lunes, julio 16, 2007

Dialéctica del conocimiento científico.

Recientemente venimos leyendo algunas afirmaciones en defensa del materialismo dialéctico que, en ocasiones, constituyen otras tantas tergiversaciones de sus postulados más básicos. No obstante, hay debates fecundos que también conviene reseñar, aunque sólo sea porque plantean interrogantes que son muy comunes.
Por ejemplo, en el foro de Gazte Komunistak estamos siguiendo una serie de exposiciones de gran interés, en las cuales queremos intervenir desde aquí, empezando por una pregunta muy frecuente que allí se suscita: ¿qué ocurre cuando los avances científicos cuestionan los postulados de la filosofía marxista?, interrogante que los participantes en el foro admiten, sin duda porque la creen posible.
El interés añadido de la pregunta radica en que los clásicos marxistas escribieron hace siglo y medio y desde entonces ha llovido mucho, lo que parece justificar algunas pretensiones de ‘corregir’ aquellas tesis marxistas que consideran anticuadas (por no decir antiguallas).

Marxismo y ciencia

La pregunta del foro se puede interpretar de muchas maneras, o da lugar a muchas otras preguntas. Por ejemplo: ¿qué relación hay entre la filosofía marxista, el materialismo dialéctico, y la ciencia?
Engels dijo que la filosofía desaparecería ante la ciencia y quedaría reducida a la teoría pura del pensamiento cuando hubiera quedado imbuida de la dialéctica (1). Él no separaba la filosofía de la ciencia, convencido de que la filosofía estaba destinada a unir su suerte a la ciencia y no podría deshacerse de ella en el futuro. Pero, por otro lado, también afirmó que la ciencia debía quedar imbuida de dialéctica.
El alcance de la pregunta del foro se podría calibrar mejor si se planteara de otra forma: ¿qué ocurre cuando los avances de la física cuestionan los postulados de la física? Y también: ¿qué ocurre cuando los avances de la biología cuestionan los postulados de la biología? Expuesta de esa manera la pregunta se responde a sí misma: toda ciencia es un estado y un movimiento a la vez; toda ciencia es un reflejo del mundo y está en continua evolución. Eso es lo que el materialismo dialéctico dice acerca de cualquier clase de conocimiento: en física, en matemáticas, en economía o en sicología.
El materialismo dialéctico es materialismo porque sostiene que el saber refleja lo que nos rodea, una realidad que es exterior, anterior e independiente de nuestro conocimiento acerca de ella. Al mismo tiempo es dialéctico porque sostiene que el saber avanza, progresa, es cada vez más profundo y más exacto.
Lo que la pregunta del foro quiere plantear es esta parte dinámica del saber y, por tanto, la manera en la que el progreso del conocimiento afecta al conocimiento ya establecido.
