sábado, julio 28, 2007

Recordando a Raúl González Tuñón.



Nació en Buenos Aires en 1905, y murió en la misma ciudad en 1974.

Fue uno de los más importantes poetas argentinos del siglo XX. "Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares", según lo definió Pedro Orgambide.

En 1922 publica sus primeros poemas en las revistas Caras y Caretas e Inicial. En 1923 participa en la redacción de Proa, la revista que dirige Ricardo Güiraldes, y colabora en el periódico Martín Fierro. Viaja por el interior del país y en 1929 por primera vez a Europa. Dos años después a Brasil, y en 1932 al Chaco paraguayo, en el avión del diario Crítica, como corresponsal de guerra. Vuela a la Patagonia y se instala en Río Gallegos. En 1933 funda la revista Contra. Lo detienen y procesan por ¨incitación a la rebelión¨. En 1934 viaja a España y se radica en Madrid, donde traba amistad con García Lorca, Neruda y Miguel Hernández. En 1935 vuela a Buenos Aires y dos años más tarde está otra vez en España, durante la defensa de Madrid. Vive en Chile. Viaja por Europa, va a la Unión Soviética y a China.

Con El violín del diablo (1926) y Miércoles de ceniza (1928) trae Tuñón a la poesía argentina el desenfado y la picardía de los muchachos de los puertos, de los vagos y mal entretenidos que deambulaban por el viejo Paseo de Julio. Es un reconocimiento apasionado no sólo de la gente sino de los escenarios poco prestigiosos de la ciudad durante los años '20. Es en el puerto, en los suburbios, en el conventillo que encuentra los motivos de sus poemas. Todo es motivo de canto para el poeta que, por encargo de su novia, escribe Poema para la Virgencita del Teatro Cervantes. En este primer período, la poesía de Tuñón une a lo descriptivo la imagen insólita, la pirueta, un pase de prestidigitador. En otros poemas, El séptimo cielo, por ejemplo, utiliza la palabra en función de onomatopeya, de dibujo verbal. Es lo que se advierte también en Poema de la Cenicienta Ciudadana, donde los nombres ingleses de los artistas de cine o de su máquina de escribir, sirven de rima y música interna al poema.

En La Calle del Agujero en la Media (1930) el verso libre, de amplio período, suplanta la cadenciosa, rítmica primera manera del poeta. Ahora, el discurso poético se distiende, se abre para incorporar lo sensorial en infinitos detalles, para registrar pequeñas anécdotas que tienen la brevedad de una instantánea. Este cambio de lenguaje corresponde al cambio de escenario: ya no es Buenos Aires sino París. Como constante, queda su observación de lo cotidiano, su mirar en las vidrieras y en los ojos fraternales: los de un saxofonista, los de un vendedor de globos, los de las chicas del music-hall, los de Blanca Luz que está lejos, los del organista de la iglesia de San Suplicio.

En El otro lado de la Estrella y Todos bailan, poemas de Juancito Caminador, ambos publicados en 1934, Raúl González Tuñón continúa esta segunda manera de su poesía: el verso amplio que llega fundirse con la prosa. De ese tiempo es la serie de Blues y su memorable poema "Lluvia", dedicado a Amparo Mom. Seguro de su oficio, canta ahora no sólo al amor y la vida vagabunda, sino a los hombres dispuestos a una actitud de solidaridad y al combate. Su registro de los años '30: el clima de preguerra europeo, el apogeo del jazz, los gangsters de EE.UU. ("Los Seis Hermanos Rápidos Dedos en el Gatillo") preparan ya el advenimiento de la poesía política de González Tuñón.

"Fue el primero que blindó la rosa", dijo Pablo Neruda. En 1936 aparece La rosa blindada. Puede señalarse este momento como el del tercer período poético de González Tuñón. En él se integran y se complementan sus dos maneras anteriores. Fiel al recuerdo de su abuelo Manuel Tuñón (obrero nacido en Mieres que lleva a su nieto a una manifestación socialista), fiel también a la poesía española, a los romances y coplas populares, González Tuñón enriquece la suya tanto en su tema como en su lenguaje. "La Libertaria", "El Tren Blindado de Mieres", "La Copla al Servicio de la Revolución", "Cuidado, que viene el Tercio", "La muerte Derramada", "El Pequeño Cementerio Fusilado" son algunos poemas de aquel tiempo, en los que, a partir de un tema heroico, la poesía se expresa tanto en verso rimado como en largos períodos de verso libre y prosa. En Las puertas de fuego (1923) y La Muerte en Madrid (1939) el mismo tema y procedimiento se reiteran con acierto.

No ocurrió lo mismo en parte de su producción posterior, donde a veces lo contingente, lo aleatorio, el compromiso de circunstancia, restó fuerza a su poesía. No obstante, se advierte en sus últimos poemas un feliz regreso a sus orígenes, al poeta vagabundo, a su admirable Juancito Caminador, aquel que dijo: "Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad."

Además de su labor poética, Raúl González Tuñón escribió varias obras de teatro: El descosido, La cueva caliente y, en colaboración con el poeta Nicolás Olivari, Dan tres vueltas y se van.



2005 - Homenaje a Raúl González Tuñón en el centenario de su nacimiento

Mi querido González Tuñón

Cric et crac
Y el agua corre sin saber
adonde va
Pero no hay manera de equivocarse
de camino.
Nosotros vamos en la misma dirección
Pero yo te digo no es a la muerte
Es a la vida adonde vamos
No a la vida eterna bien seguro
Pero a la vida
Y yo no daría un solo minuto
De nuestras vidas
Por un siglo.

Robert Desnos

Robert Desnos: poeta francés, uno de los fundadores del surrealismo, escribió este simple y tan expresivo poema en una taberna de Paris a mediados de 1937, durante una de las pausas de las sesiones de clausura del Segundo congreso Internacional de Escritores, las cuales se habían iniciado en Valencia, prosiguiendo en Madrid y Barcelona. Robert murió dos días después de la liberación de París, a causa de las torturas sufridas en el campo de concentración nazi.

[Extractado de "La veleta y La Antena" de Raúl González Tuñón, Ed. Buenos Aires Leyendo, 1969]


CÓMO BLINDAR UNA ROSA

Por Virginia Avendaño

"Fue un profeta y vislumbraba el siglo
en que la acción fuera hermana del sueño
y reinventó la poesía, una manera
de recordar que el poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna."

Con estos versos se inicia el poema que Raúl González Tuñón (1905-1974) ) dedicó a Baudelaire. Y nos parecen apropiados para recordar a nuestra vez a González Tuñón, cuando se cumple el centenario de su nacimiento.

Pocos poetas -como Tuñón decía que Baudelaire hacía- condensan la acción y el sueño, la vanguardia estética y la política, la renovación formal y social, la fascinación por los bajos fondos y la voluntad militante. Pocos poetas pueden blindar una rosa. Tuñón era uno de ellos. En sus propias palabras:

(...)

escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera
y como hombre de su tiempo que era
también ardientes cantos y poemas civiles"

(de El poeta murió al amanecer, de González Tuñón)

Nació en Buenos Aires en 1905, en una familia numerosa. Sus padres eran españoles de origen obrero; su abuelo, Manuel Tuñón, era un minero socialista que lo llevó por primera vez a una manifestación.

Su poesía –de una "lírica violenta"– retrata como pocas a una ciudad, Buenos Aires, y a los habitantes de sus bajos fondos: ladrones, prostitutas, marginales. Y a sus puertos, sus esquinas, sus fábricas abandonadas, la lluvia sobre cascos de barcos oxidados. "Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares", según lo definió Pedro Orgambide.

Cuando tenía 17 años la revista Caras y Caretas le pagó por primera vez un poema, y muy pronto comenzó a escribir en Proa y en el periódico Martín Fierro, aunque su compromiso con la izquierda lo acercó luego al grupo Boedo. Fue periodista en Clarín y en Crítica. Como corresponsal viajó por la Argentina y cubrió la Patagonia rebelde de 1921, y años después la Guerra del Chaco. Vivió en París y en España, donde tomó contacto con destacados poetas y políticos como Miguel Hernández, Federico García Lorca, César Vallejo, Pablo Neruda (cónsul chileno en Madrid, en esos años). Fue un ferviente militante antifacista y participó en varios acontecimientos políticos europeos, como la huelga de mineros de Asturias y la Guerra Civil Española.

