jueves, enero 03, 2008

Todo afecta y es afectado por todo

Sumario:

— La conexión es una contradicción
— Un viaje de ida y vuelta
— La tabla de Mendeleiev
— Las hipótesis científicas
— El todo y sus partes
— Cambios cuantitativos y cambios cualitativos

Es muy frecuente identificar a la dialéctica de manera exclusiva con una teoría de las contradicciones que, indiscutiblemente, son una parte muy importante de la dialéctica, pero no son toda la dialéctica. El núcleo de la filosofía marxista consiste en reconocer que todo lo existente no es sino materia en movimiento. Todas las cosas y fenómenos del universo son modalidades diversas de la materia que están en continua evolución y cambio y, en expresión de Engels, cuando analizamos el movimiento de la materia lo primero que encontramos es la acción recíproca (1).
La materia es una e infinitamente diversa y no se puede aludir a la diversidad del mundo sin, al mismo tiempo, poner de manifiesto su unidad que, según Engels, estriba en su materialidad (2). En expresión de Lenin, el principio universal del desarrollo debe ser combinado, vinculado y unido al principio universal de la unidad del mundo, de la naturaleza, del movimiento, de la materia, etc. (3). La materia es una porque sus distintas partes componentes están en relación recíproca entre ellas, de forma que no se puede concebir nada totalmente aislado o independiente: En la naturaleza nada se produce aisladamente. Todo afecta y es afectado por todo (4). Los fenómenos estan interrelacionados unos con otros y se influyen mutuamente. Incluso un cambio meramente mecánico como el desplazamiento no es más que el cambio de lugar de un objeto con relación a los demás. La materia inorgánica altera la orgánica, y a la inversa; los fenómenos de la naturaleza condicionan los fenómenos sociales, y a la inversa; la situación social actúa sobre la conciencia de las personas, y a la inversa; y así sucesivamente. Si concibiéramos las cosas de otra manera el universo entero no formaría una unidad material sino un conglomerado disperso e inconexo de objetos y fenómenos. Ortega y Gasset decía Yo soy yo y mi circunstancia, como si ambas cosas estuvieran una junto a la otra sin influirse mutuamente, cuando las cirunstancias siempre influyen sobre las personas y las personas sobre las circunstancias: Las circunstancias hacen al hombre en la misma medida en que éste hace a las circunstancias, decían Marx y Engels (5). Por eso, tanto los fenómenos naturales como los sociales se deben examinar siempre dentro del infinito haz de condicionamientos que los determinan: Toda la naturaleza que nos es accesible forma un sistema, una totalidad de cuerpos interrelacionados, dice Engels. Los objetos reaccionan unos sobre otros, y precisamente esa reacción mutua constituye el movimiento (6) que hay que concebirlo en su sentido más amplio como lo opuesto a la estabilidad, como cambio, desarrollo, evolución, crecimiento, transformación y desplazamiento.
Así, la interacción entre las partículas subatómicas es la esencia misma de los fenómenos que estudia la mecánica cuántica. Los neutrones y protones de los núcleos atómicos se convierten los unos en los otros absorbiendo o emitiendo otras partículas más ligeras, como electrones o neutrinos. En esas interacciones, calificadas de desintegraciones nucleares, el átomo cambia su naturaleza y, por ejemplo, pasa de ser fósforo a convertirse en azufre.
El ejemplo de la mecánica cuántica es muy útil en este punto porque allí se estudia uno de los objetos de la naturaleza que menos interacciona con su entorno, el neutrino, de manera que para detectar estas partículas los físicos han tenido que introducirse en galerías subterráneas a cientos de metros de profundidad, construyendo allí gigantescos despósitos. A pesar de que millones de ellos están atravesando la tierra, apenas unos pocos inciden en esos depósitos porque, al no tener carga eléctrica y con una masa muy pequeña, son capaces de traspasar cualquier obstáculo sin tropezar con ningún átomo. Pero con paciencia alguno siempre cae en la trampa, prueba de que sí interactúan con la naturaleza.
Además, si la materia es una, si no hay nada fuera de ella, significa que se mueve por su propio impulso, que el movimiento es inherente a ella y no algo externo. No se puede hablar de interacciones internas y externas porque todas son internas. Por eso la dialéctica considera el movimiento como un automovimiento. Nadie como Spinoza expresó mejor la profundidad de esta idea dialéctica cuando concibió la materia como causa de sí misma y como un proceso de cambio permanente que se está haciendo, como actividad (natura naturans). Sin embargo, el concepto físico de estabilidad nuclear parece opuesto tanto al movimiento como al automovimiento. Los manuales suelen decir que aunque la mayor parte de los núcleos átomicos son inestables (radiactivos), los ligeros son estables. En realidad no es así, ya que todos son inestables, si bien los más pesados se desintegran más rápidamente, mientras que los ligeros pueden tardar millones de años, lo que es uno de los problemas fundamentales para la preservación del medio ambiente.
Actualmente en física la máxima expresión del automovimiento es la ley de la conservación de la energía, de manera que en las transiciones y cambios de estado, la energía y otras propiedades fundamentales de los objetos se mantienen constantes. Las ciencias expresan muchos factores constantes dentro del cambio. Así, en física está la constante de la gravitación universal, en mecánica cuántica existe el número ђ que es la constante de acción de Plank, en termodinámica κ es la constante de Boltzmann y en la teoría de la relatividad c es la velocidad de la luz. La matemática también conoce una serie de números omnipresentes, como el e, que tiene una presencia generalizada en los logaritmos, aunque el más conocido es π, que expresa la proporción entre la longitud de la circunferencia y su diámetro. A este tipo de números se les llama constantes; no cambian nunca, expresan la unidad material del mundo, la continuidad dentro de la discontinuidad.

