miércoles, marzo 25, 2020

La “gripecita”, mucho más que un exabrupto de Bolsonaro



Las agencias noticiosas han mostrado esta mañana a Jair Bolsonaro reclamando -con el barbijo puesto- el reinicio de las clases, de la industria y del comercio, al tiempo que calificaba a la infección del coronavirus como una “gripecita”. Trump, días atrás había dicho “no podemos apagar la economía y pensar que estará bien. Eso provocará más muertes incluso que cualquier cosa que estemos hablando respecto el virus" (Expansión, 19/3).
Mientras hacía esas declaraciones, Trump y los demócratas aprobaba un paquete fiscal de dos billones de dólares para comprar emisiones de bonos de los capitalistas, encima de los otros dos aprobados por la Reserva Federal para hacer algo similar. Los críticos del planteo se quejan porque no contempla, directamente, adquirir acciones de las compañías, para que el endeudamiento no se eleve a dimensiones incontrolables. El presidente de Boeing no es de esta opinión -prefiere el endeudamiento a una presencia propietaria del Estado en su compañía. El jefe del sistema de salud norteamericano, Fauci, opina, por el contrario, que el dinero hay que volcarlo a la salud y a financiar una cuarentena.
El paquete oficial dio lugar a una recuperación de la bolsa, después de los derrumbes abismales de los últimos diez días, sin que ningún analista se atreva a conjeturar que esto representaría un cambio de tendencia. La perspectiva de una recuperación, después de todo, choca con el avance geométrico del número de infectados. Mientras el número de casos supera los 50.000, los especialistas auguran que podría extenderse incluso hasta mediados de 2021. Por las dudas, Trump advirtió que “pronto retomaremos los negocios” –dentro de tres semanas. En el entretiempo, más de veinte estados han ingresado en cuarentena.

Cuarentena, sí o no

El planteo de “volver al trabajo” retoma la orientación que había enarbolado Boris Johnson al comienzo de la pandemia. Consistía en dejarla avanzar a cambio de lo que iba a ser una inmunización masiva, y “bancarse” un cierto porcentual estadístico de muertos. Si esa política tuvo que ser dejada de lado, ello se debió, en parte, a la presión social, y luego, a que el desborde de los sistemas sanitarios llevaría a niveles imprevisibles el número de fallecidos. Hoy, la línea del contagio masivo sólo es auspiciada por el “nac&pop” López Obrador, aunque también en recule.
Que los Trump y Bolsonaro vuelvan ahora con la cuestión del retorno al trabajo muestra la desorientación –marchas y contramarchas- de los estados capitalistas frente a la crisis planteada. Por un lado, la cuarentena es necesaria para moderar la propagación del virus; por el otro, es “letal” desde el punto de vista de la circulación y la acumulación de capital.
Esta cuadratura del círculo no es sanitaria o epidemiológica, sino social; es decir, es una contradicción que resulta de las relaciones sociales capitalistas. Los “planes de estímulo” abordan la crisis desde el rescate del capital, cuando lo que está en juego es la vida y la salud de la fuerza de trabajo. El cheque por única vez de Trump -o los 10.000 pesos de AF en Argentina- no están acompañados de una intervención sobre los precios y libros contables de las empresas -serán devorados, por lo tanto, por la inflación, algo que está ocurriendo en estas mismas horas en los almacenes, supermercados y “chinos” de Argentina. Mucho menos por un plan industrial integral, priorizando los elementos necesarios para la supervivencia humana y preservando a la fuerza laboral que no está aplicada a ellos.
Una reactivación impulsada por créditos baratos y subsidios al capital conducirá a dos caminos: o será utilizada por los capitalistas para licuar sus pasivos -y reemplazar créditos onerosos por financiamiento blando- o, en el mejor de los casos, reforzará la presión patronal para la “vuelta al trabajo”, el único camino para volver a amasar beneficios. La emisión de moneda, en cambio, debería estar aplicada a un plan enérgico de reforzamiento de la salud y de los elementos vitales para la nutrición y la higiene de las masas. Cuando lo que está en juego es la preservación de la fuerza laboral, el único camino posible es sostener a esa fuerza laboral a costa del capital, para que pueda transitar la pandemia con el menor riesgo posible. Ello exige una política de impuestos progresivos y eventualmente confiscatorios al capital acumulado. Los incentivos capitalistas, en cambio, son siempre incentivos a la explotación de esa fuerza laboral y, por lo tanto, a su exposición a la pandemia.
La contradicción entre las producciones esenciales (alimentos) y la preservación de la cuarentena debe ser resuelta por la intervención colectiva de los trabajadores (control obrero), no por el interés patronal. La punta del ovillo de esta pelea estuvo presente en los paros de la Fiat de Italia o de la GM en Estados Unidos o, en Argentina, entre los docentes, en los recibidores de granos y muchos otros. Es necesario reforzar la organización -presencial o incluso digital- de todo el mundo del trabajo, para defender el derecho a no trabajar, por un lado, e impulsar protocolos de seguridad redactados por los trabajadores allí donde continúan las tareas, por el otro.

Argentina

En coincidencia con las bravatas de Trump-Bolsonaro, en Argentina se han multiplicado las voces del gran capital que exigen la reanudación de la actividad económica. La Nación se ha puesto al frente de ello. A sus columnistas más derechistas, se les ha despertado una súbita preocupación por el “hacinamiento de los que viven en villas”, donde “el remedio (de la cuarentena) puede ser peor que la enfermedad”. Los límites de la cuarentena se han puesto de manifiesto esta mañana, cuando, terminado el feriado largo, miles de automóviles y colectivos pugnaban por ingresar a la CABA, todos ellos transportando a quienes iban a ocupar sus puestos de trabajo.
En Argentina, se añade la cuestión crucial de la deuda, cuya resolución se dilata mientras las reservas internacionales, progresivamente vaciadas por los vencimientos parciales de deuda, se acercan a un límite. Los especuladores que cuentan con seguros contra default de la deuda soberana argentina ya han comenzado las consultas del caso, respecto de si llegó el momento de cobrar. Una cesación de pagos exigiría la centralización estatal del comercio exterior y el crédito, para impedir una sangría de reservas, ello, junto al inmediato repudio de la deuda pública financiera. El horizonte social y política del gobierno de los Fernández está muy lejos de ello.
Las contradicciones nacionales y mundiales sobre la cuarentena ponen de manifiesto, en suma, un gigantesco conflicto entre el capital y la fuerza de trabajo. A partir de cada choque, de cada peldaño de la organización obrera, es necesario que pongamos de manifiesto la enorme crisis de poder político que se está incubando, para luchar por un estado y un poder de los trabajadores.

Marcelo Ramal

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