sábado, octubre 03, 2009

El maoísmo y la revolución china: 2. Un texto clásico de Deutscher…


Notas previas.

1. En mi artículo de introducción trataba básicamente de tres cosas: 1) Ilustrar sobre el debate sobre 1927, momento que marcó una mutación del Komintern del internacionalismo a la supeditación de la política exterior soviética, supeditación que llegó a tal extremo que el PC chino culminara la revolución en contra de los consejos de Stalin; sobre este punto se extiende también Deutscher; 2) Ofrecer n somero de análisis de lo que sucedió con la corriente maoísta en España (y en extensión por Europa), cuya influencia social bajo el tardofranquismo solamente fue inferior a la del PCE-PSUC, y que dejó un vacío tal que puede parecer que nunca existió; 3)Detallar una extensa sumaria del aporte de la corriente llamada reduccionistamente “trotskista”, a la que, por pertenecía Roland Lew, autor de un importante trabajo, China: de Mao a la desmaoización, curiosamente editado por la Editorial Revolución (Madrid, 1988), y afín al Movimiento Comunista…
Es un libro que habría que “colgar” en la Red porque ayuda a comprender una evolución que los más beatos convierten en un milagro: al igual que sucedió con Kruschev que convirtió el mar socialista en un mar capitalista por algo llamado revisionismo que atravesó el cristal de la realidad sin tocarlo ni mancharlo, también en China se habla de derrotas transitorias que salen de una manga sin necesidad de mayor argumentación.
La derrota de la clase obrera de 1927 fue clave para que la revolución caminara con un solo pie (el campesinado)…El desastre de 1927 se repitió en 1965 en Indonesia cuando el partido comunista que simpatizaba con China, confió en Sukarno siguiendo las exigencias de la política exterior china, permitiendo que quedara inerme antes una matanza que se llevó por delante medio millón de militantes y el esfuerzo de varias generaciones…
2. Se trata pues de un artículo que no esconde la procedencia, y que brevemente trata de ilustrar sobre un legado teórico y analítico que bien se podría ampliar a otros trabajos que cito unos pocos más por sí alguien quiere profundizar sobre esta extensa y compleja historia: Los orígenes de la revolución china, de Lucien Bianco (Ed. Tiempo Nuevo, Caracas, 1976); Historia del Partido Comunista chino, 1921-1949, de Jacques Guillemaz (Ed. Península, Barcelona, 1970); El marxismo en Asia, de Stuart Schram-Helene Carrere d´Encausse (siglo XXI, Buenos Aires, 1974), y Los trajes nuevo des del presidente Mao. Crónicas de la Revolución Cultural, de Simon Leys (Tusquets, Barcelona, 1976)…
En relación a la realidad presente me remito a los datos estadísticos ofrecidos por la compañera Mercedes Petit, al igual que coincido en algunas apreciaciones aunque no coincido con ella en el tono “cerrado” y concluyente de su trabajo…
3. Las referencias al maoísmo en los años sesenta-setenta, no son baladíes. El maoísmo fue la corriente mayoritaria de la generación el mao del 68. Su abanica de corrientes y tendencias fue todavía más amplio que las del trotskismo o el anarquismo, pero todos coincidían en varias cosas: tenían direcciones jerarquizadas, consideraban los movimientos como meras “correas de transmisión” del partido, colaboraron en las diversas plataformas pactistas, no aceptaban ninguna discrepancia interna…Tuvieron influencia en sindicaos, barrios, universidades, diarios, revistas, editoriales, y creyeron que Mao era la palabra final del marxismo. Algunos (entre ellos un profesor de ciencias en la Universidad de Barcelona), que el “Libro Rojo” tenía virtudes terapéuticas…Y ¿quién se acuerda ahora del “Libro Rojo”?.
No dejaron casi nada, aparte claro está de muchos luchadores y luchadoras que en su mayoría, empero, no tuvieron la capacidad de evolucionar como en otros países, como en Portugal formando el bloque con la LSR…Por cierto, en el tiempo que tuve París (1968-1971), y coincidí en albergues y “foyeaurs” con portugueses, y entonces todos los exiliados jóvenes eran maoístas.
Ahora las referencias análogas hay que buscarlas en Asía o…el Perú. No tengo mucha información sobre estos casos, pero estoy seguro al menos de dos cosas. Una es que están obligados a evoluciona y poner al día sus instrumentos teóricos, y dos, que se quieren hacer una revolución tendrán que enfrentarse a la orientación de lo que se sigue llamando (¿??) Partido Comunista chino…Algunas de las notas aparecidas desde el Perú sobre el “Sendero Luminoso” son bastante ilustrativas.