La conexión es una contradicción

La acción de unos objetos sobre otros adopta la forma de una contradicción, de un choque recíproco entre pares opuestos; junto a la acción está la reacción, existe la atracción pero también la repulsión, la oxidación y la reducción. No obstante, la metafísica siempre ha tomado en consideración únicamente las vinculaciones de tipo unilateral, en donde el elemento activo es considerado como causa y el pasivo como efecto. En su mecánica, que llegó a convertirse en paradigma para todas las demás ciencias, Newton habló de fuerzas activas y masas inertes sobre las que actúan aquellas. Eso también es muy frecuente cuando las personas creen ser meros autómatas ejecutores de un destino ciego o de unas condiciones (naturales o sociales) que son las que impelen su voluntad y no pueden cambiar. Por el contrario, otras imaginan ser capaces de actuar con una libertad absoluta, sin estar condicionadas por los múltiples factores externos a ellas mismas cuando todos somos plenamente capaces de actuar sobre las circunstancias externas que nos rodean.
La contradicción no es una conexión externa, decía Lenin, sino una negación de sí mismo, una transición, algo que se convierte en su contrario sin dejar de ser él mismo. La negación no se pone enfrente de la afirmación, no es una mera simetría en la que sólo cambia el signo, sino que se opone a ella y al mismo tiempo la contiene dentro de sí. Como dijo Lenin: Ni la negación vacía, ni la negación inútil, ni la negación escéptica, la vacilación y la duda son características y substanciales de la dialéctica -que, sin duda, contiene el elemento de negación y, además, como su elemento más importante- no, sino negación, como un momento de la conexión, como un momento del desarrollo, que retiene lo positivo, es decir, sin vacilaciones, sin eclecticismo alguno (7). La ya mencionada ley de la conservación de la energía, que recibe variadas formulaciones en física, entre ellas la conocida E=mc2, expresa esa unidad del cambio y la estabilidad. Pero aunque la ley de la conservación de la energía es la más general en física, en las interacciones nucleares, es decir, en las colisiones entre partículas subatómicas, también se conservan otra propiedades importantes, como el momento, el espín o la carga, de manera que no se puede concebir la inestabilidad sin la estabilidad.
En la sociedad sucede lo mismo. Es muy impreciso afirmar que el socialismo es lo contrario del capitalismo, porque el socialismo no consiste únicamente en la destrucción del capitalismo sino que requiere la conservación de todo aquello que el capitalismo tiene de positivo y de avance de la humanidad, del mismo modo que el marxismo criticó la ideología burguesa, al mismo tiempo que incorporaba a su propio acervo todos aquellos avances verdaderamente científicos y los hacía suyos, tales como la economía clásica inglesa, la dialéctica alemana y el socialismo utópico francés. En ese proceso de asimilación se produce un desarrollo que requiere una fase de transición en la que, simultáneamente, se destruye y se conserva. Dentro de esa fase -decía Lenin- la negación es el punto de viraje (8), el momento de inflexión del movimiento.
Porque se trata justamente de eso: esas transformaciones o mutaciones de los objetos en sus opuestos no son otra cosa que movimiento.
La negación no está fuera de la afirmación sino unida a ella; su conexión mutua hace de ambos una unidad de forma que lo positivo está presente en lo negativo: De la afirmación a la negación, de la negación a la ‘unidad’ con lo afirmado; sin esto la dialéctica se convierte en una negación vacía, en un juego o en escepticismo (9).