En los años 50 jóvenes poetas formaron el grupo literario "El pan duro", como continuación de la línea estética y política de Tuñón. De allí surgió el primer libro de Juan Gelman, Violín, y otras cuestiones, y la editorial La Rosa Blindada.

Murió en Buenos Aires, el 13 de agosto de 1974, mientras trabajaba en un poema en homenaje a Víctor Jara, cantor que había sido asesinado por la dictadura de Pinochet.

[Fuente: http://weblog.educ.ar]


RAUL

Raúl, si el cielo azul se constelara
sobre sus cinco cielos de raúles
a la revolución sus cinco azules
como cinco banderas entregara.
Hombres como tú eres pido para
amontonar la muerte de gandules,
cuando tú como el rayo gesticules
y como el rayo al rayo des la cara.
Enarbolado estás como el martillo,
enarbolado truenas y protestas,
enarbolado te alzas a diario
y a los obreros de metal sencillo
invitas a estampar en turbias testas
relámpagos de fuego sanguinario.

Miguel Hernández

[Agencia Walsh, 03/04/05]


Con el agujero en la media

Por Juan Sasturain

Durante los primeros meses de 1973, Horacio Salas charló largamente con Tuñón, grabó su historia de vida, de laburo, de viajes, de política, de poesía y de poetas. El resultado fue un libro hermoso –Conversaciones con Raúl González Tuñón– que salió en el ’75 y que el poeta, por unos meses nomás, no llegó a ver publicado. Pero nosotros sí. También teníamos desde fines de los ’60 el disco en que decía sus poemas, laburo de Héctor Yánover, alguien que antes y después –como no hace tanto Pedro Orgambide– se ocupó de hacer leer y oír a Tuñón. Y todos pero todos quedamos –autores interlocutores y lectores oyentes– claramente tocados. Es que Tuñón no era ni es de ésos aparatosos que te sacan, ni de los provocadores que te voltean, ni de los solemnes que te aleccionan. Tuñón es de los que te conmueven, te hacen moverte con él y a partir de él.
Y es un gran poeta. De semejante intensidad que pudo sobrevivir tanto al ninguneo de los dueños ideológicos de la pelota cultural que lo tachaban con negro, como a los dogmas de la disciplina partidaria que lo subrayaba mal y con rojo. Como el pasto que vuelve y vuelve entre y pese a las junturas de los adoquines –la imagen me lo asocia a Pugliese, con quien comparte un destino y entonación comunes–, la poesía de Tuñón tiene algo de invencible y de verdadero.
Lo que vive de tantos poemas es, en principio, los climas, las atmósferas, los personajes y lugares clavados por versos llanos y definitivos: "Entonces comprendimos que la lluvia era hermosa" en el comienzo de Lluvia; la letanía de Los seis hermanos rápidos dedos en el gatillo, o el detalle de Los ladrones que "cuando la madre se les muere / le ponen luto a la guitarra".
Y después las imágenes, mínimas escenas iluminadas y en foco, pero sin congelar, vivas para siempre. Me quedo con tres de ésas. Una, el consabido consejo –tenía diecisiete cuando escribió esto– al solitario paseante de la feria: "El dolor mata, amigo, la vida es dura,/ y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa/ eche veinte centavos en la ranura/ si quiere ver la vida color de rosa". Otra –y una de las más hermosas de la poesía argentina– es la de la bohemia en París a los 25, con la amiga en la buhardilla: "Tú crees todavía en la revolución/ y por el agujero que coses en tu media/ sale el sol y se llena todo el cuarto de sol". Y la última, del ’41, en plena guerra y con los nazis todavía con la tortilla de su lado y sartén en mano, es esta determinación alevosa: "Subiré al cielo,/ le pondré un gatillo a la luna/ y desde arriba fusilaré al mundo,/ suavemente,/ para que esto cambie de una vez".
Tuñón, que no pudo ver la Revolución pero creyó en ella, dejó muchos poemas hermosos y un libro extraordinario, La calle del agujero en la media. Nunca fue derrotado.

©JUAN SASTURAIN, publicado en Página/12 al cumplirse 30 años de la muerte de Tuñón


Raúl González Tuñón fundó su poesía en medio de payasos, putas y obreros

Por Silvina Friera

En el centro de su imaginación poética había putas –la del poema Ursulina, "felina y escuálida", o Susana, la que "sirve café"–, payasos, marineros, ladrones, magos y obreros, que caminaban por el mundo de los márgenes, de los bajos fondos. Y también estaba Juancito Caminador, un prestidigitador que el poeta, "triste y cordial como un legítimo argentino", conoció en un circo de la Patagonia, y del que se hizo amigo porque tenía el mismo nombre que su marca de whisky preferida (Johnnie Walker). "Yo traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad", dice Juancito Caminador, es decir Raúl González Tuñón, en el poema titulado con el nombre del prestidigitador, incluido en Todos bailan. El, que se definía como un "realista romántico", alentaba la búsqueda del "punto en donde se encuentran lo clásico y lo romántico, la experiencia y el sentimiento, la ley y la revelación, la búsqueda y la inspiración".

Hace cien años, el 29 de marzo de 1905, nació una de las figuras esenciales de la poesía argentina, precursor en el hallazgo de una entonación rioplatense para el discurso poético, y maestro de varias generaciones de poetas, que será homenajeado con la proyección de un documental, Juancito Caminador, hoy a las 18.15 en el Café Tortoni (ver aparte), y con un encuentro en el Bar Tuñón, a partir de las 20.30, en que artistas y amigos se reunirán para evocarlo.

Mineros de Asturias

"Yo era un poeta realista: todos los personajes que aparecen en ese libro (por El violín del diablo, su primer poemario) fueron conocidos por mí. Frank Brown me deslumbró, era un payaso maravilloso, un inglés acriollado, de gran atracción para los niños; era una cosa deslumbrante", recordaba Tuñón. Los viajes a Francia y a España irán decantando ese realismo hacia una politización que se explicitó en La rosa blindada, escrito en homenaje a la insurrección de los mineros de Asturias, en 1936. Juan Gelman, probablemente el mayor discípulo del poeta, señaló en el prólogo a la cuarta edición de La rosa... que Tuñón "reivindicó para la Revolución la palabra aventura". Pero la miopía de la derecha cultural y el astigmatismo de la izquierda partidaria anularon la posibilidad de comprender la evolución del poeta. Al desprecio y la desconfianza que manifestaron ciertos sectores por su poesía política –descalificada, sin apelación, por panfletaria– se añadía otra objeción, más dolorosa al provenir del grupo ideológicamente afín al poeta. El establishment del Partido Comunista lo ninguneó, quizás espantados por este verso, demasiado "burgués", de Las brigadas de choque: "Demos a la dialéctica materialista el vuelo lírico de nuestras fantasías". Además, ese poema –que se publicó en la revista Contra, que Tuñón dirigió en 1933– le valió un breve período de cárcel y un proceso por "incitación a la rebelión".

