martes, febrero 11, 2014

Debatir sobre comunismo y anarquismo



Aunque estemos ya en tiempos de urgencias militantes, pienso que no hay que dejar de lado el debate político y cultural. Modestamente, es lo que trato de hacer con artículos como el reciente sobre Sartre y Camus…

0. En esta tarea, no me duelen prendas en reconocer demasiadas erratas y en ello ando. En este, Acusar a Sastre en nombre de Camus, hay algunas gordas. La primera es obvia y la puedo atribuir al maldito corrector que cambió Sartre por Sastre, no era la primera vez. La segunda es más grave, a primera vista dice lo contrario de lo que realmente quería decir. Por todo ello, pido disculpas.
La segunda se refiere al siguiente párrafo: Alguien, se podía creer que existió una “toma de conciencia” ante lo que significó el “comunismo” (ilustrado por algún episodio personal en la juventud), sin embargo, estamos muy lejos de la radicalidad de anarquistas o consejistas que acusan al “comunismo” de ser un falsa alternativa pero que en ningún momento miran hacia otro lado cuando se trata de los innumerables “gulags” del capitalismo. En realidad debería decir que el problema no era tanto denunciar tal o cual atropello en nombre del comunismo, lo peor era que por ello, antiguos izquierdistas se reconciliaron con el capitalismo, al contrario que anarquistas y consejistas que denunciaron a unos y otros…
Creo que esto responde al ruego de Diana y a la nota de Octavio, aunque en su caso se abre una discusión sobre la “dictadura del proletariado”, una fórmula marxista que resultó, según sus propias palabras, "ser una falsa alternativa" tras ese vuelco dialéctico de la historia provocado por los Estados que se reclamaban de él y que han acabado instalando, como paradigma del Progreso, al Capitalismo. En mi opinión, estimado Octavi, la cuestión es mucho más complicada
El debate está abierto y ya que estamos, me gustaría aprovechar lo ocasión hacer algunas consideraciones y por parte.
1. Sobre el asunto Sartre. Creo que es un tema importante. Ha existido un enorme empeño por parte del “pensamiento único” en contraponer un Camus “liberal” contra un Sartre “estalinista” en base a la ecuación estalinismo=comunismo=totalitarismo…
De esta manera, Camus queda como un adocenado liberal y Sastre no fue un intelectual enorme, un clásico en el sentido más pleno de la palabra. Se borran sus trazas en la defensa del “tercermundismo” y por citar un ejemplo, no se dedica ni media línea al Tribunal Russell.
Cierto, Sastre se equivocó al considerar la URSS como un baluarte proletario que no se podía cuestionar sin desanimar a los trabajadores de la Renault-Billancourt, pero de ahí a confundir sus posiciones con las del PCF y afirmar que “mandaba” en la cultura como un alto funcionario soviético, media un abismo. Encuentro en este montaje un ejemplo de la vesania de los que comulgan con él.
2. Los problemas de la revolución. Creo que tanto marxista como anarquistas, por más que defendamos la memoria (común) de los hombres y mujeres que lucharon por otra sociedad y otra vida, estamos obligados a repensar en parte nuestras tradiciones.
Comenzando por el hecho de que el sueño de la revolución se ha mostrado muchísimo más difícil de lo que normalmente creyeron nuestros ancestros. Iniciada en países socialmente atrasados, las revoluciones del siglo XX no consiguieron tan siquiera estabilizar un Estado social transitorio, pero mucho menos una Comuna libertaria que no fuese circunstancial, como la española que duró el tiempo que necesitó el gobierno republicano en recomponerse.
De un lado, la burguesía (reforzada por los Estados Unidos desde la “Gran Guerra”), se ha mostrado mucho más brutal y destructiva que la vieja aristocracia, pero también más capaz de asimilar (aburguesar) a amplios sectores de la clase trabajadoras y de los propios revolucionarios, de ahí que los integrados no sean precisamente una minoría.
