sábado, julio 28, 2007

UNA CRISIS SISTÉMICA.

No es otro 'martes negro' más.

Lo que ocurrió el ‘martes negro’ pasado estaba cantado. Se veía venir luego del hundimiento, en junio, de dos fondos del banco de inversión Bear and Sterns, involucrados en negocios hipotecarios, que dejaron sin pago a sus inversores y acreedores por una suma de unos 10.000 millones de dólares. En esa oportunidad, los bancos que financiaron a estos dos fondos comenzaron a vender los títulos que tenían en garantía, acentuando de este modo la caída del mercado. Todo esto señala que hemos entrado definitivamente en un proceso que debe culminar con un estallido de carácter general. Los principales banqueros son concientes de esto. Un columnista del Financial Times señaló, el lunes previo al derrumbe, que “para evitar que una crisis financiera se transforme en un colapso económico podría ser necesario un rescate. Pero solamente como último recurso. Los bancos que hayan hecho muchos préstamos malos no deben esperar un subsidio gubernamental”. Precisamente, a pesar del desarrollo creciente de la crisis del financiamiento hipotecario, los bancos centrales de Estados Unidos y la Unión Europea se han negado a reducir la tasa de interés, que es la forma clásica de un operativo de rescate financiero, esto porque permite a los grupos afectados pagar sus deudas con nuevos préstamos. Ben Bernake advirtió que, antes que se pueda salir de la crisis hipotecaria, habrá quiebras por un valor de 100.000 millones de dólares. Seguro que se está quedando corto.

El capitalismo contra su ley de la gravedad

La crisis en el mercado de crédito hipotecario ya se ha traslado a otros mercados de crédito. Por lo pronto, los fondos golpeados por la crisis vinculadas a las hipotecas ya son aproximadamente cien. El 23% de los créditos hipotecarios ajustables, que equivalen a 700 mil millones de dólares, se encuentran en “terreno negativo”, lo que significa que son superiores al valor de la propiedad cuya compra financiaron. Asimismo, el ‘default’ sobre hipotecas se ha extendido del medio oeste de Estados Unidos a los estados de Florida y California (The Econmist, 14/7). Los deudores hipotecarios no ham podido hacer frente a sus deudas por el tipo de créditos que contrajeron, que facilitaban los primeros pagos y los recargaba posteriormente.
No debe sorprender que los otros mercados de crédito hayan comenzado a caer y que la tasa de riesgo, que mide la diferencia entre la tasa de interés de un título y la de los bonos de la Tesorería de Estados Unidos, suba en forma constante. Hay una huída de capitales hacia los bonos del Tesoro, no solamente desde Argentina, sino de la mayor parte de las inversiones financieras. Los capitalistas más importantes tratan de poner a buen recaudo su dinero y de liquidar sus inversiones ‘ordenadamente’, antes de que venga el ‘corralito’. El crédito a los consumidores se ha cerrado, lo que abre el rumbo a una recesión. Las tarjetas de crédito están cobrando tasas de interés del 25% anual por los sobregiros.
Hasta ahora los capitalistas creían que habían conseguido ser más astutos que las leyes del capitalismo. Prestaron indiscriminadamente, sin importar la solvencia del prestatario, debido a la abundancia de dinero que había creado la política del dólar ‘dulce’. Pero, además, revendieron esos créditos bajo la forma de bonos u obligaciones, para distribuir el riesgo y para poder hacer nuevos préstamos. Los que compraron estos títulos, cuyo acrónimo es RMBSS, siguieron el mismo razonamiento y los usaron como garantía para obtener una mayor financiación de los bancos para invertir en esos u otros bonos. De este modo, muchos bancos se volvieron a encontrar con los créditos que habían vendido. La propiedad inmueble de usuarios residenciales de pocos recursos sirvió para montar una pirámide decenas y centenas de veces superior al valor subyacente de la propiedad. Por ejemplo, los dos fondos de Bear and Sterns, para potenciar sus ganancias, solicitaron préstamos bancarios por más de 11.000 millones de dólares, apalancando unas 7 veces su inversión inicial de 1.500 millones de dólares (Bloomberg, 18/7). Los bancos que otorgaron financiación para comprar títulos o que vendieron sus préstamos hipotecarios, reconvertidos en bonos, también invirtieron en los títulos y bonos que ellos mismos crearon o ayudaron a crear, haciendo subir la cotización sin el menor fundamento. Las agencias de evaluación no tuvieron empacho en otorgar a estos títulos el mayor nivel de calificación, a cambio de jugosísimas comisiones, con lo cual le dieron nueva manija a esta bicicleta financiera. Ahora que los inversores retiran el dinero de los fondos por temor a las pérdidas, los fondos descubren que esos bonos no valen lo que suponían y que su venta no alcanza para pagar los retiros de depósitos por parte de sus inversores. De la ‘liquidez’ o abundancia de dinero disponible, se pasó, en menos de lo que canta un gallo, a la ‘iliquidez’, es decir que no aparece el dinero para comprar los bonos que los fondos quieren vender.
Hace un mes, dos fondos dedicados a inversiones hipotecarias del banco de inversión Bear and Sterns, descubrieron que los títulos u obligaciones que tenían en su poder no valían más nada, cero. Bear and Sterns tuvo que salir a hacer frente al desastre y enfrentar una ola de litigios de los inversores y acreedores que quieren recuperar su plata. Esta crisis ha provocado una retracción general del crédito: el capital que hay que dejar en garantía para obtener un préstamo con destino a la compra de títulos ha pasado del 10 al 50% de la operación. El mercado de obligaciones de crédito es de más de un billón de dólares; el conjunto del mercado financiero es de cinco billones de dólares. Ahora las calificadoras de inversión han comenzado rebajar los ‘ratings’ de los bonos —Moody’s señaló que descalificará 91 obligaciones de deuda con garantía, por 5 mil millones de dólares (The Economist), lo que implica una inmediata pérdida de capital.
El mejor indicador de la crisis, sin embargo, no lo ofrecen los números. La inmensa mayoría de estos títulos tienen una cotización arbitraria, o sea que su valor es un capricho. Como se trata de derivados de otras operaciones de crédito, y aun de derivados de derivados y seguido, su cotización es la que han impuesto sus emisores —arbitrarias. Por otro lado, estas operaciones no se hacen en mercados públicos, porque los fondos que operan con estos instrumentos no quieren ser supervisados ni tampoco pagar las comisiones e impuestos de las transacciones abiertas. Es decir que el sistema en su conjunto opera al margen de sus propias leyes económicas —las de mercado! Estamos ante la manifestación de las contradicciones del sistema capitalista en su más alto grado, o sea el impasse y la inevitabilidad del estallido.

