 1983, Reagan promulgó la ley que establecía un servicio radial de la Casa Blanca dirigido hacia Cuba, y que utilizaría como vía La Voz de los Estados Unidos.
La firma de la legislación fue anunciada en un comunicado de rutina, donde se especificaba que para la arrancada de esa empresa serían destinados 14 000 000 de dólares, y que la cifra sería 11 000 000 para el año próximo.
Poco después, en una declaración escrita, el Presidente norteamericano se congratuló por el hecho de que la próxima difusión de las programaciones de Radio Martí “romperán el monopolio de Fidel Castro sobre la información” en ese país”.
El diario de Las Américas desplegó un artículo el 7 de octubre de 1983 con el título: Al fin ¡Radio Martí!, firmado por el periodista de origen cubano Guillermo Martínez Márquez.
“Radio Martí es una declaración de guerra publicitaria, formulada por Estados Unidos y personalmente por el presidente Ronald Reagan, contra la primera república socialista de las Américas, representada por Fidel Castro”, señalaba.
El 19 de mayo de 1985, el Jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba, comunicó al gobierno cubano que en las próximas horas saldría al aire Radio Martí, hecho que se concretó en la madrugada del 20 de Mayo de 1985.
Para que se tenga una idea del carácter injerencista y diversionista de Radio Martí, veamos algunos de los objetivos establecidos para esta emisora recogidos en el Apendice L del Reporte del Panel Consultivo sobre Radio y Televisión Martí:
Jugar el rol de la “prensa libre”, como se practica en una sociedad “democrática”, permitiendo una revisión crítica del gobierno y sus políticas, así como el examen de los conceptos e ideas censurados por el gobierno cubano.
Familiarizar al pueblo cubano con las prácticas, procesos e instituciones de un sistema de gobierno “pluralista”.
Proporcionar cobertura a las actividades y posiciones de varios grupos dentro y fuera de Cuba, que promueven los conceptos de “democracia” y la defensa de los “derechos humanos”.
Sobran los comentarios para darse cuenta como el gobierno norteamericano intenta interferir directamente en los asuntos internos de Cuba, apoya y promueve las actividades de los grupúsculos mercenarios pagados por ellos mismos.
Contrario a lo afirmado por las autoridades norteamericanas las transmisiones de Radio Martí no se circunscriben en ofrecer informaciones objetivas y sí lesionan nuestra soberanía nacional.
La agresión radial, por su marcada naturaleza injerencista es la reedición de la Enmienda Platt en su acepción electrónica, pero hoy a diferencia de 1902,no existe un amparo legal que justifique este comportamiento.
El Reglamento de Radio Comunicaciones de la Unión Internacional de Telecomunicaciones en su edición de 1990 y revisada en 1994 estipula en su articulo 30, Sección 1,numeral 2666 que las transmisiones de radio en ondas medias deben ser concebidas como: “un servicio nacional de buena calidad dentro de los límites del país que se trate”. Lo estipulado en este reglamento confiere un carácter ilegal a las emisiones de Radio Martí en los 1180khz al utilizar esta frecuencia para enviar señales desde los Estados Unidos a Cuba.
Por su parte, las transmisiones de onda corta que realiza RM utilizando 15 frecuencias para ello, también son ilegales porque el contenido de esas emisiones contraviene lo legislado en la Constitución y Convenio de la Unión Internacional de Telecomunicaciones cuando en su Preámbulo se afirma que ‘’las transmisiones de onda corta deben facilitar las relaciones pacíficas, la cooperación internacional entre los pueblos..."
La salida al aire de Radio Martí en mayo de 1985, dirigida por el gobierno de los Estados Unidos demuestra la importancia deparada a la radioagresión contra nuestro país, sucediéndose en consecuencia la creación de numerosas emisoras contrarrevolucionarias, con similares objetivos y propósitos propagandísticos y contrarrevolucionarios.
Este proyecto se reforzó con el desmerengamiento del modelo socialista de Europa del Este, acontecimiento que se erige de base, fundamento y criterio de “legalidad” para la guerra psicológica que se venía desplegando contra nuestro pueblo.
El derrumbe del campo socialista posibilitó el surgimiento de un mundo unipolar, en el cual los Estados Unidos se erigen en gendarme universal. Los estrategas estadounidenses concluyeron que la guerra ideológica desarrollada contra las poblaciones de los países ex-socialistas permitió mellar y erosionar la ideología revolucionaria de esas naciones.
Al extrapolar el proceder seguido contra los países de la Europa Oriental, convencidos de lograr revertir el proceso socialista cubano por la vía de la guerra ideológica, los Estados Unidos concentran todo su potencial tecnológico y humano contra Cuba, protagonizando una inédita contienda bélica en materia de transmisiones radiales y televisivas alcanzándose los notables índices de 2455 horas semanales emitidas en ondas medias, ondas cortas, frecuencia modulada y televisión.

Estaciones de grupos contrarrevolucionarios 14

Estaciones de otras organizaciones 1

Estaciones que transmiten contra Cuba 17

Estaciones dirigidas a Cuba 11

Estaciones que transmiten para territorio de Estados Unidos y se escuchan en Cuba 6

Frecuencias de Ondas Medias 7

Frecuencias de Ondas Cortas 19

Frecuencia Modulada 2

Televisión 1

Total de frecuencias 29

Horas diarias de transmisión 293

Horas semanales de transmisión 2239

Comportamiento actual de la radioagresión contra Cuba

Direcciones fundamentales de la Propaganda enemiga

El interés demostrado por el enemigo por emplear el canal radial de manera sistemática en la labor de influencia político ideológica, se sustenta a partir de las ventajas que el mismo brinda, entre las que podemos mencionar las siguientes:
Las informaciones son trasladadas con gran rapidez y alcance
Penetra a lugares lejanos, donde no llega o se dificulta el recibo de la prensa escrita
Sus mensajes pueden ser escuchados simultáneamente por cientos de miles de personas
Es la fuente de información ideal para las personas con escaso nivel de instrucción
Puede ser escuchada aún cuando se están realizando otras actividades.
En la etapa comprendida entre las décadas de 1960 y 1980 las direcciones fundamentales de esta propaganda enemiga a través del canal radial, estuvieron dirigidas fundamentalmente a desacreditar al presidente cubano Fidel Castro, intentar demostrar la ineficiencia del sistema socialista, la falta de libertades individuales y violaciones de los Derechos Humanos, la falta de democracia en nuestro país y la apología del sistema capitalista, su supuesta superioridad y ventajas.
Por estudios realizados en la década del 80 se apreció que, partiendo del lenguaje que utilizaban en estos espacios radiales, simple, con oraciones cortas, uso del argot popular, poco manejo de contenidos simbólicos, el mensaje contrarrevolucionario podía estar dirigido básicamente a las capas de la población de bajo nivel cultural, jóvenes con deficiente preparación político ideológica, ciudadanos desafectos a la Revolución y con creencias religiosas y sujetos con bajo coeficiente de inteligencia o con rasgos de alguna deficiencia mental.
Con el ascenso al poder del republicano Ronald Reagan, la guerra fría sostenida por los gobiernos estadounidenses contra los países socialistas se recrudece a niveles nunca vistos, priorizándose las medidas encaminadas a destruir el campo socialista.
En el evento denominado “Santa Fe II, una Estrategia para América Latina”, queda plasmado claramente el marcado interés por lograr la caída de la Revolución Cubana y en este sentido se diseñan las medidas encaminadas a lograr este propósito.
De ahí que los postulados de Santa Fe concedieran particular importancia a los medios de propaganda en el enfrentamiento ideológico a la Revolución, asignándole a la agresión radial un primer plano en las proyecciones del enemigo.
Es a partir de la década del 90 que se comienzan a apreciar cambios en las direcciones de la propaganda radial enemiga contra nuestro país y en el tratamiento que se le da a las temáticas empleadas.
Las direcciones de la propaganda radial son modificadas sustancialmente, dirigiéndolas fundamentalmente a recrudecer las campañas de descrédito contra el Comandante en Jefe Fidel Castro y los principales dirigentes de la Revolución, estimular a la eliminación física de Fidel y Raúl, potenciar la estimulación a las acciones de terrorismo y sabotajes a las esferas de mayor importancia económica para el país, como medio idóneo para acelerar el proceso de derrocamiento de la Revolución, estimulación a la oposición interna, propagandizando continuamente el surgimiento de grupúsculos contrarrevolucionarios de derechos humanos, células clandestinas, grupos y comandos de la resistencia interna, así como la promoción a la supuesta creación de partidos políticos de oposición, los que serían encargados de dirigir y desarrollar las acciones encaminadas a derrocar a la Revolución, estimulación a las salidas ilegales del país, secuestros de naves y aeronaves y otros actos terroristas, y vincular a Cuba con el narcotráfico internacional y de ser la promotora de las guerrillas de América Latina.
En esta etapa muchas de estas emisoras comienzan a confrontar problemas económicos, incluso, aquellas que emitían fuera del territorio norteamericano se ven obligadas a cesar sus transmisiones, lo que trajo como consecuencias que las organizaciones contrarrevolucionarias que las promocionaban debieran alquilar espacios radiales de emisoras comerciales del sur de la Florida a fin de poder darle continuidad a la labor de propaganda que venían realizando.
En la actualidad todas las emisoras contrarrevolucionarias que emiten contra Cuba, menos Radio Martí, emplean espacios radiales alquilados a Radio Miami Internacional, lo que permite a estas organizaciones contrarrevolucionarias en el exterior y los servicios especiales norteamericanos un mayor control de la actividad radial y por ende estructurar, organizar y dirigir la propaganda radial que se emite contra nuestro país.