Cajitas de música

En Conversaciones con Raúl González Tuñón, el poeta le confesaba a Horacio Salas, autor del libro, que no tenía miedo de repetirse en sus poemas. "Pienso que citar varias veces el barco en la botella, las cajitas de música, las veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio de los símbolos que siempre he amado." El placer lúdico y funambulesco por la imagen insólita, su fruición por el truco y la prestidigitación, la fluidez cinematográfica que les confería a las imágenes, el tono coloquial, casi confidente del hablante que parece susurrarle su secreto en el oído del lector, las mutaciones de los estados de ánimo, son algunos de los rasgos de la poesía de Tuñón que se proyectan, con mínimas variaciones, desde sus primeros libros al resto de su producción, Himno de pólvora, Primer canto argentino y Hay alguien que está esperando, entre otros. La frase del sabio franciscano Roger Bacon, que el poeta leyó en su adolescencia, fue la brújula que lo acompañó en su vagabundeo por la vida y de la que supo extraer la esencia de su poesía: "Contempla el mundo". Y en ese ejercicio de contemplación y embellecimiento de la materia observada, el poeta no hizo únicamente poesía "costumbrista ciudadana" o social. Ante todo fue un poeta universal porque todas las grandes urbes de la poesía de Tuñón –Buenos Aires, París, Madrid– son la misma ciudad, que él construía con retazos tan reales como fantásticos, provenientes de todas las ciudades del mundo.
Antes que Roland Barthes defendiera la idea de hacer anónimo al autor, de divorciarlo de su texto, Tuñón cumplió, acaso sin proponérselo, con la consigna barthesiana. A modo de homenaje a Aída Lafuente, una mujer que murió peleando hasta el final, el poeta escribió La libertaria. Tiempo después, cuando visitó España durante un congreso de escritores, en un festival folklórico escuchó cómo cantaban su poema, al que habían musicalizado. Todos repetían sus versos, "estaba toda manchada de sangre... estaba toda manchada de cielo", y Tuñón quiso decir: "El autor soy yo". Pero no lo hizo. Se acercó al escenario y preguntó: "¿De quiénes son esos versos?". Para su asombro le respondieron: "Anónimo, de autor anónimo". Tenía 32 años y ya era autor anónimo, universal. En El poeta murió al amanecer (incluido en Canciones del tercer frente), Tuñón, que murió en 1974, anticipó cómo quería ser recordado: "Fue un poeta completo de su vida y su obra. / Escribió versos casi celestes, casi mágicos,/ de invención verdadera/ y como hombre de su tiempo que era/ también ardientes cantos y poemas civiles/ de esquinas y banderas".

Página/12 - 03/04/05



Conversaciones con Raúl González Tuñón (fragmento)

Por Horacio Salas

-De todos tus libros, ¿cuál preferís a la distancia?

-Siento una gran piedad y ternura por el primero, El violín del diablo, con sus balbuceos, y una especial predilección por La calle del agujero en la media, pues la ida a Europa, y en especial a París, tuvo algo de deslumbramiento en mi vida (bien se dijo con razón, por otra parte, que se ve que esos versos fueron escritos por un porteño) y asimismo me es entrañable La rosa blindada, porque aquí se produjo una ruptura dramática, y a ese libro siguieron grandes tragedias, muchas muertes y exilios.

-En una época, para ser exactos afines de la década del cincuenta se dijo que vos escribías demasiados prólogos a muchachos jóvenes. ¿Qué podés contestar a eso? ¿Tuvieron razón?

-A mí me estimularon enormemente en su hora Nalé Roxlo, Oliverio Girondo, Güiraldes, Olivari, Rega Molina, mi hermano Enrique y otros que ya no están, y después, León Felipe, Robert Desnos, I1ya Erhenburg, García Lorca, Nancy Cunard, Mike Gold. Cuando escribo un prólogo para un poeta novel creo que pago en parte aquella deuda.

-Hablando casi del mismo tema ¿qué poetas influyeron más en vos?

-En la antología preparada y prologada por Héctor Yánover, nuestro común y admirado amigo, dice: ... "En el 24, 26, 28, se influenciaron mutuamente Borges, Rega, Olivari, Tuñón." Creo que tiene razón, si consideramos las coincidencias. ( ... )

Además pienso que influyeron en partes de mi obra, algo de la cautivante aventura dadá-surrealista, cierto clima a lo Rilke, a lo Milosz y el ímpetu gigante de Manhattan de Walt Whitman.

-¿Qué poetas has releído más veces?

-Bueno, a veces sólo tal o cual poema, a veces libros enteros, como el Gaspar de la Noche de Aloysius Bertrand, últimamente releí poemas de El libro de los paisajes, del Lugones no barroco, no retórico. También releo: "Luna de enfrente" de Borges, "Llanto por Ignacio Sánchez Mejía" de Federico, "La balada de la cárcel de Reading", partes del "Canto a la Argentina" de Darío y del "Canto a mí mismo" de Walt Whitman y algunos más.

-¿Alguna vez tuviste miedo de repetirte?

-¿Miedo? No. Además, pienso que citar varias veces el barco en la botella, las cajitas de música, las veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio de los símbolos que siempre he amado.

"En la época de Florida y Boedo, ¿se leían mutuamente?

-Solíamos leernos mutuamente en el sótano del Royal Keller en el Puchero Misterioso, aun antes de la guerrilla Florida-Boedo. Hoy prácticamente no existen aquellos típicos cafés y boliches literarios, pero sí los llamados "talleres de poesía" y "talleres literarios" donde jóvenes noveles también suelen leerse mutuamente y hacen bien.

"Las últimas promociones se caracterizan por cierta tendencia a la autodestrucción. ¿Eso ocurría también en tu época?

-No creo que fuéramos autodestructivos. Y ahora también hay de todo.

-¿Por qué crees que en el ambiente literario existen tantos enconos y odios?

-Siempre decía Federico: "El peor gremio es el de los toreros, no hay más que asomarse a uno de los cafés en que se reúnen; le sigue el de los cómicos y luego el de los escritores, donde basta con oír lo que dicen de los demás". Yo agregaría en nuestro medio, querido Horacio, el de los artistas plásticos y de los periodistas. ¡Y no hablemos de los políticos!

-¿Qué opinás de la crítica?

-"Creo en críticos como Edmundo Guibourg y como lo fue en lo suyo, Julio Payró. Lo ideal sería que el hombre de teatro haga crítica de teatro, el pintor crítica de pintura y el poeta crítica de poesía. Es claro, insisto en que respeto mucho al verdadero crítico, no a aquel del cual Picasso dijo que suele ser un artista fracasado. Y profesionalmente yo me siento cronista, porque éste más que criticar, informa (...)

-¿Alguna vez te enojaste por una crítica adversa?

-No, nunca que yo recuerde.

-¿Tuviste o tenés enemigos?

-Nunca tuve, creo, un verdadero enemigo. Pero si me pedís un ejemplo, te diré que en los últimos tiempos, Jorge Abelardo Ramos me atacó duramente. Vos sabés que él es trotskista y durante la primera presidencia de Perón, con el seudónimo de Víctor Almagro, publicaba en Democracia sinuosos artículos de corte maccarthysta, antes de Mac Carthy. Pero siendo él quien es, me hizo un favor. Y mirá, pienso ahora en aquella frase del agudo Oscar Wilde. "Yo elijo mis enemigos entre las personas inteligentes".

-¿Te gusta sentir que has descubierto algún nuevo poeta? ¿Consideras que descubriste alguno?

-Mirá, me encanta, e insisto en que me tocó descubrir a Juan Germán, a Héctor Negro, entonces desconocidos que leían sus versos en un teatro independiente, y luego a Julio César Silvia. Fuera del país, si no descubrí en España a Miguel Hernández, pues antes ya lo habían hecho Neruda y Aleixandre, intervine estimulándolo, en su tránsito de los sonetos muy brillantes, pero dentro de una retórica tradicional, a Viento del pueblo, gran libro, en el que se anunciaba como la nueva voz de la poesía española. Y en Chile puede decirse que descubrí a Nicanor Parra -no el actual, divagador, convencional, un poco reaccionario, con resabios dadá-surrealistas que ya no sorprenden a nadie- sino al lúcido poeta a quien alenté desde las páginas del suplemento dominical de El Siglo, que yo fundara con otro notable chileno: Julio Moncada.

-¿Qué poemas te hubiera gustado escribir?

-Bueno, no sé, creo que me hubiera gustado volver a escribir los poemas que en mi juventud quedaron por ahí, en ciertas pensiones, en ciertos fondines de los puertos. Puedo contestarte indirectamente recordándote el final de un poema de La veleta y la antena, mi último libro: "... pero amo y comprendo a los niños terribles / y al corazón alegre de las veletas que ellos aman /y a los poemas que yo amo y nunca escribiré."

-¿Extrañás al viejo Buenos Aires?

-Extraño del viejo Buenos Aires lo que fue más entrañable. Lo extraño y lo amo, como amo aspectos, rincones, los poquísimos que quedan y como amo muchas cosas del Buenos Aires actual. Esto se revela en poemas de mi último libro inédito El banco en la plaza, escrito entre 1970 y 1972. Sigo descubriendo cantidad de cosas que se harán a la vez entrañables, perdurables. Y existe algo que no ha cambiado: es el porteño, el espíritu del porteño "un poco chacotón y un poco triste", corno escribió Carriego. ( ... )

-¿Qué pensás de la muerte?