Pero lo que es aquí, a la izquierda del IU, está la izquierda independentista, Corriente Roja Izquierda Anticapitalista amén de numerosos grupos, pero con incidencia no hay ninguno que se pretende del “pensamiento Mao…Ni tan siquiera tienen nadie que les escriba con mínimo de rigor y continuidad. Su fobia contra Trotsky y el trotskismo (que nunca estuvieron en el poder; lo que hizo Trotsky en tiempos de Lenin pues pertenece a su biografía, ningún amigo suyo está obligado a firmar todas sus acciones, aunque o es cierto que en Brest-Listovk perteneciera al sector de Bujarin, osciló pero acabó firmando)…
4. La suma de descalificaciones e improperios revelan antes que nada una nula formación política, una radical falta de argumentos y análisis, cuando otro tipo de problemas como resulta palpable en el caso del tal Simón Puerta alias tal, y lo digo con el máximo respeto posible. Y con pesar porque en ocasiones parece alguien formada y capaz de razonar. Sus comentarios sobre Trotsky el cristología son, por decirlo suavemente, esperpéntico. En el llamado marxismo-leninismo codificado según sus intereses de casta por Stalin, subyace un esquema escolástico que nos lleva a antes de Galileo. Lenin asciende a los cielos (no hay ya análisis concreto), y Stalin es su representante en la tierra. En defensa de la “tierra prometida” crea un partido-Iglesia en la que los discrepantes son traidores, herejes. Llega a imponer hasta una “infabilidad”…
Mi empecinamiento al tratar esta cuestión –la del socialismo real o burocrático- es sencillamente porque creo que hay que ajustar las cuentas con una historia que acabó en un desastre total, y que se trata de comenzar de nuevo sobre la base de un ajuste de cuentas radical con este pasado…
Pero dejemos paso al magnífico trabajo de Deutscher que quedará complementado en una segunda entrega.
Gracias y saludos comunistas, o sea libertarios

Isaac Deutscher:

El maoísmo: orígenes y perspectivas

1

¿Qué es lo que constituye el maoísmo? ¿Qué representa, como idea política y como corriente, en el comunismo contemporáneo? La necesidad de esclarecer estas cuestiones se ha hecho de lo más urgente debido a que el maoísmo compite abiertamente con otras escuelas de pensamiento comunista por el reconocimiento internacional. Pero ya antes de iniciar esta competición el maoísmo había existido como corriente, y luego como tendencia dominante del comunismo chino durante treinta o treinta y cinco años. Bajo su bandera, las fuerzas principales de la revolución china emprendieron la más prolongada guerra civil de la historia moderna y consiguieron la victoria en 1949, abriendo la mayor brecha en el capitalismo mundial desde la Revolución de Octubre y sacando a la Unión Soviética de su aislamiento. Difícilmente puede sorprender que el maoísmo saliera finalmente de sus fronteras nacionales y solicitara para sus ideas la atención mundial. Lo sorprendente es que no lo haya hecho antes, y que permaneciera durante tanto tiempo dentro de los límites de su experiencia nacional.
El maoísmo ofrece, en este sentido, un contraste sorprendente con el leninismo. Este último también existió al principio como una escuela de pensamiento puramente rusa. Pero no por mucho tiempo. En 1915, tras el colapso de la Segunda Internacional, Lenin era ya la figura central del movimiento en favor de la Tercera, su iniciador e inspirador; el bolchevismo, como fracción del Partido Social-Demócrata Ruso, no tenía más de un decenio. Con anterioridad a ello los bolcheviques, como otros socialistas rusos, habían vivido intensamente todos los problemas del marxismo internacional, absorbido toda su experiencia, participado en todas sus discusiones, y se habían sentido ligados por vínculos inquebrantables de solidaridad moral, intelectual y política. El maoísmo, desde el principio fue semejante al bolchevismo en dinamismo y vitalidad revolucionaria, pero se diferenció de él por su relativa estrechez de horizontes y por la falta de contacto directo con los desarrollos críticos del marxismo contemporáneo. Uno vacila al decirlo, pero lo cierto es que la revolución china, que por su ámbito es la mayor de todas las revoluciones de la historia, fue dirigida por el más provinciano e «insular» de los partidos revolucionarios. Esta paradoja muestra en todo su relieve el poder inherente a la propia revolución.