Inicio de la agresión televisiva

Posterior a la salida de Radio Martí, elementos contrarrevolucionarios de origen cubano, protegidos por políticos de la administración Reagan, manifestaron su interés de emitir señales de televisión hacia Cuba.
Como antecedentes técnicos están, las emisiones realizadas desde Estados Unidos hacia Cuba a partir del 30 de septiembre del año 1954, por un avión cubano DC- 3 que sobrevoló a 3 000 metros de altura y a una distancia de 80 kilómetros del litoral habanero para trasmitir como primer programa una serie mundial de béisbol.
Durante el segundo semestre de 1985 circuló por primera vez ante el Congreso el proyecto de trasmitir señales de TV a Cuba. A finales del propio año, legisladores de la Florida entregaron una carta a Reagan en la cual se incluía el posible manejo de imágenes televisivas para atacar a la Revolución. En 1986, el representante por la Florida, Lawton Chiles envió una misiva al director de la USIA promoviendo la idea de agilizar el sistema de TV; en ella Chiles señaló: "TV Martí facilitará al pueblo cubano otra fuente de información y noticias”.
Los representantes Daniel Mica, Dante Fascell, Bill Nelson , Claude Pepper y Lawrence Smith, presentaron en 1987 una resolución concurrente ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara con el objetivo de obtener 100 000 dólares y llevar a vías de hecho dicho estudio. Poco después, el subcomité de apropiaciones del Senado aprobó los fondos.
Decisivo fue el año 1988 para los promotores del proyecto subversivo. Contrataron cuatro firmas consultoras ingenieras para efectuar las investigaciones y dos compañías encargadas de los asuntos financieros y jurídicos.
Los estudios realizados planteaban cuatro opciones o variantes para la transmisión de la eventual Tele Martí. Después de haber analizado estas variantes, llegaron a la conclusión de utilizar el aeróstato cautivo. La señal se origina en la ciudad de Miami, desde donde se traslada a un satélite que a su vez, la hace llegar a una estación terrena en Cudjoe Key mediante una red de microondas, y de allí hacia un transmisor a bordo del aeróstato que emitirá hacia Cuba.
El 1ro de Octubre de 1988 la asignación de 7,5 millones para pruebas de la TV enemiga se convirtió en ley al ser firmada por Reagan, lo cual supone una cínica violación de las leyes internacionales.
A diferencia del extenso debate congresional, que presidió las emisiones radiales del gobierno norteamericano contra Cuba, la idea de la televisión se consolidó en pocos meses, lo cual constituye una escalada en la política agresiva del imperialismo yanki en el plano ideológico.
La Asociación Nacional de Difusores de EE.UU expresó reservas y preocupaciones con el proyecto. El senador (D) por el estado de Rhode Island, Clairborne Pell, Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, pidió su cancelación ya que según él, esto afectaría los pasos que se venían realizando hacia el mejoramiento de las relaciones entre las dos naciones.
El representante Geroge W. Crocket (D) por Michigan comentó sus dudas acerca de la conveniencia y eficacia de tal acción ; de igual modo se ha pronunciado Wayne Smith, ex jefe de la Sección de Intereses de Washington en La Habana.
El profesor John Nichols, experto en comunicaciones, describió ante los subcomités de Asuntos del Hemisferio Occidental y Operaciones Internacionales de la Cámara de Representantes que la propuesta de realización de TV Martí es, en efecto, una Enmienda Platt electrónica.
La estación comenzó las operaciones regulares el 27 de marzo de 1990. Hasta nuestros días el gobierno de Estados Unidos ha malgastado el dinero aportado por el contribuyente norteamericano.
En los días previos a la salida de la televisión anticubana, Cuba realizó un sinnúmero de gestiones para impedir que esta nueva agresión se sumara al abultado expediente del diferendo.
Entre otras gestiones, conviene recordar, las realizadas ante la Unión Internacional de Telecomunicaciones que tuvo como resultado un dictamen de la Junta Internacional de Registro de Frecuencias, y que fuera transmitido a la Administración de Comunicaciones de los Estados Unidos. En ese dictamen se subraya:
“El establecimiento de esta estación, considerando su locación, potencia relativa, y la directividad dada a la antena, según el criterio de la Junta no está de acuerdo con la intención y el espíritu de las regulaciones de radio...Por lo tanto la Junta concluye que la operación de esta estación está en contravención de la regulación de radio”
Desde el primer día, la señal de la televisión Martí fue interferida de forma efectiva, dando como resultado que no se pueda ver ni escuchar en todo el territorio nacional desde hace más de quince años.
A finales de 1993 la firma Hammett y Edison, Inc, comenzó a realizar estudios de ingeniería para la Voz de América, sobre la Programación de la TV Martí, para evaluar la posibilidad de emplear los canales de televisión en UHF (canales del 14 al 69) en la transmisión hacia Cuba.
El 20 de noviembre de 1997 se comienzan las transmisiones en la banda de UHF, en pocos minutos para sorpresa del enemigo imperialista la señal fue interferida con eficiencia.
EL 20 de mayo de 2002 cambian el horario de transmisión de 03.30 - 06.00 a 18.00 - 22.30, pero nuevamente se quedaron en el intento, en menos de un minuto la señal fue repelida.
Un año después, el 20 de mayo de 2003, el gobierno de los Estados Unidos de América llevó a cabo nuevas acciones que constituyen una escalada en la agresión radioelectrónica y televisiva que viene llevando a cabo contra la Revolución cubana desde hace décadas. En horas de la tarde de ese día, la señal televisiva de Televisión Martí, salió al aire de seis a diez de la noche, transmitida desde un avión de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, en un horario estelar de la programación nacional, interfiriendo su normal difusión a través de canales utilizados por la televisión cubana.
El 6 de mayo de 2004, el gobierno norteamericano anunció nuevas medidas para recrudecer aún más su política agresiva y hostil contra Cuba. El informe entregado al presidente de los Estados Unidos por la llamada “Comisión de Ayuda a una Cuba Libre”, integra como tareas estratégicas para el logro del derrocamiento del gobierno cubano: el incremento del apoyo a la contrarrevolución interna, el aumento de las campañas internacionales contra Cuba, el recrudecimiento de las acciones subversivas y de desinformación contra nuestro país, la adopción de nuevas medidas para afectar la economía cubana y lo que han dado en llamar “socavar los planes de sucesión del régimen”.
Entre las nuevas medidas está: Dedicar 18 millones de dólares a las transmisiones de las mal llamadas Televisión y Radio Martí, a través de un avión C-130 dedicado exclusivamente a ello. Siguiendo esta línea de pensamiento el 21 de agosto de 2004 a las seis de la tarde, la televisión enemiga es transmitida desde un avión militar C-130 COMMANDO SOLO, en coordinación con la Oficina de Transmisiones hacia Cuba de los Estados Unidos. A partir de ese momento y hasta la fecha se vienen realizando transmisiones semanales de radio y televisión desde esta plataforma aerotransportada, que han sido interferidas por los técnicos y especialistas cubanos.
El año 2005 se ha caracterizado por una especial agresividad por parte de la Administración Bush contra Cuba, arreciando su agresión radioelectrónica y subversiva, multiplicando la frecuencia de los vuelos provocadores e ilegales de la nave aérea C-130J que transmite hacia nuestro país las señales de radio y televisión anticubanas.
Cuarenta y tres organizaciones contrarrevolucionarias, muchas de ellas responsables de acciones terroristas contra Cuba, han patrocinado a lo largo de estos 46 años a 123 emisoras de radio subversivas.
Ante cada agresión radial y televisiva, responderemos. En definitiva, las violaciones de las leyes del Derecho Internacional y las mentiras quedan atrás, como un estigma para sus autores, en tanto la respuesta de Cuba queda en pie, como un ejemplo vivo para los pueblos del mundo sometidos a la explotación más inocua, por las naciones poderosas de esta tierra.
El pueblo cubano defiende y defenderá su soberanía, protege y protegerá su futuro y la identidad de su cultura. No debe caberle la menor duda a todos los que agreden a la Revolución Cubana, que ésta seguirá resistiendo el tiempo que sea necesario. Nada más preciso para defender esta voluntad que apelar a Martí cuando expresó: “El puñal cuando se clava en nombre de la libertad, se clava en el pecho de la libertad”.

Omar Pérez Salomón
Funcionario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba

Diciembre/2005

Apuntes sobre la formación del Partido Comunista de Cuba.