Un viaje de ida y vuelta

Desde el punto de vista dialéctico, las cosas que están interrelacionadas siempre se condicionan mutuamente; los efectos se convierten en causas y las causas en efectos. Al marxismo se le atribuye en ocasiones el reconocimiento de la poderosa influencia de la economía sobre el pensamiento, lo que es inexacto si no está complementado por el reconocimiento de la influencia inversa del pensamiento sobre la economía. La diferencia entre una abeja y un arquitecto, decía Marx, es que el insecto es uno mismo con su actividad, mientras que el arquitecto se separa de ella y antes de construir un edificio dibuja un plano, de manera que ya tiene el edificio en la cabeza antes de echar los primeros cimientos. Hasta el albañil redacta un presupuesto antes de ponerse manos a la obra.
En mecánica cuántica es frecuente aislar las interacciones como si se tratara de fenómenos que sólo operan de manera unilateral mediante el uso de una flecha. Así para describir determinada desintegración nuclear escriben:
neutrón → protón + electrón + antineutrino
Pero ya hemos expuesto que ese tipo de tranformaciones nucleares son verdaderas interacciones, y que también existe la desintegración contraria a la anterior, en la forma:
protón → neutrón + positrón + neutrino
El concepto matemático de función (expresión abstracta y unilateral del determinismo en la naturaleza) también adolece en ocasiones de ese punto de vista unilateral, mecánico y externo, en donde, por un lado están las variables independientes y por el otro las dependientes o influidas por las anteriores. Esto sólo puede ser válido como una aproximación, ya que no tiene en cuenta los condicionamientos inversos ni las trasformaciones de los unos en los otros, de las variables independientes en variables dependientes y de éstas en aquellas, de las causas en efectos y los efectos en causas. Para establecer que y está condicionado por x, la matemática considera la relación x→y mientras que la dialéctica, además de no reconocer variables independientes, la considera como x↔y.
En torno a esas flechas el químico belga Ilya Prigogine trató de edificar en los años setenta del pasado siglo toda una teoría filosófica universal acerca del tiempo y la historia sobre la base de → más bien que de ↔ y que él denominó irreversibilidad. El materalismo dialéctico contradice radicalmente la mayor parte de las hipótesis de Prigogine, si bien la interacción x↔y no significa reversibilidad de los fenómenos, es decir, que el tiempo no fluye en las dos direcciones, como bien dice Prigogine, porque las transiciones recíprocas y→x no significan un regreso hacia atrás en el tiempo sino una continuación y, además, un salto cualitativo en el que, en realidad, no hay vuelta hacia x sino la creación de un tercer objeto que es la superación tanto de x como de y.
Los vínculos mutuos entre los fenómenos son infinitamente numerosos y variados; pueden ser internos y externos, necesarios y fortuitos, principales, secundarios, inmediatos y remotos. Por ejemplo, existen vínculos directos de unos objetos sobre otros, pero también existen otros indirectos, que se producen a través de fenómenos intermedios. No todos los condicionantes que inciden sobre un objeto tienen la misma importancia o trascendencia, ni son de la misma naturaleza, por lo que sus efectos también son diferentes. Pero en cualquier caso, esos vínculos y condicionantes se rigen por leyes objetivas que expresan los lazos estables que existen entre ellas. Ahora bien, las leyes no pueden incluir la totalidad de los lazos que operan entre los fenómenos, sino sólo los más importantes y decisivos, y no se puede caer en el agnosticismo tratando de equiparar todos los vínculos que inciden sobre un objeto con el pretexto de que hay que analizarlo bajo todos los ángulos. Los agnósticos dicen que no podemos conocer la marcha de los fenómenos a causa de las infinitas influencias que sobre ellos inciden. A ellos los árboles no les dejan ver el bosque. Particularmente, los fenómenos sociales, donde concurre tal cúmulo de personas, de comportamientos impredecibles, y tal cúmulo de factores culturales, religiosos, económicos, etc., parecen escapar a toda capacidad de análisis.
Sin embargo, el materialismo dialéctico, entre todo ese abigarrado universo de factores influyentes, selecciona el más importante, lo que habitualmente se conoce como la contradicción principal. A partir de él se determinan todos los demás condicionantes, que son secundarios. Así, el precio de una mercancía está sometido a múltiples influjos, de la oferta y la demanda, el crédito, los impuestos y otras numerosas circunstancias, a pesar de lo cual, se mueve siempre en torno a su valor y al tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla.
Pero la dialéctica materialista no analiza las leyes concretas que explican el movimiento de cada elemento concreto de la naturaleza, la sociedad o el pensamiento, ya que en cada una de ellas operan leyes específicas. La dialéctica estudia las leyes más generales que son comunes a todas las formas de movimiento, cualesquiera que sean. Como afirma Ai Siqi, es a la vez el microscopio y el telescopio que nos ayudan a descubrir las relaciones complejas entre los objetos (10). Por eso está íntimamente ligada a todas las ciencias, sin las cuales, no podría evolucionar.
Ese carácter general de la dialéctica ha conducido al error de creer que sus leyes, como las de la lógica formal, son vacías y no aluden a realidades objetivas o externas de la materia sino que son una especie de formas sin contenido alguno. Wittgenstein decía que eran tautologías, esto es, formas diferentes de expresar lo mismo de maneras diversas. Es también muy común en la ideología burguesa acusar a la dialéctica de puerilidad o de banalidad. Por ejemplo, acusan a la Dialéctica de la naturaleza de Engels de hacer pasar obviedades como si fueran contradicciones, cambios cualitativos o lucha de los opuestos. No comprenden que la dialéctica no sólo está en las abstracciones científicas más profundas, sino también en fenómenos cotidianos y en operaciones bien simples que realizamos, tanto los albañiles como los químicos, de forma rutinaria. Por eso cuando multiplicamos dos números negativos obtenemos otro número positivo; por eso dos cargas del mismo signo eléctrico se repelen mientras que se atraen si el signo es distinto. Por ejemplo, en castellano decimos ‘no sé nada’ para confesar nuestra ignorancia, cuando si aplicamos una lógica estricta, no saber nada equivale a saber algo, porque la expresión se dice también ‘Sólo sé que no sé nada’ y el que sabe que no sabe nada ya sabe algo. Esta sucesión de dobles negaciones de un enunciado para negar dicho enunciado también sucede con el inglés coloquial (‘This ain't no computer’), y con el francés (‘Ceci n'est pas un ordinateur’). Esta misma vulgaridad se repite en algunos tipos de radiaciones nucleares o en colisiones de partículas con antipartículas, en las que algunas propiedades físicas, como las cargas eléctricas, cambian de signo o se neutralizan, y a la inversa, partículas neutras se convierten en otras eléctricamente cargadas. Por eso en algunos textos de física podemos leer a veces algunas leyes expuestas de manera inevitable e inconscientemente dialéctica:
Después del descubrimiento del positrón ya no puede razonarse en la misma forma. Hay que volver al ‘principio de conservación de la electricidad’ de Lippmann (1881): ‘No se puede hacer aparecer o desaparecer una cantidad de electricidad cualquiera sin hacer aparecer o desaparecer al mismo tiempo la cantidad igual y de signo contrario’ (11).
Las ciencias están repletas de estas pequeñas tonterías que, sin embargo, en ocasiones, dan muchos quebraderos de cabeza a sesudos pensadores cuya única preocupación es hacer difícil lo sencillo. La lógica dialéctica y la formal abstraen las leyes más universales que se observan en todos los fenómenos, tanto de la naturaleza como de la sociedad o del pensamiento, por lo que son comunes a todas las ciencias. Sólo deberíamos añadir que las leyes de la dialéctica también están deducidas de los fenómenos aparentemente más rutinarios y más vulgares de la vida. La tostadora de pan tiene mucho que ver con la estructura del átomo.
No obstante, las ciencias no pueden profundizar en el conocimiento del universo sobre la base del principio dialéctico de que todo afecta y es afectado por todo sino que necesitan separar ese todo en sus distintos fragmentos, aislar cada uno de los fenómenos, buscar los lazos más intensos para encontrar en unos la causa y en los otros el efecto.