De otro, el movimiento obrero clásico ha tenido muchos problemas para encontrar un equilibrio entre el potencial militante y la claridad sobre lo que había que hacer, fracasando a veces por errores trágicos (cito un ejemplo al azar, la CGT anarcosindicalista portuguesa defendió la “neutralidad proletaria” a la lucha entre conservadores y republicanos en 1911, de manera que, después de derrotar a los republicanos, los conservadores acabaron con la CGT), pero también por divisiones tremendas. Divisiones justificadas porque cada una de las corrientes socialistas se atenía su propio proyecto sin considerar que solamente podía ser común…
En última instancia, esta ha sido la historias del movimiento obrero hispano en los años treinta, solamente una minoría defendió un proyecto integrador de una “democracia obrera” que repostera todas las escuelas incluyendo los sectores sociales no hostiles a la revolución.
3. La URSS y el comunismo. La revolución rusa de 1917 ha sido, históricamente habando, tan importante como la de 1789. Desde 1917 hasta 1989, determinó la marcha del siglo y acondicionó al movimiento obrero, incluso al que le era hostil. Así por ejemplo, no se puede explicar los logros parciales del “Estado del Bienestar” sin el miedo que daba a los poderosos. La desaparición de la URSS no se ha traducido en nada bueno para los países (mal) llamados socialistas ni para la lucha social…
La revolución la hicieron obreros, campesinos y soldados que…dieron la mayoría en los soviet al partido bolchevique. Sin este apoyo incondicional, los bolcheviques no hubieran ganado la guerra civil incentivada por las grandes potencias imperialistas. Sin el apoyo de esta base social y el de movimiento obrero internacional, la URSS no habría suscitado. A pesar de todos sus errores y errores, la URSS sirvió de referente (obviamente idealizado) para otros pueblos…
Creo que analizar el curso soviético en función de los (presuntos) esquemas doctrinarios del marxismo sobre la dictadura es algo que no se sostiene.
Octubre se justificó como la primera ruptura del eslabón capitalista, como el prólogo de la revolución europea que fue posible entre 1917-1923, pero que fue derrotada. Ya atrasado, el país quedó al borde del abismo con dos guerras, la mundial y la civil. El peligro de una nueva intervención imperialista no acabó hasta 1929.
Fue en ese contexto y no en una pizarra, se forjaron los caminos. Baste leer El año 1 de la revolución, de Victor Serge o el Moscú en tiempos de Lenin, de Alfred Rosmer (dos antiguos anarquistas), para apreciar el contraste entre los inicios y el curso tomado por la URSS, sobre todo en los años treinta. Es el tiempo que va desde que Lenin redacta El Estado y la revolución, y lo que vendrá después.
Entre un tiempo y otro, los bolcheviques establecen una serie de medidas restrictiva de las libertades que se manifestaron como fatales ya que el enemigo les entró por la otra puerta, me explico. En un primer tiempo, los bolcheviques actuaron siguiendo los cánones de la tradición socialista: buscaron acuerdos con todas las demás fracciones, hicieron un llamamiento para crear una nueva internacional con todos los sectores del movimiento obrero que se habían opuesto a la “Gran Guerra” y habían apoyado la revolución, dialogaron con todos. Esa fue una época idealista que se llevó la guerra.
En el curso de esta, los bolcheviques, al decir de Isaac Deutscher, quemaron todo lo que antes amaban y amaron todo lo que antes odiaban. Se trataba de que Octubre no fuese otra Comuna de París, el recuerdo de una derrota devastadora. Habían sido testigos del horror de la guerra (Trotsky escribió unas páginas tremendas sobre la guerra en los Balcanes) y aplicaron aquello, en la guerra como en la guerra. Dudo que pudieran haber hecho otra cosa.
Pero, enfrentados a vida o muerte con la reacción nacional y la “contra” internacional (una estrategia imperialista de desgastar las revoluciones cuando no pueden acabar con ellas), no vieron lo que estaba sucediendo en sus propias filas. En marzo de 1921, fue la Cheka la que desbarató todos las propuestas de diálogo con los sublevados de Kronstadt de manera que hasta los “anarcosindicalistas” de la Oposición Obrera tomaron las armas para el asalto, una decisión que se atribuyen exclusiva a Trotsky como aquello del “Tirad a la barriga” atribuido a Azaña en lo de Casas Viejas.
