Ben Hodges, el comandante general del ejército norteamericano en Europa, en 2014-7, exhorta a Estados Unidos, desde las páginas del Financial Times (26/2), a “tomar la iniciativa”. Para eso propone bloquear el acceso de la marina de Rusia al Mar Negro, mediante el cierre de los estrechos de Turquía, un país de la Otan, que conducen al Mediterráneo. Como Turquía y Estados Unidos se encuentran en conflicto en el Cercano Oriente, plantea que Biden cese de apoyar a las milicias kurdas que Turquía combate en el norte de Siria. ‘Sin querer queriendo’, el escenario de guerra se traslada a Asia. La referencia de Hodges al Mar Negro importa también porque en el sur de Ucrania se encuentra Crimea, cuyo puerto, Sebastopol, aloja a la flota rusa. En otros medios de prensa se especula con la posibilidad de que la Otan derribe el puente del estrecho de Kerch, una vía extensa, de construcción reciente, que une en forma directa a Rusia con Crimea. En caso de que se siguieran las recomendaciones del militar norteamericano, la guerra mundial no declarada se convertiría en oficial. No sorprende, entonces, que Putin pusiera en alerta a la fuerza nuclear de Rusia, a despecho del alarido de quienes están promoviendo exactamente esto.
Lo que tiene, por cierto, un alcance ‘atómico’ es la decisión de excluir al Banco Central de Rusia del sistema de transferencias bancarias, conocido como Swift. La medida no implica solamente un golpe severo a las relaciones económicas de Rusia con el exterior y a los activos que posee en las metrópolis financieras, sino que es un ataque mayor a su sistema monetario. El rublo ha perdido el 20% de su valor y la Bolsa de Moscú ha caído en picada; hay una estampida de dinero de los bancos y fugas de capitales. Medidas de este alcance son consideradas motivos de guerra; es lo que ocurriría, por ejemplo, con EEUU en el caso de un retiro no concertado de los bonos de la deuda pública norteamericana, por parte de China, que tiene en cartera un billón y medio de dólares, o de Rusia, que ha venido reduciendo en forma progresiva las tenencias (ha achicado sus reservas en dólares a la mitad de la que tenía hace poco tiempo); provocaría el derrumbe del dólar y pérdidas bursátiles y bancarias enormes. La exclusión de Rusia del Swift, por otra parte, afecta el comercio con países de gran peso, como China e India, Brasil, entre numerosos otros, que quedan envueltos de este modo en un conflicto militar del que se consideran ajenos; incluso a Alemania, que no puede prescindir de inmediato del gas de Rusia. Es cierto que China y Rusia han creado un sistema de transferencias alternativo, pero esto cambia poco la ecuación de la crisis. El Swift transa 400 billones de dólares diarios, en tanto que el Cips opera 50 billones. No están separados, sin embargo, por una muralla infranqueable, porque numerosos bancos realizan transferencias en ambos circuitos. Basta con bloquear a los bancos para excluirlos del sistema de transferencias.
Putin ha bautizado la invasión de Ucrania como una “operación especial”, o sea que no tendría el propósito de ocupar Ucrania, mucho menos anexarla. El objetivo sería defender a las regiones escindidas de Donetsk y Lugansk y reconocerlas como repúblicas independientes. Para ello, de acuerdo a los analistas militares, buscaría cortar a Ucrania en dos, a partir de una línea divisoria que une la frontera con Bielorrusia, al norte, y en los mares Negro y Azov, al sur. Pero la “operación especial” no podría consumar sus objetivos sin la ocupación de Kiev, la capital, y la instalación de un gobierno títere. El desarrollo de los acontecimientos internacionales conducen a una ocupación completa o semi-completa del país. Si la “operación especial” tenía algún propósito, ha fracasado. Putin ha llevado a Rusia a un pantano. La guerra ha alcanzado dimensiones internacionales. Este impasse tiene su impacto sobre el terreno, porque debilita el impulso de la invasión y refuerza la resistencia a ella. Putin alienta una expectativa sin fundamento acerca de que las fuerzas armadas de Ucrania den un golpe de estado pro-ruso. Aunque las negociaciones internacionales se retomen o se pacten treguas y surjan mediaciones, la cuestión de la guerra mundial imperialista ha quedado instalada en forma concreta en el escenario histórico.
Un caso instructivo es el alcance que tienen los acontecimientos sobre el acuerdo de limitación del desarrollo nuclear de Irán, en el que colaboran la Otan, China y Rusia. La prensa de Israel comienza a advertir que, sin un desenlace claro de la crisis ucraniana, esas negociaciones no pueden proseguir. Un retiro de la Otan de las fronteras de Rusia, al menos la que se refiere a Ucrania, daría a Irán, según el sionismo, una puerta para que el estado de los ayatollahs se convierta en una potencia atómica. De otro lado, si las “sanciones” a Rusia se extienden más allá de un cierto punto y además se prolongan en el tiempo, nada podrá impedir que China y la India, entre otros, queden involucrados en la guerra, en diversa medida. Las contradicciones de la economía y la política mundiales que la disolución de la Unión Soviética habría debido resolver, han estallado en todas sus dimensiones. La guerra es una expresión de la agonía mortal del capitalismo y de la barbarie a la que condena a la humanidad.
Las dificultades militares en que podría ingresar la invasión a Ucrania, a partir de la mayor intervención de la Otan, y los perjuicios que la guerra ocasiona a la economía de Rusia y a las fortunas de sus oligarcas, han suscitado en la prensa internacional la especulación de que Putin podría ser derrocado por un golpe interno. La oligarquía financiera rompería su alianza con los servicios de seguridad, o desencadenaría una crisis a su interior. Es indudable que la prosecución de la guerra desatará crisis políticas en todos los países en presencia, no solamente en Rusia. El cerco que EEUU se empeña en imponer a China, no significa que China asuma como propia la política de Putin. Aunque la guerra en Ucrania neutralice en parte la guerra económica de EEUU contra China, esta guerra acelera, a término, la tendencia a la guerra contra China y el acentuamiento de sus violentas contradicciones internas. Las necesidades históricas de China son incompatibles con las perspectivas de un bloque aislado entre ella y Rusia. Los dos bloques en disputa, la Otan de un lado, y la alianza China-Rusia, del otro, se encuentran profundamente divididos, más allá de la unidad de circunstancias provocada por la aceleración de los conflictos.
“Las sanciones no van a resolver los problemas – van a crear otros más graves”. Esta línea de pensamiento de quienes propician negociar un acuerdo político internacional, no advierte que la crisis mundial ha entrado en una suerte de ‘desequilibrio estratégico’, que anuncia mayores violencias. El análisis de los acontecimientos se encuentra envenenado por la teoría de la geopolítica, que reduce la crisis de la humanidad a conflictos entre potencias, disputas de territorios y espacios, o acrecentamiento de poder. La historia de la humanidad, sin embargo, sigue siendo la historia de la lucha de clases. La geopolítica racionaliza la decadencia histórica irrevocable del capitalismo, como un enfrentamiento entre deseos, designios o ambiciones. El desenvolvimiento de la guerra en curso llevará a luchas y levantamientos de masas, a crisis prerrevolucionarias y revolucionarias, que servirán para poner fin al imperialismo, sea el internacional de la Otan, o el periférico de Rusia – él mismo entrelazado con el primero, en las Bolsas de NY y de Londres. La consigna de la hora es: unidad de los trabajadores de Ucrania y de Rusia; unidad internacional de los trabajadores; por una humanidad sin guerras, por repúblicas de trabajadores; por el socialismo.
Jorge Altamira
28/02/2022