La tabla de Mendeleiev

Quizá nada como la tabla de Mendeleiev, descubierta por este químico ruso hacia 1870, ilustra la interrelación universal de todas las cosas, constituyendo una extraordinaria confirmación del núcleo de la dialéctica que Marx y Engels habían establecido muy pocos años antes. La tabla es un reflejo de la unidad material del mundo, de que todo en el mundo es materia en movimiento y de que esa materia forma una unidad cuyas partes están íntimamente conectadas entre sí. En la tabla los elementos químicos no aparecen aislados ni dispersos sino agrupados en función de una ley interna que los identifica, los agrupa, los distingue a unos de otros y los transforma a los unos en los otros.
Con su tabla Mendeleiev estableció una de las leyes más importantes de todas las ciencias, un verdadero paso de gigante entre todos los conocimientos humanos. Si en el siglo XVIII Linneo clasificó todos los seres vivos, Mendeleiev hizo lo mismo con los muertos, con la materia inorgánica, y no se puede descuidar que los seres vivos se componen de materia inorgánica (aunque no se reducen a ésta).
Los químicos están tan habituados a trabajar con la tabla que la tienen memorizada y no reparan en su verdadero significado, procediendo mecánicamente a su aplicación. Incluso algunos consideran que se trata de un mera clasificación de todos los elementos químicos conocidos, poniendo un orden en la naturaleza que ésta, por sí misma, no presenta. Según esta concepción idealista, la tabla es algo que nosotros ponemos en el mundo, no algo que el mundo pone en nosotros.
Creen que la tabla introduce desde fuera (desde nuestras cabezas) algo dentro del caos de la naturaleza para comprender su funcionamiento, sin que se pueda asegurar que el orden forma parte de ella. Por el contrario, el materialismo sostiene que es la naturaleza la que desvela determinadas regularidades (armonía la llamaba Mendeleiev), que la tabla refleja de una forma aproximada. Prueba de ello es que no existe otra manera de ordenar los elementos químicos más que esa, y todas las demás son variaciones y mejoras de ella. No existe otra manera precisamente porque dicha tabla no es sólo una clasificación pedagógica para ordenar la enorme variedad de elementos químicos, sino que expresa una ley interna de la naturaleza, una regularidad periódica entre todos ellos.
Aunque hoy se utiliza el número atómico en la ordenación, inicialmente fue el peso atómico de los elementos el que se adoptó como criterio. Su base es la ley periódica, que establece que las propiedades físicas y químicas de los elementos tienden a repetirse de forma sistemática conforme aumenta el número atómico, formando ciclos.
La clasificación y ordenación de las cosas es uno de los más potentes métodos de investigación científica porque permite tanto la comparación como el contraste, logra que unas cosas se agrupen con otras por su similitud, en tanto se separen de otras por su diferencia. Permite, por tanto, aislar y clasificar pero también relacionar mutuamente y observar las transiciones y las transformaciones entre unos objetos y otros. Ocurre con los vertebrados y los invertebrados en biología y con el potasio y el calcio en química. Separar para unir y unir para separar.
En la famosa tabla, los elementos químicos también aparecen agrupados formando colectivos que tienen parecidas características físicas y químicas, lo cual, al mismo tiempo, las diferencia de otros grupos. Por ejemplo, en la columna 18 de la tabla, la última tal como se expone actualmente, aparecen los gases inertes (como el helio, el neón o el argón) llamados así porque su última capa electrónica está saturada de electrones y, como le ocurre a los neutrinos, interaccionan con dificultad con otros elementos. En la primera columna está el grupo de los metales alcalinos (litio, sodio, potasio, entre otros) que, al contrario que los anteriores, tienen gran facilidad para combinarse con otros elementos desprendiéndose del último electrón de su capa para cederlo al otro elemento.