4. La crítica anarquista. Cuando Marx hablaba de “dictadura del proletariado” no se refería a ningún directorio por encima del movimiento, todo lo contrario. Se refería a las medidas que los insurgentes estaban obligados a imponer, ¿o es que la CNT desarrolló las colectivizaciones por las buenas, por el diálogo?
Los bolcheviques tomaron medidas drásticas en tiempos de vida y muerte y las concibieron como transitorias. Otra cosa es que muchas de ellas acabaran siendo instrumentalizada por la burocracia ascendente (producto de un extraño maridaje entre la de siempre reciclada y la emergen de los funcionarios que querían su puesto, algunos incluso creyendo que representaban la revolución)
Para la historiografía derechista, el estalinismo no habría hecho más que confirmar que toda utopía, al margen de los sueños y de los idealistas, el germen del totalitarismo. Los socialdemócratas denunciaron Octubre por “precipitado”, por “querer saltar las etapas”…
Por su parte, consejistas (comunistas de izquierdas que tuvieron sus años de gloria en los dos primeros congresos del Komintern y su experiencia en los consejos obreros alemanes) y anarquistas, después de una fase de colaboración representada muy bien por Emma Goldman y Alexander Berkman, acabaron haciendo una enmienda a la totalidad: los bolcheviques habían demostrado como no se hace una revolución. A mi juicio este es un veredicto doctrinario, subjetivista donde los haya ya
Se utiliza Sastre como ejemplo de enajenación ideológica, algo que, al parecer, no sucede con los que se “comprometen” desde los grandes medios para cotizar en la Bolsa cultural A Sartre le sobraron razones para su “tercermundismo”, y en buena parte de sus posicionamientos sobre el comunismo, en su enfoque bastante crítico en la segunda mitad de los años cuarenta, con su denuncia de la invasión de Hungría, por supuesto la de Checoslovaquia de 1968.
Eso sí, la opción de Sastre era sostener a la URSS contra el imperialismo...Fue sumamente crítico con el PCF (ahí están títulos como ¿Tienen los comunistas miedo a la revolución?). Se olvida que Sartre fue vapuleado una y otra vez por los intelectuales orgánicos del estalinismo, y no precisamente por sus “lamentables errores” como se pretende que lo fueron su apoyo a la insurrección argelina (cuando Camus cuidaba su alma exquisita de los excesos revolucionarios).
Sartre fue un gigante a pesar de que algunas de sus tomas de posiciones fuesen, en tal o cual ocasión, muy discutibles. Así lo reconocieron autores como Fernando Savater que escribió: “Sartre ha sido la razón social más fuerte de las letras europeas de este siglo. Tal como llegó a ocurrirle a Picasso, su simple firma convertía en valor cualquier superficie en la que se dignara aparecer. Manifiestos, protestas, periódicos subversivos, todos debían contar con esas tres palabras mágicas que tenían algo de nihil obstat” (Impertinencias y desafíos, 1981). Pero, ¡Oh misterio¡, esto no fue obstáculo para que el propio Savater afirmara todo lo contrario cuando cambió el viento. Entonces resultó que Sartre siempre se equivocó (sino que le pregunten a Vargas Llosa). Esta norma mediática hizo que la broma fuese inevitable, de manera que se pudo decir “Sartre dijo que Dios no existía, Sartre se equivocó en todo, ergo…” (Bernard Frank).
Esta campaña denigratoria del modelo sartriano conllevó como no podía ser menos el “reconocimiento” de los antiguos sovietólogos, de los profesionales financiados por instituciones anticomunistas norteamericanas. Para colmo, se nos quiere convencer que el filósofo francés gozaba de ventajas y los reaccionarios, no. La verdad es muy otra, aquí y en muchas otras partes, la única vía de acceso a las obras de Sartre (y de otros de la misma cuerda), eran las trastiendas de las librerías de la libertad, mientras que autores como Robert Conquest (El gran terror, Noguer, Barcelona, 1979), David Shub (Lenin, Alianza, Madrid, 1977) o Adam B. Ulam (Los bolcheviques, Grijalbo, 1974), fueron pródigamente editados y difundidos en ediciones perfectamente asequibles.