Al estudiar el surgimiento del actual Partido Comunista de Cuba (PCC), es necesario acudir a las palabras de su Primer Secretario, compañero Fidel Castro Ruz, cuando, rememorando una histórica página de defensa a la Revolución ante un ataque mercenario-imperialista en 1961[1], expresó:
“En Girón se proclamó el carácter socialista de nuestra revolución, en Girón prácticamente se forjó nuestro partido. Por aquella época trabajábamos precisamente en la tarea de unir las fuerzas revolucionarias en una sola organización, bajo una sola dirección. Podemos decir por ello que, coincidiendo con ese momento en que llevábamos adelante esa tarea, quedó forjado nuestro partido. Por eso se considera el 16 de abril, fecha de la proclamación del carácter socialista de nuestra revolución, como la fecha de la fundación de nuestro partido”[2].
Empero, el análisis de la creación del partido dirigente de la Revolución Cubana debe asumirse como un proceso que —si bien tiene un hito en los días alrededor del 16 de abril de 1961, fecha referente—, en retrospectiva está concatenado con el desarrollo del acercamiento entre las tres organizaciones de mayor participación en la lucha contra la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1958): el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR 26-7), el Partido Socialista Popular (PSP, Comunista) y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR 13-M)[3]; y en la perspectiva está, a tenor con el trabajo de coordinación de esas organizaciones después del triunfo revolucionario, la construcción de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), la transformación de estas en Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y la definitiva opción del nombre de Partido Comunista de Cuba (PCC).
Así, el hecho de que al triunfar la Revolución en Cuba se careciera de una sola organización que vertebrara orgánicamente a las principales agrupaciones políticas que fungían como vanguardia del pueblo, demandaba un trabajo de construcción de un solo partido revolucionario que condujera a la nación en las nuevas condiciones.
Un elemento aglutinador de las tres organizaciones político-revolucionarias existentes se puede encontrar en la vocación unitaria del máximo dirigente de la Revolución reflejada antes del desembarco del Granma[4] y en su convicción según la cual desde el primer momento debió permanecer “una sola organización revolucionaria”[5], así como en la propia obra de transformación que se iba desarrollando y en la necesidad de enfrentar las acciones contrarrevolucionarias.
En este contexto, un denominador común se encontraba en los discursos de Fidel Castro: su insistencia en el combate por la unidad de todos los que habían sufrido alguna injusticia, y su perseverancia en concienciar a los trabajadores, en solicitarles sacrificios y confianza, especialmente a obreros y campesinos; amén de alimentar el optimismo acerca del cumplimiento del Programa del Moncada.
Con el presupuesto del incremento de los contactos entre el MR 26-7 y PSP en torno a las medidas a implantar para el mejor desarrollo de la Revolución Cubana, el 16 de agosto de 1960 comenzó la VIII Asamblea del PSP, la que exhibía entre sus invitados más significativos a militantes de las tres organizaciones revolucionarias, y de cuya principal manifestación[6] se puede subrayar que:
en la práctica, se convertía en común el programa de acción derivado de esa Asamblea, que tenía por eje central la defensa enriquecida de la Revolución —desde y con las masas populares— en los planos ideológico, militar y gubernamental;
quedaban sentadas las bases para el inicio del proceso orgánico de fusión de las tres organizaciones vanguardias del proceso revolucionario cubano de entonces;
en correspondencia, de hecho comenzaba la negación dialéctica del protagonismo particular del MR 26-7, el PSP y el DR 13-M, para en su lugar continuar trabajando en aras de la Revolución Cubana a partir de la unidad de esas fuerzas revolucionarias en torno al compañero Fidel Castro[7].
Así, en el siguiente mes de septiembre se crea el Buró de Coordinación de Actividades Revolucionarias a todos los niveles de dirección, lo cual permitió un trabajo más coherente y sistemático entre las tres organizaciones e ir creando las condiciones para la integración.[8]
Por este camino, un momento decisivo se encuentra en el Pleno del Comité Nacional del PSP efectuado el 24 de junio de 1961, concebido para examinar lo relacionado con la creación de una sola organización partidista, ocasión para la cual fueron invitados los dirigentes principales del MR 26-7 y el DR. 13-M., continuando lo acontecido al respecto en la citada VIII Asamblea del PSP.
La médula del sentir de la unánime aprobación por ese pleno de la resolución acerca de la creación de un partido unido se puede hallar en el documento del PSP que al respecto escribió Blas Roca, algunos de cuyos puntos conceptuales es atinado no pasar por alto:
“Fidel es ya el más alto dirigente socialista y obrero cubano.
“Nosotros, viejos militantes del socialismo en nuestro país, proclamamos la dirección de Fidel Castro y tenemos plena confianza en que nos conducirá con acierto y que se desarrollará aún más...
“Con las fuerzas revolucionarias integradas, con el Partido Unido de la Revolución Socialista Cubana (sic), bajo la dirección de Fidel, nosotros entramos a cumplir las complejas tareas del período de transición, del período de construcción del socialismo”.[9]
Al meditar sobre este documento del PSP, se puede subrayar, por una parte, el elevado grado de desprendimiento personal que existía en la Dirección Nacional de esa organización —en especial, de Blas Roca—; por otro lado, la idea de una fusión que partiera de una integración con vistas a un objetivo superior: la constitución del Partido, una expresión de lo general en lo particular; y además, el explícito reconocimiento a Fidel Castro como líder que podía y debía conducir, por derecho propio, los destinos del proceso revolucionario cubano, elemento verdaderamente significativo.
A tenor con la mencionada resolución del PSP sobre la creación de un partido unido, esa organización se disolvería para pasar a concretar tamaño empeño político-revolucionario, asunto este que también tuvo lugar para el MR 26-7 y el DR 13-M.
Acerca de este trascendental pasaje de la Historia de Cuba, en el VIII Aniversario de los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, el 26 de julio de 1961, el propio Fidel, después de referirse a cómo el pueblo cubano para esa fecha ya estaba mejor preparado y más cohesionado en sus organizaciones de masas, destacó que se estaba asistiendo a “un segmento que une y orienta a través de los cuadros de las organizaciones revolucionarias integradas (sic) que marchan hacia la formación del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba”.[10]
En aquella misma oportunidad, el Comandante en Jefe, como un reflejo del estilo del liderazgo de la Revolución Cubana en el sentido de consultar con las masas las decisiones más significativas, en consecuencia con lo antes dicho, expresó: “… y ahora, que levanten la mano los que apoyan la reunión de todos los revolucionarios en el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba”.[11] Y fue unánime la respuesta de quienes se encontraban en esos festejos por la efemérides del 26 de Julio: con los brazos en altos la representación del pueblo cubano que allí se había congregado apoyaron el proceso de construcción de dicho Partido.
En lo sucesivo quedarían formadas las organizaciones de base —Núcleos Revolucionarios Activos— con las estructuras municipales y provinciales en todo el país, proceso concretado por dirigentes que del MR 26-7, PSP y DR 13-M, quienes ya fungían como Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI).
De este segmento de la evolución de lo que definitivamente sería la vanguardia político-revolucionaria cubana expresada en una sola organización, debe resaltarse la concepción prevaleciente: la norma organizativa sería la selección y la calidad de la militancia, con un rigor ascendente, pues quienes eran encargados de llevar adelante ese proceso no tenían la suficiente capacidad. Por tanto, la exigencia iría aumentando y cada vez sería necesario más requisitos para ser miembro del Partido.[12]
Además, esa concepción sobre la organización partidista se apoyaba en la igualdad de derechos y consideraciones a toda la militancia, lo que equivalía a decir que el presupuesto era que no habría discriminación alguna por la afiliación de procedencia: no importaría los años que se hubieran servido en el MR 26-7, el PSP y el DR. 13-M., sino el mérito en la lucha que estaba por desarrollarse.
En su carácter de elemento rector, paulatinamente las ORI se hicieron sentir en la dinámica de la estructura de la sociedad cubana. Un ejemplo se aprecia en el hecho de que sus representantes aparecieran presidiendo —junto a los del Gobierno Revolucionario encabezado por su Primer Ministro— la Reunión Nacional de Producción, efectuada apenas dos meses después del último Pleno del PSP.
Así, las condiciones estaban creadas para que, en principio, el pueblo viera en las ORI al elemento llamado a regir el avance de la Revolución Cubana, tanto más, por cuanto en el espíritu de ellas debían estas convertirse en una escuela de revolucionarios, en un vehículo destinado no a adoctrinar sino a enseñar a pensar, a buscar en la historia lecciones para el aprendizaje; todo ello a partir de un programa representativo de la aplicación del marxismo y del leninismo a la situación histórico-concreta de Cuba.
Reflexionando al respecto, el dirigente principal de las ORI dijo en fecha tan temprana como el 1ro de diciembre de 1961:
“El Partido Unido de la Revolución es, en primer lugar, una necesidad. ¿Por qué es una necesidad? En primer lugar, no se puede hacer una Revolución —sobre todo, no se puede llevar adelante una revolución (sic)— sin una fuerte y disciplinada organización revolucionaria”.[13]
Y poco después puntualiza: “un movimiento puede ser más radical o menos radical. Lo que no puede haber son dos, tres o cuatro movimientos revolucionarios. Eso es absurdo. Además, esas son cosas propias de la contrarrevolución”.[14]
Vinculado con todo lo anterior, la tarea fundamental de las ORI era no solamente organizar y dirigir a las organizaciones de masas a través de sus núcleos, sin inmiscuirse directamente en los asuntos de la administración en la base, sino también en preparar al pueblo en la responsabilidad y en la dirección colectiva, en aras de dejar atrás las decisiones unipersonales. Su trabajo medular sería buscar en las discusiones las mejores soluciones —como estilo de labor partidista—, una manera de evitar el culto a la personalidad y, al mismo tiempo, un modo de ver en el pueblo a las grandes virtudes.
En suma, este primer eslabón de la cadena Organizaciones Revolucionarias Integradas-Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba-Partido Comunista de Cuba estaba llamado a ser la base a partir de la cual una sola organización vanguardia político-revolucionaria cubana, a la vez que honrara en la práctica la fusión científica de las ideas de Marx, Engels, Lenin y Martí, asimismo, garantizara una trayectoria ascendente. Sin embargo, en la concreción de lo anteriormente expresado hubo dificultades y deficiencias.
La complejidad de las condiciones a través de las cuales tuvo lugar el proceso de inicio de la construcción del socialismo en Cuba, constituye un aspecto que no debe obviarse en el momento de analizar los problemas que hubo en torno a las ORI.
Así, se entronizó en la organización el peligroso sectarismo que condujo ese proceso organizativo a un camino divorciado de las ideas originales, a través de la práctica —como analizara Fidel— de una política de privilegio, creándose condiciones “que tendían a la conversión de ese aparato no en un aparato de vanguardia de la clase obrera sino en un nido de privilegios, de tolerancia, de beneficios, en un sistema de mercedes y de favores de todos los tipos”.[15]
Un juicio sobre este acontecer conduce a señalar que, además de los responsables del tipo de sectarismo que comenzó a abrirse paso en la Revolución Cubana, también a ello contribuyó el hecho de que la máxima dirección estaba en múltiples tareas simultáneas, la propia confianza depositada en la experiencia de los dirigentes del PSP y el recelo aún existente entre estos y los que alardeaban de haber permanecido en “La Sierra”. Asimismo, el sectarismo pudo dañar al devenir revolucionario cubano, tanto más si se tiene en cuenta, de manera especial, que la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR) fue víctima de los mismos problemas que sucedían en las ORI.
Sin embargo, a tiempo tuvo lugar la rectificación, a partir de marzo de 1962. El día 8 de ese mes, se tomó la decisión de constituir oficialmente la Dirección Nacional de las ORI, tras la unánime condena al sectarismo y la ratificación del liderazgo de Fidel Castro. Catorce días después, el 22, esa Dirección nombró a Fidel Castro y Raúl Castro como Primer y Segundo Secretarios, respectivamente, además de acordar integrar su propio Secretariado, una Comisión de Organización y otra Sindical, y designar a Blas Roca director del periódico Hoy; y el día 26, como ha sido costumbre, el máximo líder informó a la población.[16]
Con estos presupuestos se desarrolló prácticamente un nuevo proceso de organización de la base partidista, a través de la conformación de núcleos cuyos militantes tendrían que estar avalados por tres requisitos cardinales:
1ro.- Ser un trabajador ejemplar.
2do.-Tener una moral probada.
3ro.- Poseer el visto bueno de las masas.[17]
En el particular de la vanguardia juvenil cubana —desde el 4 de abril de 1962 asumió el nombre de Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) en sustitución de AJR—, el Partido le prestó una especial atención dirigida a contribuir a que ella lograra sobrepasar lo más rápido posible sus dificultades con su funcionamiento, y así estimular y garantizar que la joven militancia se preparara mejor con vistas a su posible futura vida partidista.
Sobre la base de toda la experiencia, en mayo de 1963 se optó definitivamente por llamar a la vanguardia político-revolucionaria cubana PURSC en vez de ORI. Y no se trataba solamente del tránsito formal de una a otra denominación, sino de un cambio cualitativo que provocaría un salto en la razón de ser del Partido en Cuba: conducir cada vez más y mejor a todo el sistema político y a la sociedad en sentido general.
En lo sucesivo, se iría perfilando el funcionamiento del PURSC, de acuerdo con la percepción de su Primer Secretario: “Nosotros hemos dicho que el Partido gobierna, pero el Partido no gobierna en todos los niveles. El Partido gobierna por conducto de su dirección nacional, y por medio de la administración pública...
“El partido dirige las organizaciones de masas en los distintos niveles. Es decir: dirige nacionalmente y en las provincias el Partido dirige también las organizaciones de masas, sin interferir las funciones que se les asignen nacionalmente a una organización de masa, ni la jerarquía dentro de la organización”.[18]
No menos precisas fueron las orientaciones dadas entonces respecto a la UJC: si la máxima autoridad política es el Partido con relación al Estado y las organizaciones de masas, “con tanta mayor razón —se acotó continuando el pensamiento con relación al funcionamiento del PURSC— con respecto a los jóvenes”[19], porque —como ya se señaló— la deformación de las ORI se hizo sentir marcadamente en la organización juvenil, y resultaba indispensable un perfeccionamiento en tal sentido.
Y en lo concerniente a problemas puntuales de la población, el Partido también estaría al tanto del perfeccionamiento de las JUCEI (Junta de Coordinación, Ejecución e Inspección, surgida el 22 de julio de 1960 pero concretadas en las provincias a partir del año siguiente) y, especialmente, de lo que vendría a ser la organización de otra experiencia de gobierno a nivel intermedio: el Poder Local. Acerca de este aspecto, el máximo dirigente de la Revolución Cubana planteó:
“...Estamos haciendo un ensayo. El Partido en la Provincia de la Habana, en el término Municipal de Güines, está realizando un ensayo de organización de poder local (sic), estructura, formas de elección. Vamos a hacer en una localidad para ver sus defectos, para mejorarlos y con la experiencia que obtengamos ir aplicándolo a otras regiones. De manera que esas organizaciones respondan a las realidades y no a las ideas subjetivas, que no salgan de la cabeza de nadie sino que salgan de la realidad. La realidad enseña”.[20]
Vale subrayar que tal dinámica del PURSC tenía lugar sin dejar de atender asuntos estratégicos como la aplicación de la Segunda Ley de Reforma Agraria o de la urgencia que demandaba el Ciclón Flora, eventos que simultáneamente tuvieron lugar en octubre de 1963.
Paralelamente, la vanguardia político-revolucionaria cubana también encabezó la ejecución de una nueva división político-administrativa, razón por la cual los cambios en la vida partidista iban acompañados de una nueva estructura orgánica: en lugar del nivel municipal, aparecían los Seccionales y los Regionales.
A partir de aquí, se observa que el trabajo del Partido en la nación va a transcurrir marcado por la incorporación a su accionar de la constante búsqueda de la no reiteración de desviaciones en su razón de ser —lo que no implica que siempre lo haya logrado— y, por tanto, con una perspectiva potencialmente carente de elementos convulsos tipo sectarismo.
En el año 1964, en correspondencia con la nueva división político-administrativa, se desarrolló el proceso de balance, renovación y/o ratificación de mandatos del PURSC, desde las organizaciones de base hasta los Comités Provinciales, elemento este que sirve para evidenciar el inicio de una nueva etapa en la labor partidista cubana. He aquí la base y el porqué Fidel Castro, en el quinto aniversario de la fundación de los CDR, el 28 de septiembre de 1965, destacó la necesidad de concluir la organización del partido a todos los niveles: el paso inmediato sería la modificación del nivel nacional.
Así, entre los días 30 de septiembre y 1ro de octubre de 1965, La Habana fue escenario de importantes reuniones de la Dirección Nacional del PURSC con los Miembros de los Buroes Provinciales del Partido, los Secretarios Generales de los Comités Regionales y dirigentes del Estado a nivel provincial. Para estas ocasiones, respectivamente, se analizó lo concerniente a la organización del Poder Local y del Partido.
Lo más significativo de esas reuniones del PURSC a nivel nacional se puede encontrar en los siguientes acuerdos: Constitución del Comité Central del Partido, el Buró Político, el Secretariado —encabezado por Fidel Castro y Raúl Castro como Primero y Segundo Secretarios, respectivamente— y las Comisiones de Trabajo.
Por su parte, “en la primera reunión del Comité Central, celebrada el 2 de octubre de 1965, se tomaron las siguientes decisiones:
Ratificar el acuerdo de la Dirección Nacional acerca del Buró Político, el Secretariado, el Secretario de Organización y las Comisiones de Trabajo.
Ratificar el acuerdo de la Dirección Nacional de fusionar los periódicos “Hoy” y “Revolución” en un solo órgano, que será el periódico oficial del Partido y se llamará “Granma”.
Ratificar el acuerdo de la Dirección Nacional de cambiar el nombre del Partido Unido de la Revolución Socialista por el de Partido Comunista de Cuba”.[21]
Al hacer una valoración del acontecer partidista cubano en aquellos últimos días —incluyendo las palabras de Fidel Castro en la presentación del Comité Central del PCC, el 3 de octubre—, debe resaltarse lo siguiente:
esas reuniones y sus principales acuerdos constituyeron tanto el clímax del proceso de conformación de la unidad de la vanguardia político-revolucionaria cubana después del triunfo, como el comienzo de un protagonismo partidista cualitativamente superior en la Historia de la Revolución Cubana; y
consiguientemente, se trata de la confirmación de la certeza de la línea estratégico-táctica seguida por Fidel Castro en término de unidad contra dispersión, de acuerdo con las condiciones histórico-concreta de cada momento.
Por tanto, al llegar al clímax de la formación de la nueva vanguardia político-revolucionaria que conduciría a la sociedad cubana a partir del último tercio de 1965, se estaba asistiendo a una expresión partidista particular sin obviar lo general, a la organización que estaba llamada a encabezar la lucha desde los principios del marxismo y del leninismo, las ideas martianas y el pensamiento creador fidelista al respecto; y a la apertura de una etapa cualitativamente superior para la Revolución Cubana.