El error de la pregunta consiste en concebir que el materialismo dialéctico se aferra a un estado determinado del saber, como si los marxistas defendiéramos el estado de los conocimientos científicos tal y como se quedaron a mediados del siglo XIX cuando escribía Engels. Así es como nos ven los burgueses. Por ejemplo, en sus apuntes sobre la Dialéctica de la naturaleza Engels habla del éter, algo que muy poco después Maxwell y luego Einstein demostraron que no existía. Parece, pues, que Engels estaba equivocado y, por supuesto, con él todos los físicos de la época. Parece que un descubrimiento científico echa por tierra todo lo anterior, como si se quedara apolillado para siempre.
Como no hay ningún conocimiento inmutable, el materialismo dialéctico no se puede vincular al acervo de conocimientos científicos existentes en el presente y, en consecuencia, su propia validez no depende de ellos. No se aferró en el pasado a la existencia del éter ni en el presente a ninguna otra tesis de las ciencias sino que trata de explicar precisamente su evolución y su progreso. Si quisiéramos expresarlo con una frase paradójica (dialéctica) diríamos que lo único que no se mueve es el movimiento, lo único que no cambia es el cambio.
Ahora bien, el materialismo dialéctico entiende el cambio de una manera también dialéctica en el sentido de que el cambio no niega la estabilidad. Lo que afirma es que toda estabilidad es relativa (2). La máxima expresión de la estabilidad es el principio de identidad: toda cosa es igual a sí misma (A=A). El cambio es la negación de esa identidad, es decir, la negación de A=A. Lo que el materialismo dialéctico defiende es que esa identidad A=A es sólo un momento, una etapa, pues siempre se transforma en su contrario: toda cosa se convierte en su contrario (A=-A). Por ejemplo, el hombre renueva todas y cada una de sus células periódicamente y, sin embargo, siempre es el mismo; se convierte de niño en adulto y luego en anciano, es decir, cambia y, sin embargo, sigue siendo el mismo. Por tanto, no se puede hablar del cambio sin tener en cuenta lo que permanece, pero tampoco tener en cuenta lo que permanece sin tener en cuenta el cambio. Luego el materialismo dialéctico defiende la unidad del cambio y la continuidad, en donde el aspecto principal es el cambio.
Sin embargo, Engels necesariamente tuvo que reflejar en sus escritos el estado de las ciencias hace siglo y medio porque en todo estudio del materialismo dialéctico hay que exponer lo que los académicos llaman el estado de la cuestión, es decir, el punto máximo de avance de los conocimientos adquiridos en un momento dado. Pero todo el esfuerzo de Engels está encaminado a demostrar precisamente que ese punto máximo al que había llegado la ciencia entonces tampoco era un punto final. Engels insiste hasta el agotamiento en que en todas las ciencias lo importante es el movimiento y el cambio: La ciencia natural moderna tuvo que tomar de la filosofía el principio de la indestructibilidad del movimiento; ya no puede existir sin ese principio (3).

