domingo, agosto 12, 2012

¿Y si la verdadera crisis de Europa estuviera en el Este?


La crisis política en Rumanía, que inquieta a Europa desde finales de junio, está lejos de haberse resuelto. El resultado del referéndum del domingo amenaza con complicar un poco más la situación. Según los resultados definitivos, los rumanos se han pronunciado masivamente, un 87%, por la destitución de su Presidente de centro derecha, Traian Basescu, confirmando el voto en ese sentido de una mayoría de diputados, a comienzos de julio. Pero la tasa de participación ha estado por debajo del umbral del 50% necesario para validar el escrutinio, según las reglas fijadas por el Tribunal constitucional.
El presidente interino Crin Antonescu ha hecho saber, la noche del domingo, que respetaría la decisión del Tribunal, declarando por tanto inválido el referéndum. En cuanto al Jefe de Gobierno, el socialdemócrata Victor Ponta, nombrado en mayo, en una declaración realizada la noche del domingo, ha dudado de la “legitimidad” del Jefe de Estado: “Cualquier hombre político que ignora la voluntad de millones de votantes está desligado de la realidad”. Están previstas elecciones legislativas para noviembre, en este país de 22 millones de habitantes, salido hace 23 años de la dictadura comunista.
La feroz batalla entre Basescu, muy impopular desde que adoptó fuertes medidas de austeridad, y Ponta, el ambicioso socialista, acusado en junio de plagio masivo en la redacción de su tesis sobre el funcionamiento de la Corte Penal internacional, amenaza con continuar en las próximas semanas, aumentando la incertidumbre que rodea el futuro de este país, que hace cinco años entró a duras penas en la Unión Europea. La oposición fiel a Basescu había llamado a boicotear el escrutinio del domingo.
Aunque el procedimiento emprendido para destituir al Jefe de Estado era completamente legal, Ponta ha intentado estas últimas semanas aumentar su poder con medios expeditivos, que han dejado pasmados a buen número de observadores: destitución de los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, despido del mediador de la República y del responsable de los archivos nacionales, o incluso la limitación de los poderes del Tribunal Constitucional. La oposición cercana a Babescu ha denunciado un “golpe de Estado”. La propia Comisión Europea está inquieta por los incumplimientos del Estado de derecho.
El endurecimiento del régimen rumano, al igual que, de otra manera, la Hungría de Viktor Orban, parece mostrar, el debilitamiento democrático de países de la Unión golpeados de lleno por la crisis. ¿Pero tiene sentido equiparar estas dos experiencias? ¿Hay una “orbanización” de Rumanía, como pretenden algunos comentaristas? ¿Son Ponta y Orban los síntomas autoritarios de una Europa arrinconada?
“El punto en común entre las situaciones en Hungría y en Rumanía es que tenemos dos hombres políticos, uno de derechas, el otro de izquierdas, que quieren el poder absoluto, y que no se detendrán mientras no lo tengan”, considera Laura Stefan, especialista de la lucha anti-corrupción dentro del think tank Expert Forum, en Bucarest. “La gran diferencia es que Orban ha cambiado la Constitución con apoyo del Parlamento. Por su parte Ponta está violando la ley fundamental”. Para Ciprian Ciucu, un experto vinculado a un grupo de estudios rumano, el RCEP, “el gobierno Ponta busca todavía legitimidad, mientras que Viktor Orban es ya legítimo”.
Tras su aplastante victoria en las elecciones de la primavera de 2010, el húngaro Viktor Orban ha tenido cuidado en hacer validar por el Parlamento cada una de las etapas del endurecimiento del régimen –incluida la entrada en vigor, desde enero, de su nueva Constitución. Los diputados rumanos, por su parte, no han tenido nada que decir durante las pruebas de fuerza de las últimas semanas. El partido de Ponta posee alrededor de un tercio de la Cámara de Diputados, y ha tenido que aliarse con los liberales para formar la alianza que hoy está en el poder.

“Desencanto”