Noel Manzanares Blanco

13/07/2007
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[1] El 16 de abril de 1961, cuando se despedía a las víctimas del bombardeo mercenario-yanqui efectuado el día anterior en varios aeropuertos —de Santiago de Cuba y San Antonio de los Baños, y al campo de la Fuerza Aérea Revolucionaria en La Habana—, en la esquina de 12 y 23, en la barriada habanera del Vedado, el Comandante en Jefe Fidel Castro exclamó que esta es la Revolución democrática y socialista de los humildes, con los humildes y para los humildes, y los allí congregados levantaron sus fusiles en respaldo a la mencionada proclamación. Era ya evidente lo que se materializó en los tres días posteriores: el ataque por Playa Girón (Bahía de Cochino), que en apenas 66 horas se convirtió en la primera gran derrota sufrida por el Norte revuelto y brutal en Nuestra América.
[2] Castro Ruz, Fidel: Discurso en el XX aniversario de la victoria de Playa Girón. Periódico Granma, 21 de abril de 1981, p. 2.
[3] Ver: Manzanares, Noel. Premisas del proceso de formación del PCC. Cuba Socialista. Revista Teórica y Política. Versión Digital. www.cubasocialista.cu. Noviembre de 2005. La Habana.
[4] Entonces pensaba él: “EL MOVIMIENTO 26 DE JULIO es la invitación calurosa a estrechar filas, extendida con los brazos abiertos, a todos los revolucionarios de Cuba sin mezquinas diferencias partidaristas y cualesquiera que haya sido las diferencias anteriores”. Ver: Castro, Fidel. EL MOVIMIENTO 26 DE JULIO. Artículo publicado por la revista Bohemia, La Habana, el 1ro de abril de 1956. En: Colectivo de Autores. La Revolución Cubana. 1953-1980. Selección de Lecturas. Primera Parte. Editorial Pueblo y Educación. La Habana, 1988, p. 350.
[5] Castro, Fidel. Discurso en el campamento de Columbia el 8 de enero de 1959. En: Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba. El pensamiento de Fidel Castro. Selección temática, enero 1959-abril 1961. Editora Política. La Habana, 1983. Tomo I, Volumen 2, pp.563-564.
[6] Ver: PSP (1960). VIII. Asamblea Nacional. La Revolución avanza unida en torno a Fidel (p.378). Ediciones Populares. La Habana. Además: Rodríguez, Carlos, R. (1983). LETRA CON FILO. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, t. 2, p.438.
[7] En este orden de ideas, resulta significativo el hecho de que en las conclusiones de la referida VIII Asamblea del PSP el propio Secretario General del Partido, Blas Roca, abogara por “la unidad de las fuerzas revolucionarias con un capitán como Fidel Castro a la cabeza” –aparece en el periódico Hoy del 24 de agosto de 1960, p. 15.
[8] Para ganar en comprensión acerca del proceso de construcción de la unidad revolucionaria-organizacional en Cuba después del Triunfo, ver: Duarte, Martín. La estrategia unitaria de la Revolución Cubana (1 de enero de 1959 – junio 1961). Editora Historia. La Habana, 1997.
[9] Documentos del Pleno Nacional del 24 de junio de 1961. En: Darushenkov, Oleg (1979). Cuba, el camino de la Revolución. Editorial Progreso. Moscú, pp. 236-237.
[10] Castro Ruz, Fidel. Discurso en el VIII Aniversario del Asalto al Moncada. Revista Bohemia, La Habana, del 30 de julio de 1961, p. 88.
[11] Ídem.
[12] La explicación de este asunto la ofrece el propio Líder de la Revolución Cubana. Ver: Castro, Fidel. El Partido Unido de la Revolución Socialista. Charla ofrecida en la Universidad Popular el 1ro de diciembre de 1961. Compendio. Cinco Discursos. Editado por el E.I.R. La Habana, 1964, pp. 101-102.
[13] Ibídem, p. 6.
[14] Ibídem, p. 11.
[15] Castro Ruz, Fidel: Algunos problemas de los métodos y formas de trabajo de las ORI. Cinco Discursos. Ob. Cit., p. 139.
[16] Ver: Grobart, Fabio. El proceso de formación del PCC. Revista Cuba Socialista, La Habana. 1 diciembre de 1981, pp. 77-79.
[17] Ver: Malmierca, Isidoro. El método de las tres vías y los tres principios para el crecimiento normal del Partido. Revista Cuba Socialista, La Habana. No 35. Julio 1964.
[18] Castro Ruz, Fidel: Discurso en la primera reunión de masas del partido, 22 de febrero de 1963. Cinco Discursos. Ob. Cit., p. 209.
[19] Ibídem, p. 213.
[20] Ídem.
[21] Ver: Revista Cuba Socialista. La Habana. Noviembre de 1965, p. 12.

El mito americano.

La cáscara y el grano en la cosecha cultural del consenso

I. El legado de la Independencia.
II. La Promesa Democrática
III. El Sueño Americano
IV. Ërase una Vez en América
IV. Una Tragedia Americana

Aunque siempre ha estado bajo el lente analítico, periodístico e investigativo, la sociedad norteamericana ha sido objeto de creciente y recurrente atención en nuestro país en los últimos tiempos, por razones más que obvias. La renovada vitalidad editorial nacional ha puesto en las manos del lector cubano una serie de obras que, de modo oportuno, han propiciado amenas y diversas opciones de lectura. Entre ellas se encuentran desde las que comprenden selecciones de breves artículos tomados de la prensa internacional y de los sitios de internet, organizados de manera oportuna y ágil en torno a un tema central de máxima relevancia (como los que conforman el pequeño volumen titulado El Mensaje del 11 de Septiembre, que vería la luz en el mismo año 2001), hasta voluminosos libros, sobre la historia global de los Estados Unidos (de Howard Zinn), sus relaciones con América Latina (de James Cockcroft), o referidos a episodios específicos de barbarie, como la masacre a la población india nativa (de Dee Brown), por mencionar apenas ejemplos recientes.
Las populares mesas redondas televisivas han venido abordando, por su parte, aspectos específicos --generalmente de la mayor actualidad, si bien, en ocasiones, de índole también histórica, en contextos conmemorativos, como el 4 de julio, destacándose el significado de la independencia norteamericana--, en todos sus ciclos semanales. Espacios de intercambio como los que se repiten cada “Sábado del Libro” aportan opciones que se han convertido en preferencias masivas: en las mañanas, en el Palacio del Segundo Cabo, donde se han presentado títulos como El Talón de Hierro, de Jack London (novela futurista que nos habla del carácter opresivo de la sociedad estadounidense). En las noches, en las que el programa del Canal Educativo denominado “El Espectador Crítico” nos entrega aleccionadores comentarios sobre películas como Crash, Apocalipsis Now, Ragtime, Norma Rae, Buenas Noches y Buena Suerte --por citar sólo algunas--, se han reflejado problemas que conmocionan a dicha sociedad, como la violencia, la doble moral, el racismo, la enajenación, el drama de la migración, las luchas por los derechos civiles, el expansionismo internacional, la represión interna. Por no hablar del tratamiento que mediante destacados comentaristas y columnistas aparece diariamente en nuestros medios de difusión, informando y analizando los temas más candentes. O de los frecuentes eventos académicos, políticos y culturales, en los que se emplaza al ALCA, al terrorismo, la injusta encarcelación de los cinco patriotas cubanos en los Estados Unidos, y se clama por la defensa de la humanidad, en un mundo regido por la globalización neoliberal. Así, nuestra población dispone (como ninguna otra en el mundo), de posibilidades y alternativas de ampliar su cultura política, y en particular, de consolidar su comprensión objetiva y desmitificadora sobre ese vecino país, cuyo lugar y papel resulta de obligado conocimiento para entender la historia de Cuba. No es casual, por ello, el esfuerzo que desde Martí hasta Fidel han llevado a cabo los mejores exponentes de la intelectualidad y la política en nuestro país, aportando claves ideológicas, conceptuales, sociológicas, históricas, culturales, para entender a los Estados Unidos y sus relaciones con Nuestra América. Es el mismo empeño que ha comprometido el pensamiento de muchas figuras, de este entorno. Desde Bolívar y Juárez, hasta Roa y Ché. A Eduardo Galeano, Pablo González Casanova y otros destacados exponentes de la literatura, las ciencias sociales y la política latinoamericana.
Y es que, según lo expresa una metáfora, los Estados Unidos, como nación, constituyen un pueblo mitológico, creado mitad de sueño y mitad de mentiras, que ha vivido (y aún sigue viviendo) en una tierra y en un tiempo legendario. La tradición política liberal, el puritanismo evangelista religioso, el romanticismo literario, el sentimiento patriotero, la ideología industrial norteña, el nativismo algodonero sureño, el individualismo de la propiedad privada, la expansión territorial --“todo mezclado”, como diría el poeta--, no han dejado de alimentar la idealización de una identidad que hace suya una vocación misionera, un papel mesiánico, la predestinación imperial; que troquela una sensación de superioridad racial, étnica, religiosa. Samir Amin lo resumió magistralmente al decir que “Estados Unidos extendió la misión que Dios le otorgó (el Destino Manifiesto), para abrcar el mundo entero”, con lo cual “los norteamericanos han llegado a considerarse como un pueblo elegido”. Y es que, aunque en sentido estricto, esa convicción es patrimonio de la clase dominante en ese país, identificada hoy con la burguesía monopólica y su núcleo, la oligarquía financiera (pero cuyo rol dinámico lo desempeñó en su momento la clase media blanca, anglosajona y protestante), su legitimación cultural la ha hecho creible a escala masiva. Como en otras experiencias populistas, buena parte de la población ha interiorizado y asumido como propios tales arquetipos y aberraciones. Desde esta perspectiva es que se ha extendido esa visión maniquea que nos presenta a los Estados Unidos como una sociedad en la que impera el consenso de la trivialidad, la cultura de la violencia y la discriminación; donde prevalece el individualismo y se reproduce, con una asombrosa credulidad, el mito americano.
Con una aguda combinación de ironía, didactismo, sentido del humor y capacidad de síntesis, en una intervención en la Cátedra de Formación Política “Ernesto Ché Guvera” (invitado por Nestor Kohan y Claudia Korol), Abel .Prieto resumió el trasfondo de estas características al definir la maquinaria política, económica y mediática norteamericana --descodificando la simbología de la conocida película Forrest Gump-- como manipuladora, mutiladora y reproductora de una cultura de la frivolidad, de la superficialidad, de lo vacío, que enlaza la idiotez con la integración al sistema.
El mito americano enmascara, disfraza, las raíces de una secular hegemonía imperial, que impide ver su verdadera naturaleza, a menos que se disponga de algunas advertencias metodológicas, de claves descodificadoras básicas, de determinados conocimientos históricos.
El cómo y el por qué subyacentes en la construcción del mito norteamericano requieren, en consecuencia, de su desmontaje analítico, como lo proponía el citado intelectual cubano. En efecto, desde el preámbulo de ese documento fundacional en la historia de los Estados Unidos, que es la Constitución , los llamados padres fundadores comienzan a argumentar la visión engañosa, adormecedora, al escribir las primeras palabras: “Nosotros, el pueblo...”. Como lo puntualiza Howard Zinn, en La Otra Historia de los Estados Unidos, “con ello intentaban simular que el nuevo gobierno representaba a todos los americanos. Esperaban que este mito, al ser dado por bueno, aseguraría la tranquilidad doméstica. El engaño continuó generación tras generación, con la ayuda de los símbolos globales, bien fueran de carácter físico o verbal: la bandera, el patriotismo, la democracia, el interés nacional, la defensa nacional, la seguridad nacional, etc. Atrincheraron los eslóganes en la tierra de la cultura americana”.
Pero la fuerza desmitificadora de la historia no dejaría lugar a dudas: Ni la Revolución de las trece colonias, ni su Declaración de Independencia, ni la citada Constitución podrían opacar el enorme peso del despojo y genocidio de los indios (presentados como los “pieles rojas” que arrancaban el cuero cabelludo a los “caras pálidas”), ni la esclavización y exterminio de los negros africanos y sus descendientes. Tampoco las enmiendas que introdujo la guerra civil lograron eliminar la discriminación racial. La democracia no era un atributo ni un resultado del capitalismo salvaje. El sueño americano sería más una pesadilla que otra cosa. Los superhéroes que consagró en su devenir la cultura estadounidense, desde el Capitán América hasta Superman, Batman, y toda una amplia gama de figuras dotadas de superpoderes no hacen sino reafirmar el individualismo extremo característico del aludido culto a la banalidad, en una sociedad cuyas raíces históricas --nacionales y clasistas-- no permiten que florezcan héroes colectivos, populares, cual es el caso de Asterix, el galo, o el cubano Elpidio Valdés, como bien lo explica Enrique Ubieta al prologar el libro de Eliades Acosta sobre el neoconservadurismo en los Estados Unidos. La violencia, el segregacionismo, la xenofobia, están incrustados como componentes orgánicos en esa cultura del consenso cuya cosecha ha empezado a ser cuestionada, cada vez más, desde hace varias décadas, pero que en términos de tiempo histórico, no son suficientes para quebrar el hegemonismo de la referida construcción mitológica.
Afortunadamente, entre muchas otras situaciones, circunstancias, ejemplificaciones, las canciones de Bob Dylan, los filmes de Oliver Stone, las obras literarias de Alice Walker, los ensayos académicos de Edward Said, mantienen sus huellas y encuentran resonancia, junto a expresiones de movimientos sociales que se reactivan --aún de manera insuficiente, pero dinámica y creciente, dentro de los límites de la cultura del consenso norteamericana, muy condicionada por la acumulación ideológica neoconservadora, cuya cosecha se prolongó durante los doce años que abarcó el mandato republicano, desde 1980 hasta 1992, y su fecundidad, lamentablemente, se extiende hasta el siglo XXI. Esta paradoja no es necesariamente patética. Los cambios se abren paso siempre, a lo largo de la historia, mediante contradicciones y transiciones.
Quizás convenga, a los efectos de valorar globalmente los procesos descritos, pasar revista a las dimensiones básicas del mito americano, para poder discernir, como diría Ambrosio Fornet, entre la cáscara y el grano, al examinar la cultura del consenso que se ha cosechado en los Estados Unidos.