-La veo como algo que tiene que ver con la vida, con el otro lado de la vida. Con un pie en la dialéctica y otro en el panteísmo, creo que "nada se pierde y todo se transforma".

-¿Le tenés miedo?

-No, en principio, pero sí cuando pienso que me va a apartar de los seres queridos, de todo lo que amo en el país y en el mundo, de esta hora de renacimiento de los pueblos africanos y latinoamericanos.

-¿A qué cosa le tenés miedo?

-A que gobierne la Argentina un gobierno militar.

-¿Alguna vez pensaste en ser alguna cosa especial: ser marinero, pescador, o una cosa así?

-Acertaste, Horacio, me hubiera gustado ser marinero, claro.

-Raúl, ¿tenés miedo de llegar a viejo alguna vez?

-Ya llegué, pero no me siento viejo. Digo: Sigo vivo, es decir, sigo luchando y escribiendo. Sigo caminando por mi ciudad y saliendo al interior del país, a dar charlas y a escuchar a los más jóvenes. A mi carnet de viaje agregué primero Uzbekistán, después Cuba. En estos días volveré a nuestra Salta y a nuestro Chaco.



Texto de Raúl González Tuñón que describe los bombardeos a Madrid durante la ofensiva fascista

[Publicado originalmente en el periódico republicano La Nueva España]

(Este poco conocido texto del poeta es una crónica publicada por el periódico La Nueva España, editado en Buenos Aires, y recogido en el libro Las puertas del fuego. Describe los bombardeos a Madrid durante la ofensiva fascista.)

Abrí los ojos y nací a las cinco de la mañana. Desde hacía una hora, más o menos, mi sueño no era definitivo. Tenía la sensación de estar haciendo esfuerzos para quitarme un fardo de encima. Para quitarme la noche. Grandes y pequeños ruidos asediaban mi cabeza perfectamente incontrolable. A las cinco fue la lucidez. Desde que estoy en Madrid no había oído estruendo igual. Tan constante. Nada, posiblemente ni los tanques ni los aviones pueden ser tan impresionante como los obuses que, esos sí, no se sabe ni de dónde vienen ni adónde van.

A las siete de la mañana de ese día -11 de mayo- perdí la cuenta. Pensaba: hay quienes en este momento trazan rayas en un papel por cada obús que llega. Hay quienes recogen a los heridos y a los muertos. Hay quienes les dan entrada en los hospitales y en los cementerios; en esos libros manoseados que la historia suele revisar después. Tal vez haya muerto una mujer que vi en la cola del tabaco. O un ex jefe de Negociado -que siempre se le conoce-. O el niño que cantaba en Santo Domingo: 'Cuando viene la aviación, la aviación, la aviación...' con música de 'Los Tres Chanchitos'. O aquel hombre que dijo: 'El obús que me toque tendrá que llevar esta inscripción: Gregorio García.' Mejor así: 'Para Gregorio García'. Es más correcto.

De pronto la habitación era sacudida por un viento atronador. Todo se estremecía: mi cama, los dos o tres libros desvelados, las fotografías de la gente que ocupaba esta casa, intrusas hoy, la recomendación (para ordenanza de Banco), la tarjeta del abate Jean, la casa, en fin, la vieja casa del conde, los cristales, las sonatas dormidas en los pianos amarillos y muertos, el 'schottis' de Don Quintín últimamente colocado en la pianola: el retrato del Papa y el de Joselito, ambos con dedicatoria a la Condesa, ya acabada como ellos: la gran Biblioteca, así como los relojes, los muebles en cuyos cajones yacen las cartas, las recomendaciones, otras tarjetas de visita, el balance del año '35; y luego las tulipas, las pantallas, las flores pintadas, los cortinados, los ceniceros, las alfombras. Ese buen gusto desagradable de comedia fina, ese, a veces, agradable mal gusto y delicioso ridículo que recuerdan la presencia en esta casa de alguien que tuvo cierto ángel, pero cuyos descendientes bajaron después a la cursilería frívola, al clero, a la novela rosa, a lo que no subirá más a la superficie de España ardida y desgarrada y poderosa.

Porque sucede que la guerra trae consigo a la revolución y lo único que quedará de esta casa será la Biblioteca, el retrato de Joselito, por ser auténtico, y tal vez la guardarropía de los condes y de la capilla donde se amontonan disfraces tan parecidos a los que se ven en los escenarios dados vuelta cuando se marcha la compañía y que irán a parar, sin duda, a manos de los utileros de un posible teatro de la Alianza.

Hacia las diez de la mañana pasaron los aviones. Ya estaba en pie y corrí a la ventana. Todavía seguían cayendo los obuses en el corazón de Madrid, de heridas y latidos universales. Casi en seguida dejaron de caer. Nuestros aviones habían detenido al crimen. Y como los aviones fascistas no ofrecen nunca combate, los cañones fascistas, por temor a ser localizados, fueron silenciados y escondidos otra vez en la tierra ofendida por la zapa cobarde. (Esto no es demagogia, es un documento.) Pero después en la calle, con el sol, con la gente, con los niños, con las pipas, con las colas, con la Puerta de Alcalá, con Cibeles, con la Granja -había cerveza-, consumiéndome de amor, de ternura y de coraje, recobré otra vez a Madrid y a su reloj de Gobernación donde se da la hora de España. Y unas piernas rígidas y un niño corriendo hacia los escombros meemocionaron hasta llorar. (La poesía no es sólo experiencia, como decía Rilke. ¡También los sentimientos!)

En el frente de la Gran Vía me aguardaban el polvo amontonado, las vidrieras rotas, los comentarios de la indignación y el humor popular. La huella del crimen, casi borrada ya por la sonrisa de Madrid. Porque lo que no pudo conseguir la aviación no lo lograrán los obuses. ¿A qué este tremendo golpe súbito, este humo, este estruendo, estas muertes, estos letreros sobre las piedras, 'peluquero de señoras'. 'Las señas en la casa vecina', estas sastrerías desplomadas, estos incorrectos maniquíes? ¿Y estos obuses lanzados ciegamente, sin objetivo militar, por lo que detrás de nuestros parapetos, más allá de nuestras trincheras, aunque lanzaran sobre Madrid toda la metralla de los países fascistas no podrían siquiera conquistar la ceniza que sigue a toda muerte? Madrid, de sangre o polvo, no sería jamás conquistada por los bárbaros. El corazón de Madrid, crecido inmensamente por noviembre, nació del toro y la paloma. Tiene el secreto del valor y de la gracia.

[Fuente: http://www.nodo50.org/haydeesantamaria]



De estaciones de subte, historias y presentes

Humberto I, González Tuñón y las obreras de Brukman

Por María Luján Leiva

Ignoro quién decide el nombre de las estaciones del ahora privatizado subterráneo [metro] de la ciudad autónoma de Buenos Aires. Pero no ignoro la historia por profesión pero también por memoria .

Observo atónita el nombre de la futura estación de la nueva línea H: Humberto I. Existe ya una calle Humberto Primero o Primo -como decían los antiguos habitantes de Boedo- bautizada así por una ordenanza municipal de agosto del 1900.Tiempos del presidente General Julio Argentino Roca, república liberal no democracia.

Humberto Primero fue rey de Italia desde 1878 hasta el 29 de julio del 1900 en que fue asesinado por un anarquista en Monza. Final trágico que no lo exime de sus graves responsabilidades históricas y políticas.

Humberto Primero fue un monarca represor de los trabajadores italianos, usó el ejército para disolver las huelgas de trabajadores en la Italia que se industrializaba (¿ Recuerdan la memorable película Los Compañeros de Mario Monicelli?),ordenó una sangrienta represión en Milán en 1898 cuando los pobres de toda pobreza reclamaron por la carestía de la vida, por el aumento del precio del pan debido a la guerra cubano americana. El luego condecorado general Bava Beccaris reprimió durante cuatro días en Milán con el resultado de 79 muertos según la estadística oficial y muchos más en la realidad con quinientos heridos.

Cuatro años antes,1894, Humberto Primero había ordenado la represión de los campesinos sicilianos en Lercara, Gibellina,Giardinello y Pietrapezia.