“La cuestión no es saber si las dos crisis se parecen, desde un punto de vista estructural”, dice Corinat Stratulat, del think tank bruselense European policy centre. “En cambio, ambas crisis señalan un problema de fondo, relacionado con la calidad democrática de la Europa en que vivimos”.
El geógrafo Stéphane Rosière, de la Universidad de Reims, continúa el análisis: “Tanto en Rumanía como en Hungría existe un desencanto, ligado al balance de su adhesión a la Unión. Estos paises conocieron en el pasado –y no son los únicos en Europa– tendencias autoritarias o fascistas. En la actualidad, como reacción a este desencanto, activan el recurso del autoritarismo”.
Ponta y Orban, los rostros del retroceso, aún funcionando con registros muy diferentes, serían de hecho los productos de este desencanto ante la Unión. El primero, desarrollando una violenta retórica euroescéptica que sataniza a los extranjeros; el segundo, jugando con la fibra nacionalista durante la campaña del referéndum. “En ambos casos, hay un modo de no seguir el juego europeo, de rechazar ser miembro de esa Unión, de aceptar rendir cuentas a Bruselas de tiempo en tiempo, pero a condición de que la Unión no intervenga en los asutos internos”, describe Catherine Durandin, historiadora especialista en Rumanía, enseñante en la Inalco.
Una situación tanto más inquietante, por parte rumana, según Catherine Durandin, porque no existe izquierda verdaderamente estructurada: “Rumanía es un país sultanesco, que obedece a lógicas de clan. El país funciona con tácticas de poder, pero no hay un pensamiento de izquierda. Los socialdemócratas se contentan con decir que quieren reducir las disparidades sociales, pero no van más allá. No hay disidencia, tampoco la memoria de un “1956” rumano [año de la insurrección de Budapest]”. En resumen, el objetivo principal, tanto para la derecha como para la izquierda, es ante todo apoderarse del poder. Desde la entrada en funciones del nuevo ejecutivo, en mayo, no se ha iniciado en Rumanía ningún cambio de rumbo económico.
Para Laura Stefan, la doble crisis, en Bucarest y Budapest, es un gran test para Europa. “La manera como la Unión gestione estas crisis será crucial para su futuro en un horizonte de cinco años. La Unión no puede permitirse albergar un “failed state” [un Estado fallido]. Pero eso es justo lo que amenaza en Rumanía. Y en mi opinión, hay un riesgo de réplica en todos los demás países golpeados por la crisis económica, con intensas presiones sociales”.
La crisis económica ha golpeado duramente, desde muy pronto a estos dos países. ¿Es un laboratorio de lo que espera a los demás? Hungría escapó en 2008 de la quiebra consiguiendo una línea de crédito de 20.000 millones de euros, desbloqueada por la Unión, el FMI y el Banco Mundial, y Budapest negocia desde finales de 2011 un nuevo préstamo con el FMI, en condiciones extremadamente tensas. Por su parte, Rumanía ha contratado préstamos similares, en 2009 y 2011, por una suma total de 25.000 millones. En cada ocasión, estos préstamos han sido concedidos a cambio de medidas de “ajuste” y “saneamiento” de su economía.
Como prueba de la exasperación de los ciudadanos afectados, el pasado enero una ola de manifestaciones contra las políticas de austeridad y las privatizaciones en Rumanía hizo caer al gobierno vigente. Como ocurre en otros países europeos, el paro entre los jóvenes durante la crisis se ha vuelto preocupante –un 28% de los jóvenes entre 15 y 24 años están sin empleo en Hungría, el 25% en Rumanía, según Eurostat. En cuanto a las disparidades con los países de Europa occidental apenas se han reducido –el PIB por habitante en 2011 era 10.100 euros en Hungría, y 5.800 en Rumanía, cuando superaba los 29.000 en Francia y los 40.000 en Suecia.

“Toda la región está desestabilizada”

“La entrada en la Unión no fue acompañada de su esperado corolario: más bienestar”, analiza Stéphane Rosière. “La población pensó que se integraba en
un club de ricos, pero se ha encontrado es en un club de Estados endeudados. Tanto en Rumanía como en Hungría, han arrojado al bebé de la democracia junto con el agua de baño de la crisis financiera. Europa se muestra incapaz de ofrecer una vida mejor, una seguridad del empleo. Sin caer por supuesto en la apología del régimen comunista, hay que recordar que en otra época el paro prácticamente no existía, que la mayor parte de la gente tenía un apartamento. Hoy día, la miseria está en la calle”.
“La inseguridad económica y social alcanza también niveles inéditos en Grecia”, recuerda Ciprian Ciucu. “Toda la región está desestabilizada”. Si pensamos en la entrada en el parlamento griego, en las elecciones de junio, de Aurora Dorada, formación abiertamente fascista, y las incertidumbres que fragilizan también la transición en Bulgaria, donde el nivel de corrupción de la vida política es preocupante, toda la frontera oriental de la Unión parece de hecho amenazada de hundimiento. “El problema es por desgracia mucho más amplio que Rumanía y Hungría: se trata de un movimiento, en tiempos de crisis, de una parte de las opiniones hacia un poder fuerte”, confirma Samuel Rufat, profesor de la universidad de Cergy-Pontoise, también especialista en Rumanía.
“A todo esto se añade el lugar otorgado a estos pueblos en la actual Europa”, prosigue Stéphane Rosière. “Son países que estos últimos años no han tenido nada que decir frente a la pareja Merkozy [Angela Merkel y Nicolas Sarkozy]. Basta observar el modo como se rechaza a Rumanía integrarse en el espacio Schengen”.
Algunos observadores ven en las actuales crisis de Rumanía y Hungría la prueba de que la ampliación de la Unión a los países de Europa Oriental fue demasiado rápida (en 2004 para Budapest, en 2007 para Bucarest). Europa habría debido mostrarse más prudente en aquel momento, considera, en sustancia, el alemán Hans-Gert Pöttering, expresidente del Parlamento europeo (derecha). Pero de haber hoy día una responsabilidad de Europa sería sobre todo su casi impotencia en oponerse a estas derivas autoritarias, que sólo puede condenar en sus discursos.
“En Rumanía y en Hungría hay una falta de aceptación de lo que hoy día es la Unión Europea, pero también hay un verdadero disfuncionamiento de la Unión, fragilizada por la debilidad de sus medios de acción”, resume Catherine Durandin. La Comisión Europea ha salido a la palestra más rápidamente ante al caso rumano que ante el caso húngaro (¿tal vez porque el rumano Ponta es un socialista y José Manuel Barroso, el presidente de la Comisión, no lo es?), publicando informes y advertencias.
Aparte de algunas salidas aisladas, los jefes de Estado europeos se mantienen discretos. A comienzos de julio, Berlín calificó de “inaceptable” el procedimiento emprendido contra el presidente Basescu. En este contexto, el silencio de François Hollande sobre la crisis rumana parece cada día más intrigante.

Ludovic Lamant
Viento Sur

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