¿Qué es lo que explica esta paradoja? El historiador advierte en primer lugar la ausencia total de influencia socialista y marxista en China con anterioridad a 1917.2
Desde mediados del siglo XIX, desde las Guerras del Opio y la Rebelión de Tai ping, a través del levantamiento bóxer y la caída de la dinastía manchú en 1911, China había estado hirviendo en el antiimperialismo y la revuelta agraria; sin embargo, los movimientos y sociedades secretas implicados en los levantamientos y revueltas eran todos de carácter tradicional y se basaban en antiguos cultos religiosos. El liberalismo burgués y el radicalismo no habían penetrado siquiera más allá de la Gran Muralla hasta comienzos del siglo actual: Sun Yat-sen solamente formuló su programa republicano en 1905. Por esta época el movimiento obrero japonés, cuyo portavoz en la Internacional Socialista fue el famoso Sen Katayama, adoptó oficialmente el marxismo. En Rusia, la invasión de las ideas socialistas occidentales había empezado a mediados del siglo XIX, y desde entonces el marxismo había arraigado en el espíritu de todos los revolucionarios, tanto populistas como socia1demócratas.
Como señaló Lenin, el bolchevismo seguía las huellas de muchas generaciones de revolucionarios rusos que habían respirado el aire de la filosofía y del socialismo europeo. El comunismo chino no tiene semejante antepasado. La arcaica estructura de la sociedad china y la autosuficiencia, profundamente arraigada, de su tradición cultural, han sido impermeables a los fermentos ideológicos europeos. El imperialismo occidental procuró minar esa estructura y esa tradición, pero fue incapaz de hacer que fructificara en la mentalidad china toda vital idea liberadora. Solamente la explosión revolucionaria en la vecina pero lejana Rusia sacó de su inercia a la inmensa nación. El marxismo llegó a China a través de Rusia. La rapidez con que lo hizo a partir de 1917 y la firmeza con que echó raíces en suelo chino son la mejor ilustración de la «ley del desarrollo combinado»: vemos aquí que la más arcaica de las naciones absorbe ávidamente la más moderna de las doctrinas revolucionarias, la última palabra de la revolución, y la traduce en acción. El’ comunismo chino, falto de un antepasado nativo, desciende directamente del bolchevismo. Mao sigue los pasos de Lenin.3
El hecho de que el marxismo llegara tan tarde a China y en la forma de bolchevismo fue consecuencia de dos factores: la Primera Guerra Mundial, que puso de relieve y agravó al máximo las contradicciones internas del imperialismo occidental, desacreditándolo a los ojos de Oriente, intensificó los fermentos sociopolíticos de China, la hizo «madura» para la revolución y extraordinariamente sensible a las ideas revolucionarias; mientras que el leninismo, con su vigoroso énfasis en el antiimperialismo y los problemas agrarios, convirtió al marxismo, por vez primera en la historia, en directa y urgentemente relevante para las necesidades y luchas de los pueblos coloniales y semicoloniales. En cierto sentido, China tuvo que «saltar por encima» de la fase prebolchevique del marxismo para ser capaz de responder a él.
Pero el impacto del leninismo puro en China fue muy breve. Perduró únicamente hasta principios de los años veinte, hasta el comienzo de la revolución «nacional» en 1925. Solamente una pequeña élite de intelectuales radicales estaba familiarizada con el programa leninista, que adoptó. En el Congreso fundacional del Partido Comunista Chino, en 1921, sólo estaban presentes doce delegados —Mao Tse-tung era uno de ellos— que representaban un total de cincuenta y siete miembros En el segundo Congreso, al año siguiente, el mismo apostólico número de delegados hablaron en nombre de 123 miembros. A principios de 1925, poco antes de que los comunistas se hallaran a la cabeza de millones de insurgentes no había más de 900 militantes en toda China.4
En estos primeros círculos de propaganda comunista las ideas básicas del leninismo dejaron una profunda huella. Independientemente de la medida en que la estalinizada Comintern confundiera el espíritu del comunismo chino, el germen del leninismo sobrevivió, y se transformó en el maoísmo.