Conquest (entre otras cosas un ferviente partidario de acabar con el Vietcong de cualquier manera) ha sido tomado como una fuente incuestionable en la obra reciente de Martin Amis Koba el Terrible: las risas y los 20 millones de muertos que ha encontrado todos los beneplácitos mediáticos. En ella el joven Amis se pregunta cómo es posible que no se repudie por igual al comunismo como al nazismo. Otra vuelta a la tuerca que le presenta algunos problemas, por ejemplo en Sudáfrica los comunistas fueron los únicos blancos radicalmente opuestos al “apartheid”, algo que no se puede decir de los “liberales” como San Wiston Churchill. El libro de Amis habría hecho las delicias del editor Luís de Caralt aunque ha aparecido en Anagrama, lejana editorial en los años setenta Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Mandel, etcétera, en una muestra más de la inmensa levedad del ser (sobre todo cuando hay por medio la posibilidad de un enriquecimiento y de figurar).
La misma levedad que se muestra en el empleo interesado del concepto de “totalitarismo” que parece de goma como se ha podido comprobar echando un visto a la palabrería que acompaña la política exterior norteamericana. Acuñado en los márgenes de la disidencia comunista occidental, se trató de un término que supuso una tentativa de adecuar el viejo concepto de despotismo a partir de lo que muchos exiliados percibían de las experiencias nazi y fascistas, y más controvertidamente a la URSS de Stalin, a un universo sobre el que en los años ochenta se describía –desde Castoriadis hasta Wotyla pasando por Jorge Semprún- como cerrado e irreformable. Uno de los “mandarines” del pensamiento único como fue Jean-François Revel, llegó a establecer que el comunismo ha sido mucho peor que el nazismo, lo cual no deja de ser una manera de romper una lanza –a la manera del llamado “revisionismo histórico”- por este último considerado como más benigno; lástima para el gobierno de Vichy no haber contado con un Revel durante la ocupación. Y no se trata de ningún gesto “espontáneo”.
Es que para la nueva extrema derecha ya no se rata solamente de mandar el comunismo a los infiernos con las masas y las estadísticas. También trata de desactivar la tradición antifascista, una operación que entre nosotros formó parte de la “cultura de la Transición”. No es otro el misterio que mucha derecha fascista se haya encontrado tan cómoda en el PP o gobernando con Berlusconi. La otra cara de la moneda de la condena del comunismo se mostraba en algunas declaraciones de Reagan sobre la guerra española, sobre el “antifascismo prematuro”, con el mismo “revisionismo histórico que ha llevado a los altares a los últimos zares mientras que sesudos historiadores aseguraban que Octubre abortó una evolución pausada bajo una monarquía constitucional que nadie significado había podido percibir antes.
No es otra agua bendita la que bendice esa solapada historia española según la cual existía una “amenaza comunista” o “revolucionaria” que “justificó” (al menos en parte) el franquismo, al tiempo que otorga a este las medidas socioeconómicas que hicieron posible la democracia (con la ayuda de “liberales” posibilistas como Fraga Iribarne). Es el mismo agua que había permitido a la derecha chilena “justificar” al agente al servicio de Trilateral augusto Pinochet, un personaje histórico central en toda esta trama y cuya contribución a la causa neoliberal no ha sido debidamente estimada. Menos mal que Ia señora Thatcher supo mostrar su verdadera cara cuando contribuyó a la liberación del general detenido en Londres de la peligrosa presencia de juristas que habían actuado para Amnistía Internacional...
