miércoles, diciembre 05, 2012

Jack London y el cine de sesión de tarde



London es conocido especialmente como autor de novelas “de aventuras”, como el “Rudiard Kipling del Klondyke”, y esta ha sido la faceta preferida por Hollywood
La filmografía entorno a la obra de Jack London es muy amplia (*). Se inicia mucho ante de su muerte, cuando era un escritor célebre con películas que actualmente son incunables…Será con el cine hablado cuando se consiguen las mejores adaptaciones, algunas de ellas con tintes biográficos como es el caso de The Adventure of Martin Eden, una producción de la Columbia de 1942 fue uno de los primeros y más afamados títulos de uno de los más activos directores de cine B de aventuras en los cuarenta y cincuenta, Sidney Salkow, casi un experto en cine “de piratas”. Significó un éxito personal para Glenn Ford como un bisoño Martin Eden marinero y enamoradizo. Le acompañaron dos señoras de Hollywood: Claire Trevor como “Conie” Dawson, y Evelyn Keyes como Ruth Mortley…Sin ser nada del otro jueves, se trata de una agradable película de aventuras en las que –no hay que decirlo- el socialismo del protagonista no aparece por ningún lado, Aquí fue conocida como El barco de la muerte, título por cierto de una obra de B. Traven, y por cierto, Salkow tiene una digna película de aventuras marítimas, Capitán Panamá (Scarlet angel, USA, 1951), con Ivonne de Carlo, Rock Hudson y Richard Dennibng, a la que posiblemente se le podría llamar “londoniana”…Las páginas de Martin Eden inspiraron también una película checoslovaca de 1955. También están detrás de Klondike Fever (USA, 1979), telefilme con una trama centrada esta vez en la fiebre del oro que a finales del siglo XIX arrojó hacia el Norte a legiones de miserables que marcharon al Yucón para hacerse ricos, sobre ellos Chaplin realizó una de sus mejores películas, La quimera del oro, título que, por cierto, se le ha dado a algunas recopilaciones de narraciones de London . Fue presentada como una presunta biografía del escritor, de ahí que aquí se llamó Las aventuras de Jack London, que fue dirigida por el anodino Peter Carter e interpretada por Jeff East, una promesa que no pasó de eso, aunque el peso propagandístico subrayó más la efímera presencia de una todavía hermosa Angie Dikinson como la dueña del “saloon”, y las del torvo Rod Steiger más Lorne Greene, por entonces muy famoso por algunos seriales televisivos. Pasó con más pena de gloria y desembocó en los videos con un nuevo título. El buscador de oro…
No existe ninguna versión de primera de Colmillo blanco, que tuvo unas cuantas entre ellas una producida en Estonia en 1946. La más cara y la más famosa de todas sería la de 1991), una tradicional producción norteamericana en línea del “cine familiar” a lo Walt Disney, y siguiendo las trazas de una cierta clasificación que igualmente se había operado en las librerías con el London del Yucón. Dirigida por el inefable Randal Kleiser (Greese, El lago azul), y que a pesar de su superficialidad conoció un cierto éxito al que contribuyeron tanto el prestigio de London como la buena actuación perruna, unos paisajes formidables así como unos actores (Etham Hawke recién salido de El club de los poetas muertos, Klaus Mª Brandauer, y el estupendo Seymour Cassel…Su éxito inspiró una secuela, Vuelve Colmillo blanco (Myth of the white wolf, USA, 1994), aunque en realidad apenas si utiliza el material original, solamente el protagonista de la anterior, Etham Hawke, aparece al principio. Fue dirigida por un especialista en “cine familiar” de segunda categoría, Ken Ollín. Otra película “familiar” de ciertas reminiscencias londoniana es Voluntad de hierro (Iron Hill, USA, 1993), dirigida por Charles Haid, sobre todo por la esforzada carrera de trineos con perros, y por ciertos toques, todo ello con un tono almibarado y pleno de tópicos. Señalemos como curiosidad que sin estar basada en ninguna obra de London, resulta a nuestro parecer mucho más londoniana una de las mejores producciones de la Disney Factory, Los lobos no lloran (Never crey wolf, USA, 1983), el mejor Carrol Ballard que cuenta la historia real de un biólogo universitario (Charlie Martin Smith), que se arriesga descabelladamente a vivir junto con los lobos para demostrar que no son estos los que están acabando con las manadas de caribús.