El leninismo ofreció a sus adeptos chinos unas pocas verdades sencillas y grandes, más que una estrategia perfectamente delimitada o unas precisas instrucciones tácticas. Les enseñó que China solamente podría conseguir su emancipación por medio de una revolución desde abajo, por la que debían trabajar infatigablemente, invenciblemente y confiadamente, de la misma manera que los bolcheviques habían trabajado por su revolución; que debían desconfiar del reformismo burgués y no confiar en un arreglo con las potencias que mantenían sometida a China; que, en contra de estas potencias, debían ir de la mano con los elementos patrióticos de la burguesía china, pero que debían desconfiar de sus temporales aliados burgueses e incluso estar preparados para la traición de éstos; que el comunismo chino debía procurar apoyarse en las desposeídas masas del Campesinado, y estar siempre a su lado en sus luchas contra los señores de la guerra, los señores feudales y los prestamistas; que la pequeña clase obrera urbana de China era la única clase consistentemente revolucionaria y, potencialmente, la fuerza más dinámica de la sociedad, la única fuerza capaz de asumir la dirección (la «hegemonía») en la lucha nacional por la emancipación; que la revolución «democrático-burguesa» china era parte de una revolución «no interrumpida» o «permanente», de un trastorno global en el que el socialismo superaría necesariamente al imperialismo, al capitalismo, al feudalismo y a toda forma de sociedad asiática arcaica; que los pueblos oprimidos de Oriente podían confiar en la solidaridad de la Unión Soviética y de la clase obrera de los países occidentales; que el Partido Comunista, actuando como vanguardia del movimiento, no debía perder nunca el contacto con la masa de los obreros y de los campesinos, pero que debía ir siempre por delante de ellos; y, por último, que debían guardar celosamente la independencia total del partido en la política y en la organización respecto de las demás partidos. 5 Tal fue la quintaesencia del leninismo, que los escasos pioneros del comunismo chino habían absorbido antes de la revolución de 1925-1927.
En lo que se refiere al maoísmo, estos años son todavía la «prehistoria». El maoísmo sólo empezó a dejarse entrever durante la revolución, y solamente a consecuencia de la derrota de ésta llegó a formar una tendencia especial dentro del comunismo. El período «prehistórico» es, a pesar de todo, de importancia evidente, pues el maoísmo aprendió algunas de sus lecciones en la escuela del leninismo, que, a pesar de ser recubiertas por otros elementos ideológicos, entraron firmemente en su constitución política.

II

Las siguientes influencias formadoras fueron la propia revolución y el golpe traumático de la derrota. Los años 1925-27 contemplaron la erupción de todas las contradicciones nacionales e internacionales que dividían a China, y esa erupción fue asombrosa por su rapidez, magnitud y fuerza. Todas las clases sociales —y todas las potencias involucradas— se comportaron tal como había predicho el leninismo. Pero la característica más sobresaliente de los acontecimientos —una característica que no se halla en la siguiente revolución china y que, por tanto, se olvida o ignora fácilmente— fue la revelación del extraordinario dinamismo político de la pequeña clase obrera china.6
Los principales centros de la revolución estuvieron en las ciudades industriales y comerciales de la China marítima, especialmente Cantón y Shanghai. Las organizaciones más activas fueron los sindicatos (que se convirtieron en un gran movimiento de masas casi de la noche a la mañana). Las huelgas generales, las grandes manifestaciones callejeras y las insurrecciones de los obreros fueron los acontecimientos principales y los puntos culminantes de la revolución, mientras ésta se mantuvo en su fase ascendente. El levantamiento agrario como fondo, amplio y profundo, fue mucho más lento en su desencadenamiento, diseminado por áreas inmensas y desigual en ritmo e intensidad. Dio una resonancia de amplitud nacional a la acción del proletariado urbano, pero no afectó a los acontecimientos tan directa y dramáticamente como esta última. Nunca se subrayará lo suficiente que en 1924- 27 la clase obrera china desplegó casi tanta energía, iniciativa política y capacidad de dirección como la que habían mostrado los obreros rusos en la revolución de 1905. Estos años fueron para China lo que 1905-06 habían sido para Rusia: un ensayo general de la revolución, con la diferencia, sin embargo, de que en China el partido de la revolución obtuvo del ensayo conclusiones muy diferentes de las que se había obtenido en Rusia. Este hecho, en combinación con otros factores, objetivos, que se discutirán más adelante, habría de reflejarse en las diferencias entre los alineamientos sociopolíticos de China en 1949 y de Rusia en 1917.
En el momento del «ensayo» chino, el Moscú oficial estaba reaccionando ya contra sus propias esperanzas excesivas y las aspiraciones de revolución intelectual de la era de Lenin: precisamente acababa de proclamar que su doctrina era el «socialismo en un solo país». Las facciones estalinista y bujarinista, que todavía detentaban el poder conjuntamente, veían con escepticismo las posibilidades del comunismo chino, temían las «complicaciones» internacionales y decidieron actuar sobre seguro. Para evitar disputas con las potencias occidentales y el antagonismo de la burguesía china, Stalin y Bujarin reconocieron al Kuomintang como dirigente legítimo de la revolución, cultivaron la «amistad» de Chiang Kai-shek, proclamaron la necesidad de un «bloque de las cuatro clases» en China, y dieron instrucciones al Partido Chino para que entrara en el Kuomintang y se sometiera a su orientación y disciplina. Ideológicamente, esta política se justificaba sobre la base de que la revolución china era de carácter burgués y había que mantenerse dentro de los límites de una revolución burguesa. Por consiguiente, la dictadura del proletariado no estaba a la orden del día, sino solamente una «dictadura democrática de los trabajadores y campesinos», slogan vago y contradictorio que Lenín había avanzado en 1905, cuando todavía sostenía que la revolución rusa sería únicamente «democrático-burguesa».