I. El legado de la Independencia.

El 4 de julio de 2006 los Estados Unidos conmemoraron sus doscientos treinta años de vida como país autónomo. Como es habitual, la celebración del Día de la Independencia es una ocasión para exaltar un hecho trascendental por su significación histórica universal, cuyos alcances desbordan el territorio norteamericano. El acontecimiento es recordado, prácticamente, en todo el mundo. Las miradas, claro está, varían según el nivel de información que se posea y la afectividad con que se asuma el devenir de ese país.
En Cuba, se ha reconocido su relieve de diversos modos, en distintas oportunidades: desde mesas redondas televisivas, con la participación de intelectuales y académicos, que han debatido acerca de su contexto, consecuencias, resonancia o vigencia, hasta actividades culturales, con figuras que han mezclado la danza, la música y la literatura, en conmovedor homenaje, al recrear esas manifestaciones artísticas. Más de una vez se ha proyectado, incluso, la película titulada El Patriota, protagonizada por Mel Gibson, en la que se subraya de manera unilateral y arquetípica el drama del heroico y embravecido pueblo de las trece colonias, en la sangrienta lucha que lo llevó a la independencia, simbolizado --como suele ocurrir en las representaciones culturales que nos ofrece Hollywood--, en héroes individuales, según el patrón ya apuntado.
La conmemoración aludida se suele celebrar en la sociedad norteamericana con festividades apasionadas, de forma jubilosa, mediante reafirmaciones orgullosas de patriotismo, triunfalismo y glorificación. En la Declaración de Independencia dada a conocer un día como aquél, en 1776, se proclamó, por primera vez en la historia la soberanía del pueblo, lo que se convierte desde esa fecha en principio fundamental del Estado moderno. Como se conoce, con ello se reconocía el derecho del pueblo a la sublevación, a la revolución: se declaraba la ruptura de todas relaciones entre las colonias en América del Norte y la metrópoli británica, exponiéndose las bases sobre las que se levantaba, de manera independiente, la naciente nación.
Desde el punto de vista histórico, la Revolución de Independencia en los Estados Unidos, sin embargo, fue un proceso limitado, inconcluso, sobre todo por el hecho de que conservó intacto el sistema de esclavitud, que ya se había conformado totalmente para entonces, con lo cual quedaría pospuesta casi por un siglo la consecución de ese anhelo universal --la abolición--, hasta la ulterior guerra civil o de secesión, que se desatará entre 1861 y 1865.
Anticipando el derrotero de las revoluciones burguesas europeas --aún y cuando sus especificidades impidan catalogarla, con exactitud historiográfica, como un acontecimiento de idéntico signo--, la independencia de las trece colonias que la Corona Inglesa había establecido en la costa este de América del Norte expresó tempranamente la vocación de lucha por la liberación. También reflejó la magnitud de la conciencia nacional que despertaba en la vida colonial y, sobre todo, la capacidad de ruptura con los lazos de dominación que las potencias colonizadoras habían impuesto en las tierras del Nuevo Mundo.
Es cierto que ese hecho no llevó consigo una quiebra de estructuras feudales preexistentes, como las que preponderaban en la escena europea, ante las cuales reaccionarían los procesos que en Francia e Inglaterra le abren el paso a las relaciones de producción capitalistas, lo que sí permite bautizarlas como revoluciones burguesas. No podía ser así, ya que desde que aparecieron los gérmenes de lo que luego serían los Estados Unidos de América, nunca se articularon relaciones feudales como tales. Las trece colonias nacieron definidas con el signo predominante del modo de producción capitalista, es decir, marcadas con el signo de una embrionaria, pero a la vez pujante y dinámica matriz social burguesa.
Roberto Fernández Retamar ha resumido lo esencial de dicho proceso, con su habitual maestría, en trabajo Cuba Defendida. Contra Otra Leyenda Negra: “Es imprescindible considerar la gran aventura que inició un nuevo capítulo en la historia cuando en 1776 las Trece Colonias --señalaba--, entonces sólo un puñado de tierras y de gentes, emitieron una inolvidable Declaración, previa a la francesa de 1789, habiendo desencadenado contra Inglaterra la que iba a ser la primera guerra independentista victoriosa en América. Esa independencia nos parece admirable, a pesar de que aquella Declaración, donde se afirmó desafiantemente que todos los hombres han sido creados iguales, sería contradicha pronto, pues la esclavitud se mantendría durante casi un siglo en la República nacida de esa guerra. Los hombres que en el papel eran iguales resultaron luego ser sólo varones blancos y ricos: no los indios, que en su gran mayoría fueron exterminados como alimañas, ni los negros, que continuaron esclavizados. La nación que entonces surgió era además, para decirlo en palabras de Martí, cesárea e invasora”.
Y es que la Revolución de Independencia de los Estados Unidos se adelantó, no cabe dudas, a la enorme contribución histórica que aportaría, algunos años más tarde, la Revolución Francesa, cuyo impacto es ampliamente conocido, a partir de que abre una época de profundas transformaciones, que cambian de modo definitivo todo el panorama social, cultural, científico, productivo, industrial, en Europa, con implicaciones incluso de índole mundial. Estaría de más insistir en el hecho de que la misma ha sido fuente de inspiración de luchadores contra tiranías, sistemas absolutistas --monárquicos, clericales y feudales.
Con razón se ha insistido por no pocos historiadores y especialistas en el origen burgués y sobre todo, en el carácter antipopular de la célebre Constitución de los Estados Unidos (ese texto jurídico y político que es el más antiguo en nuestro Continente, y que se toma como modelo por otros países, a la hora de concebir sus propios documentos constitucionales, o que en algunos cursos sobre historia de América o mundial se presentan como ejemplos de los más completos), al caracterizarla como el fruto de cincuenta y cinco ricos, entre quienes se encontraban comerciantes, esclavistas, hacendados y abogados, que sin rodeos no hicieron más que defender sus intereses clasistas. Por supuesto, a pesar del tremendo aporte intelectual y político de figuras como Washington, Jefferson, Hamilton, Madison, Franklin, entre otros, ninguno de ellos tuvo proyecciones de beneficio mayoritario, ni incluyó en sus reflexiones a las masas populares. Desde el punto de vista constitucional, lo cierto es que con la conquista de la Independencia, ni los obreros de las manufacturas, ni los artesanos ni los esclavos no lograron sustanciales mejoras en sus condiciones de vida.
El historiador Howard Zinn lo esclarece, en su excelente libro La Otra Historia de los Estados Unidos, cuando señala que “los Padres Fundadores no tomaron ni siquiera en cuenta a la mitad de la población” al referirse a los segmentos sociales que quedaron excluidos del marco de reclamos e inquietudes por los que se preocupaban los documentos fundacionales de la nación estadounidense.
Las bases doctrinales e institucionales sobre las que se levanta el aparato político de los Estados Unidos --y en general, los soportes que sostienen el diseño de la sociedad norteamericana, incluido su sistema de valores-- están contenidas, podría afirmarse, en una serie de documentos, entre los que se distinguen tanto la mencionada Declaración de Independencia, de 1776, como la referida Constitución del país, rubricada unos años después, en 1787, en Filadelfia. El primero sería un texto revolucionario, enfocado hacia la arena internacional, procurando dotar de legitimidad al tremendo proceso que tenía lugar. El segundo fue un documento conservador, dirigido hacia dentro de la sociedad norteamericana, en busca de la preservación o consagración de la normatividad, de la legalidad que sirviera de garantía a los cambios ya logrados.
Para decirlo en pocas y sencillas palabras: la Constitución ponía fin a la revolución convocada por la Declaración de Independencia. Elitismo, exclusiones, limitaciones, restricciones, se levantarían como realidades, desde allí, en contraposición con los ideales y promesas de participación, libertades, posibilidades y derechos, que se proclamaban antes.
¡Qué paradoja! En esta síntesis, que pareciera un juego de palabras --lamentablemente, no lo es-- está contenido el legado real de la Independencia en ese país, que hoy se pretende recrear como símbolo mundial de la democracia. Es un legado de retórica, demagogia, inconsecuencia, plagado de intolerancia, violencia e injusticias. arriba

II. La Promesa Democrática

El tema de la democracia es de la más vieja data en el devenir de los Estados Unidos. Sería difícil encontrar a un interesado en el conocimiento o estudio de la realidad norteamericana (su historia, el cine, la literatura, la música, la vida cotidiana, la política) en cuyo imaginario --al procurar asociar determinados conceptos, valores o cuestiones trascendentes al acontecer de ese país, o al tratar de fijar aspectos identificatorios de esa sociedad--, no le viniese a la mente la palabra democracia. Y es que gracias al papel de la escuela, libros de texto, medios de comunicación (radial, escrita, televisiva, cinematográfica), se difunden y reproducen estereotipos, en virtud de lo cual, la promesa o la aspiración democrática se presenta como un imperativo fundacional de la nación norteamericana.
No importa que el término no aparezca como tal, para sorpresa, seguramente, de muchos, ni en la Declaración de Independencia ni en el texto de la Constitución. Sucede que la democracia es una de las cuestiones más discutidas en la filosofía y el pensamiento social desde la antigüedad. Según los estudiosos, se trata de una de los temas más perdurables en política y se ha convertido en el siglo XX en uno de las más centrales y debatidos; se le atribuyen significados y connotaciones muy disímiles en su larga historia y se le define desde el punto de vista académico en la actualidad con enfoques bien diferentes, acorde con el contexto de los distintos contextos socioeconómicos en los cuales se le ubique. No obstante, la mayor parte de los criterios coincide en destacar que en la base de las diversas definiciones de democracia, está la idea del poder popular o del pueblo; o se enfatiza aquella situación en la cual el poder y la autoridad descansan en el pueblo.
Una de las conceptualizaciones más conocidas de la democracia --quizás la más conocida--, sea aquella dada por Abraham Lincoln, en el siglo XIX, al concebirla como “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, en la que también se insiste en la idea anterior, es decir, en la importancia del poder popular o del pueblo, como elemento esencial de la democracia. Con independencia de lo que se entienda por pueblo --cuestión fundamental--, lo cierto es que a lo largo de la historia, la democracia ha sido entendida y asumida, la mayor parte de las veces, bien como forma de gobierno, bien como conjunto de reglas que garantizan la participación política de los ciudadanos, como exigencia moral y humana, de valor como principio universal, o bien como método de ejercicio del poder.
De este abanico, conviene subrayar la variante que distingue la democracia cual forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por el pueblo, lo que lleva consigo el principio de la participación popular en los asuntos públicos y en el ejercicio del poder político. La participación, por tanto, es primordial a la hora de comprender y asumir la democracia. No obstante, no siempre existe consenso acerca de lo que se define como participación, como tampoco con la manera de entender el concepto de pueblo. Y es que de ello se desprenden consecuencias trascendentales a la hora de determinar el alcance real de la democracia.
En los Estados Unidos, durante el período de la guerra de las trece colonias contra Inglaterra, hacia finales del siglo XVIII, la discusión en torno a la democracia tuvo lugar entre contradicciones y conflictos, a través de un proceso que no fue lineal. En ese contexto se desarrollaron las dos tendencias ideológicas fundamentales que influirían posteriormente en las nuevas instituciones políticas y jurídicas y en la formación del Estado norteamericano moderno: la antipopular , liderada por los federalistas Hamilton, Madison y Jay; y la democrática, encabezada por Jefferson y Paine. En cuanto a la forma de gobierno que debía adoptar el Estado norteamericano, los federalistas se pronunciaban a favor de la monarquía constitucional a semejanza de la inglesa, mientras que los partidarios de la tendencia democrática abogaban por la república democrática burguesa. Como se sabe, finalmente se impuso esta última posición.
A partir del siglo XIX, con el famoso libro de Alexis de Tocqueville, La Democracia en América, en 1835, se incorpora un nuevo término al lenguaje político en los Estados Unidos: el de democracia representativa, cuyo efecto sería trascendental. Se comienza a utilizar el término acuñado por dicho autor, concediendo al sufragio y al sistema electoral en general, el papel esencial dentro del ejercicio democrático y relegando a un segundo plano la participación ciudadana en la toma de decisiones y en el ejercicio del poder. Esta idea, de la representación liberal burguesa que se plasma en la sociedad norteamericana --que no rinde cuenta, que no es revocable, que se desvincula cada vez más de los intereses populares--, es, desde luego, la negación misma de la democracia.
Con el desarrollo del capitalismo se producen cambios radicales en la concepción de la democracia y de la participación que se había establecido, a través de la sociedad esclavista y feudal. La vida social se hace más compleja, toda vez que se amplían las esferas de participación ciudadana, y que se incrementan las personas con derecho a participar. La participación en el ejercicio del poder y en los asuntos del Estado, bien directamente o por medio de representantes, es consagrada jurídicamente como uno de los derechos fundamentales del ciudadano, extendiéndose a grandes capas de la población. Se convierte en un atributo de las masas, sobre la base de la idea de la soberanía popular.
Anticipándose un poco a la célebre revolución francesa, que consagra tales principios, la que tiene lugar en los Estados Unidos, con base en la Declaración de Independencia, de 1776, en la Constitución, de 1787 y sobre todo con las enmiendas que introduce la denominada Carta de Derechos (Bill of Rights), los atributos de la democracia entrar formalmente en vigor en la vida social y política norteamericanas: la libertad de palabra, de prensa, de reunión, de asociación. La historia ha mostrado, más de una vez, los límites reales con que tropieza el ejercicio de tales atributos.
Desde la Constitución, la idea relativa a lo que luego se entronizaría como la forma básica de participación en la vida social y política de un Estado o país --las elecciones, el sufragio—quedaría recogida, en términos del derecho a elegir y a ser elegido. En una sociedad como la estadounidense, la cuestión de la democracia se reduce, como regla, a la institucionalidad de las elecciones. Si existe el derecho al sufragio, hay democracia. Si no existe, ni hablar de democracia.
En el siglo XX, esa concepción específica, restringida, reduccionista, unilateral, se estrecha aún más, en la medida en que según los enfoques norteamericanos, los procesos electorales son expresión de la democracia sólo en aquellos casos en los cuales se reproduce el esquema válido en los Estados Unidos. Si no se lleva a cabo a su imagen y semejanza, entonces los mecanismos democráticos no son reales o son incompletos. Por tanto, fuera de ese patrón, no existe la democracia. Los medios de difusión, el arte y la cultura en los Estados Unidos (e inclusive, también desde muchos otros países) han contribuido, queriéndolo o no, no sólo a difundir los bienes de consumo que simbolizan a esa sociedad, como la Coca Cola, sino el modelo de democracia que se supone es universal.
Teniendo en cuenta la significación o peso que tienen las elecciones para la comprensión de la democracia en una experiencia como la de los Estados Unidos, es que generalmente se unen las dos cuestiones al hablar del sistema político de ese país. No es inusual hallar la expresión de que el mismo es, por excelencia, un “sistema democrático” o un “sistema electoral democrático”, cuando se está haciendo alusión al carácter y contenido que allí asume el proceso electoral.
Nelson P. Valdés --un sociólogo de origen cubano, profesor de la Universidad de Nuevo Méjico--, sintetiza con gran fuerza gráfica y fino sentido del humor lo apuntado, sugiriendo que la democracia norteamericana puede ser calificada como democracia de mercado: “Un aspecto fundamental de la democracia --señala en un artículo publicado en la revista electrónica Radio progreso Semanal-- son las elecciones. Ustedes deben saber que en nuestro sistema democrático los aspirantes presidenciales tienen un límite para lo que pueden gastar si reciben financiamiento federal. Sí, el gobierno federal puede financiar a los candidatos (pero sólo si han obtenido un por ciento determinado de votos en una elección previa. Puede que usted piense que tal práctica no es justa para los nuevos partidos políticos, pero como dijo el presidente Jimmy Carter, el mundo no es justo)”.
Y no hay dudas de que su análisis es persuasivo y bien argumentado: “En las elecciones presidenciales del 2000 --añade el sociólogo nombrado--, la Comisión Federal Electoral (que hace las leyes sobre gastos) estableció que si un candidato a presidente acepta financiamiento del gobierno, el candidato puede gastar $40,5 millones a fin de obtener la nominación de su partido (demócrata o republicano) En Estados Unidos el partido político no selecciona a un candidato, sino que los candidatos se autoproponen al partido --y eso cuesta dinero. Una vez que el partido político selecciona a alguien como su candidato, entonces el candidato puede gastar hasta $67,5 millones durante la campaña presidencial. Es más, cada uno de los partidos políticos puede también gastar hasta $13,5 millones cada uno en la convención de su partido. En total cada candidato tiene un límite de gasto de unos $122 millones. Si uno acepta el financiamiento federal, entonces recibe otros $122 millones del gobierno federal. En otras palabras, cada candidato puede gastar la modesta cantidad de $244 millones para convertirse en presidente de Estados Unidos. Usted puede pensar que es mucho dinero, pero como dijo una vez W.C. Fields, en Estados Unidos obtenemos el mejor presidente que se puede comprar. Sin embargo, debe saber que el límite de gastos no se aplica si el candidato decide no aceptar fondos federales. En ese caso, no hay límite para lo que se puede gastar en una campaña”.
Pareciera que, con estos truenos, aún faltan algunos requisitos para afirmar que los Estados Unidos, en sus doscientos treinta años de experiencia nacional, han satisfecho la promesa democrática. Sobre todo, si quisiera entenderse el asunto a la luz de lo que precisa el historiador norteamericano, Howard Zinn, en las últimas líneas de su ya citada obra. Allí comenta que el principio democrático que puede estar presente, subsumido, en el espíritu de de la Declaración de Independencia, “declaraba que el gobierno era secundario, que el pueblo que lo había establecido era lo primero. Por consiguiente, el futuro de la democracia depende del pueblo, y de su conciencia creciente acerca de cuál es la manera más decente de relacionarse con los seres humanos de todo el mundo”. Compárese esa aspiración con la realidad norteamericana de hoy. Parece obvio que la promesa no se ha cumplido. arriba