¿Y nosotros, en esta situación actual de record histórico de pobreza y de hambre, con nuestra memoria y presente de víctimas y movilizaciones de obreros y desocupados renovamos el homenaje a ese rey? El rey de los estados de sitio, de los escándalos del Banco de Roma, de la supresión de la libertad de prensa y de la disolución de las organzaciones obreras.

El curriculum "políticamente incorrecto" de Humberto Primero es más frondoso todavía: fue el rey colonialista por excelencia, realiza la conquista de Eritrea aprovechándose de las hambrunas y las epidemias que asolaban la región africana y la convierte en colonia de Italia aunque cuando intenta seguir su política colonialista es frenado por los etíopes que le infligen la derrota de Adua en marzo de 1896 que costó la vida a cuatro mil soldados italianos y entre ocho mil y diez mil víctimas etíopes según fuentes italianas.

Precisamente las guerras colonialistas en África le servían para favorecer los intereses de su elite industrial y para "resolver"-sin distribuir- el problema de la tierra en el sur de Italia. En fin, tres maneras autoritarias de política económica y social: emigración, colonialismo, represión.

Quizás no sea una historia muy conocida pero es historia, es parte de nuestra realidad. En estos tiempos de búsqueda de raíces, de replanteos Norte/Sur se podría plantear otros nombres para nuestras estaciones de subtes. Sugiero uno.

A pocos metros de Humberto Primero y Jujuy ,donde se anuncia esa futura Estación Humberto Primero, allí en Saavedra 614, nació en 1905 Raúl González Tuñon, poeta, escritor, periodista. Nació allí en el Once Sur, el Once pobre que tanta influencia en su vida y en su poesía tendría.

Vi la luz en el barrio del Once, en el surero./Cerca de allí nació también Julio de Caro,/y escribió de la Púa sus memorables versos./Entonces aún la luna bajaba hasta los patios/¿Era todo mejor? No lo sé. Era distinto.

González Tuñón, el poeta de Juancito el Caminador, La Rosa Blindada, el voluntario en la república de España, el maestro de poetas y de jóvenes que buscaban iniciarse en la cultura para cambiar el mundo, el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores en 1972.

Raúl González Tuñón y Humberto Primo, hombres los dos, pero con distintos sueños, distintas vidas, distintos compromisos. Merecen distintos recuerdos.

Salud a la cofradía
trotacalle y trotamundo.
Todo nos falta en el mundo,
todo, menos la alegría.
.......
Corto sueño y larga andanza
en constante despedida.
Todo nos falta en la vida.
Todo, menos la esperanza.
Raúl González Tuñón (1941)

Y quizás cuando pasen algunos años, vencidas la pobreza, el sexismo y la ignorancia, el poeta luchador y gentil, ceda su nombre para que la estación -que une el Sur con la Plaza Miserere de los Primeros de Mayo del temprano novecientos- honre a las Obreras de Brukman.

[Fuente: La Fogata]



El violín del diablo de Raúl González Tuñón

Por Antonio Vallejo

Este artículo fue publicado en la revista Martín Fierro y reproducido en el libro Boedo y Florida (antología), Centro Editor de América Latina, 1993.

El violín del diablo fue publicado por primera vez en 1926

Una nostalgia de lo no alcanzado, una vaga ambición de alejamiento y cierta certidumbre muy romántica que refiere los paraísos terrenales en exotismos de extra-geografía, determinan en Raúl González Tuñón esa obsesión de puertos, con marineros ebrios, barcos de humo y barullo, camastros compartidos, rameras sentimentales, y rincones de amnesia clandestina, con vistas al edén de la morfina, la coca y el opio.

En otro sitio, por encima de unos "candiles moribundos", Baudelaire asoma su cara de gato vicioso, insistiéndola en cuatro o cinco composiciones de sentida imaginación.

Y un poco postergado, pero bien definido y bastante mejor de su tisis, Carriego ayuda la humildad del Tuñón suburbano.

Pero, repuesto de los otros, sale Raúl, entero de su libro. Gracias a la sinceridad de su expresión, a la energía original, y a su manera de mirar las cosas con un vehemente sentido de humanidad y un corazón abundante y manifiesto.

Es en la interpretación de los temas grotescos donde pone mayor intensidad, mayor complicidad sentimental, manejando, en contrastes de humorismo, los resortes de un originalísimo payaso que le recuerda con una pirueta su deber de alegría.

Así, por ejemplo, cuando el tono de la composición va adquiriendo una cierta espesura romántica, suena imprevista la vengadora exclamación del su clown:

¡Qué lindo es ir a ver
la mujer,
la mujer más gorda del mundo


o propone de un modo intempestivo:

No debe tener esqueleto
El enano de Sarrasani…

Es en "Colilla de cigarro" donde se advierte más entera su idiosincracia:

Colilla de cigarro:
Yo suspiro y te arrojo también
Por el ojo de buey
Por el ojo de buey de mi cansancio.

Raúl González Tuñón, curado de mezquinas influencias y turbios parentescos, sin disputar a nadie la posesión de un patio o de una villa, más creador de sus temas y despegado de ternuras llorosas y afiches melancólicos, es uno de nuestros más auténticos valores.

[Ilustración de la nota: primera edición de "El violín del diablo", de 1926]





ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA (1926)

I

A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

II

Lamparillas de la Kermesse,

títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.

III

Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.

IV

Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.

No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.

Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca…

V

¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire…
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo…

¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!

VI

Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.


A LIBERTARIA (1935)

A la memoria de Aída Lafuente, muerta en la cuenca minera de Asturias, Madrid.

Estaba toda manchada de sangre,
estaba toda matando a los guardias,
estaba toda manchada de barro,
estaba toda manchada de cielo,
Estaba toda manchada de España.

Ven, catalán jornalero, a su entierro,
ven, campesino andaluz, a su entierro,
ven a su entierro, yuntero extremeño,
ven a su entierro, pescador gallego,
ven, leñador vizcaíno, a su entierro,
ven, labrador castellano a su entierro,
no dejéis solo al minero asturiano.

Ven, porque estaba manchada de España,
ven, porque era la novia de Octubre,
ven, porque era la rosa de Octubre,
ven, porque era la novia de España.

No dejéis sola su tumba del campo
donde se mezclan el carbón y la sangre,
florezca siempre la flor de su sangre
sobre su cuerpo vestido de rojo,
no dejéis sola su tumba del aire.

Cuando desfilan los guardias de asalto,
cuando el obispo revista las tropas,
cuando el verdugo tortura al minero,

Ella, agitando su túnica roja,
quiere salir de la tumba del viento,
quiere salir y llamaros hermanos
y renovaros valor y esperanza
y recordaros la fecha de Octubre
cuando caían las frutas de acero
y estaba toda manchada de España
y estaba toda la novia de Octubre
y estaba toda la rosa de Octubre
y estaba toda la madre de España.


La luna con gatillo

Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.

El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.

El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.

Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.

Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.

Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.

¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?

He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.

El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.

Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!

Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.

Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.

No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.

Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.

Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.

Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.

No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!

No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.

Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.


El poeta murió al amanecer

Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.

Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.

Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.


El cementerio patagónico

A veces el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre quillangos.
Marca de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores, entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
Entre canallas enriquecidos con la sangre de los desgraciados.
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas.
Oh, trashumante.
Las prostitutas de los climas sureros lo siguen, alucinadas.
Todas las prostitutas -en su mayoría pelirrojas- lo siguen.
Él, el viento cazador, continúa su marcha
Y v a perderse hacia quién sabe qué archipiélago,
Hacia quién sabe qué cinematógrafo,
Hacia quién sabe qué enloquecida alcantarilla.

A veces, nuevo avatar, el viento patagónico es una sirena del aire.
En los hangares de las madrugadas atrae a los aviadores.
Los pequeños mecánicos comprueban con júbilo
La velocidad del viento a ras de tierra
y cuando arriba el altímetro señala una capa favorable de aire
La sirena los lleva en su canto,
la terrible sirena los lleva con sus canto de brumas, y lloviznas y nieve,
y ellos van a estrellarse
sobre enormes malolientes colonias de elefantes y lobos marinos,
sobre plantas de petróleo, sobre columnas de asustados guanacos,
sobre los rojos galpones de las curtidas villas del Sur.