Para seguir esta orientación los comunistas chinos tenían que ceder en casi todos los principios que Moscú les había inculcado muy recientemente. Tenían, como partido, que ceder su independencia y su libertad de movimientos. Tenían que ceder, en hechos si no en palabras, la aspiración de la dirección proletaria y aceptar en cambio la dirección burguesa. Tenían que confiar en sus aliados burgueses. Para constituir y mantener el «bloque de las cuatro clases», tenían que refrenar la militancia de los obreros urbanos y la rebeldía del campesinado, que amenazaba constantemente hacer saltar el bloque en pedazos. Tenían que abandonar la idea de revolución continua (o permanente), pues habían de «interrumpir» la revolución cuando tendía a superar los márgenes de seguridad de un orden burgués, y ello era constante. Tenían que romper el impulso proletario-socialista del movimiento, o bien Moscú les acusaría de ser partidarios del trotskismo. El socialismo en un solo país, en la URSS, significaba la negación del socialismo en China.7
En este punto el comunismo chino fue devorado por su propia debilidad, así como por el oportunismo de Moscú y por el egoísmo nacional. Faltos de una tradición marxista propia en que apoyarse, dependientes de Moscú en su inspiración, en sus ideas y para el nervio de su actividad, hallándose transportados, por acontecimientos de vertiginosa rapidez, desde la oscuridad de un estrecho círculo propagandístico a la dirección de millones de personas en la revuelta, faltos de experiencia política y de confianza en sí mismos, bombardeados por una sucesión infinita de órdenes categóricas, de instrucciones y reproches desde Moscú, objeto de la persuasión, de las amenazas y del chantaje político por los enviados de Stalin y la Comintern, los pioneros del comunismo chino, aturdidos y confusos, se sometieron. Habiendo aprendido todo su leninismo de Moscú, no podían pensar, ni decirse a sí mismos, que Moscú se equivocaba al recomen- darles que lo olvidaran. En las mejores circunstancias, hubieran considerado muy difícil estar a la altura de su misión y habrían necesitado consejos firmes, claros y absolutamente inequívocos.
El consejo que les llegaba de Moscú solamente era inequívoco al urgirles que soslayaran el problema, que eludieran sus responsabilidades, que abdicaran. No sabían que la oposición trotskista estaba desafiando la ‘línea general’ de Stalin y Bujarin, ni que el propio Trotsky se oponía a la idea de que el partido chino entrara en el Kuomintang y aceptara sus dictados (no tenían contactos con la oposición y Trotsky criticaba la «amistad» de Stalin y Bujarin con Chiang Kai-shek dentro del Politburó). Para los chinos, pues, Stalin y Bujarin hablaban en nombre de todo el bolchevismo.
Fue en este momento, en el momento de la rendición al Kuomintang, cuando Mao reveló su disentimiento por vez primera. Su disentimiento se expresó sólo indirectamente, pero, en estos términos, fue firme y categórico. En la segunda mitad de 1925 y comienzos de 1926 Mao pasó mucho tiempo en su provincia natal de Hunan, organizando revueltas campesinas, y participó en la actividad comunista de Cantón y Shanghai, representando al partido en algunos organismos dirigentes del Kuomintang. Su experiencia le incitó a analizar los alineamientos sociales, especialmente la lucha de clases en el campo, en dos ensayos (Las clases de la sociedad china, escrito en marzo de 1926, y Un estudio del movimiento campesino en la provincia de Hunan, en marzo de 1927). No trató de analizar la estructura social china profundamente o de criticar la línea del partido en general, pero hizo su descripción en unos términos que estaban en conflicto implícita e irreductiblemente con todas las premisas de la política del partido y de la Comintern.
