viernes, marzo 27, 2020

El capital infectado por el virus



Cuestiones de economía.

Hace un par de días el ministro Guzmán sacó la caja de herramientas que le dieron en Columbia, y dictaminó que Argentina atraviesa una “crisis de demanda”. Lo mismo opinan muchos en el panel de la izquierda, como el geógrafo David Harvey, con referencia al hundimiento de la economía internacional. Coinciden con esto en el campo ideológico adverso – por ejemplo, varios columnistas del Financial Times.
El razonamiento de todos estos analistas es el que sigue: la cuarentena pulverizó el consumo personal, a pesar de los esfuerzos del gobierno por mantener abiertas las fábricas, sin distinguir si su producción es imprescindible o no, ni tampoco si esto no constituye en forma abierta una violación de los decretos que han ordenado el "aislamiento social”. La caída de la demanda es atribuida, entonces, a los cierres de bares, restaurantes, shoppings, ausencia de trabajos por cuenta propia, o el retroceso de la circulación cotidiana. Un factor de mayor envergadura es el desplome de los créditos al consumo, que son los responsables de la mitad de la demanda final, por ejemplo, en Estados Unidos. Las conclusiones que se desprenden de esta caracterización de la crisis económica, es que la solución parte de una inyección de dinero primario, como se llama al que emiten los bancos centrales, no solamente para financiar el déficit fiscal sino a las propias compañías. A esto apuntarían los pagos por única vez a changuistas y monotributistas, o los subsidios a las Pymes – detrás de las cuales se disimulan grandes empresas.
Que Argentina atraviese una insuficiencia de demanda personal, no luce como una interpretación correcta ni para explicar el derrumbe económico que se desató desde abril de 2018. Es cierto, por supuesto, que los salarios, las jubilaciones y otros ingresos fueron directamente diezmados, y que el consumo no dejó de retroceder mes a mes. Pero ello obedeció a una fuerte salida de los capitales que con anterioridad habían ‘bombeado’ la demanda, a la creación de moneda artificial por medio de Lebacs y Leliqs, que redituaban intereses demenciales, y a las consiguientes devaluaciones del peso y a la inflación de precios. Cualquier intento de reactivar la economía financiando el consumo por diversos medios, habría acentuado la fuga de capitales y la inflación. Para recuperar los niveles de consumo era necesario, antes, cerrar el grifo del vaciamiento de las reservas y la hemorragia que representa el pago de los intereses y las amortizaciones de capital de la deuda pública financiera. Convertir un colapso de sistema en “una crisis de demanda”, es recurrir a los eufemismos. Guzmán y los Fernández tampoco creen en su propio diagnóstico, pues siguen gatillando el pago de intereses de la deuda, capitalizan esos intereses en la deuda que ‘reperfilan’ y pagan a los acreedores que no aceptan los “reperfilamientos”. El cepo cambiario mitiga un poco el desangre, pero los mercados paralelos terminan llegando, por diversos vericuetos, a las reservas del Banco Central. El fondo que contrató a Macri para gobernar Argentina, Templeton, monopoliza la negociación de la deuda nacional.
La crisis internacional corriente es tratada por estados y gobiernos como una crisis capitalista clásica: defaults empresarios, despidos masivos, caídas de inversión y del consumo. Se anticipa que el producto bruto caerá, en Estados Unidos, un 20%, en el trimestre abril-junio, cuando la desocupación crecerá en el mismo porcentaje. Las cosas pintarán diferentes, asegura Trump, enseguida después, o sea en las vísperas de las elecciones estadounidenses, como consecuencia de la inyección de cuatro billones de dólares, que hará, en última instancia, la Reserva Federal. Se frenaría de este modo la posibilidad de una crisis bancaria derivada de una crisis industrial, en contraste con 2017/9, cuando el derrumbe de los bancos llevó a un gigantesco parate económico internacional.
A diferencia de una depresión económica ‘normal’, para revertir la situación hay que pedirle permiso al Covid-19. La pandemia ha provocado una crisis de la fuerza de trabajo del capital, interrupciones indefinidas de la producción y rupturas de las cadenas de producción, especialmente cuando recorren varios países. Con la perspectiva de cuarentenas crecientes, la salida que se pergeña es improcedente, porque para mover la producción no alcanza el dinero – hay que movilizar la fuerza de trabajo. El dinero no crea valor – depende de la fuerza de trabajo. El descuido de la fuerza de trabajo, por parte del capital, no es novedad – las condiciones y métodos de trabajo son cada vez peores. No sorprende que el Big Pharma no se haya interesado en la prevención, que no es redituable en lo inmediato, cuando sí lo es la demanda infinita que crea una pandemia.
En estas condiciones, los rescates a los capitales super-endeudados o en default, no irán a la producción sino al dinero, o sea al oro. Para salir de una crisis es necesario, en primer lugar, un cambio en la tendencia de la tasa de ganancia, no un aumento artificial de la demanda (monetario). Al precipitar la crisis actual, la pandemia forzó al capital a reconocer que la tasa de beneficio venía cayendo, como se traducía en el retroceso de la inversión y de la productividad. Recuperar una tasa ascendente requerirá cambios de primera magnitud en la economía mundial – más guerras comerciales y no comerciales. En el caso que nos atañe ahora será necesario restablecer las condiciones para contratar mano de obra, que es confinada a una cuarentena y que sufre despidos masivos como consecuencia de ello. La crisis de demanda, de nuevo, no pasa de una etiqueta; están en quiebra las relaciones capitalistas, que no se reestructurarán por inyecciones monetarias.
En las vísperas del estallido de la pandemia, la proximidad de una crisis capitalista había provocado una huida de todo lo que no fuera dinero contante, incluso por parte de los poseedores de oro. Estallaba una crisis de liquidez, que es el primer paso del gran desplome, porque nadie quería prestar a nadie. Ahora la huida de activos y bonos de deuda corporativa, así como de la moneda fiduciaria, se ha acentuado, lo que provoca una fuerte demanda de oro – cuyo precio comienza a subir a ritmo mayor. El efecto de la pandemia sobre la fuerza de trabajo provoca, al final de la rueda, también una crisis de demanda, como un efecto residual. Pero se trata, de nuevo, de un eufemismo – el sistema capitalista en su conjunto enfrenta un desplome. De aquí el comienzo de las crisis políticas – y de las huelgas. El gobierno que pretendía producir “cambios de régimen” contra sus rivales, nos referimos a Trump, podrá darse el lujo de importarlos a su propio país.
La clase obrera enfrenta un desafío cualitativo: el capital le ofrece un régimen de trabajo que, además de la insalubridad, el cáncer, el agotamiento físico e intelectual, incluye la muerte. El cuento de la ‘demanda insuficiente’ es una distracción ideológica, de parte de quienes, como el kirchnerismo en particular, no tienen salidas, y encima las quiere compatibilizar con un acuerdo con Templeton y el FMI.
Es la hora de un plan de acción internacional y una lucha política por una salida obrera y socialista.

Jorge Altamira
26/03/2020

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