Cazador o sirena el viento manda en la Patagonia.
Cazador o sirena se detiene en el corazón de la Patagonia.
Él, cazador o sirena,
camarada de los auténticos trabajadores de la Patagonia, se detiene
y va a rendir a la ceniza de los obreros asesinados por el Gobierno,
un homenaje de silencio cargado de tormenta. Oh trashumante.

En Santa Cruz, entre el mar y los montes
yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas fusilados.
Unos mal enterrados, en la fosa abierta por ellos,
asoman la punta del zapato con tierra y lagartijas.
Otros, enterrados vivos quizá.
una mano de hueso implorante picoteada por los cuervos.
Y no es extraño ver a lo largo del camino
restos de otros,
curioso contenido de la intemmperie.
Las caravanas de los desposeídos de la tierra, las largas filas de linyeras forzados,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la tierra
en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí, donde, oasis del viento patagónico, la tierra estéril lanza sus perros amarillos.
Allí, donde la aullante tierra reseca desafía las nubes,
viajeras de tres cielos.
Allí, donde las brújulas de los barcos perdidos, ya fantasmas,
señalan contra las costas, al fin, el rumbo de una próxima venganza.

Y es inútil, tuertos, sin pierna, todos los marineros han partido.
Todos los petroleros ha partido
y las calderas pueden estallar a la salida del gran golfo.
Todas las prostitutas han partido detrás del viento cazador.
Todos los aviadores de línea han despegado
y van detrás de la sirena viento.
Los peones del campo, las hormigas del cuero, el frigorífico y la lana han partido.
Y los recaudadores de Tierras y Colonias han partido.
Y ellos quedaron solos ente el mar y los montes
y ellos quedaron solos sin nombres y sin cruces
y ellos quedaron solos con las blusas agujereadas
y con lo agujeros de la carne sin carne.
Únicamente el viento cazador o sirena, adormece dulcemente su muerte.
Adormece delicadamente su putrefacta muerte, esa útil muerte.
Ese violento arroyo de ceniza
Que subterráneamente ha de desembocar en la revuelta
Y en cuyas aguas, grises y calientes, mi voz templa un acero
conocido.


La pequeña brigada

Guerra del Chaco

La pequeña brigada avanza.
¿Hemos oído la guerra, hermanos?
¿Hemos visto la guerra, hermanos?
La pequeña brigada, avanza.
La cabeza quedó colgada
como una fruta en el alambre.
Somos la pequeña brigada.
Somos el sueño, la sed, el hambre.
Por el ruido de los obuses
los oídos reventarán
y nos romperán y nos sepultarán
en áridas tierras sin cruces.
Como en la noche de San Juan
se abren brazos de luz que arroja
sombreros de fuego y de hierro.
Tenemos un hambre de perro.
Nos enloquece la fiebre roja.
Del otro lado, en la trinchera
enemiga, también están
la sed, el hambre, el sueño. Espera
tu sucio pedazo de pan.
Doctores de la guerra, villanos,
la granada está por caer
y tenemos tintas las manos
en sangre del amanecer.
Vuestros hijos, también villanos,
jamás os podrán suceder.
Seremos hermanos, hermanos,
algún día tendrá que ser.
¿Nosotros hemos visto la guerra?
Avanza la pequeña brigada.
¿Nosotros hemos oído la guerra? En la maraña de la picada.

Como cadáveres afilados,
lívidos, de dos en dos,
vamos caminando sin Dios
con los cráneos agujereados.


JUNACITO CAMINADOR

murió en un lejano puerto-
El prestidigitador
poca cosa deja al muerto.

Terminada su función
-canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja,
todo, menos la canción.

Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.

Música de barracón
-canción, baraja y paloma-
flor de campo sin aroma
Todo, menos la canción.

Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.

Su prestidigitación
-canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja,
Todo, menos la canción.

Mucha muerte a poca vida,
que lo entierre de una vez
la reina del ajedrez
y un poeta lo despida.

Truco mágico, ilusión,
-canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma,
todo, menos la canción.


CASA DE REMATE

Armatostes insignes! Todavía maduros,
cuánta vida a su orilla es hoy podrida muerte,
cementerio de gestos y voces y cenizas.

Armarios, mesas, cómodas, sillones,
que fueron vegetal estremecido,
aserradero y éxtasis.

Guardaron los secretos familiares,
como animales fieles y callados y lentos
¡compresivos!

El hogar, la provincia,
el adorno de los candelabros,
la represión sexual
y el deseo de los daguerrotipos.

Y cuántas frases célebres,
cuántos niños prodigio con violines,
cuánta vajilla fallecida,
cuánto termómetro,
cuánta carta con noticias que un tiempo conmovieron,
cuánto viaje que nunca realizaron
porque, a lo sumo, con los cuadros cirios
ardiendo todavía, alguien que sale,
alguien a quien se llevan
hacia la soledad y los gusanos,
hacia la nada activa.

Algo de abandonadas estaciones,
algo de teatro clausurado,
algo de recepción deshabitada,
algo de espectro real, concreto espanto,
y de naufragio sin naufragio.


LA LIBERTAD

I
De pronto entró la Libertad.

La Libertad no tiene nombre,
no tiene estatua ni parientes.
La Libertad es feroz.
La Libertad es delicada.

La Libertad es simplemente
la Libertad.

Ella se alimenta de muertos.
Los Héroes cayeron por Ella.
Sin angustia no hay Libertad,
sin alegría tampoco.
Entre ambas la Libertad
es el armonioso equilibrio.

Nosotros tenemos vergüenza,
la Libertad no la tiene,
la Libertad anda desnuda.
(Y el señor Jesucristo dijo
que el reino de Dios vendrá
cuando andemos de nuevo desnudos
y no tengamos vergüenza.)

Hermanos, nosotros sabemos,
pero la Libertad no sabe.


II

Hay que ser piedra o pura flor o agua,
conocer el secreto violeta de la pólvora,
haber visto morir delante del relámpago,
conocer la importancia del ajo y el espliego,
haber andado al sol, bajo la lluvia, al frío,
haber visto a un soldado con el fusil ardiente,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.

Viva el amor, la vida poderosa,
la muerte creadora de olores penetrantes
y eso porque uno muere y resucita,
la luz sobre los techos de la aurora,
sobre las torres del petróleo,
sobre las azoteas de las parvas,
sobre los mástiles del queso y el vino,
sobre las pirámides del cuero y el pan,
la gente retornando,
una ventana con la bandera en familiar bordado
y la exacta ambulancia, con heridos,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.

Hay que ser como el puente necesario,
natural como el lirio, como el toro,
saber llegar al fondo del silencio,
al subsuelo del brote y a la raíz del grito,
hay que haber conocido el miedo y el valor,
haber visto una mano que agita una linterna
de noche, hacia el distante nido de metralla,
hay que haber visto a un muerto cicatrizado y solo
cantando, sin embargo, la Libertad querida.


III

De pronto entró la Libertad.

Estábamos todos dormidos,
algunos bajo los árboles,
otros sobre los ríos,
algunos más entre el cemento,
otros más bajo la tierra.

De pronto entró la Libertad
con una antorcha en la mano.

Estábamos todos despiertos,
algunos con picos y palas,
otros con una pantalla verde,
algunos más entre libros,
otros más arrastrándose, solos.

De pronto entró la Libertad
con una espada en la mano.

Estábamos todos dormidos,
estábamos todos despiertos
y andaban el amor y el odio
más allá de las calaveras.

De pronto entró la Libertad,
no traía nada en la mano.

La Libertad cerró el puño.
¡Ay! Entonces...


EL CABALLO MUERTO

MEDIA NOCHE. Sobre las piedras
De la calzada hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
Para que venga el carro de "La Única"
Y se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.

Un hermano del pájaro, un hermano del perro.
Fue el hermano caballo que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos
tirando de los carros
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.


ESCRITO EN UNA TRASTIENDA

EN TODOS los puertos del mundo
descansa la noche
sobre los navíos oscuros
y reza su rosario de lunas
el viejo lobo curtido y silencioso.
Palomas de las músicas vagabundas
picotean los fanales encendidos.
Tu recuerdo ha hecho hueco en mi mano sin luz.
Ah, llegar a tu cabellera rubia como a un puerto final.