“…No ha habido una sola revolución en la historia —escribió en marzo de 1926— que no haya encontrado la derrota cuando el partido que la guía ha seguido un mal camino... hemos de cuidar de unirnos a nuestros auténticos amigos y golpear a nuestros auténticos enemigos... [hemos de ser capaces] de distinguir a nuestros auténticos amigos y a nuestros auténticos enemigos... »
Los «auténticos amigos» del proletariado revolucionario eran los campesinos pobres y los elementos semiproletariados de las aldeas; los «auténticos enemigos», los terratenientes, los campesinos ricos, la burguesía, el ala derecha del Kuomintang. Caracterizó la conducta de todas estas clases y grupos con tal falta de ilusiones y con tanta claridad y decisión que, a la luz de lo que decía, el «bloque de las cuatro clases», la sumisión del partido al Kuomintang y la idea de una contención de la revolución dentro de límites burgueses parecían otros tantos absurdos, suicidas para el partido y para la revolución. No estaba volviendo la mirada de la ciudad al campo, como haría después, aunque ya se mostraba mucho más sensible para lo que hacían y sentían los campesinos que para el movimiento de los obreros. Pero todavía insistía, en el mejor estilo leninista, en la primacía de los obreros en la revolución, y su énfasis en este punto revela la relación real de trabajadores y campesinos en los acontecimientos de ese período.
En la misma época, en la Unión Soviética, solamente los partidarios de Trotsky y de Zinoviev empleaban todavía semejante lenguaje.8 Mao era una especie de Monsieur Jourdain trotskista, ignorante del tipo de prosa que empleaba. Su papel en el partido no era lo suficientemente importante para que la Comintern advirtiera la herejía, pero ya en 1926 estaba en desacuerdo con el Comité Central chino y con Chen Tu-hsiu, el indiscutido dirigente del partido que en otro tiempo había sido su propio mentor intelectual y político. En el Estudio del movimiento campesino de Hunan, escrito poco antes del golpe de estado de Chiang Kai-shek, Mao hizo pública su indignación ante los dirigentes del Kuomintang y ante «los camaradas del Partido Comunista» que tratan de apaciguar al campesinado y detener la revolución agraria.
«Muy obviamente —les fustigaba— éste es un razonamiento propio de la clase terrateniente.., un razonamiento contrarrevolucionario. Ni un solo camarada debería repetir este contrasentido. Si mantenéis opiniones claramente revolucionarias y permanecéis algún tiempo en el campo, únicamente podéis alegraros de ver cómo millones de campesinos esclavizados están arreglando cuentas con sus peores enemigos... Todos los camaradas deberían comprender que nuestra revolución nacional exige un gran levantamiento en el campo.., y deberían apoyar este levantamiento; de otro modo se encontrarán a sí mismos en el bando de la contrarrevolución.»
Esta actitud le costó a Mao su puesto en el Comité Central. Volvería a ocuparlo un año más tarde, pero la vena de radicalismo o de «leninismo originario» perduraría en él, incluso por debajo de muchos añadidos posteriores, y le acarrearía la acusación de trotskismo,.. treinta y seis años más tarde.
III

Sin embargo, fue a partir de la derrota de la revolución cuando el maoísmo adquirió su origen propio y aquellas características que habrían de distinguirle de todas las demás corrientes del comunismo y del leninismo.
La derrota ocasionó una gran inquietud entre los comunistas chinos, especialmente después de conocer la verdad sobre la pugna que respecto de China había tenido lugar en el Politburó ruso. Se produjeron varias reacciones en conflicto respecto de lo ocurrido. Chen Tu-hsiu reconoció lamentablemente que había dirigido mal a su partido pero alegó que él (y el Comité Central) habían sido mal orientados por Moscú. Al exponer dramáticamente la historia interna de la revolución, relatando los muchos actos de presión y chantajes a que Moscú le había sometido, admitió que Trotsky había estado en lo justo sobre China. Por ello fue expulsado del partido, calumniado y perseguido tanto por el Kuomintang como por la Comintern 9.
Chen Tu-hsiu y sus escasos amigos, razonando por analogía con la revolución rusa (y aceptando la orientación de Trotsky), contemplaban la perspectiva de un período de estancamiento político, un intermedio entre dos revoluciones; proponían actuar como lo habían hecho los bolcheviques entre 1907 y 1917: retirarse, atrincherarse y sostenerse primariamente entre los obreros industriales; reconquistar y construir plazas fuertes en las ciudades, que serían los centros principales de la siguiente revolución; combinar el trabajo clandestino con la propaganda y la agitación abierta; luchar por «reivindicaciones parciales», reivindicaciones salariales y libertades democráticas; hacer presión en favor de la unificación de China y pedir una Asamblea Constituyente Nacional; apoyar las luchas de los campesinos; utilizar todos los descontentos contra la dictadura de Chiang Kai-shek y reunir fuerza para la revolución siguiente, que debería ser la revolución ininterrumpida que Lenin y Trotsky habían propugnado.