La verdad eterna

A veces se escucha hablar de la verdad eterna, pero eso nada tiene que ver con la ciencia. No hay verdades eternas; el avance del conocimiento científico no se ha detenido ni se detendrá nunca. Un descubrimiento físico no desmiente a la física y, por lo tanto, lo que se debe explicar es la relación (dialéctica) que existe entre la ciencia como acervo de conocimientos existente en un momento dado y la ciencia como innovación, avance y progreso. Esta evolución es lo que Lenin denominó la relación entre la verdad absoluta y la verdad relativa (4). Los que no conocen el marxismo nos acusan de dogmáticos, de que nos creemos en posesión de la verdad absoluta y, por tanto, que somos intolerantes y dogmáticos. Así que esto viene bien para mostrar que no somos así.
El estado del saber en un momento determinado constituye una verdad relativa porque es parcial, limitado y temporal. Por tanto siempre va a resultar modificado por nuevos avances del conocimiento que nos aproximan hacia concepciones científicas mejores y más profundas. La verdad relativa nos acerca a la verdad absoluta, aunque jamás la alcanzará: Un sistema que lo abarca todo, un sistema definitivamente concluso del conocimiento de la naturaleza y de la historia está en contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico (5).
El saber es una acumulación de verdades relativas que crecen y se desarrollan, conduciéndonos a la verdad absoluta. A veces se menosprecia la verdad precisamente porque es relativa, pero en toda verdad relativa hay una parte de la verdad absoluta y todo verdadero conocimiento, en su evolución, se desplaza desde la verdad relativa hacia la verdad absoluta. La verdad absoluta y la verdad relativa forman una unidad dialéctica; por eso insistimos en que no se puede aludir sólo al carácter absoluto, cerrado o eterno del conocimiento sin tener en cuenta su aspecto temporal y relativo; pero tampoco se puede tener en cuenta sólo la parte temporal o relativa del conocimiento, sin reconocer, a la vez, su aspecto absoluto.
Hoy las ideologías burguesas cuestionan la verdad; en sus filas imperan el agnosciticismo, el escepticismo y toda suerte de absurdas divagaciones equivalentes. No admiten la verdad pero en cambio sí admiten el error (por ejemplo, dicen que los comunistas estamos equivocados) y eso es algo curioso porque una cosa conduce a la otra. Sabemos que hay billetes falsos porque hay billetes verdaderos y lo mismo ocurre con el conocimiento: si hay errores es porque hay verdades y, sin embargo, los filósofos burgueses están más preocupados por negar la verdad que por refutar el error.
La teoría de la evolución de Darwin, por ejemplo, es una verdad relativa, desde luego infinitamente superior a la teoría de la creación divina y por eso Engels fue uno de los más fervientes defensores de Darwin. Además de refutar el creacionismo, Darwin demostró que las especies (y el hombre) no son inmutables sino que cambian y evolucionan con el transcurso del tiempo. Desde que Darwin escribió su obra (y gracias a que Darwin escribió su obra), la biología ha avanzado, se ha perfeccionado y no ha habido ningún nuevo descubrimiento que haya dejado anticuada a la biología: La teoría de evolución –escribió Engels- es aún demasido joven, por lo que es seguro que el ulterior desarrollo de la investigación modificará muy sustancialmente también las concepciones estrictamente darwinistas del proceso de la evolución de las especies (6).
Lo mismo sucede con la física de Newton: fue superada a comienzos del siglo XX por la de Einstein. La dinámica clásica quedó como un caso singular de la teoría más general de la relatividad y, en consecuencia, con plena validez científica dentro de ciertos parámetros que ahora quedan claros y delimitados. Aquellos principios de Newton no es que fueran falsos sino insuficientes, parciales; reflejaban un momento en el ascenso del saber, mientras que la teoría de la relatividad es más general. En sentido dialéctico la expresión superar quiere decir tanto conservar como mejorar. Es un gran avance científico destacar las limitaciones y las dudas que cualquier teoría tiene, pero si además de ponerlas de manifiesto las explicamos y resolvemos con otra teoría mejor, superior a la anterior, el avance es aún mayor. Decía Hegel con buen criterio que sólo se puede superar una tesis equivocada si se dispone de otra mejor que la perfeccione: Con motivo de la refutación de un sistema filosófico, hemos observado también en otra parte que hay que desterrar la opinión superficial de que un sistema es absolutamente falso y verdadero el enteramente opuesto [...] No hay que decir, pues, que es falso porque puede ser refutado sino porque hay un punto de vista más elevado. El verdadero sistema no debe, pues, venir a oponerse ante él como opuesto, porque así sería él mismo imperfecto y exclusivo; aventajándole debe contenerle como un momento subordinado (7).