III. El Sueño Americano

¿Quién no ha oído hablar o leído del Sueño Americano? ¿O tal vez se ha encontrado con la expresión en inglés, the American Dream?. Como regla, la frase se refiere a las ilusiones que se crean en esa amplia gama de personas que, motivadas por expectativas derivadas de libros y películas, basadas en historias de otros, junto a las dificultades y reveses con que tropiezan a diario en sus países de origen, desean cambiar sus vidas, sueñan despiertos, y hasta deciden un buen día orientar sus caminos hacia una sociedad que les abra sus puertas y les brinde opciones de trabajo, vivienda, consumo, bienestar; que les ofrecezca un futuro; donde puedan materializar aspiraciones, triunfar. En fin, alcanzar sus sueños. Algo así como aquél destino onírico que buscaban exploradores, aventureros, descubridores, soñadores, ilusos, desde todos los tiempos: El Dorado. O la Tierra Prometida.
Según lo comenta Michael Moore, se trata de una droga dulce, que nos la recitan de niños, en forma de cuentos de hadas --de los que pueden hacerse realidad--, siguiendo el mito creado por un popular escritor norteamericano del siglo XIX, Horacio Alger. “Sus historias presentaban personajes de ambientes empobrecidos que --dice Moore--, echándole agallas, determinación y trabajo duro, eran capaces de alcanzar grandes éxitos en esta tierra de oportunidades sin límite. El mensaje era que cualquiera puede triunfar en EE.UU., y triunfar a lo grande. En este país somos adictos a este mito feliz de que se puede pasar de la pobreza a la riqueza”.
De alguna manera, la imagen que aparece y reaparece a través de manifestaciones como la literatura y el cine, o de la tradición oral --muy extendida en los países latinoamericanos y en la cultura hispana, a través de los cuentos o historietas “del que vino de allá”--, reproduce el prototipo de los Estados Unidos como un país de oportunidades, al que basta llegar con juventud, energía, iniciativa, espíritu de empresa, capacidad de sacrificio.
Esa visión idealizada, desde luego, tiene su fundamento, responde a condicionamientos reales, que han alimentado la sensación y la meta de que allí --como se decía en otra época--, “usted también puede tener un Buick” (en referencia a un tipo de automóvil norteamericano, que se popularizó en la década de 1950, cual símbolo de éxito y ascenso social). Con esa frase se tipificó durante buena parte de los decenios siguientes la esencia de las motivaciones que llevaban a muchos a migrar con rumbo a los Estados Unidos, en busca de empleos, de buena suerte, de posibilidades de realización personal, ocupacional, profesional.
Luego del triunfo de la Revolución Cubana, se hizo común que los migrantes que se establecían sobre todo en el Estado de la Florida, en las áreas de Miami y Hialeah, enviaran fotografías a los familiares, vecinos y amigos que quedaban en la Isla, donde aparecían sonrientes al lado de viviendas confortables y atractivos autos, que simbolizaban que, por fin, habían llegado; es decir, que habían triunfado, alcanzado “el Buick”. No importaba, siempre que no se supiera, que la casa fuera la del inquilino de enfrente, o que el coche de la foto fuera uno estacionado casualmente en la calle del barrio. Esa historia era compartida también por puertorriqueños, dominicanos, mejicanos, que procuraban espacios en el mercado de la fuerza de trabajo, o esperaban por un simple golpe de suerte. Pero eso estimulaba, naturalmente, el flujo característico de los países subdesarrollados o del llamado “tercer mundo”, en dirección al mundo desarrollado, industrializado o “primero”; o sea, la tendencia migratoria desde el Sur hacia el Norte, en busca del Sueño Americano.
Es bien sabido que otros países llevaban la voz cantante, y aún siguen manteniendo esa posición de triste liderazgo étnico y cultural --como México, que a pesar de ser reconocido como “socio” privilegiado de los Estados Unidos mediante el Tratado de Libre Comercio, sufre aún hoy una política discriminatoria en la frontera. Este es un caso ejemplar, ya que los migrantes legales e ilegales que proceden de ese país se han ido acumulando en territorios estadounidenses, fundamentalmente en aquellos cercanos a la frontera del Suroeste norteamericano, en proporciones crecientes y muy significativas en el siglo XXI, como mano de obra barata, recibiendo los efectos del racismo, la segregación y la intolerancia norteamericana, a pesar de su presencia económica, sociocultural, y hasta política.
Pero más allá de esta experiencia, puede añadirse la de los centroamericanos, sudamericanos, caribeños, árabes, asiáticos, europeos. Todos integran ese mosaico étnico, de minorías nacionales, desde latinoamericanos de casi todos los países, hasta irlandeses, italianos, coreanos, chinos, japoneses, y de muchas otras procedencias. Su presencia en las calles, estaciones del metro, aeropuertos, en las páginas de las revistas, en el cine, o en restaurantes de comidas típicas es, más que numerosa, impresionante. Como lo es también la situación socioeconómica que define, en buena parte de los casos, el deprimido nivel de vida, la marginalidad y la exclusión de que son objeto esas comunidades o grupos.
No por conocido, es obviable que los Estados Unidos, como nación, son el resultado de sucesivas y casi constantes flujos y oleadas inmigratorias, constituyendo el área más importante de inmigración en el mundo actual. Las estadísticas demográficas revelan que entre 1820 y 1990, esa sociedad acogió más de 55 millones de personas procedentes de los más diversos lugares del planeta, manteniéndose el incremento de esa tendencia durante la última década del siglo XX. En el XXI, aumentan las inquietudes por el hecho de que se calcula que, en específico, la población de origen latinoamericano alcanzará pronto una cifra que representa el 25 % (o sea, la cuarta parte) de toda la población del país.
En este fértil terreno para la reactivación de la xenofobia, el racismo, la discriminación étnica, el control fronterizo, se alimentan las ideologías más conservadoras y la universalidad del Sueño Americano se relativiza, de manera muy notable, visible. En estas circunstancias, pareciera que no todos los hombres nacen iguales, y que sus oportunidades de ascenso, éxito, triunfo, realización --como se le quiera llamar-- tampoco son iguales. Unos son más iguales que otros. Depende del color de la piel, del origen nacional, del acento con que se hable el idioma inglés.
La inmigración norteamericana presenta rasgos muy peculiares. La sociedad norteamericana ha nacido de la inmigración, y se ha desarrollado con el aporte y por el esfuerzo de los inmigrantes. En este sentido, es muy importante tener claro que uno de los componentes esenciales de la imagen que los Estados Unidos tienen de sí mismos es su historia como nación de inmigrantes. El fenómeno de la inmigración forma parte sustancial de su mitología nacional, al contrario de lo ocurrido, pongamos por caso, en Europa, donde la esencia y el origen de las diferentes naciones se ha justificado a través de la homogeneidad cultural. En sociedades que se consideraban perfectamente configuradas, como la francesa, el aporte de los inmigrantes no se ha valorado nunca como una contribución a la creación de su pueblo, que desde la Revolución de 1789 se presentaba ya como un todo acabado.
En la sociedad norteamericana, por el contrario, el asunto ha sido visto más bien como una suerte de ayuda pasajera, o de alivio temporal, para su desarrollo; y como un problema a largo plazo, que atenta en el fondo contra la unidad cultural y la identidad nacional. A pesar de que casi todos los estadounidenses son o descienden de inmigrantes de mayor o menor antigüedad --o precisamente por ello--, la historia de los Estados Unidos ha vivido permanentemente sumida en un debate interminable sobre la inmigración: a quienes admitir, cuántos, con qué características. Estos debates se han reavivado en momentos de aumento del flujo migratorio y, sobre todo, a partir de los cambios en su composición, junto a las oscilaciones de las demandas laborales, dando lugar a conflictos y tensiones entre diversos grupos etnoculturales, así como a contradicciones entre éstos y la política inmigratoria del gobierno norteamericano, que se ha ido ajustando acorde con las épocas.
A lo largo de la historia, principalmente hacia mediados y finales del siglo XX, la discusión en torno a la asimilación, a la integración o al multiculturalismo ha sido intensa en el seno de la sociedad estadounidense, adquiriendo el tema proporciones sobresalientes en determinadas ocasiones. Las reacciones xenófobas de los llamados nativistas, en contra de los inmigrantes se han argumentado en la imposibilidad de su americanización, y en el riesgo que ello supondría para la sociedad americana. En ciertas etapas se ha acentuado el rechazo a los asiáticos, a los latinoamericanos, a los árabes, lo cual se ha manifestado, con frecuencia, mediante la violencia. Ello ha dependido del contexto socioeconómico y político, manipulándose el tema, incluso, de modo oportunista, en ocasiones, con fines electorales.
Como escenario del Sueño Americano, los Estados Unidos contienen un definido y notorio componente de violencia institucionalizada, que reaparece con intermitencia a lo largo de su devenir histórico como nación, evidenciándose tanto al nivel del sistema político como de la sociedad civil y la cultura. De manera regular, el ejercicio de esa violencia se incuba en caldos de cultivo tan saturados de intolerancia, que ésta opera como justificación ideológica de determinadas acciones que promueven entonces el Estado, los partidos o grupos de interés. De aquí que las condiciones que propicia esa sociedad favorezcan más una pesadilla que un sueño placentero. Una película bastante reciente, de 2004, titulada Crash, expone con gran fuerza dramática el mundo de conflictos humanos, insatisfacciones familiares, frustraciones profesionales, tensiones raciales, discriminación étnica, abusos policiales, corrupción administrativa, en una ciudad populosa como Los Angeles, que es un ejemplar crisol de razas, colores, inmigrantes, prejuicios, violencias. Ninguna de las historias que se presentan cataloga como expresión del Sueño Americano. Son pesadillas sin despertar.
La historia norteamericana, con base en determinados hitos y etapas, ha sido un repertorio de excesos, a través de los cuales se han violado una y otra vez derechos constitucionales básicos de los ciudadanos, en el plano interno. Así, por ejemplo, en la década de 1920, prevaleció un clima de racismo y xenofobia, de nativismo patriotero, en el que se ubican el resurgimiento del Ku Klux Klan y la ejecución de Sacco y Vanzeti. En los años de 1950, cuando la tenebrosa era del macarthismo, se impuso una similar atmósfera de persecución contra toda manifestación, intelectual o política, que pudiera “atentar” contra los valores esenciales de la nación y la cultura estadounidenses, en medio de una irrespirable histeria anticomunista, definida por la obsesión conspirativa contra la seguridad nacional. En ese marco se ejecutó a Ethel y Julius Rosenberg. El contexto que se establece luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, recrea otro oscuro capítulo en la historia norteamericana, donde se entroniza la cultura de la intolerancia, la violación de los derechos ciudadanos, la paranoia y el fanatismo. La llamada ley de Seguridad Nacional o “Patriótica” es el manto con el cual se refuerzan los controles migratorios, el sentido de la discriminación y en general, un patrón de xenofobia y racismo. ¿Qué tiene ésto que ver con el Sueño Americano? arriba