Esto constituía, al menos teóricamente, una perspectiva amplia y un programa de acción coherente. Lo que ofrecía la Comintern, por medio de sus delegados, Li Li-san y Wang Ming, era una combinación altamente incoherente de oportunismo básico y táctica ultraizquierdista, ideada para justificar la política de 1925-27 y para salvar las apariencias en favor de Stalin. Se sostenía que la revolución siguiente sería también «democrático-burguesa»; este principio habría de ser utilizado en el futuro para justificar la renovación de una política pro Kuomintang y un nuevo «bloque de las cuatro clases» (Stalin siempre sostuvo esa política de reserva, incluso durante sus peores zigzags ultraizquierdistas). Entretanto, la Comintern, negando que la revolución china hubiera sido derrotada, incitaba al partido chino a iniciar golpes desesperados y levantamientos armados. Estas tácticas, iniciadas con la insurrección armada de Cantón en diciembre de 1927, se adaptaban bien a la nueva «línea general» de la Comintern, que consistía en pronosticar la inminencia de la revolución en Oriente y Occidente a la vez, llamando a la «lucha directa por el poder», rechazando en Europa todo frente único de socialistas y comunistas, negándose a defender las libertades democráticas, con slogans sobre el socialfascismo, etc. En Alemania esta política condujo al desastre en 1933. En China los levantamientos desesperados, los golpes y otras desventuras desmoralizaron y desorganizaron lo que había quedado del movimiento obrero chino tras la derrota de 1927.
Sobre este telón de fondo hizo su aparición el maoísmo. Aunque los historiadores oficiales (y el propio Mao) nunca lo han admitido, Mao compartía la opinión de Chen Tu-hsiu de que la revolución estaba en decadencia y que se avecinaba un período de adormecimiento político. Rechazaba la táctica ultraizquierdista de la Comintern, desde el levantamiento de Cantón a las diversas versiones de «li-li-sanismo». Sostenía, sin embargo, que el comunismo, durante largo tiempo, no tendría la posibilidad de volver a atrincherar- se en las ciudades ni de reconquistar plazas fuertes entre la clase obrera, pues creía que la derrota moral subsiguiente a las rendiciones de 1925-27 era muy profunda. No albergaba la esperanza de que el proletariado urbano se levantara de nuevo eventualmente, pero volvía la mirada hacia el campesinado, que no había cesado de luchar y de alzar- se en revueltas. Lo que se suponía que era simplemente el «acompañamiento» agrario de la revolución en las ciudades continuaba oyéndose, fuerte y estruendosamente, después de que las ciudades hubieran sido reducidas al silencio. ¿Era posible —aventuraba Mao— que no se tratara de un mero «acompañamiento»? ¿Serían acaso las revueltas de los campesinos, no ya el contragolpe de una ola revolucionaria en retroceso, sino el comienzo de otra revolución cuyo principal teatro sería la Chinal rural?
El historiador del maoísmo puede seguir las sutiles gradaciones por las que Mao llegó a responder afirmativamente a esta cuestión. Aquí bastará recordar que a finales de 1927, tras su disputa con el Comité Central, se retiró a su Hunan natal; que tras la derrota del Levantamiento de la Cosecha de Otoño se retiró a la cabeza de pequeñas bandas armadas a las montañas fronterizas entre Hunan y Kiangsi, y que desde allí urgió al Comité Central que «trasladara todo el partido», sus cuadros y cuarteles generales, «de las ciudades al campo». Los manuales oficiales chinos afirman hoy que Mao había concebido ya en 1927-28 la estrategia de largo alcance con que habría de conseguir la victoria veinte años después. Los escritos de esa época de Mao sugieren que primero consideró la «retirada al campo» como un expediente temporal y posiblemente como una jugada, aunque no una jugada tan desesperada como los intentos del partido de incitar a los trabajadores urbanos a la acción insurreccional.
Dijo una y otra vez que la «Base Roja» que Chu Teh y él habían formado en las montañas Hunan-Kiangsi era solamente un «refugio temporal» para las fuerzas de la revolución. 10 Pero este recurso temporal y provisional apuntaba ya la estrategia maoísta posterior. Los dirigentes del partido, tanto los «oportunistas» como los «ultrarradicales» rechazaban el parecer de Mao, sosteniendo que llevaba a romper con el leninismo. Y, realmente, ¿quién puede imaginar a Lenin, tras la derrota de 1905, «retirando el partido» de San Petersburgo y de Moscú y poniéndose al frente de pequeñas bandas armadas en los páramos del Cáucaso, los Urales o Siberia? La tradición marxista, en la cual la idea de la supremacía de la ciudad en la revolución moderna ocupa un lugar central, estaba demasiado profundamente arraigada en el socialismo ruso para que un grupo socialista ruso se embarcara en semejante aventura. Nada parecido se les ocurrió siquiera a los socialrevolucionarios, los descendientes de los narodniks, populistas y socialistas agrarios.