Un Colmillo blanco bastante digno fue la coproducción hispano-italiano-francesa de 1974, todo un empeño al servicio de Franco Nero que estuvo acompañado por un monja encarnada por Virna Lisi, con nuestro Fernando Rey como un falso pastor, más John Steiner en plano malo casi psicópata, sin olvidar a otro “malo” de cuidado, el germano Raimund Harsmstorf, casi un especialista en London, y también a Rick Battaglia, Carole André y el español Daniel Martin, el recordado protagonista de Los tarantos. Rodada en los Alpes austriacos como aunque la situación transcurre en el Canadá de la fiebre del oro, lo mejor de la película fue Jumbo, un perro pastor alemán que encarna a un “Colmillo blanco” digno de London. Quedo mucho mejor de lo que se podía esperar, contó con un cierto presupuesto que se nota en el alarde de ambientación, hay que anotar también un cierto esfuerzo de fidelidad al original a pesar de que el guión fue escrito por seis guionistas. Su director fue el execrable Lucio Fulci quien en esta ocasión se mostró más acertado de lo habitual. Su éxito propició una secuela, Buck, figlio de Zanna Bianca (1974), de Tonino Ricci, que pasaría totalmente inadvertida.
Anotemos que el cine alemán e italiano produjeron una serie de adaptaciones en los años sesenta más o menos inspiradas en London, y en la misma línea de prolongación del eurowestern. Así, el veterano todo-terreno Harald Reinl, después de haber servido en algunas aventuras del oste de Winnetou basadas en obras de Karl May con el antiguo Tarzan Lex Barker, dirigió un par de adaptaciones de cuentos de Jack London con el insípido Ron Ely, también conocido como un Tarzan, en su caso televisivo (y todavía más olvidable), una fue El aullido de los lobos (Der schrei der schwarzen wolfe, RDA, 1972), la historia de un joven trampero que busca a los asesinos de su padre por tierras de Alaska; la otra fue una adaptación de El hijo del lobo (Die Blutingen Gerer von a Beska), y el chico duro fue Doug McClure. De las italianas quizás la más señalada fue La llamada del lobo (Gianfranco Baldasello, 1975), recordable por la presencia de Jack Palance y Joan Collins, amén de algunos actores hispanos como Manuel de Blas, merecedores de obras con mayor empeño.
Bastante incatalogable dentro de la obra de Jack London fue Asesinatos S.L., una notable novela (inconclus­a) de una ambigüedad calculada en la que se mofaba de la psicosis desarrollada desde la prensa desde las más “amarilla” hasta la más seria. Estamos hablando de Asesinatos. SL, que sería años más tarde acabada por Robert Fish y en la que satiriza en clave de humor negro la lógica del mercado –cliente que paga siempre tiene razón-, y los estereotipos de anarquistas organizados en supuestos comités organizados para liquidar príncipes y autoridades. La novela tendría una ocurrente adaptación al cine mediante un guión de Michael Relph y Wolf Mankowitz que dirigió con agilidad el interesante director británico con cierto tono laborista comprometido, Basil Dearden (que pasará a la historia del cine en especial por Victim (1960), un incisivo alegato en defensa de los homosexuales).
Conocida aquí como El Club de los asesinos (1969), comienza cuando allá por 1906 una intrépida periodista (Dianne Rigg) se propone desenmascarar a una banda internacional de asesinos por encargo, y acude al presidente de una organización criminal (Oliver Reed). Se trata de una verdadera multinacional, solo que en vez de expoliar cualquier zona de Oriente o América Latina, se encarga –honradamente, por supuesto- de suprimir personas indeseadas –las que sean- por un módico precio. Su petición tiene trampa porque su petición no es otra que extermine a todos sus socios. Naturalmente, el director protesta al principio pero tiene que rendirse a la lógica empresarial, además, para colmo se ha enamorado de la audaz periodista, una mujer muy liberada para la época. El mecanismo comercial pone en movimiento toda la plantilla de asesinos profesionales (interpretados por actores cuyos rasgos habrían llenado de gozo al doctor Cesare Lombroso) se pone en movimientos. Los perfiles de éstos son idénticos a los que otras muchas veces el cine más tradicional había empleado para representar conspiradores anarquistas La película tiene verdadera mala uva, es muy dinámica (sobre todo si tenemos en cuenta el sello británico), y está servida con humor y buen hacer por un extenso reparto en el que se incluyen también a Telly Savalas, Curd Jurgens, Anabella Incontrera, Philippe Noiret y Clive Revill...