Atracan los astros
y detrás de los grandes murallones de sombras
luces multicolores se roban las miradas
y las estrellas son afónicas
como la voz de la violinista tuberculosa
cuya tos en el bar es obligatoria.
El alcohol anda en zancos y las mujeres canallas
Pasean su olor a polvo y su cansancio.
En todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.
Hasta muy cerca de los navíos
salen los patios
y entran por los oídos de los marinos.
Un sabor dulce, un amargo sabor.
En todos los puertos del mundo
hay vagabundos como yo
que asoman al asombro lejano
el corazón, como un barquito en la mano.
Hay una calle, larga borrachera,
pedazos de noche dispersada
y cuando llega el alba roja y con su clarín
revuela pájaros alucinados,
en todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.


LA CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA

YO CONOZCO una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.

Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazo tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
Y veía mi rostro fijado en las vidrieras
Y en un lugar del mundo era un hombre feliz.

¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento de primavera.

El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.

Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.


COSAS QUE OCURRIERON EL 17 DE OCTUBRE

EL AUTOMÓVIL se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.
El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.
A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.
Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.
A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.
A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.
El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro.
¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?
El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa.
Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.
Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo.
Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido.
Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada;
por los ojos les entra la página del Veo y Leo.
("¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos").
Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques.
HA hecho de mi querida una verdadera camarada.
Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas
y me río de los millonarios.

El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado.
El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado.
Le habían dicho: "Mañana, al alba, será usted fusilado".
Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas.
Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales.
El Parque amaneció cubierto de preservativos.
Josefina II ha pasado recién como un silbido.
Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla.
¡Qué macanudo!
("¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos."
"Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola.")
El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita.
América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos,
América Scarfó nos llevará flores.


BLUES DE LOS PEQUEÑOS DESHOLLINADORES

¿TE ACUERDAS de los turcos vendedores
de madapolán?
¿Y de los muñecos de trapo quemados en la
noche de San Juan?
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
y de los negros candomberos
y de mí que en las tardes de lluvia
detrás de los vidrios
miraba el paisaje caído en la zanja?

¿Te acuerdas del muro del día escalado, ardido,
mordido como una
fruta?
¿Te acuerdas de María Celeste?
Pues hoy María Celeste es una
prostituta.
¿Te acuerdas de la tienda fresca, violeta, rosa
y el torcido y verde farol?
Pues Juan el Broncero es hoy
un ladrón.

¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
oscuros, oscuros?
Pues hoy los pequeños deshollinadores
son hombres maduros
que gritan en las cantinas
escupen polvo en las negras fábricas
y aguardan las yiras fugaces
en los baldíos y en las esquinas.


LOS NIÑOS MUERTOS

("Por la Casa de Campo
y el Manzanares
quieren pasar los moros.
¡No pasa nadie!"
No pasa nadie, no,
no pasa nadie,
sólo pasa la muerte
que va a buscarles.)

MURIERON como todos los niños sin preguntar de qué y por
qué morían.
A las 10 de la noche los aviones negros arrojaron bengalas
como en la verbena.
Al espía que hizo señales desde una ventana le agujerearon
el cráneo.
La muerte, con traje de luces, dio varias vueltas por la
ciudad.
A las 10 y 2 minutos un estruendo redondo siguió a cada
silbido.
Los tranvías se lanzaron a la carrera y un espacial azul
agonizante.
El primer muerto falso fue un maniquí desvelado amarillo.
Todos los grifos de la ciudad fueron abiertos, todos los
vidrios se arrugaron.
El espía apretaba en su mano un plano del Museo y un
trabuco.
En las mansiones incautadas los señores de los óleos
parecían decir: "No nos dejéis".
Los periodistas extranjeros hicieron cola para ver a la
primera señorita muerta.
Los pianos cerrados de pronto con el ruido del féretro
desplomado,
el olor del jardín mezclado al del humo y la carne
chamuscada,
el hombre que precisamente a esa hora va en busca de la
comadrona,
la estatua sin cabeza con un letrero que decía Peluquero
de Señoras,
el ladrido de los perros más solo que nunca al fondo de
los corredores,
todo pasó rápidamente, como en el cine, cuando aún se
oía el zumbido de la avispa gigante.

Los niños muertos por juguetes, asesinados por grandes
mecanos armados,
con los que ellos soñaban cada noche, fueron recogidos
al alba sin mercados,
sin máscaras sueltas, sin churros, sin canciones (fue la
primera vez),
sin caballos blancos, sin manicuras, sin timbres de relojes,
entre ambulancias,
linternas, sábanas, delegados del gobierno, funebreros y
vírgenes llorando.
La sangre de los primeros niños muertos corrió toda la
noche.
Cada niño tenía un número sobre el pecho, el 7, el 9,
el 104, el 1,
pero la sangre corrió y se hizo río y fue una sola entonces,
la primera que corrió por los canales del sobresalto y el
rencor.
En la tierra por ella regada en la noche creció la rosa
de la pólvora,
la rosa que hoy vigila las puertas de Madrid y cuando
se acerca la avispa
lanza contra ella sus furiosos pétalos junto a los hombres
que sonríen,
a nuestros bravos soldados que sonríen porque saben por
qué pelean y mueren.


LOS VOLUNTARIOS

("Puente de los Franceses,
nadie te pasa,
porque los milicianos
¡qué bien te guardan!"
Qué bien te guardan, sí,
qué bien te guardan,
cubiertas de ceniza
la madrugada.)


NO PREGUNTARON

Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.

No preguntaron.

Así vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.

No preguntaron.

¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.

No preguntaron.

Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.

No preguntaron.


LOS OBUSES

Una muerte, la muerte,
se alimenta a la noche de cadáveres suyos.
Olor dulce, horroroso, que fermenta la pólvora,
su digestión violeta se acompaña de estruendo.
Por la mañana un viento desprevenido
lleva la muerte vomitada por la boca redonda.
Son los obuses.

Cargados de relámpagos, navajas, ambulancias,
sobre una soledad de evacuación distante
pasan rozando las últimas veletas
de enloquecidos gallos ciegos ya silenciosos,
pasan sobre negocios llenos de nadie
buscando un hospital y el corazón de un niño.
Son los obuses.

Cargados de mentira, de miseria, de metralla,
como una enorme M de miedo y muerte oscura.
Son los obuses.

Yo vi el árbol desnudo, el foco abierto,
la reventada piedra, el vidrio herido,
la sangre todavía
como no se ve nunca en los museos
ni en los teatros.
Son los obuses.

Son las panteras del aire desatadas
que vienen de la selva de acero y pólvora amarilla,
la muerte hecha pedazos buscando la inocencia
y su paloma.
Son los obuses.

Una mitad de novia contra el balcón ardido,
Sus manos, ya lejanas, estrelladas, perdidas, estrelladas;
luego la masa sola del niño y el caballo,
la muerte por la boca redonda vomitada.
Son los obuses.


LOS OBUSES (2)

TODO pareció quedar en orden pero era terrible.
Dos manos cortadas dentro de una guitarra,
un tiesto en el sombrero de novia, un árbol en el cuarto,
las fotografías sin el menor rasguño
prolongando la falsa vida de los parientes, el recuerdo de
la Exposición,
Joselito, Lenin, todo mezclado al olor del relámpago.

Esa tremenda mancha en la pared como un ladrido pintado,
como un ladrido de perro enfermo y solo,
ese caballo de madera orgulloso, intacto,
llevado a la más alta ruina por el viento de los obuses.

Donde nacieron los pequeños, donde velaron a los muertos
-cuando era posible morirse con las manos juntas-,
donde crecieron las telarañas
y se fueron inclinando a la tierra los más viejos,
donde yace el corazón,
el reloj del hogar que vio pasar los días y los rostros,
allí no es posible ver otra cosa que el vacío,
el primero y más firme cimiento de una casa.

Ya pasaron viniendo del Oeste y he aquí su obra
-ni el tiempo la hubiera hecho tan perfecta-,
muchos otros muros no ceden pero éste se cayó de pronto
como una encina demasiado vieja,
el mismo aire del obús que pasa enloquecido la hubiera
derribado.

Así cayó, así cayeron con él las buenas gentes, las palomas,
la veleta,
y el sol que estaba entonces dorando los canarios.