Crisis internacional

Hasta el martes pasado, los capitales que retiraban sus inversiones en títulos u obligaciones derivados de crédito iban a comprar acciones, haciendo subir la Bolsa. Ahora han comenzado a salir también de la Bolsa norteamericana hacia los bonos del gobierno, y aun el dólar, el oro, la libra, el euro y el yen. Este movimiento ha hecho explotar la nueva fase de la crisis. Ocurre que gran parte de la especulación descripta se desarrolló mediante la toma de préstamos en yenes, en Japón, cuya tasa de interés no llega al 1%, que eran invertidos en Estados Unidos, al 5% o en operaciones aún más rentables. Pero, ahora, la demanda de bonos del Tesoro norteamericano ha hecho caer la tasa de interés, poniendo en peligro la capacidad de devolver los préstamos en yenes. Hay una salida del dólar al yen, que se manifiesta en la devaluación del dólar y la suba del yen. Este giro le quita fondos al mercado de deuda de los Estados Unidos, lo cual acentuará la quiebra de numerosos fondos especulativos. La crisis financiera adopta una carácter más general e internacional.
Se cierra de este modo el ciclo que comenzó a mediados de 2002 cuando el Banco Central norteamericano comenzó a reducir la tasa de interés, hasta el 1%, y a emitir moneda (la tasa actual de emisión es del 25% anual), para sacar a Estados Unidos y a la economía mundial de la recesión. Este cebamiento financiero empalmó con la apertura del mercado chino a las inversiones extranjeras, formando una pareja exitosa. Sobre esta base se montaron los déficits fiscal y comercial norteamericanos y el surgimiento como hongos de los fondos especulativos. Diversos estallidos financieros fueron jalonando el agotamiento de esta política; también es decisivo el desastre del imperialismo en Irak o la exitosa defensa de Hezbollah contra la agresión sionista, esto porque un sistema en disgregación puede ser sostenido más allá de sus posibilidades si su Estado logra imponer derrotas fundamentales a las masas y naciones débiles. Los estallidos financieros alcanzaron también a China. Ahora quedará al descubierto, con la crisis financiera y la recesión, el grado de sobre-inversión de su economía y la necesidad de quiebras en masa.
La crisis en desarrollo no es una manifestación de ‘excesos’ o ‘exageraciones’ de carácter especulativo; no es, como dice The Economist, “otra trompada”. Es la consecuencia de una organización económica en declinación, que está operando más allá de sus límites históricos. Se cierra, asimismo, un ciclo más amplio, el que intentó reestructurar al capitalismo mundial, a partir de la crisis de la década del ’70, mediante la creación de un gigantesco pool financiero internacional. Todos los avances del capitalismo contra las masas, desde las pérdidas de conquistas sociales hasta la restauración capitalista en los ex países ‘socialistas’, vuelven a ponerse en cuestión. La alternativa socialismo o barbarie recobra toda su actualidad política.

Jorge Altamira

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