Las hipótesis científicas

El filósofo mexicano Eli de Gortari ha llamado transducción a esta forma de inferencia científica, exponiendo las siete formas distintas que presenta, si bien advierte que las conclusiones obtenidas por este medio son hipótesis que requieren la posterior comprobación experimental (12).
Cuando hacia 1870 Mendeleiev elaboró su tabla sólo conocía unos 60 elementos químicos, aunque observó que se producían vacíos dentro de ella, lo que le llevó a pronosticar la existencia de otros diez elementos aún desconocidos, poniéndolos nombre antes de que fueran descubiertos y alcanzando a predecir algunas de sus características. Luego se comprobó experimentalmente que efectivamente tales elementos existían en la naturaleza. Por ejemplo, aunque no existía ningún elemento conocido hasta entonces con una masa atómica entre la del calcio y la del titanio, Mendeleiev le dejó un sitio vacante en su sistema periódico. Este lugar fue asignado al escandio, descubierto nueve años después, que tiene unas propiedades que justifican su posición intermedia en esa secuencia.
Esto es algo verdaderamente extraordinario, preñado de importantes conclusiones dialécticas. Demuestra que la tabla de Mendeleiev no es un esquema subjetivo que los científicos introducen dentro de la realidad para ordenarla de una determinada forma, sino que no cabe otra forma de relación entre los elementos químicos más que esa, porque es una relación interna y objetiva entre ellos.
Que Mendeleiev pudiera describir con gran exactitud las propiedades de un elemento químico del que nadie sabía su existencia, pone en graves apuros todas las tesis de los idealistas, los positivistas y los materalistas vulgares. ¿Cómo hablar de algo que no se conoce, de lo que nunca se ha tenido ninguna experiencia empírica? Los neopositivistas contemporáneos sostienen que no existen más que nuestras percepciones, pero jamás nadie tuvo ninguna percepción del escandio hasta 1879, de modo que ¿cómo fue posible entonces que Mendeleiv calculara su peso atómico y demás propiedades diez años antes? Si averiguamos la existencia de un elemento químico antes de cualquier percepción sensorial, significa que ahí fuera existe un mundo que es anterior e independiente de nuestros sentidos. Significa también que no existe, como pretendía Kant, ninguna cosa en sí que no podamos llegar a conocer; evidentemente hay cosas que no conocemos pero no hay nada que no podamos llegar a conocer.
También los materialistas vulgares, tan imbuidos como están de la noción de que para que haya un reflejo tiene que haber un modelo previo, yerran con este fenómeno. Además del reflejo que estamos habituados a concebir, especie de objeto que se coloca delante de un espejo, el pensamiento es capaz de elaborar lo que podríamos calificar como reflejos indirectos y que un filósofo soviético calificó de anticipado (13) en donde a través de lo conocido intuimos la existencia de lo desconocido, y no solamente su existencia sino también sus características y propiedades. Todo ello antes de la práctica y de la experimentación científica. Así, el mencionado neutrino nació como hipótesis en 1930 pero no se pudo observar hasta 1956 y lo mismo ha sucedido con muchas otras partículas subatómicas.
Naturalmente las hipótesis permiten el vuelo libre del pensamiento, que puede crear literatura de ciencia-ficción encadenando una fantasía tras otra, cada cual más absurda, como el big-bang. Para el aterrizaje está la práctica, la experimentación y la observación científicas, único criterio que permite separar el grano de la paja.
El materialismo vulgar concibe el reflejo como un espejo que tenemos en la cabeza que repite la realidad presente ante nuestros ojos como si de una fotocopiadora se tratara. Pero en las ferias se colocan espejos cóncavos en los que nuestra imagen aparece grotescamente desfigurada. Lo mismo que una foto, una caricatura también refleja la realidad. Existen, pues, muchas maneras de reflejarla, ninguna de las cuales es exacta porque, decía Lenin, se puede ser materialista profesando variadas opiniones en la cuestión sobre el criterio de la exactitud de las imágnes que nos proporcionan los sentidos (14).