La ideología burguesa separa el pensamiento ya elaborado del proceso de su elaboración. Para ella la ciencia es como un elenco cerrado de conocimientos: a un lado está la ciencia y al otro el error. Por ejemplo, Popper dice que en cada momento es posible separar la ciencia de la seudociencia (y el marxismo es una seudociencia según Popper), como si siempre hubiera sido posible distinguir con nitidez la alquimia de la química y la astrología de la astronomía. No son capaces de explicarnos cómo surge el saber a partir de la ignorancia. Resulta ya todo un vicio ideológico concentrar la atención histórica en torno a las fases positivas del saber, a los descubrimientos, olvidando los momentos negativos presididos por la duda y la pregunta que, por cierto, son los más instructivos porque son ellos los que estimulan la producción científica. Por eso cuando la burguesía trata de proporcionar una explicación acerca del origen del pensamiento, dice que brota del pensamiento mismo, que unos pensamientos surgen de otros pensamientos, como si las ideas fueran autosuficientes.
Mientras la filosofía burguesa considera el saber como un sistema cerrado y perfecto de conocimientos, el materialismo dialéctico lo concibe como un sistema abierto y cambiante. Los marxistas no abrimos ningún abismo infranqueable entre la verdad y el error. La verdad se abre camino a través de una serie de errores relativos; decía Engels que, como cualquier otra contradicción, la verdad se convierte en error y el error en verdad (8). También es imposible trazar ninguna frontera entre la ciencia y la ideología, que siempre han aparecido estrechamente entremezcladas a lo largo de la historia. Las biografías de algunos de los más relevantes científicos, junto a rutilantes observaciones y descubrimientos, aparecen los más absurdos misticismos. En Pitágoras los números, además de aritmética, eran la teología de una secta iniciática; Newton se ocupaba tanto de la óptica como del espíritu santo. A veces durante siglos, el saber convive con la ignorancia y la ciencia con el error sin que en un momento determinado sea posible determinar dónde empieza uno y termina el otro.
El pensamiento es una categoría histórica, decía Engels (9); es estático en cuanto que necesita fijar el conocimiento por medio del lenguaje para conservarlo y transmitirlo; a la vez es cambiante hasta el punto de que también se verifican saltos espectaculares y sensacionales hallazgos. Como todo proceso, el conocimiento científico no sólo es producción sino reproducción. En épocas antiguas esto presentaba dificultades porque la transmisión del saber era oral, pero con la escritura y luego con la imprenta aparecieron posibilidades insospechadas de preservar el conocimiento. El libro es como la nevera que conserva el saber en buen estado; los diccionarios estabilizan los conceptos al explicar los significados de las palabras. El lema de la Academia de la Lengua española es precisamente limpia, fija y da esplendor. También la tarea de la Academia es, pues, conservadora. El lenguaje consolida las ideas, las registra y codifica, y es eso -y sólo eso- lo que permite memorizarlas, utilizarlas, manipularlas y difundirlas. Las enciclopedias recopilan y sistematizan los conocimientos existentes en una época, los agrupan y coordinan. Luego con los libros, los diccionarios y las enciclopedias se forman bibliotecas... Sobra decir que el objetivo de presevar el conocimiento no es otro que el de superarlo y perfeccionarlo y, a la inversa, para superarlo y perfeccionarlo primero hay que conservarlo.
En su evolución, el conocimiento describe un ciclo, es un proceso recursivo: el pensamiento vuelve periódicamente sobre los mismos problemas, que antes creía solucionados, especialmente sobre algunos de ellos, que demuestran su naturaleza clave, como la causalidad, el infinito, el espacio, el tiempo, el movimiento o la libertad. El saber cambia para volver siempre al mismo punto de partida y por eso hoy volvemos a discutir aquellas mismas cuestiones de las que los griegos discutieron hace 2.500 años.

