jueves, julio 28, 2016

Atentado en Munich: el Estado en el banquillo de los acusados



Se habla de "ovejas negras", pero los atacantes reproducen mensajes que emanan desde las entrañas estatales y que desmienten patrañas como la existencia de “pulsiones fascistas” (sic, La Nación, 23/7) en la población.
El ataque criminal perpetrado por un joven alemán de 18 años en las inmediaciones de un shopping de la cosmopolita Munich, capital de Baviera, dejó nueve muertos y se inscribe en una saga de ataques reaccionarios que han convulsionado al continente europeo en los últimos meses (Niza, París, Bruselas, etc.).
De acuerdo al jefe de policía de Munich, no existe conexión alguna entre el atacante y el Estado Islámico. Se apunta, en cambio, a la acción de un ultraderechista nativo, inspirado en los ataques en la isla de Utoya, Noruega, ocurridos en 2011.
Según el informe policial, el atacante poseía libros sobre matanzas masivas y -según la captura de video de un testigo- antes de cometer la masacre se jactó de su condición de alemán e insultó a los turcos.
El ataque coincide con el quinto aniversario de la masacre fascista en la isla de Utoya, Noruega, cuando un fanático ultraderechista masacró a casi 70 jóvenes que participaban de un campamento de la juventud del partido laborista. El criminal había militado en el ultraderechista y xenófobo Partido del Progreso, que ingresó a la coalición de gobierno del 'civilizado' sistema político noruego -junto a los conservadores- en 2013.
Como en aquella ocasión, las víctimas del ataque criminal en Munich han sido también mayormente jóvenes.
Aunque los Estados atribuyen estas acciones criminales a 'ovejas negras', lo cierto es que estos atacantes reproducen mensajes que emanan desde las entrañas estatales y que desmienten patrañas como la existencia de “pulsiones fascistas” (sic, La Nación, 23/7) en la población.
Buena parte de los estados europeos han cerrado sus fronteras y han emprendido campañas feroces de estigmatización contra los refugiados que intentan llegar a Europa, desde países asolados por el hambre y la guerra imperialista. De hecho, la Unión Europea estableció un acuerdo con Turquía para deportarlos.
El partido de gobierno en Baviera, la CSU, que integra la megacoalición de gobierno junto a Merkel y los socialdemócratas, planteó la creación de “zonas de tránsito” en la frontera alemana en noviembre pasado, un eufemismo para referirse a enormes prisiones a cielo abierto. El Pegida (Patrióticos Europeos contra la Islamización de Occidente) desarrolla movilizaciones periódicamente contra los refugiados.
Del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, el racista que masacró a nueve personas en una iglesia de Charleston lo hizo en un país donde la bandera esclavista de la Confederación flameó en la Casa de Gobierno de Carolina del Sur hasta el 2000. El tirador de Orlando, que masacró a decenas de personas en una discoteca gay, operó en el contexto de una multiplicación de los crímenes de odio que tienen a la comunidad LGBTI como uno de sus blancos privilegiados.

Militarización

El otro aspecto de los atentados consiste en su instrumentación para reforzar las agresiones imperialistas y el aparato represivo del Estado. Las resoluciones del gabinete de seguridad de Merkel y el gobierno de Baviera irán en este sentido.
Los atentados en Francia (Charlie Hebdo, Bataclán, Niza) fueron seguidos por la instauración de “estados de emergencia” y la multiplicación de operaciones militares en el norte africano y en el Medio Oriente. Hollande, que extendió por seis meses el “estado de excepción”, ha convocado a miles de reservistas adicionales para reforzar la militarización interna y ha dado carta blanca a los servicios de inteligencia para un mayor espionaje sobre la población.
Idéntico camino siguió el estado belga después de los atentados de marzo, desatando una cacería sobre los barrios de población musulmana como Molenbeck, involucrándose más en los ataques en Medio Oriente y reforzando el aparato de inteligencia.
Este despliegue represivo ha resultado útil para atacar la movilización popular en ambos países, donde hay procesos de lucha de la juventud y del movimiento obrero contra reformas laborales flexibilizadoras, pero en cambio no han impedido la consumación de nuevos atentados.

Gustavo Montenegro

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