jueves, enero 31, 2013

Afganistán, un modelo de neocolonialismo del siglo XXI



Cuando la fecha tope de 2014 para la finalización de las operaciones de la OTAN en Afganistán se aproxima, el gobierno de Obama se está preparando para instalar la continuación de la presencia militar estadounidense por tiempo indeterminado. Los proyectos que ha descrito el New York Times destacan el carácter predador y neocolonial de la ocupación dirigida por los EE.UU.
Según el Times, el general John Allen, comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, ha puesto a consideración del Pentágono tres opciones para el período posterior a la "retirada" de las “tropas combatientes” a finales de 2014. Una de las opciones es mantener 6.000 soldados estadounidenses, la otra plantea 10.000 y la tercera se basa en una fuerza de 20.000 personas.
Como han explicado personas anónimas responsables de la defensa el objetivo central de las tres propuestas es mantener la presencia de “comandos de fuerzas especiales de rastreo de insurgentes”. Para reforzar las fuerzas de seguridad afganas se utilizarían otras fuerzas estadounidenses complementarias con apoyo aéreo, logístico y de formación.
Todo esto se sigue justificando bajo el falso pretexto de la guerra “contra el terrorismo”. En realidad durante 12 años Afganistán ha servido de base de operaciones del ejército estadounidense para establecer su influencia en la región en una guerra sangrienta e implacable.
El presidente Obama ya ha transformado el conflicto en “guerra AfPak” mediante la intensificación de los ataques de drones en el vecino Pakistán. Afganistán es sin duda un elemento clave en los proyectos que lleva adelante el Pentágono para entablar una guerra contra Irán como un cómodo puesto de avanzada de las maquinaciones y las intrigas de los EE.UU. en las repúblicas del Asia Central.
Mantener Afganistán como una semicolonia estadounidense significa apoyar el régimen venal del presidente afgano Hamid Karzaï. EL verdadero objetivo de mantener una importante cantidad de soldados de las fuerzas especiales estadounidenses, conocidas por sus ataques nocturnos y sus asesinatos masivos, es intimidar y aterrorizar a la población fuertemente hostil a la ocupación extranjera. La creciente cantidad de incidentes denominados “verdes contra azules” –de los soldados y policías afganos que dirigen sus fusiles contra las tropas extranjeras- muestran una cólera y una hostilidad muy grandes a la continúa presencia de los EE.UU.
Las propuestas de Allen son un anticipo de las reuniones que deberán tener lugar esta semana en Washington entre Obama y Karzaï sobre el tema de la presencia estadounidense después de 2014. Tal como se han presentado en los medios, las conversaciones implican a los dirigentes de dos Estados soberanos, lo que implica una grosera y absurda deformación de la realidad.
Karzaï y su gobierno son enteramente dependientes de Washington. La economía del país depende de la ayuda internacional. Las fuerzas de seguridad afganas están compradas y pagadas por los EE.UU. y sus aliados y cuentan con ayuda militar extranjera. Según el último análisis del Pentágono solo una de las 23 brigadas afganas se halla en condiciones de operar independientemente.
El gobierno de Obama insiste en decir que luego de 2014 las tropas y el personal estadounidense mantendrán su inmunidad judicial según la ley afgana. Los EE.UU. han declarado que no tienen intenciones de mantener bases militares permanentes en Afganistán. Pero las instalaciones conjuntas en las que el personal estadounidense gozará de absoluta libertad de acción, responderán desde luego a las necesidades del Pentágono.
Los EE.UU. y sus aliados están dispuestos a pagar un ejército afgano que sirva a sus intereses y no para fortalecer la posición de un régimen fantoche.
Afganistán ha sido un territorio experimental del neocolonialismo del siglo XXI. La ocupación sirvió de modelo a las operaciones encaradas por los EE.UU. en Irak, en Libia y actualmente en Siria mientras Washington busca ampliar su hegemonía económica y estratégica en las regiones ricas en fuentes energéticas de Medio Oriente y Asia Central.
El ejército estadounidense y las agencias de espionaje se han convertido en maestras en el arte de intimidar, aterrorizar y de asesinar a las gentes que les son hostiles, de sobornar a los mercenarios y a los funcionarios locales, de manipular las rivalidades tribales y étnicas y de instalar y mantener gobiernos dóciles a su deseos. La tecnología puede ser muy moderna pero las técnicas se parecen curiosamente a las del colonialismo europeo del siglo XIX.
Las intervenciones de Washington en Libia y en Siria han puesto en evidencia el falso carácter de la “guerra contra el terrorismo” que fue el pretexto inicial de la invasión estadounidense de Afganistán. Para poder derrocar a los gobiernos libio y sirio, el Pentágono y la CIA se apoyan fundamentalmente en las milicias islamistas suníes, incluidas las vinculadas a Al Qaeda. En su mayor parte el financiamiento y las armas son provistos por los aliados de los EE.UU. del golfo Pérsico: los despóticos regímenes de Arabia Saudí y de los Estados del Golfo.
Afganistán contradice las afirmaciones que afirman que los EE.UU. llevan la “democracia” a Medio Oriente. Se están amañadas. El parlamento afgano es una jaula de gatos de facciones rivales pro Estados Unidos que incluye a los señores de la guerra y a jefes militares tristemente célebres. Si se pudiera realizar libremente un referéndum sobre el tema de la ocupación militar, la mayoría contraria sería aplastante. Todo eso sirve de modelo a lo que los EE.UU. intentan instalar en Tripoli y en Damasco.
La oposición contra la ocupación afgana no se limita a Pakistán. Los sondeos de opinión realizados en los EEUU. y entre sus aliados han demostrado reiteradamente que la gente se opone a la guerra. Sin embargo esta oposición no se ve reflejada ni en el establishmen político ni en el mediático.
Los llamados liberales y los anteriormente de izquierda que habían apoyado las masivas protestas contra la guerra de Irak detuvieron rápidamente el movimiento de protesta una vez que Obama llegó al poder. Estas mismas organizaciones se han convertido en animadores de las nuevas guerras lanzadas en Libia y en Siria en nombre de la “democracia” por el gobierno de Obama.
La fuerza motriz que se encuentra detrás de esta erupción de neocolonialismo y militarismo es el agravamiento de la crisis mundial del capitalismo. Mientras lleva una ofensiva contra la clase obrera a nivel interno, el gobierno de Obama se halla comprometido en un intento desesperado de consolidación de la hegemonía estadounidense contra los rivales europeos y asiáticos de Washington, especialmente la China, en todo el mundo. La consecuencia es el agravamiento de las tensiones entre las principales potencias y el creciente temor de un catastrófico conflicto mundial.

Peter Symonds
Mondialisation

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