¿Una solución a los problemas de les pequeñes productores?
Juan Grabois captó la atención de los medios tras organizar una charla en la Universidad de Córdoba junto al “Rey de la Soja” Gustavo Grobocopatel. Allí destacó que “consideraba a Grobocopatel como el malo y a la economía popular como una resistencia ante una característica inherente del sistema capitalista: la precarización y el desempleo”, pero que actualmente piensa totalmente distinto. ¿Cómo llegó a considerar como victoria una integración entre los sojeros y la agricultura familiar?
La romantización de la pobreza
Grabois afirma que el objetivo de la llamada economía popular es ser feliz, no competir con la economía capitalista. Es decir que pretende que mientras les empresaries explotan un millón de hectáreas les pobres sean felices con un pedazo de tierra. Este planteo de conciliación de clases quedó demostrado en su “plan A” de avanzar en una integración entre los sojeros y la economía popular. Lo que Grabois nos dice entre líneas es que nos conformemos con lo que nos ofrezcan les grandes empresaries.
Para justificar lo anterior dio como ejemplo el caso de una trabajadora bancaria que era maltratada en su lugar de trabajo y acudió a él para ingresar en una cooperativa, a pesar de que fue advertida de que no ganaría más de 50 o 60 mil pesos. Así embellece la vulnerabilidad social de esta mujer que la llevó a tener que elegir entre la violencia laboral y un ingreso que no alcanza la canasta básica. Esto cuando las mujeres somos las más precarizadas del sistema productivo agrícola, por lo que dicha trabajadora no contará tampoco con las condiciones laborales adecuadas.
Además, entrar en una cooperativa no es tan sencillo como parece, porque se debe reunir la comisión directiva y asociar a un nuevo miembro bajo condiciones que muchas veces no son favorables para el individuo. Es por eso que el discurso de Grabois es muy peligroso, fomentando la conformidad de muches en esas condiciones de extrema precarización y bloqueando que salgan a luchar por lo que se merecen, perpetuando el estancamiento de estes pequeñes productores.
Incluso afirmó que “en la economía popular la gente es más pobre, pero más feliz, cuando pasan la línea de indigencia, es otra forma de vivir, sencilla, de poca educación y poco acceso a la salud”. Esto no solo es lo máximo que propone para les trabajadores, sino que asegura que “si les dan lo mínimo indispensable ni siquiera cortan la ruta, no les hacen perder el tiempo”. Un guiño a la ofensiva antipiquetera del gobierno y la derecha, que revela a quiénes favorece esta política.
La “economía popular” de Grabois
El dirigente de a Utep habló de 50 familias pequeño productoras que arriendan tierras y las describió como gente que no va a la facultad, que no conoce la palabra agronegocio y por eso no les importaría luchar contra ello. ¿Acaso no se da cuenta de que está hablando de las mismas personas?
Les campesines saben perfectamente qué es el agronegocio: lo saben cuando se les enferman les hijes porque fumigan la escuela, lo saben cuando toda su producción se muere por los plaguicidas de campos cercanos, cuando son expulsados de sus tierras por acuerdos entre empresarios y el gobierno. Son les trabajadores de la tierra quienes denuncian el sistema productivo sojero y quienes más sufren sus consecuencias,. A su vez hay muches que sí tienen formación, porque lucharon para poder tener una, como en la UniCam Suri (Universidad Campesina – Sistemas Rurales Indocampesinos).
El defensor de la “economía popular” plantea que estaría bueno que empresaries denuncien a otres empresaries que hacen las cosas mal, como los desmontes. Es algo nunca antes visto, y la razón es simple: no se trata de prácticas individuales, sino de todo un régimen productivo en beneficio de una clase social cuyo único interés en producir es maximizar sus ganancias. Difundiendo esta ilusión Grabois ofrece una salida reaccionaria a les empresaries para que la gente afectada deje de molestarles.
De hecho este debate en la Universidad de Córdoba se viralizó porque el dirigente social oficialista contestó de muy mala manera a un docente que preguntó con todo respeto algo que no supo contestar: cómo se evita que por este camino a la Argentina esté en unos años despoblada y llena de soja. Grabois lo increpó y lo acusó de “no hacer nada”, ninguneando que son quienes sostienen la educación y llamando en realidad a sus compañeros callarse y avalar los agronegocios.
Esta visión es la que justifica que las universidades firmen convenios con empresas contaminantes, como sucede en la UBA con la penetración de Monsanto o Syngenta en la Facultad de Agronomía. El Movimiento Evita, que también habla en nombre de la “economía popular”, vota a favor de estos convenios -en conjunto con la LAI (representación de la Sociedad Rural)- afirmando que financian distintos trabajos de investigación, pero su único fruto es la convalidación de las prácticas contaminantes por la universidad pública. Es una clara demostración de que la conciliación de las multinacionales con la agricultura familiar sólo genera una subordinación de la segunda a las primeras. En cambio la agrupación estudiantil Abriendo Caminos (conformada por la UJS e independientes) lucha contra estos convenios, y logró la derogación del convenio que la facultad tenía con el latifundista italiano Benetton.
Una alternativa real
Al igual que la megaminería, la explotación petrolero en el Mar Argentino o el acuerdo porcino con China, el agronegocio es otra carta del gobierno para pagar la deuda al FMI. Por eso cualquier perspectiva de salida requiere pelear contra esta orientación de fondo, compartida por la oposición de derecha.
Actualmente la agricultura familiar es una alternativa al sistema de agricultura convencional contaminante. Con sólo un 13,5% de la superficie agraria este sector representa al 75% de los productores del país y produce más del 60% de las verduras. Por lo tanto es necesario defenderla, pero no para limitarla en una pobre “economía popular” sino con la convicción de que se pueden conseguir mejores condiciones de vida para estas familias, lo que se logrará combatiendo al régimen de los agronegocios. El plan de Grabois con Grobocopatel confirma que las organizaciones cooptadas por el Estado son un bloqueo para la organización de estes pequeñes productores por sus reivindicaciones.
Una salida beneficiosa para estas familias precarizadas requiere un programa que rompa con la agricultura en manos del gran capital, avanzando en la nacionalización del comercio exterior, la apertura de los libros de toda la cadena de producción y comercialización agropecuaria, centralización de una banca estatal única bajo control obrero para disponer de los recursos financieros, y la expropiación de la propiedad terrateniente y de las tierras ociosas para ponerlas al servicio de la producción en manos de quienes trabajan.
Meli Ve