sábado, febrero 01, 2025

El letal choque aéreo en Washington D.C. y las «fake-news» de Trump


Imagen del momento previo a la colisión 

La colisión entre un helicóptero militar y un avión de la línea American Airlines que se disponía a aterrizar en el aeropuerto nacional Ronald Reagan, en Washington, dejó 67 muertos este jueves 30. Gran parte de los cuerpos debieron ser rescatados de las frías aguas del río Potomac, que atraviesa la capital estadounidense.
 Cuando todavía se estaban realizando las tareas de averiguación y poco se sabía del suceso, el presidente Donald Trump se apresuró a responsabilizar por los hechos a las políticas de diversidad e inclusión en el empleo público, asegurando que se habrían relajado los estándares de calidad en las contrataciones, reclutándose en los aeropuertos “trabajadores que sufren discapacidades intelectuales graves y problemas psiquiátricos y otras condiciones mentales y físicas”. 
 Esta expresión agraviante hacia las minorías y personas con discapacidad, sin ninguna clase de fundamentación teórica ni empírica (puesto que Trump ni siquiera se tomó el trabajo de verificar que los empleados que estaban esa noche en el aeropuerto padecieran alguna de las patologías supuestamente invalidantes para la tarea), es la misma lógica de los chivos expiatorios que empuja al magnate a culpar a los migrantes del delito y la decadencia estadounidense. 
 Pero sin importarle un pepino el rigor del análisis, Trump también apuntó al piloto del helicóptero. “Tenía la capacidad de detenerse (…) tenía la capacidad de subir o bajar. Tenía la capacidad de girar. Y el giro que hizo no fue el correcto, obviamente”.

 El cielo no puede esperar 

 Se estima que el helicóptero se habría interpuesto en la ruta de aterrizaje del avión. Pero para dilucidar las causas profundas del choque, hay que salir de la lógica estrecha y miserable de Trump que busca lapidar culpables individuales y entender los problemas del funcionamiento del sistema aéreo norteamericano. 
 Con respecto a ello, sobresalen dos cuestiones. 
 Por un lado, la gran densidad que caracteriza al tráfico aéreo en la zona. Según un artículo del Washington Post, “la congestión en los cielos y en las pistas y áreas de maniobras alrededor del aeropuerto ha generado preocupaciones de seguridad durante años. El aeropuerto fue construido para manejar 15 millones de pasajeros al año y ahora maneja 25 millones” (reproducido por La Nación, 31/1). 
 Tras el pico de la pandemia, de hecho, se registraron algunos incidentes ilustrativos, como el de dos aviones, uno a punto de aterrizar y otro a punto de despegar en pistas cercanas, que estuvieron a punto de colisionar. Y otro en que un avión fue habilitado para entrar a una pista en la que aún había otra nave en proceso de despegue. 
 Por estas razones, Michael McCormick, profesor de la Universidad Aeronáutica Embry-Riddle, calificó lo sucedido en la noche del 30 de enero como “una tragedia evitable y desafortunada” (ídem). 
 El otro aspecto importante a tener en cuenta es la falta de personal. Un informe de la FAA (Administración Federal de Aviación) reveló que, en la noche del jueves, un mismo controlador estaba a cargo de la supervisión de los vuelos de los helicópteros y los aviones, cuando lo aconsejable es que sean tareas separadas. Y, en el mismo sentido, otras fuentes indican que, el día previo, también se habían fusionado en el aeropuerto las tareas de controlador de datos de vuelo y controlador de entrega de autorizaciones (El País, 31/1). La multiplicación de tareas contribuye a la fatiga del personal y aumenta la posibilidad de errores. 
 En definitiva, el choque en Washington plantea una reorganización del sistema aéreo a cargo de los trabajadores y profesionales del sector, superando las calumnias de Trump y las políticas de ajuste capitalista. 

 Gustavo Montenegro

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