A hombros de gigantes

La visión burguesa de la ciencia no es diferente de la visión burguesa de la historia. Para ella el saber es fruto de la capacidad creativa de un puñado de sabios encerrados en sus altas e inaccesibles torres de marfil. La burguesía destaca la intervención de personalidades relevantes, individuos dotados de cualidades excepcionales, por encima de todos los demás. Nos quieren hacer creer que sorpresivamente nace un genio dotado de una originalidad sin límite que crea sus propios patrones, sus propias reglas, en abierta oposición a todo lo pasado y a todo lo existente. Como si la creatividad dependiera de la inspiración interior, no de la realidad que nos rodea. El genio nace, no se hace; es un prodigio de la naturaleza. Parece como si en la ciencia ocurriera como en la literatura o en la música: también existen las musas, el duende del que hablan los flamencos.
El idealismo histórico tiene también su expresión en la evolución del conocimiento y, como cualquier otra forma de idealismo, centra su atención en los grandes personajes. Esta falsa teoría burguesa no toma en consideración la forma en que se producen los avances de cualquier ciencia; adopta unilateralmente el punto de vista del progreso del conocimiento como una discontinuidad y una ruptura, sin tener el cuenta la continuidad. No existe ningún salto significativo en ninguna ciencia que no hubiera sido previamente rumiado en el ambiente de los pensadores de la época en la que se produjo, en debates, conferencias, cursos, escritos y reuniones previas, de manera que de cualquier descubrimiento es posible encontrar precedentes, sugerencias e ideas muy próximas que lo anticipan. Pero, ciertamente, llegado un momento, esas anticipaciones, esas pequeñas insinuaciones previas, se transforman en grandes saltos; la cantidad se trueca en calidad y se produce una verdadera revolución. A veces sólo se tiene en cuenta el salto y sus consecuencias posteriores, no los anticipos previos, como si todo lo viejo se derrumbara estrepitosamente y quedara estéril para siempre. Los avances no suceden de esa manera sino que las revoluciones científicas asimilan todo lo anterior como una hipótesis particular, limitada, del caso más general y más abstracto. La geometría de Euclides no es falsa o errónea: es un caso singular dentro del caso general que determinan las geometrías no euclídeas. La dinámica newtoniana no es errónea, es un caso singular de la física relativista. La geometría de Euclides y la dinámica newtoniana se pueden analizar desde dentro de las geometrías no planas o de la física relativista, pero lo contrario no sucede.
Los descubrimientos no parten de cero; cualquier científico pasa años e incluso décadas leyendo y estudiando para asimilar todo el recorrido histórico de su disciplina y conocer su estado presente, los temas debatidos, las soluciones propuestas y los experimentos posibles. A su vez, cada libro científico no es una tarea individual sino que aparece repleto de citas, de bibliografía, de repeticiones y de críticas de otros autores anteriores, y así hasta remontarse a los saberes puramente verbales transmitidos de generación en generación y confirmados secularmente por la práctica.
La ciencia es una tarea colectiva, de siglos. No se puede comprender el progreso científico sin romper con el individualismo y el subjetivismo burgueses. No es casualidad que muchos descubrimientos se hayan originado simultáneamente en países distintos. Los ejemplos históricos que ilustran este hecho se pueden multiplicar en cada una de las disciplinas científicas. El caso de Newton y Leibniz con el cálculo infinitesimal es uno de ellos; el de Lobachevski, Bolyai, Gauss y Riemann con las geometrías no euclídeas es otro. La segunda axiomatización de la geometría por Hilbert en 1899 es la culminación de toda una corriente de investigacion que se desarrolló con la participación de matemáticos prominentes como Riemann, Beltrami, Helmholtz, Klein, Lie, Pasch, Veronese y otros. En el problema de la computabilidad intervinieron en el primer tercio del siglo XX matemáticos como Turing, Gödel, Church, Kleene y Prost. Los descubrimientos de unos son impensables sin los estudios de los otros.