El todo y sus partes

El gigantesco interés científico de la tabla de Mendeleiev consiste en que, como ya sabían los griegos, todas las sustancias de la naturaleza se componen de elementos simples estrechamente relacionados entre sí, que se presentan siguiendo una pauta estable. Eso demuestra que toda la naturaleza tiene un vínculo íntimo a través de sus elementos componentes.
Hemos destacado antes la importancia del todo y, a la vez, también hemos advertido de que, no obstante, la ciencia no puede evolucionar con ideas tan abstractas como ese todo y esa influencia de todo sobre todo, así que debe proceder a fragmentar la realidad para estudiarla de manera separada, por partes.
Karl Popper criticó a los que, como nosotros los marxistas, tenemos la pretensión de elaborar una cosmovisión, una visión general del mundo en todas sus diversas facetas, porque eso mismo nos convierte en totalitarios. Él proponía un pensamiento fragmentario, idea hoy muy de moda según la cual tendríamos que abandonar nuestras pretensiones y volvernos más modestos, dejar de esforzarnos por comprender todas las infinitas conexiones de todos los fenómenos entre sí.
Pero ellos en realidad tampoco renuncian ni a explicar el todo ni a explicarlo todo. Les sucede como a Hume, quien decía que no era posible dar una definición de causa, reniega de ella, para inmediatamente después exponer dos definiciones distintas. Lo que verdaderamente propone la ideología burguesa actual es explicar el todo por cada una de sus partes, llegar a lo complejo a partir de lo simple, aunque entienden el todo como una suma mecánica de cada una de sus partes, suma que es posible -según ellos- precisamente porque esas partes son homogéneas. Como las homeomerías de Anaxágoras, esos elementos simples y primarios se toman como la esencia, el núcleo constitutivo de toda la realidad. Tras descomponer la materia en sus elementos integrantes, el pensamiento fragmentario pretende agrupar las piezas diversas por simple agregación mecánica. Como decía Engels, estamos tentados a concluir que los átomos últimos a los que hemos llegado tras el análisis son idénticos, que sólo cambia su composición cuantitativa: Si todas las diferencias y cambios de calidad se reducen a diferencias y cambios cuantitativos, al desplazamiento mecánico, entonces es inevitable que lleguemos a la proposición de que toda la materia está compuesta de partículas menores idénticas, y que todas las diferencias cualitativas de los elementos químicos de la materia son provocadas por diferencias cuantitativas en la cantidad y el agrupamiento espacial de esas partículas menores, para formar los átomos (15).
En lógica y matemática, la teoría de conjuntos procede de esa manera, como si las cosas se metieran dentro de un cajón, que a su vez está dentro de un armario, a su vez dentro de una habitación, dentro de una vivienda y así sucesivamente.
Por reacción frente a esas erróneas concepciones mecanicistas, existe una vieja teoría llamada holismo, según la cual las partes no se pueden entender si no se entiende el todo en el que están enmarcadas y que ese todo es algo más que el mero agregado de sus partes constituyentes.
La dialéctica materialista también pone en relación al todo con la partes como una unidad de contrarios. Nosotros sostenemos que la reducción de los cambios a puros cambios cuantitativos es una forma de mecanicismo que olvida la continuidad y la discontinuidad de la materia, que descuida que la relación entre la cantidad y la calidad es recíproca, de manera que una se convierte en la otra, y a la inversa. La relación entre el todo y las partes fue estudiada y resuelta por Fichte y Hegel en su época, demostrando que es, entre otras cosas, superficial e insuficiente porque cuando se divide en partes el todo deja de serlo. Llega a decir Hegel que es una relación falsa, lo cual no quiere decir -matizaba él- que no exista ese tipo de relación. Los miembros del cuerpo humano lo son en tanto forman parte de él, mientras que por sí mismos sólo son trozos de un cadáver. El cuerpo humano no es la suma mecánica de los brazos, los ojos, el hígado y demás partes anatómicas. Lo mismo ocurre con la ciencia, donde las partes no se pueden tomar por separado como si tuvieran vida propia: las partes no están aisladas entre sí ni están separadas del todo del cual han salido (16).
Por tanto, las ciencias pierden su alcance explicativo si pretenden hablar acerca de todo, pero tampoco avanzarían nunca si no lo tuvieran en cuenta. Por eso Engels escribió aquella frase tan incomprendida según la cual la dialéctica materialista no necesita filosofía alguna que esté por encima de las demás ciencias. Desde el momento en que se presenta a cada ciencia la exigencia de ponerse en claro acerca de su posición en la conexión total de la cosas y del conocimiento de las cosas, se hace precisamente superflua toda ciencia de la conexión total. De toda la anterior filosofía -concluía Engels- no subsiste al final con independencia más que la doctrina del pensamiento y de sus leyes, la lógica formal y la dialéctica. Todo lo demás queda absorbido por ciencia positiva de la naturaleza y de la historia (17). Esto -y no otra cosa- es lo que volvió a repitir luego en otra obra: Sólo cuando las ciencias naturales e históricas hayan quedado imbuidas de la dialéctica, toda la basura filosófica -que no sea la teoría pura del pensamiento- resultará superflua y desaparecerá en las ciencias positivas (18).