Notas

1. Escrito para «The Socialist Register» y «Les Temps Modernes» en 1964. Aparece incluido en la antología de escritos de Deutscher titulada Ironías de la historia, publicada por Ediciones Península, Barcelona, 1969, en traducción de Juan Ramón Capella.
2 La primera traducción china del Manifiesto Comunista apareció tan sólo en 1920; fue entonces cuando Mao, que tenía ya veintisiete años, leyó el Manifiesto por vez primera. Al año siguiente acudió en peregrinación a la tumba de Confucio, aunque no era creyente.
3. Aquí puede señalarse un paralelismo entre la fortuna del marxismo y de la revolución en Europa y en Asia. De la misma manera que el marxismo, en Europa, ejerció una amplia influencia en la Alemania industrial, también en Asia encontró un importante núcleo de seguidores en el Japón industrial, la «Prusia del lejano Oriente». Pero el marxismo no pasó de la propaganda y la agitación en ninguno de estos dos países «avanzados». Las grandes naciones «atrasadas» han sido las que han tenido que realizar la revolución en ambos continentes.
4 Ho KAN-CHIN, A History of the Modern Chinese Revolution (Pekín, 1959), pp. 40, 45, 63 y 84.
5. El Segundo Congreso de la Internacional Comunista en 1920, se ocupó especialmente de los problemas de los países coloniales y semicoloniales, y Lenin fue el principal impulsor de las tesis y resoluciones sobre esta cuestión. Cf. Lenin, Sochineniya (Moscú, 1963), vol. 41.
6. Mao dice que el número de obreros industriales chinos, empleados en grandes empresas, era de dos millones. Había alrededor de diez millones de coolies, rikshas, etc. MAO TSE-TUNG, Izbrannye proizvedeniya (Moscú, 1952), vol. 1, pp. 24 y 25.
Mao explica el papel decisivo de los obreros en la revolución por el alto grado de concentración en grandes fábricas, por las condiciones de extraordinaria opresión y por su militancia excepcional. Rusia no pasaba de los tres millones de obreros empleados en la industria moderna en el momento de la Revolución, y Trotsky explica su papel decisivo de manera parecida.
7. Cf. mi descripción de estos acontecimientos en The Prphet Unarmed, pp. 316-338.
8. Una comparación entre los documentos contenidos en Problemas de la Revolución China de Trotsky y los escritos de Mao de 1926-27 muestra la completa identidad de sus puntos de vista sobre estas cuestiones. Ho Kan-chih, en op. cit. (que es el relato maoísta oficial de la revolución china) da involuntariamente otros muchos ejemplos de esta identidad. Así, relata que a principios de 1926 Mao protestó contra la decisión del partido chino de votar a Chiang Kai-shek en las elecciones para el Comité Ejecutivo del... Kuomintang, y apoyar su candidatura para el cargo de comandante en jefe de las fuerzas arma- das. Casi al mismo tiempo Trotsky protestó en Moscú contra la elección de Chiang como Miembro de Honor del Ejecutivo de la Comintern. El historiador maoísta condena únicamente a Chen Tu-hsiu por su política «oportunista», pretendiendo no saber que Chen se comportó como lo hizo por órdenes de Moscú y que Chiang era el candidato de Stalin al cargo de comandante en jefe. El hecho de que Chiang fuera miembro honorario del Ejecutivo de la Comintern ni siquiera se menciona en la Historia maoísta.
9. El destino de Chen Tu-hsiu —denunciado como <‘traidor» por la Comintern, fue encarcelado y torturado por la policía del Kuomintang-_ fue una terrible advertencia para Mao, quien en lo sucesivo evitó una ruptura abierta con la ortodoxia estalinista, incluso cuando andaba a la greña con sus sucesivos guardianes chinos. Mao no se arriesgó nunca a un conflicto con Stalin y Chiang Kai-shek. Su actitud cauta y ambigua hacia el estalinismo reflejaba algo de la sensación de debilidad y de dependencia última del apoyo soviético que había ocasionado que Chen Tu-hsju aceptara los dictados de Stalin y Bujarin en 1925-27. Pero, a diferencia de Chen, Mao, pese a todo su respeto externo hacia Stalin, nunca cedió en su propio enjuiciamiento de los problemas chinos ni se apartó de su propia orientación.
10. MAo, Op. cit., vol. 1, pp. 99-110 y 117 y ss, passim.

Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red

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