Esto lo explicó claramente el propio Newton cuando reconoció que si él había alcanzado a ver más lejos que los demás científicos de su tiempo es porque se había subido a hombros de gigantes. Quería decir que él había tenido en cuenta lo que otros antes que él habían propuesto, habían escrito o habían investigado. Entre otros, aludía a la física de Descartes que Newton criticó; hay que aclarar que criticó para superar, como efectivamente logró. Pero sin subirse a los hombros de Descartes Newton no habría llegado a donde llegó; si se hubiera limitado a despreciar a Descartes porque éste estaba equivocado, no hubiera avanzado ni un solo milímetro.
Por el contrario, Platón criticaba la escritura porque permitía que las personas absorbieran los conocimientos que otros hubieran adquirido por sus propios medios, sin el esfuerzo que aquellos realizaron. Lo que en Platón tenía una vertiente negativa, es un hecho decisivo para la evolución del saber, gracias al cual podemos aprovechar las experiencias de otros podemos avanzar más deprisa, evitar errores y extraer rendimiento de los aciertos.
A veces se considera lo científico como lo indiscutible, aquello sobre lo que no cabe opinar de forma diversa. Se puede discutir sobre política pero no sobre ciencia. Esto es totalmente erróneo. La ciencia no es un monólogo. Como cualquier otro saber, también se abre camino gracias al intercambio de críticas, de refutaciones y de contradicciones. Son muy numerosas las obras filosóficas y científicas escritas de manera dialogada y teatral, desde Parménides a Berkeley, pasando por Platón, Giordano Bruno y Leibniz, para quien la lógica es el arte de disputar (10). Las ciencias están vivas y progresan porque hay polémicas, dudas, interrogantes y conflictos. Los marxistas decimos que en todas partes hay movimiento porque en todas partes hay contradicción. El término ‘dialéctica’ estuvo en Grecia en estrecha relación con el vocablo diálogo o confrontación. Lo mismo que en el diálogo, en la dialéctica hay asimismo dos posiciones entre las cuales se establece precisamente el diálogo. Una tesis (científica) responde a una pregunta (científica). Al respecto decía Kant: Saber qué es lo que hay que preguntar razonablemente constituye ya una notable y necesaria prueba de sagacidad y de penetración. En efecto, cuando la pregunta es en sí misma absurda y requiere contestaciones innecesarias, supone a veces el inconveniente, además de deshonrar a quien la formula, de inducir al oyente incauto a responder de forma igualmente absurda, ofreciendo ambos el espectáculo ridículo de -como decían los antiguos- ordeñar uno al chivo mientras el otro sostiene la criba (11).
Excusamos recordar que cuando hablamos de ‘diálogo’ nos referimos también a acontecimientos como la quema en la hoguera de Giordano Bruno por defender que era la tierra la que daba vueltas en torno al sol, y no al revés. Como cualquier otro fenómeno, la ciencia se abre paso en medio de una lucha de ideas, que es tanto pacífica como violenta, educada o agresiva, cortés o insultante. Antes la defensa de las ideas conducía a la hoguera y ahora conduce a la Audiencia Nacional; sólo cambian las formas.
La ciencia es, pues, una actividad socialmente condicionada que depende -entre otros- del desarrollo de las fuerzas productivas y de la relación (la comunicación) de los hombres entre sí: Sólo podemos conocer en las condiciones de nuestra época y hasta donde éstas lo permiten, afirmó Engels (12). Cada vez con más claridad la ciencia es producción que requiere de poderosos instrumentos, cuantiosas inversiones de capital, laboratorios en los que trabajan cientos de personas. Es producción para la producción y, en consecuencia, forma parte de la economía en un sector (I+D) que, como pocos en el capitalismo, está sometido a una planificación muy estricta: se descubre aquello que se propone descubrir.