Cambios cuantitativos y cambios cualitativos

La materia no es el todo del que los elementos químicos sean partes sino una abstracción filosófica derivada de lo que los distintos objetos que componen el mundo tienen en común, de su movimiento y de su cambio. En física es muy común confundir la materia con la masa, el todo con la manifestación de una de las propiedades de los objetos físicos. Por ejemplo, hablan de la transformación de la materia (y no de la masa) en energía, como si ésta fuera inmaterial. Hay partículas elementales, como el fotón, que carecen de masa, pese a tratarse de objetos indudablemente materiales. También hablan de materia y antimateria, como si ésta fuera lo contrario de la anterior. Otra expresión desafortunda de la física es aludir a la estructura de la materia para referirse a la estructura de los átomos. La materia es la realidad exterior y anterior a nuestras percepciones sensoriales, una generalización que resume los aspectos comunes a todos los objetos de la naturaleza que, a la vez, no puede identificarse ni reducirse a ninguno de ellos. Todos los cipreses son árboles pero no todos los árboles son cipreses. El hombre no es sólo un conglomerado de células y la sociedad no es sólo una suma de hombres. Aunque toda la materia se compone de átomos no es sólo átomos; la explicación del movimiento de la materia orgánica, por ejemplo, no se puede reducir a átomos y mucho menos la vida, que se rige por sus propias leyes, las de la biología.
Entre esos diversos objetos no solamente hay diferencias cuantitativas sino también saltos cualitativos, que no solamente existen entre los objetos inertes y los seres vivos, sino que entre los objetos inertes también se observan diferencias cualitativas entre las cosas orgánicas y las inorgánicas. Finalmente, lo que la tabla de Mendeleiev demuestra es que también hay saltos cualitativos entre los propios elementos químicos que la componen y que, por tanto, la materia es la unidad dialéctica de lo continuo y lo discontinuo. Hoy la tabla sólo tiene unos cien elementos químicos, pero se conocen más 300.000 especies vegetales distintas y más de un millón de seres vivos porque los saltos cualitativos significan un aumento de la complejidad que no se puede constreñir a sus elementos constituyentes.
Para comprobarlo, partimos del inicio de la tabla, donde está el hidrógeno que, por sus peculiaridades, Mendeleiev excluyó de ella. El hidrógeno tiene el átomo más simple, con un electrón girando en torno al núcleo. Si le añadimos un electrón en la órbita, debemos modificar a la vez el núcleo para mantener el equilibrio eléctrico, introduciendo un protón más y dos neutrones. Provocamos así un salto cualitativo y lo convertimos en helio. Esto sigifica que los elementos próximos de la tabla tienen un enorme parecido en su estructura interna pero son cualitativamente distintos. Entre el hidrógeno y el helio sólo hay un electrón, dos neutrones y un protón de diferencia. Sin embargo, el peso del átomo aumenta al añadir un protón y dos neutrones más al núcleo. Así comprobamos que el aumento del peso atómico, el cambio cuantitativo que se produce al añadir esas tres partículas al núcleo de un átomo, provoca un cambio cualitativo sustancial de manera que el elemento químico deja de ser el que es y se convierte en otro distinto.
En 1913 Niels Bohr describió muy imprecisamente el átomo como si fuera una especie de sistema solar, donde los planetas giran en torno al sol. También en el átomo los electrones giran en torno al núcleo formando órbitas que son como las capas de una cebolla. El núcleo y los electrones desempeñan funciones diversas: mientras los electrones explican las interacciones externas del átomo con otros átomos, las reacciones químicas y los fenómenos eléctricos, el núcleo es el componente principal que explica fenómenos físicos de otra naturaleza, internos, como la radiactividad. Las capas externas de electrones reciben nombres: K es la primera capa en torno al núcleo, L la segunda, M la tercera, N la cuarta, y así sucesivamente. El número de capas varía de un elemento a otro y el número de electrones en cada capa también. Los elementos que forman la primera fila de la tabla, el hidrógeno y el helio, sólo tienen una órbita, en el primer caso con un solo electrón y el segundo con dos.
En la seguda fila, los elementos tienen dos capas y dos electrones en la primera de ellas, mientras que varía el número de los de la segunda entre 1 y 8: el litio tiene un electrón en su segunda capa y el neón ocho. Así se puede seguir con todas las demás filas: la fila tres tiene tres capas de electrones, la cuarta cuatro, etc. En una órbita n el número de electrones será 2n2. Esto confirma que los factores cuantitativos, el número de órbitas y el número de electrones en cada una de ellas, ocasiona cambios o saltos cualitativos.
Si ahora pasamos a estudiar los elementos por columnas, deducimos idéntica conclusión. Podemos analizar la estructura orbital de la primera columna, donde tras el hidrógeno están los metales alcalinos y observamos que la distribución de sus electrones en las sucesivas órbitas es la siguiente:

órbita L M N O P Q R Z
hidrógeno 1 - - - - - - 1
litio 2 1 - - - - - 3
sodio 2 8 1 - - - - 11
potasio 2 8 8 1 - - - 19
rubidio 2 8 18 8 1 - - 37
cesio 2 8 18 18 8 1 - 55
francio 2 8 18 32 18 8 1 87