IV. Ërase una Vez en América

La sociedad norteamericana contemporánea –no es posible ignorarlo--, ha sido escenario de múltiples conflictos y tensiones, al que cada día se añaden nuevos episodios que enriquecen el amplio aval de delito criminal, corrupción administrativa, fraude financiero, clientelismo político, libertinaje gubernamental. Durante los últimos treinta años, la prensa ha divulgado casi a diario hechos de sangre en calles y escuelas, casos de abuso lascivo, actos de violencia racial o migratoria, junto a expresiones de protesta ciudadana o desobediencia civil. Los documentales de Michael Moore de seguro ya están en la mente del lector, toda vez que reflejan con claridad esa cultura que sacraliza las armas de fuego y articula una suerte de adoración mundana ante su tenencia y empleo. Pero eso sería sólo la punta del iceberg.
Esa cultura de violencia, empero, es apenas uno de los componentes del mosaico nacional norteamericano, en el que el desorden y la inadaptación semejan, más que la excepción, la regla. La década de 1970 marcó, tal vez como ninguna otra, la capacidad de estremecimiento de los Estados Unidos, sobre todo por la envergadura integral de la crisis que conmocionaba en aquél momento al país. El denominado escándalo Watergate evidenció las impurezas y manejos turbios de la figura presidencial, propiciando la crisis de la institución ejecutiva central; la derrota en Vietnam demostró a los norteamericanos que la presunta invulnerabilidad militar y mundial del país, asociada al sentimiento de superioridad nacional, no era más que un mito; y la profundísima crisis económica de mediados de aquél decenio puso de manifiesto que la sociedad estadounidense también podía ser reversible, al traer a la orden del día las amargas experiencias de inflación, desempleo, inseguridad, del 29 al 33, cuando la gran depresión.
Durante las tres últimas décadas, algunos acontecimientos sobresalientes reflejados en los medios de comunicación como incidentes escandalosos, de mayor o menor alcance, dibujan arcos de crisis social, política, económica, en las que se mezclan justamente la violencia, el desorden, la incapacidad adaptativa. Algunos ejemplos: el brutal crimen masivo, perpetrado por el tristemente célebre Charles Mason , líder de una secta satánica, que puso fin a la vida de la actriz Sharon Tate, entre otras víctimas; la barbarie terrorista de Oklahoma, cuando el cabecilla de un grupo extremista, Timothy Mc Veigh, lidereó el atentado dinamitero contra un edificio estatal; las situaciones reiteradas de violencia criminal en escuelas, derivadas de la tenencia de armas de fuego, que provocaron la muerte a numerosos jóvenes, de manera destacada, en Arkansas; lo que se conoció como el escándalo Irán-contras, a veces presentado como el Irangate, que implicó desvío de fondos federales; los escandalosos sucesos, asociados a la falta de honestidad de directivos y a delitos contables cometidos por ejecutivos de importantes corporaciones que terminaban en bancarrota, como la de Enron, Global Crossing, WorldCom y Tyco. Es como para asustarse.
Pareciera como si la sociedad norteamericana funcionase según un patrón cíclico, que de modo recurrente, cual movimiento pendular de un reloj antiguo de pared, reprodujera acontecimientos y situaciones notablemente trágicas para la vida cotidiana y la credibilidad de las instituciones públicas y privadas. Ello origina cuestionamientos morales, sensaciones de frustración, crisis de confianza en el ciudadano medio. Y es que no se trata de hechos aislados, coyunturales. Son fenómenos estructurales, insertados de manera orgánica en el tejido social, económico y político de los Estados Unidos. Consustanciales, no hay dudas, al desarrollo mismo del capitalismo allí.
Allá por los años de 1970, se afianzó de modo efímero un estilo en la cinematografía italiana que tuvo un gran impacto circunstancial en la cultura latinoamericana, popularizándose de inmediato. Lo que se conocería como western spaguetti presentaba versiones satíricas de un género que gozaba de gran aceptación entonces, como las llamadas “películas del oeste” o “de vaqueros”, mediante situaciones exageradas que acentuaban la dimensión heroica de sus protagonistas, convirtiéndolos en arquetipos prácticamente inmortales e invencibles., dotados de audacia y eticidad.
En medio de contextos en los que la ambición, la avaricia, la traición, el rencor, la venganza, el sadismo, eran conductas cotidianas, ambientados en condiciones de miseria, deterioro, aislamiento, la mayoría de las veces enmarcados en parajes desérticos, polvorientos, semidestruidos, abandonados, aparecían aquellos superhéroes, enfrentando a supervillanos, encarnados por carismáticos actores, promovidos por el cine norteamericano. En buena parte de ellos, la música de Ennio Morricone y la dirección de Sergio Leone se sumaban como esmerados, cuidadosos, idóneos atributos artísticos que redondeaban visiones satíricas de los filmes de aventuras a los que, con seriedad, nos tenía acostumbrados el estilo de Hollywood.
Con similar filosofía, el propio Leone se movió hacia el siglo XX, entregando uno de los grandes frescos cinematográficos de la sociedad norteamericana de los tiempos de entreguerras mundiales, con el sazón de jóvenes inmigrantes italianos que llegan a la tierra prometida, al suelo neoyorquino, en un afán de triunfo, de éxito, en medio de violentas y conmovedoras escenas en las que la amistad, la honestidad, el amor, los principios y los sueños son sepultados por la ambición, la traición, la mentira, la doble moral y la desesperanza. Érase una vez en América es la otra cara de esa moneda que es el llamado sueño americano; es la desmitificación del exclusivismo estadounidense; en palabras del conocido historiador Howard Zinn, sería la otra historia de los Estados Unidos; en las del popular humorista H. Zumbado, reflejaría el verdadero sentido del American Way of Life.
El drama de los desgarramientos de la sociedad norteamericana se ha hecho notablemente visible en los últimos años, en la medida en que el mito de la sociedad democrática, del país de las libertades ciudadanas, the american dream, no puede seguir siendo simbolizado con la monumental imagen de la estatua de la libertad, la que desde hace mucho ha dejado de dar la bienvenida con los brazos abiertos a los inmigrantes que llegan a la costa del noreste de los Estados Unidos buscando oportunidades.
Gracias a una feliz iniciativa de la Editorial Orbe, se publicó en La Habana, en 1981, el excelente libro de Zumbado, titulado El American Way, en el que mostraba a través de crónicas escritas con fina ironía el auténtico rostro del modo de vida de un país cuyo sistema social --decía—“a estas alturas de finales del siglo XX ya huele un poco a queso rancio y a escombro imperial romano”. Sus artículos abarcan la política, la delincuencia, la discriminación, el crimen, la pornografía, la publicidad capitalista, la guerra contra Vietnam, la prostitución, y , en su palabras, “otros valiosos valores del American Way”.
La naturaleza antidemocrática, represiva, profundamente injusta de esa sociedad la había retratado Jack London, quien a través de su novela futurista El Talón de Hierro --ya mencionada al inicio de este trabajo, y ajena a su habitual trama de aventuras-- había anticipado una madura visión crítica de las estructuras de control tiránico en ese país.
Como bien sabe el lector, son muchas ya las ciudades que de vez en cuando aparecen encabezando las listas de áreas más peligrosas de los Estados Unidos, por el volumen de asesinatos, asaltos, violaciones: Miami, Los Angeles, Nueva York, Washington. El cine ha dado cuenta de estas tendencias en los últimos años, mediante películas de directores como Oliver Stone o Quentin Tarantino. Los cinéfilos no podrán olvidar en estos casos cintas como Asesinos Natos, Pulp Fiction, Perros de Reserva, cuyos cuadros dramáticos no pueden ser más agudos y descarnados. Tampoco sus intenciones de desnudar, acudiendo a la ficción, vicios, excesos, crueldades, inherentes todas a la sociedad que las crea y recrea.
En similar sentido, las populares historietas gráficas de ficción de Frank Miller, recogidas a través de la serie titulada Sin City, llevada al cine en versión homónima por Robert Rodríguez (en ocasiones presentada en español como Ciudad del Pecado) aportan otras perspectivas cuyo mensaje no puede ser más sobrecogedor, sórdido. Son verdaderas antologías de sangrienta violencia, bajos instintos y podredumbre moral.
Las elecciones presidenciales del 2000 evidenciaron con simbolismo el carácter fraudulento del proceso político. Como esfuerzo destacado, Greg Palast, periodista de la BBC y el diario The Guardian, realizó una investigación sobre una purga de votantes de las listas electorales de Florida. Según ésta, hasta 57 mil personas, en su mayoría “afroamericanas” y de afiliación demócrata, fueron privadas de su derecho a voto. Palast cuenta en su libro The Best Democracy Money Can Buy (La mejor democracia que el dinero puede comprar) cómo el estado de Florida contrató a la empresa DBT por cuatro millones de dólares para que eliminara de la lista electoral a delincuentes, pero incluyendo a votantes con nombres similares o nacidos en la misma fecha que los delincuentes, y principalmente a negros y demócratas.
Por su parte, el intelectual y cineasta Michael Moore, a través de sus documentales, Bowling for Columbine (2002) y Fahrenheit 9/11 (2004), así como de su libro Estúpidos Hombres Blancos, publicado en español en 2003, interpela al contexto sociopolítico e ideológico norteamericano, sobre todo después de los atentados terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono, describiendo el clima de temor, la manipulación de la paranoia y la histeria de masas, la violencia latente y manifiesta en ese país.
En una entrevista que se tituló De cómo los estadounidenses llegamos a ser tan odiados, el escritor Gore Vidal se refería hace un par de años a la crisis de confianza, de legitimidad, que sacude a la sociedad norteamericana, a su población, y explicaba el llamado sentimiento “antinorteamericano”, a partir de la carga negativa que se han echado encima los gobernantes de ese país, al promover represión interna y rapiña exterior, casi desde el mismo momento en que promovieron la Declaración de Independencia, hace doscientos treinta años. arriba