Entre todas las adaptaciones de La llamada de la selva (Call of the Wild, la mejor con mucho es la de Twentieth Century Pictures para United Artists, producido por William Goetz y Raymond Griffith bajo la supervisión de Darryl E. Zanuck, guión de Gene Fowler y Leonard Praskins en 1935, fue dirigida en la plenitud de su talento por y dirigido por William A. Wellman, responsable de un equipo en el que hay que destacar también a Alexander Golitzen y Richard Day en el apartado de la escenografía, a Charles Rosher en la fotografía, y el de Alfred Newman. Solamente el rodaje merecería una buena crónica ya que congregó a un equipo no inferior al centenar de personas en condiciones climatológicas muy similares a las descritas por la novela. Las previsiones de un mes de rodaje se prolongaron hasta lo dos. cierto es que las escenas cumbre de la novela –el esfuerzo de Buck arrastrando una carga descomunal- se rodaron con nieve falsa, y según cuenta Wellman en sus memorias, hicieron falta dos perritas en celo para que el gran San Bernardo que lo interpreta, hiciera su trabajo. El título -que en castellano también se ha traducido por “La llamada de lo salvaje”-, hace alusión a la atracción del perro-lobo por regresar a sus origines, a un mundo donde la civilización todavía no se ha impuesto con todos sus desafueros. Esta ambivalencia también se hace perceptible en la película que transpira igualmente el enorme esfuerzo del equipo, añadiéndole un trasfondo de autenticidad muy difícil de lograr en el cine.
La trama evoca el esfuerzo humano en un entorno nevado y amenazador, y cuenta como al comienzo del siglo pasado, Jack Thornton (Clark Gable con toda su energía y convicción) partía de Skagway, Yukon, en busca de una mina de oro junto con un antiguo recluso llamado Shorty (Jack Oakie, el inolvidable trasunto de Mussolni en El gran dictador). En su trayecto salvan de unos lobos a Mrs. Claire Blake (Loretta Young), cuyo marido había desaparecido dos días atrás…Obviamente, la adaptación opera una serie de cambios, pero el espíritu de la novela se siente plenamente en una película considerada unánimemente como un clásico del cine de aventuras, amén de una de las más señaladas del subgénero de “aventuras en las nieves”. Anécdota: famosa por su conservadurismo, la Young que, entre otras cosas era presidenta de una Asociación Cívica por una Literatura Decente, nunca admitió que le uniera a Gable más que una buena amistad. Sin embargo, durante el rodaje de esta película se gestó una niña que la protagonista de Ramona declaró en 1937 hija adoptiva. Sin embargo, la niña que se parecía a Gable en todo, tanto fue así que con los años se operó de las orejas, es de suponer para que no le gastaran más bromas, y también escribió unas memorias en las que confirmaba la sospecha.
De la famosa novela se han contado hasta 11 variaciones más, pero ninguna merece ninguna atención especial. La más conocida sería La selva blanca, una disparatada coproducción europea de 1972. Fue dirigida por el británico Kenn Annakin que se había mostrado más inspirado en otras ocasiones; producida Harry Alan Towers, un aventurero en el peor sentido de la palabra, y escrita por el austriaco Hubert Frank, luego especialista en películas “S” (Patricia). Resultó comercialmente beneficiada por la presencia de Charlton Heston que repetía el arquetipo de hombre duro que lucha por la vida, con un perro magnífico, pero eso no fue suficiente. Todo lo que en la versión de Wellman resultaba intensidad y convicción aquí es mero convencionalismo. Anotemos que Heston y el perro fueron acompañados por un nutrido reparto en el que sobresalen dos actrices desaprovechadas como Michelle Mercier (famosa entonces por la serie Angelique), y Maria Rohm (una de las musas de “Jess” Frank), el perverso alemán Raimund Harmstorff, sin olvidar a los españoles Juan Luís Galiardo y Sancho Gracia, no en vano se rodó en buena parte aquí…Más modesta, pero mucho más aparente es el telefilme La llamada de la selva (USA, 1997), obra de un tal Peter Svatek, con el holandés Rutger Auer, y que cumple dignamente su objetivo de ofrecer una entretenida película del “sábado por la tarde” manteniendo una cierta fidelidad al original con la ayuda de mucha voz en off. Aquí se estrenó en TV y en vídeo con el título de Fuerza salvaje...

(*) Para un estudio completo ver mi edición Jack London, Tiempos de ira. Terxtos anticapitalistas (Los Libros de la Frontera, Barcelona, 2009)

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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