La última columna Z es la suma total de electrones, que si el átomo es neutro, es la misma que el número de protones del núcleo y se denomina número atómico, que es el que determina su posición en la tabla.
Todos esos elementos, salvo el hidrógeno, forman un grupo homogéneo de elementos, caracterizado porque en su última órbita sólo tienen un electrón.
A medida que la tabla avanza, los átomos son cada vez más pesados y más complejos, tienen más órbitas y más electrones distribuidos dentro de ellas. Para compensar la carga eléctrica creciente de los electrones, también debe haber más protones en el núcleo. Como todos esos protones tienen la misma carga eléctrica, aumenta la fuerza de repulsión entre ellos, que necesitan tener más neutrones para mantener la cohesión interna entre ellos. Hasta el calcio casi todos los átomos de la tabla tienen el mismo número de protones que de neutrones en el núcleo, pero a partir de ahí el número de neutrones supera al de protones y los átomos se hacen muy pesados y muy grandes, de manera que el bismuto, que tiene 126 neutrones, carece de estabilidad nuclear. En los elementos siguientes, la repulsión interna entre los protones supera a la cohesión, y en todos los elementos se produce la desintegración de sus núcleos.
En las propiedades de los elementos químicos de la tabla aparece, pues, la continuidad de unos elementos con otros unida a la discontinuidad y los saltos entre ellos.
No podemos finalizar esta exposición sin glosar la figura de Dimitri Mendeleiev quien, como escribió J.D. Bernal, fue el Copérnico del sistema atómico (19). Su gigantesca proeza científica, construyendo para la química moderna la tabla periódica, fue posible porque él fue un opositor contumaz al positivismo, entonces tan en boga en toda Europa. No es casualidad que fuese ruso y que estuviera tan notoriamente influenciado por Chernichevski y las corrientes filosóficas avanzadas de mediados del siglo XIX en aquel país. En contraste con la ramplonería positivista del momento, nada menos que en sus famosos Principios de Química se atrevió a decir que, además de los datos y la experiencia práctica, el tema principal de su obra estaba constituido por los principios filosóficos de nuestra ciencia. A diferencia de los hipócritas, en sus obras científicas no dudó en exponer abiertamente lo que calificaba como una cierta concepción del mundo porque las ciencias ni pueden ni deben expulsar de su seno a los teóricos y a los doctrinarios. En fin, Mendeleiev no sólo no separa la ciencia de la filosofía sino que acertadamente escribió: Las generalizaciones, las doctrinas, las hipótesis y las teorías son el alma de las ciencias (20).

H He
Li Be B C N O F Ne
Na Mg Al Si P S Cl Ar
K Ca Sc Ti V Cr Mn Fe Co Ni Cu Zn Ga Ge As Se Br Kr
Rb Sr Y Zr Nb Mo Tc Ru Rh Pd Ag Cd In Sn Sb Te I Xe
Cs Ba La Hf Ta W Re Os Ir Pt Au Hg Tl Pb Bi Po At Rn
Fr Ra Ac Rf Db Sg Bh Hs Mt Uun Uuu Uub Uut Uuq Uup Uuh Uus Uuo
Ce Pr Nd Pm Sm Eu Gd Tb Dy Ho Er Tm Yb Lu
Th Pa U Np Pu Am Cm Bk Cf Es Fm Md No Lr

metales alcalinos (grupo 1) artificiales (periodo 7)
metales alcalinotérreos (grupo 2) lantánidos
metales de transición actínidos
otros metales gases nobles (grupo 18)
no metales semimetales
semiconductores líquidos

Notas:

(1) Dialéctica de la Naturaleza, Madrid, 1978, pg.185.
(2) «Cuadernos filosóficos», en Obras Completas, tomo 29, pg.228.
(3) Anti-Dühring, México, 1968, pg.30.
(4) Dialéctica de la Naturaleza, pg.144.
(5) La ideología alemana, Montevideo, 1959, pg.41.
(6) Dialéctica de la Naturaleza, pg.63.
(7) «Cuadernos filosóficos», pgs.204-205.
(8) «Cuadernos filosóficos», pg.207.
(9) Lenin: «Cuadernos filosóficos», pg.205.
(10) Matérialisme dialectique et matérialisme historique, París, 1980, pg.104.
(11) Geneviève Darmois: Materia, electricidad y energía, Buenos Aires, 1962, pg.96.
(12) Introducción a la lógica dialéctica, México, 5ª Edición, 1974, pg.244.
(13) D.Gorski: «Carácter anticipado del reflejo de la realidad a nivel del conocimiento humano», en Problemas actuales de la dialéctica marxista, Moscú, 1974, pg.207.
(14) Materialismo y Empiriocriticismo, § 2, 2.
(15) Dialéctica de la naturaleza, pg.202.
(16) Lógica, Barcelona, 2002, tomo II, pgs.43 y stes.
(17) Anti-Dühring, pg.11.
(18) Dialéctica de la naturaleza, pg.169.
(19) La ciencia en la historia, México, 3ª Edición, 1979, pg.547.
(20) «Tercera carta sobre las fábricas», en Obras Completas, tomo 50, 1886, pg.177.

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