IV. Una Tragedia Americana

Las consecuencias del 11 de septiembre de 2001 para los Estados Unidos incluyen, en primer plano, las tremendas reacciones de supuesta defensa de esa nación, dentro y fuera de la misma, mediante apelaciones a la represión ideológica e institucional y al uso ilimitado de la fuerza militar. Así, el mundo se interroga y atemoriza ante la descomunal capacidad de asumir los valores y principios el país que domina, en el Siglo XXI, con unilateralidad imperial, las relaciones internacionales.
Los valores y principios que definen a la sociedad norteamericana tienen su raíz, como en cualquier país, en las simientes de su historia nacional. Si uno quiere entender las bases que sostienen el proceso de integración de una cultura, no puede obviar la mirada hacia su etapa fundacional. Es en la articulación inicial de los factores y condiciones que se mezclan e interactúan, en esa secuencia, que se vertebra la armazón del sistema de valores, el conjunto de concepciones, que caracterizará luego la psicología nacional, la idiosincrasia, la cultura política de una nación. De ahí que los soportes de los Estados Unidos en el siglo XXI se encuentren en el proceso mismo de su formación como país independiente. En ello, como se conoce, confluyen las herencias de la sociedad inglesa que llega junto a la dote geográfica y cultural que conforma el entorno norteamericano que sirve de anfitrión.
El impacto británico, a través de la colonización, se traslada a la temprana vida de las trece colonias, originando formas peculiares de implantación en el Nuevo mundo de relaciones mercantiles, principios de apropiación privada, expresiones de individualismo, puritanismo religioso, rígidos patrones morales, mentalidad expansionista. El rico y amplio medio natural que aportaban los territorios coloniales, junto al bajo nivel de desarrollo civilizatorio de las comunidades indígenas autóctonas, permitían, en la interacción resultante, que la naciente sociedad --embrión de la nación estadounidense que surgiría con relativa rapidez-- se saturara del espíritu de aquella población blanca, emprendedora, que creaba su estructura de propiedades con sentimientos de una precaria clase media, forjando una visión del mundo marcada con individualismo, sentido de superioridad étnica e identidad puritana. El tradicionalismo conservador proveniente de una sociedad absolutista que quedaba atrás en Europa se afirmaba también, junto a un no menos definido enfoque ecléctico, en el que se superponían el inevitable el liberalismo ligado a las nuevas relaciones capitalistas en ascenso, que aún no se extendían a plenitud.
La vida de las colonias, primero, y la de la joven nación, después, tenía como uno de sus ejes básicos la extensión de la frontera, la expansión territorial, lo que como es bien conocido, se manifiesta tanto con la ocupación creciente, despojo y genocidio de los asentamientos de las tribus nativas, como con el arrebato de propiedades a otras potencias coloniales y en particular, al vecino país mejicano. En ese proceso, se alimenta en sus protagonistas la falta de principios y de escrúpulos. Ya lo decía Marx: el hombre piensa de acuerdo a como vive, no a la inversa. De ahí que, entre otras cosas, esas ausencias estén marcando también, además de las características ya apuntadas, el imaginario de los norteamericanos (dicho de otro modo, la psicología nacional, la idiosincracia, la cultura política de los Estados Unidos, para utilizar los términos que ya se mencionaron, y referirlo más que a conductas individuales, a una escala social). Por eso es que, parafraseando a Gore Vidal, sería válido aseverar que los norteamericanos han llegado a ser tan odiados hoy. Así se entiende el grado de antinorteamericanismo que existe en la actualidad. Es que además del individualismo, el puritanismo, el espíritu de empresa, el liberalismo-conservador, la filosofía maquiavélica de que el fin justifica los medios --la ética de la falta de principios y de escrúpulos-- definen a nivel sociocultural a los Estados Unidos.
Una conocida novela titulada Una tragedia americana, de Theodore Dreiser, narra una de esas historias que reflejan de modo paradigmático el peso de la conducta individual en ese país. Se trata de un joven ambicioso e impaciente, procedente de una familia religiosa, de un pequeño poblado, de esos que quieren saltar etapas y alcanzar el éxito cuanto antes, al llegar a una gran ciudad. Luego de varios tropiezos e incidentes consigue entrar como empleado en una fábrica y cultiva un romance fugaz con una obrera, que quedará embarazada. A la par, resulta que se enamora de la muchacha más bella, deseada y rica del lugar, lo que pareciera garantizarle una rápida llegada a la meta, Sin embargo, ante la presión de la otra joven, quien le exige matrimonio o le amenaza con desenmascararle ante la alta sociedad, se le despiertan sentimientos bajos, llegando a imaginar incluso su asesinato. Como ironía de la vida, antes de ejecutar la acción, lleno de contradicciones internas y vacilaciones, el bote en que navegan por el río se voltea y la muchacha se ahoga, accidentalmente. El protagonista no llega a cometer el crimen, pero ha hecho gala de su falta de principios y de escrúpulos a lo largo del drama. Las pruebas lo acusan de forma abrumadora. Y como resultado de un juicio rutinario, es condenado finalmente a muerte.
Probablemente, el lector recuerda el libro de Dreiser o disfrutó de su versión cinematográfica, que gracias a lo oportuno de las iniciativas de Hollywood, llevó la historia al celuloide, no de manera totalmente fiel, con un título menos simbólico (aunque tal vez más gráfico, al acentuar con sarcasmo lo pretencioso de los fines que perseguía el protagonista y lo inescrupuloso de sus medios): Un sitio en el sol (A Place in the Sun). No obstante, en los países de habla hispana, se le conoció con un sentido de crítica moral mucho más agudo: Ambiciones que Matan.
Lo que no se resalta en la novela ni en la película, como suele suceder, es la conexión entre esa historia individual o drama personal y el tejido socioeconómico, histórico-cultural, que le sirve de telón de fondo, que es el terreno fértil para la germinación y crecimiento de actitudes tan maquiavélicas, oportunistas, ambiciosas, egoístas. Este desconocimiento, subestimación, ceguera, olvido, es la que ha impedido ver que las causas que conducen a la exacerbación de la violencia, las reacciones de intolerancia y discriminación, tienen sus propias raíces dentro de la sociedad norteamericana. No hay que buscar los motivos ni los ejecutores “fuera” del país, como se pretende hacer ver, sobre todo después del 11 de septiembre de 2001.
Los atentados terroristas al Wold Trade Center, en Nueva York, y a instalaciones del Pentágono, en Washington, fueron el nuevo punto de inflexión para un viraje conservador, que colocaba la intolerancia y sus expresiones múltiples en la orden del día de la política interna. Los aires del macarthismo se renovaban. El pretexto ya no sería, claro está, el anticomunismo, sino la lucha, aún más difusa, contra el terrorismo. Aquí radica la “nueva” tragedia americana.
La sociedad norteamericana es fruto de un proceso histórico que no ha sido lineal. En él se conjugan, de manera zigzagueante, valores progresivos y regresivos, avances y retrocesos, momentos de luz y de sombras. La historiografía ha establecido que en la trayectoria política y cultural de los Estados Unidos, algunos de ellos, como los relacionados con el sentido de la democracia, la libertad, los derechos humanos y la justicia, tal y como son formulados por las tradiciones y la retórica de los llamados Padres Fundadores, promotores de la Revolución de Independencia, se relativizan y se niegan, a menudo, a partir de su contrapunteo con las acciones de gobiernos posteriores, como el de George W. Bush.
Este ha sido el caso, si se quiere, del lugar y papel de las tendencias conservadoras dentro de la vida política y la sociedad norteamericanas, con frecuencia manifiestas y visibles en reacciones de intolerancia, como las tratadas con anterioridad, y en otras ocasiones latentes y sumergidas, aunque lamentablemente, no desaparecidas del mapa político-ideológico en Estados Unidos. Esa cultura de la violencia se superpone o solapa con concepciones de seguridad nacional como las manipuladas al calor del 11 de septiembre de 2001, reiteradas en las diversas intervenciones públicas de Bush en el marco de la reciente conmemoración del quinto aniversario de aquél siniestro. Ellas son parte --como lo demuestra Eliades Acosta en El Apocalipsis según Saint George-- del entramado tejido por el pensamiento neoconservador, que en sus expresiones actuales amplifica el ideario que se advertía desde la administración Reagan, en la década de 1980.
La seguridad nacional de los Estados Unidos, al operar ideológicamente en un plano de legitimación interno, y en otro, de apuntalamiento doctrinal de la política exterior, propicia excelentes razones o pretextos para justificar su defensa --real o artificial--, acudiendo a todo tipo de acciones, incluidas las militares, siempre que su propósito sea proteger al territorio nacional o a los intereses del país, estén donde estén. Esta manipulación se deriva de la funcionalidad que como “sombrilla”, posee la referida concepción. Se trata de una noción resbaladiza, de una etiqueta de usos múltiples y universales, para connotar cualquier situación, interna o externa, que requiera la acción inmediata, priorizada, por parte del gobierno norteamericano. También se le utiliza con efectividad para justificar cualquier atmósfera represiva y paranoica.
Los reajustes internos posteriores al 9/11 amplían las prerrogativas federales para combatir el terrorismo, incluyendo el control de las comunicaciones individuales, con la consiguiente violación de derechos civiles y judiciales de los ciudadanos. Se rescatan viejas prácticas, paradójicamente, como las de autorizar el asesinato de líderes extranjeros, contratar asesinos e incluso a terroristas para la supuesta lucha antiterrorista, reforzando un ambiente sórdido, marcado por la represión y el belicismo. En su segundo período, Bush ha procurado remozar su lenguaje, trasladando el énfasis situado en el terrorismo hacia temas como la defensa de la libertad, la democracia y la lucha contra las tiranías en todo el mundo. Si bien este esfuerzo por ganar credibilidad dentro y fuera de su país ha hecho más evidente la naturaleza hipócrita, perversa, de la política de los Estados Unidos --en tanto su presencia militar en el medio Oriente se hace cada día más compleja y los resultados electorales de medio término favorecieron al partido demócrata, en medio de contradicciones ideológicas y partidistas--, la situación actual no alcanza la magnitud crítica que, de seguro, adquirirá mayor profundidad en las próximas décadas.
Los Estados Unidos atraviesan, desde hace no poco tiempo, por un proceso de conmociones, crisis, ajustes, transiciones y reacomodos, que se expresan en sus diferentes esferas --incluida su cultura--, aunque sus manifestaciones en curso aún no rompen el consenso interno ni la hegemonía mundial. Quizás lo más complejo y peligroso (o mejor, lo trágico) de las concepciones aludidas acerca de la seguridad nacional sea el hecho de que ellas desbordan el marco estrecho de la ideología política imperialista (entendida como representación teórica clasista de intereses de la oligarquía financiera y grupos de poder hegemónicos) y su expresión consciente al nivel de la conciencia de clase. Ellas se extienden o ramifican como parte de la cultura política en ese país, expresándose con frecuencia, de manera inconsciente, en amplios sectores de la sociedad norteamericana de la mayor diversidad clasista. Esto es lógico, dada la capacidad del sistema educacional y de los medios de difusión masiva, para expandir esa ideología hasta los terrenos de la psicología nacional y de la cultura. La mencionada funcionalidad de las concepciones de la seguridad nacional se podrían resumir así: en el plano doméstico, es el crisol o matriz del consenso; en el internacional, es la plataforma o base doctrinal de la hegemonía mundial. Es decir, constituye un arma de doble filo, como legitimación interna y externa.
Así ocurrió después de la segunda guerra mundial, cuando en los años de 1950 la guerra fría se expresaba, hacia fuera, en la política de la llamada contención al comunismo, en la doctrina estratégico-militar de la represalia masiva, en el bipolarismo geopolítico; y hacia dentro, se traducía en el clima represivo, en la cultura del miedo y la paranoia, en la “cacería de brujas”, que establecía el tristemente célebre macarthismo. Por encima de las distancias históricas, luego del 11 de septiembre, lo que caracteriza, hasta hoy, a la sociedad, la política y la cultura de los Estados Unidos es un fenómeno similar. Una nueva bipolaridad, que apuntala una “nueva” percepción de la amenaza externa; un “nuevo” enemigo global. Ahora no es, claro está, el comunismo, sino el terrorismo. En la vida interna, una atmósfera definida por un “nuevo” macarthismo. El 11 de septiembre permitió que --siguiendo el mensaje estremecedor que nos trasladaba al final aquella película de Bergman, ubicada en la antesala del fascismo alemán--, bajo la fina cáscara del huevo se empezara a ver a la serpiente, ya formada, a punto de nacer.
El mito americano se mantiene vivo, justamente, y una vez más la historia demuestra que en ese país la perversión no sólo es posible, sino real, y que del cascarón emerge un reptil aún más monstruoso. Su renacimiento tiene como comadrona a esa maquinaria que, como ya se ha expresado, manipula y mutila, más consigue reproducir, pautas de comportamiento y representaciones que sirven de terreno fértil para que la cultura del consenso --aún por algún tiempo-- siga cosechando frutos. Con el cinismo y la doble moral que mantiene encarcelados en condiciones de excepcional dureza a los cinco cubanos, por enfrentar el terrorismo, mientras facilita el tratamiento privilegiado y la liberación de un terrorista como Posada Carriles. Ello ocurre en una nación en la cual sus estructuras políticas han decidido nada menos que levantar un muro fronterizo que lo separe de su vecino del Sur, y legalizar todo un sistema de torturas.
En una intervención realizada en Dos Ríos, conmemorando la caída en combate de nuestro Héroe Nacional, Abel Prieto, recordaba que Martí había sido un anticipador, como crítico demoledor de los valores negativos del capitalismo que propugnaban desde entonces los Estados Unidos, y resaltaba la significación de sus análisis desmitificadores acerca de aquella sociedad, signada por el culto al egoísmo y la corrupción, por un modelo económico competitivo y consumista. Y lo ilustraba con palabras martianas: “los hombres no se detienen a consolarse y a ayudarse. Nadie ayuda a nadie. Nadie espera en nadie... Todos marchan, empujándose, maldiciéndose, abriéndose espacio a codazos y a mordidas, arrollándolo, todo, todo, por llegar primero”… en este pueblo suntuoso y enorme, la vida no es más que la conquista de la fortuna; ésta es la enfermedad de su grandeza. La lleva sobre el hígado; se le ha entrado por todas las entrañas; lo está trastornando, afeando y deformando todo. La prosperidad es un cáncer sin los gozos del espíritu”.
El pensamiento crítico, es obvio, tiene aún mucho por hacer, con el hilo de Ariadna martiano y fidelista en sus manos, identificando los verdaderos componentes de la cultura norteamericana en la actualidad y en el porvenir, separando la realidad del mito. O, parafraseando de nuevo a Fornet, distinguiendo de modo laborioso entre la cáscara y el grano.

Jorge Hernández Martínez. Investigador y Profesor Titular. Director del Centro de Estudios sobre Estados Unidos (CESEU), de la Universidad de La Habana

13/07/2007