La doble actitud de la burguesía hacia la ciencia

Hoy la ciencia sigue desempeñando un doble papel para la burguesía; por un lado, la burguesía tiene que impulsar su desarrollo para expandir las fuerzas productivas; por el otro, tiene que encubrir el verdadero significado de sus descubrimientos para no entrar en conflicto con los pilares ideológicos que sostienen su dominio de clase.
Desde el punto de vista práctico, la ciencia es para ella una fuerza productiva que es imprescindible impulsar; pero desde el punto de vista teórico, es algo a encubrir, manipular y tergiversar. La ideología burguesa explota en provecho propio el sentido último de los avances del saber humano. Por eso, junto a la ciencia, en íntima relación con ella, aparece la ideología burguesa que enloda su enorme alcance.
Antiguamente la dualidad era evidente porque los cientificos no trataban de encubrir sus postulados ideológicos bajo coberturas asépticas y en ellos, junto al investigador concienzudo, yacía el teólogo. Pero hoy ambos se entremezclan, e incluso la ideología burguesa trata de camuflarse tras un falso barniz científico. Junto a los científicos no solamente aparecen los divulgadores, sino los vulgarizadores, la legión de mistificadores que aleja a las masas de los incomprensibles hallazgos científicos. En la propaganda burguesa la ciencia se demenuza y se interpreta para el consumo editorial y periodístico. Nos tratan de ilustrar no sobre lo que la ciencia dice -esto resultaría incomprensible para ignorantes como nosotros- sino sobre lo que verdaderamente quiere decir. Todo de una manera muy asequible.
De ahí que sea imprescindible deslindar a los científicos de los escoliastas, comentaristas y vulgarizadores... y a veces de los propios científicos que, carcomidos por la ideología burguesa, no son capaces de interpretar el alcance de sus propios descubrimientos.
Karl Popper, cuyas tesis han sido divulgadas hasta la saciedad por los aparatos ideológicos del imperialismo en la posguerra, expresa muy bien la esquizofrenia de la burguesía hacia la ciencia. Se esfuerza por diferenciar la ciencia de la seudociencia pero, según él, la ciencia no es saber sino adivinación. De manera que sus especulaciones -que pasan por auténtica ciencia-, resultan verdadera quiromancia, anticiencia. Cuando nos hablan de Popper sólo tienen en cuenta sus libros; nunca nos dicen que también era el consejero espiritual de Margaret Thatcher. ¿Cómo podemos separar una cosa de la otra?
Otro ejemplo práctico: abrimos el diccionario de la Academia de la Lengua española, leemos las 13 acepciones diferentes de la palabra capital y los comunistas no podemos suscribir ninguna de ellas; hacemos lo mismo con las palabras imperialismo y plusvalía y sucede otro tanto... La revolución nos obligará a cambiar hasta los diccionarios (para lo que nos pondremos de acuerdo con los latinoamericanos y demás hispanoparlantes). De momento, por nuestra parte, ya nos hemos puesto a ello y tenemos nuestro nuevo diccionario en marcha.
Esto nos lleva a la cuestión fundamental: ¿por qué la burguesía es incapaz de ofrecer una visión realmente científica del mundo? Y a la inversa: ¿por qué únicamente el proletariado puede hacerlo? Porque la posición de ambas clases respecto a todo es completamente dispar. A la burguesía no le interesa comprender el mundo sino mantener su dominio sobre él y, por tanto, justificarlo tal y como es actualmente; su problema no es de tipo teórico sino práctico. Es como si a un músico le pedimos que nos haga una crónica de su recital; es juez y parte, y por eso unos se dedican a los conciertos y son otros los que luego redactan la crítica. Los académicos, catedráticos, profesores y demás funcionarios ideológicos de la burguesía no son analistas imparciales de la realidad sino uno de los múltiples brazos de la clase dominante, preocupados por edulcorar la visión del mundo que luego se transmite por todos los canales desinformativos.
El proletariado, por el contrario, no tiene ningún interés en embellecer la explotación que padece cotidianamente. Su objetivo es acabar con los padecimientos del mundo y para lograrlo necesita primero conocerlo y comprenderlo muy bien. Su interés es tanto teórico como práctico. Necesita extraer de la burguesía toda la médula de sus conocimientos científicos, criticar sus tergiversaciones y superarlas con una nueva visión del universo y de la sociedad: eso es el materialismo dialéctico, una teoría realmente científica indisolublemente unida a una práctica revolucionaria.

Notas:

(1) Dialéctica de la naturaleza, Madrid, 1978, pg.169; Anti-Dühring, México, 2ª Ed., 1968, pg.11.
(2) Engels, Anti-Dühring, pg.47.
(3) Dialéctica de la naturaleza, pg.39
(4) Materialismo y empiriocriticismo, cap.II,5.
(5) Engels, Anti-Dühring, pg.10.
(6) Anti-Dühring, pg.62.
(7) Lógica, Barcelona, 2002, tomo II, pgs.90-91.
(8) Anti-Dühring, pg.80.
(9) Dialéctica de la naturaleza, pg.44.
(10) Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Madrid, 1977, pg.407
(11) Crítica de la razón pura, Barcelona, 2002, tomo I, pg.98
(12) Dialéctica de la naturaleza, pg.192

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