Algunos lectores inadvertidos pueden pensar que entre nosotros estos criterios son patrimonio de plumas como las de Jiménez Losanto –del que encuentro en la Red un artículo que proclama que Largo Caballero ha sido el político español más criminal desde Fernando VII-, Pío Moa, Carlos Semprún, César Vidal –traductor al castellano de El libro negro en el que trata de implicar hasta a Julio Anguita- Fernando Arrabal o de los integrantes de la fundación FAES auspiciada por José Mª Aznar, que lo hacen por supuesto, y con una virulencia fuera de toda medida, cuando lo cierto es que al menos en lo que se refiere a esta cuestión, se pueden encontrar definiciones que bajo otro formato resultan básicamente coincidentes, al menos en lo referente a Octubre y todo lo demás, en intelectuales ligados en algún momento con las izquierdas (excomunistas, exsocialistas, exanarquistas). En esta lista digamos vargallosiana se encuentra plumas “expertas” tan variadas y tan coincidente como las de Antonio Muñoz Molina, Antonio Elorza, Santos Juliá, Rosa Montero, Javier Tusell, Pilar Rahola, Hermann Tertsch, Fernando Savater y otros menos conocidos, pero igualmente dispuestos a reproducir el cano según el cual el autor de el engranaje era un vulgar estalinista. Todos ellos tienen o han tenido una tribuna privilegiada en El País, nuestro diario más “liberal” cuando todavía vivían y escribían Vázquez Montalbán o Eduardo Haro Teglen, y contaban con un rinconcito para la discordancia (y para resistir las embestidas), pero hasta eso se perdió.
Alguien, se podía creer que existió una “toma de conciencia” ante lo que significó el “comunismo” (ilustrado por algún episodio personal en la juventud), sin embargo, estamos muy lejos de la radicalidad de anarquistas o consejistas que acusan al “comunismo” de ser un falsa alternativa. pero que en ningún momento miran hacia otro lado cuando se trata de los innumerables “gulags” del capitalismo.
Eso se denota, primero es el desprecio olímpico por las otras caras del comunismo o por cualquier utopía (¡será que sobran sueños y esperanzas¡), y segundo porque al tiempo que repiten el canon sobre los horrores del siglo XX y meten en el mismo saco a Lenin junto con Stalin (más Pol Pot y el mismo Hitler, ¿porqué no Kissinger?), miran hacia otro lado cuando se trata de los océanos de sangre causados por la “iniciativa privada”. Escamotean los “pequeños detalles” de pasado desde el nazismo (indisociable del gran capital) hasta la gesta de los “demócratas” que ordenaron lanzar sobre Vietnam, Laos y Camboya más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial, en tanto que apólogos del presente exoneran al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y al totalitamericanismo de otros “pequeños detalles” la multiplicación de las miserias en el Tercer Mundo, de los desastres ecológicos, el enajenamiento consumista..
Yo no sé, estimado Pepe, si "existió una 'toma de conciencia' ante lo que significó el 'comunismo'..." ; pero no veo cómo no acusar al "comunismo", el propuesto por el marxismo de la "dictadura del proletariado", de "ser una falsa alternativa" tras ese vuelco dialéctico de la historia provocado por los Estados que se reclamaban de él y que han acabado instalando, como paradigma del Progreso, al Capitalismo.
Y aún sé menos quiénes son esos anarquistas a los que te refieres; porque todos los que yo conozco denuncian con la misma "radicalidad" los "gulags" del comunismo como los del capitalismo. Que haya alguno que se lo haya dicho y que ahora mire "hacia otro lado" es posible, como debe haberlos en el campo marxista. Pero admitirás, Pepe, que nada está más lejos de la "radicalidad de anarquistas" que el maniqueismo de sólo ver la maldad de un lado.
Probable que no haya entendido tu anteúltimo párrafo. No me queda claro eso de que dices que lxs anarquistas miramos para otro lado.
Te agradecería lo ratificaras. Si algo veo en activistas y medios anarquistas es una permanente crítica al capitalismo y a lo que muchxs llaman el "socialismo real".
De lo actuado hasta ahora por el socialismo-comu nismo, hay muchas críticas para hacer. Del porvenir, utopía por utopía, ideal por ideal, lxs anarquistas elegimos y luchamos por el anarquismo, dificil que elijamos una variante del marxismo leninismo como el troskismo.
Insisto sería importante que aclararas ese párrafo, no puedo verlo que se corresponda con la realidad, con lo que aparece.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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