La noche de ceniza se hizo sobre la casa, de súbito cubrió
los restos,
las cosas que quedaron.

Así fue, mientras nuestros bravos soldados
combaten en la cintura de la ciudad maravillosa.
Muertos sin hospital, sin velatorio, sin entierro; muertos
anónimos, sí,
pero amados, es por vosotros que nosotros vivimos
para esperar que crezca la flor nueva del mundo, en
vuestras ruinas.


EN EL PUERTO

A una señal dejaron de moverse las grúas,
el pájaro de hierro plegó sus alas grises
y en los oscuros barcos de los países
sólo se oía el pálido rumor de las garúas.

En cercanas recobas de reverberos crudos,
de ásperos impermeables y cáscaras de fruta,
comen agrios pescados los marineros rudos.
Rasca un violín insomne la joven prostituta.

Sus dulces nombres mecen las barcas de la orilla,
sin carbón, sin aceite, sin guía, sin destino.
De los amplios galpones llega el olor del vino.
La fugitiva rata corre a la alcantarilla.

Ya sus perros de niebla lanza el viento en el puerto.
Rondan los barcos mudos invisibles gaviotas.
Los mascarones sueñan con ciudades remotas.
Llueve sobre la gorra del marinero muerto.


EL ENTIERRO DE LA GAVIOTA

¡SALUD las viejas barcas! Deja el crimen que el ciego
relata junto al órgano con arañas dormidas.
Ya está podrida, muerta, la pobre estrangulada.
Eh, tú, dile al patrón que venga con nosotros.

¿Dónde enterrarla, en qué fina tumba del aire?
Ella, que amó partidas y retornos y tuvo
esa delicadeza de morir en la proa
donde los mascarones cayeron para siempre.

Allí donde están ellos descansando, entumidos,
verdes, hinchados, rígidos, de pie, como los ángeles.
En el fondo del mar donde está la botella
Con el mensaje último, de misteriosa cifra.


EL POETA MURIÓ AL AMANECER

SIN UN céntimo, solo, tal como vino al mundo,
murió al fin en la plaza frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
Dos musas, la esperanza y la miseria.

Fue un completo de su vida y su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera
y como hombre de su tiempo que era
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.

Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro amigos de veras,
Los parroquianos del café,
Los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.

Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Withman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.

Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.


BLUES DEL BARCO ABANDONADO

A Evita Botana

AQUÍ estoy desde el día en que varó la rosa.
Nadie podrá saber quién distrajo su rumbo.
Aquí fui destruyéndome y hoy, casi vuelto al árbol,
sólo la fiel madera permanece en su forma

La tempestad me trajo del pedrusco y el limo
que arrebaté al secreto de las aguas atroces.

Los náufragos partieron y el capitán, sin novia,
quedó en los arrecifes lejanos del olvido.

Cuando la luna saca mi mascarón a flote
la aventura vacía se puebla de recuerdos,
donde en el remolino de las ondas amargas
una paloma besa la frente de la noche.

Vuelvo a ver hondos puertos de carbón y de sal,
tiestos en la ventana del aduanero triste,
y oigo los acordeones que en los barcos de sombra
dicen dulces Italias en nostalgia de mar.

Vuelvo a ver marineros que cantan en las fondas,
deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,
la cajita de música y el pontón fatigado
en donde el ángel vela su sueño de gaviota.

Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,
lavanderas que lloran a los maridos muertos,
callejones con fondos de silueta de ahorcado
y el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.

He bordeado la isla de florida fragancia
la tarde en que me vieron pasar los pescadores.
Yo iba a recoger a sus hijos perdidos
en el feroz remanso que devoró la balsa.
Vencedor de la niebla, timonel del ojo astuto,
por los ríos famosos cargué placer y pena,
alegres contrabandos de amores fugitivos,
el jugador fullero y el leñador oscuro.

Ni los soles tremendos ni la bruma enervante
consiguen abatir mi esqueleto solemne.
Sólo turban la paz de mi prisión mecida
los asaltos furtivos de los niños salvajes.

Quisiera ser un puente, un andamio, un refugio
en la lluvia o el féretro de los exploradores.
No estar aquí tumbado, deshabitado, eterno.
Quisiera ser el arca del último diluvio.

A veces desde el tiempo, por la playa desnuda
viene Mary Celeste. Su adolescencia errante
bajo la Cruz del Sur se tiñe extrañamente
y me contempla, solo, desierto de la espuma.

Su clara aparición me hace amar esta orilla,
el otoño mojado y mi antigua congoja.
Entonces un albatros nace en alguna parte,
y se torna dorada mi magnífica ruina.


EL CEMENTERIO DE LOS TRANVÍAS

(Loria y Carlos Calvo)

En un galpón enorme -donde estuvo la fábrica-
ese armazón oscuro con el techo llovido,
cual carros amarillos que mascaritas pálidas
de extintos carnavales ahora habitarían,
duermen, esperan ¿qué? los vacíos tranvías,
esqueléticos, sucios. Los miro y los comprendo.
Como ellos, así fueron arrumbados un día,
por inservibles, hijos del bíblico dolor,
los nevados obreros, las máquinas vencidas,
los juguetes usados por niños que partieron,
los tristes jubilados y los gorriones muertos,
fotografías borrosas, viejas cartas de amor.

Una esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador…
Y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplin, los faroleros, las gaviotas y vos.


EDGAR POE

PETER Brueghel, Iernimus Bosch, y Patinir,
Goya y Petrus Borel lo hubieran comprendido
(¿quién dijo que el delirio de la razón
engendra monstruos?).
La sociedad de los Rotarios,
los linchadores de negros y de rosas,
los verdugos de niños y de sueños
le daban asco y él bebía, ¿para olvidar?,
cuando aún no existían
las letras de los tangos tristes.


BAUDELAIRE

FUE UN profeta y vislumbraba el siglo
en que la acción fuera hermana del sueño
y reinventó la poesía, una manera
de recordar que el poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna.
Pero él fue poeta, inmenso como un río.
Un río puro impuro
que arrastró légamo y estrellas.


RIMBAUD

…¿PERO por qué murió allá en Marsella
tan cerca de la luz atrevida del muelle,
la Canabière, la sopa de pescado,
las rosadas mujeres de la feria
y el viejo olor que viene de los barcos
sin confesar dónde enterró la poesía
-como a un pájaro loco-, en qué baldío,
en qué lámpara pura, en qué ventana,
en qué lluvia crecida con violetas?

Donde el futuro está esperando


EPITAFIO PARA LA TUMBA DEL POETA DESCONOCIDO

FUE UN poeta de su vida y de la vida.
Porque además del diálogo del hombre con su tiempo
la poesía es un estado de ánimo,
fue siempre el suyo un vago amar
y sentir y esperar no se sabe qué cosas:
y no pudo escribir ni un solo verso.
La muerte, la inquirida "Tía de las muchachas",
Se lo llevó una tarde de azul desprevenido.
Murió de inanición, como Meg Merrillies,
la que en vez de cenar contemplaba
fijamente la luna sobre el bosque.

Tanta es su soledad que el olvido se toca


DESPUÉS DE LA MUDANZA

EL NIÑO triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?

La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.


LA MUERTE DE LA MUÑECA PINTADA

("Todo el mundo está siempre tiro-
neando de una. Todos parecen querer
un pedazo de una. MARILYN MONROE.)

TODOS la tironeaban.

Hollywood le arrancó el pedazo más grande.
Sólo quedaba de ella el corazón
-Un Desolado Corazón-,
la lluvia pródiga de su cabellera,
la última claridad de su mirada
y una calle de infancia y abandono.

Construida en la fábrica de sueños
se rompió como un sueño
rodando en pesadilla al césped donde yacen
los gorriones caídos y el verano.

Y fue el tocante Réquiem para una Marilyn:
Los extras acunaron la muerte de la estrella
con un terrible blues de lágrimas oscuras.


LOS SUEÑOS DE LOS NIÑOS INVENTANDO PAÍSES

"Cuando paso frente de un local don-
de exponen pinturas de niños, sigo de
largo."

BATLLE PLANAS

PORQUE el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.

El niño es el primer surrealista.

Y crece es hombre, y sigue viviendo más no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
-una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje-.

Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.

No hay comentarios.: