jueves, mayo 24, 2018

Del Mayo del 68 a la contrarrevolución neoliberal



Mayo del 68 supuso un cuestionamiento en profundidad del régimen capitalista de opresión y explotación. Para combatir su espíritu, el capital tuvo que reinventarse y lanzar a finales de los años setenta la contrarrevolución neoliberal que todavía hoy padecemos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el capitalismo en “Occidente” se mostraba como un sistema próspero, capaz de superar las contradicciones que hasta el momento habían perturbado su equilibrio. La masiva destrucción de capitales y fuerzas productivas durante la guerra permitió generar las condiciones para el desarrollo del llamado “boom de posguerra” y la emergencia de los “estados de bienestar” en los países centrales. En los años sesenta, Francia era el país del gaullismo triunfante, todo parecía tranquilo, un valle de ganancias para los patronos y de lágrimas y opresión para los que sudaban en las fábricas. En la posguerra, el “eje de la revolución” se había trasladado a la periferia, a las colonias y semicolonias. La revolución parecía un sueño imposible en Europa.
Sin embargo, Mayo del 68 surgió de improviso como un vendaval, donde la unidad de los estudiantes en lucha y la insubordinación obrera pusieron en cuestión los cimientos mismos del Estado francés. Las manifestaciones, huelgas y batallas contra las fuerzas represivas parecían revivir los sucesos que casi un siglo antes habían sacudido París. El espíritu de los heroicos comuneros retomaba las calles y Francia se sacudió con los ecos de la Comuna de 1871.

Un cuestionamiento profundo del capitalismo

Mayo del 68 no fue sólo un movimiento contracultural “con un impacto psicológico absolutamente desproporcionado en relación con su verdadera significación”, como dijo Tony Judt en su libro “Posguerra: una historia de Europa desde 1945”. Una tesis que sostuvo también Eric Hobsbawm al considerar que “la rebelión de los estudiantes occidentales fue más una revolución cultural, un rechazo de todo aquello que en la sociedad representaban los valores de la ‘clase media’ de sus padres”, concluyendo que “no eran auténticas revoluciones, ni era probable que acabaran siéndolo”.
No hay análisis de la dimensión o profundidad de las luchas obreras, toda la importancia recae en los estudiantes, desvirtuando además su papel; como tampoco suele haber críticas ni cuestionamiento a la política del Partido Comunista Francés (PCF) y la Confederación General del Trabajo (CGT) en el conflicto. No es de extrañar, Tony Judt defendió (tal y como sostuvo en “Algo va mal”, uno de sus últimos ensayos) el modelo de “estado de bienestar” gris y burocrático que, precisamente, Mayo del 68 puso en cuestión. Y en caso de Eric Hobsbawm, difícilmente iba a plantear una crítica en profundidad al PCF cuando él era miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña.
Como planteó Jacques Kergoat, historiador y militante de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria): “La constatación es simple: el análisis de las luchas obreras en mayo y junio de 1968 interesó a poca gente. Quizás porque el carácter más espectacular de la revuelta estudiantil tentó más a periodistas y cronistas”. Sin embargo, el Mayo francés no fue sólo un movimiento contracultural, sino un cuestionamiento radical del capitalismo utilizando además los potentes medios de lucha de la clase obrera, como las ocupaciones de fábricas y las huelgas.
La unidad entre obreros y estudiantes lanzó juntas, como ha apuntado el sociólogo Luc Boltanski, las dos críticas tradicionales de la izquierda al capitalismo. La crítica que él ha llamado “social”, es decir, la que pone el acento en la desigualdad, la explotación y el egoísmo de un mundo que estimula el individualismo frente a la solidaridad; y la crítica “artística”, la que cuestiona la opresión en el mundo capitalista, la dominación del mercado, la disciplina de la fábrica, la uniformización en la sociedad de masas y la mercantilización de todo, y que valora un ideal de liberación y autonomía individual, la singularidad y la autenticidad.
La “crítica social” fue dominante en amplios sectores de la clase obrera más conservadora, y es en la que se apoyó la CGT para desmovilizar el movimiento (negociando con la patronal y el gobierno las mejoras salariales, reducciones de jornadas de trabajo, etc.). Mientras que la “crítica artística”, fue característica de los estudiantes y de la juventud, de los intelectuales, de los obreros y obreras más combativos, y fue tomada también por algún sindicato como la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo).
El cuestionamiento era de tal profundidad que muchas veces la patronal se encontró totalmente desorientada por las reivindicaciones del movimiento obrero y estudiantil, porque la crítica iba contra el sistema capitalista mismo. El propio Luc Boltanski o Eric Hobsbawm han visto un problema de fondo en las motivaciones y reivindicaciones de la protesta, ya que, al ser la crítica tan amplia, carecía de objetivos concretos, lo cual redujo considerablemente las posibilidades de tener transcendencia política. Pero en realidad, el problema de fondo es que no existió una organización revolucionaria fuerte a la altura de las circunstancias que pudiera desarrollar la lucha y plantear objetivos revolucionarios concretos; el movimiento terminó bajo el control del PCF que se limitó a firmar acuerdos salariales con la patronal y a participar en las elecciones legislativas convocadas por el gobierno, llamando a la desmovilización y colaborando con la extinción de la llama del Mayo del 68

La contrarrevolución neoliberal

Mayo del 68 por lo tanto no fue sólo un movimiento cultural o contracultural, sino que supuso un cuestionamiento radical del capitalismo, dentro de un ciclo internacional que sólo concluyó con la derrota de la vanguardia juvenil y obrera, derrota física o política según los países. Las derrotas o desvíos del Movimiento del 68, donde debemos incluir el Mayo francés, pero también el otoño caliente italiano y el largo 68 que le siguió, la lucha antifranquista en España, el movimiento estudiantil alemán, la Primavera de Praga, el movimiento estudiantil mexicano, el Cordobazo argentino, el movimiento por los derechos civiles y contra la Guerra de Vietnam en EEUU, la Revolución Cultural china o el Zengakuren japonés, permitieron al capital lanzar en los años ochenta su contraofensiva neoliberal arrebatando la iniciativa al movimiento obrero y popular.
De hecho, el capital fue capeando el temporal durante los años siguientes a Mayo del 68 haciendo concesiones para satisfacer esa “crítica social” de la que hablaba Boltanski, concediendo mejoras salariales, reducciones de jornadas laborales, etc. Pero el capital entendió muy bien que Mayo del 68 no sólo reivindicaba mejoras salariales, sino que suponía una revuelta también contra las condiciones de trabajo y las formas tradicionales de autoridad (esa crítica “artística” de la que hablábamos). Así el capital se reinventó y emprendió una ofensiva neoliberal a finales de los setenta tratando de legitimarse de nuevo, en un proceso que llega hasta nuestros días.
El inicio simbólico de esta ofensiva neoliberal contrarrevolucionaria fue la llegada de Margaret Thatcher al poder en Reino Unido en 1979, y de Ronald Reagan en EEUU en 1981. Momento en el que comienza un nuevo ciclo de ataques en regla a los derechos laborales y a las organizaciones sindicales, el ciclo de privatizaciones de sectores públicos o las desregulaciones del mercado financiero y especulativo. Una verdadera etapa de restauración capitalista que tuvo el año 1989 y el desmoronamiento del muro de Berlín como fecha emblemática. Un proceso que constituyó una verdadera contrarrevolución-restauración que modificó la relación de fuerzas a favor del imperialismo y que, impuesto sobre la base de la derrota del ascenso anterior, pudo llevarse adelante con métodos esencialmente “pacíficos”, sobre la base de la extensión de la democracia liberal a amplias zonas del globo, en muchos casos directamente a partir de dictaduras.
Fue el surgimiento de modelos de empresa “menos rígidos”, con formas organizativas del trabajo distintas, siguiendo los modelos que fábricas japonesas como Toyota ya estaban implementando. Frente al modelo tradicional fordista rígidamente jerárquico, se introducen en las empresas modos de gestión más autónomos que antes sólo estaban reservados a los directivos y ejecutivos (grupos de trabajo, equipos autónomos, horarios flexibles, primas, salarios de eficiencia, etc.). Esto ha llegado en la actualidad a sus formas más obscenas en lo que se denomina “falsos autónomos” y “economía colaborativa”, donde se vende la moto de que puedes ser tu propio jefe y administras tu propio trabajo colaborando con las empresas. Pero que en realidad es una nueva forma de precariedad laboral, como ya denunciaron los trabajadores de Movistar o más recientemente los trabajadores de mensajería de Deliveroo o Globo. Sin vacaciones pagadas, sin poder cogerte una baja laboral y al final forzado a seguir los ritmos que te impone la empresa.
Esto fue acompañado de una política de deslocalización, llevándose muchas fábricas a otros países donde pudieran explotar mejor a los trabajadores, al tiempo que pusieron fin al modelo de gran empresa centralizada. A partir de ese momento las grandes empresas o las grandes fábricas fueron desgajadas con subcontratas, externalizaciones, etc. Así, el capital ha conseguido dividirnos a la clase obrera no ya sólo entre hombres y mujeres, nativos o extranjeros, sino a su vez en trabajadores fijos, temporales, de ETT, autónomos, etc. Nos han tratado de dividir tanto que hasta nos han hecho creer que la clase obrera ya no existe y que es una cosa del pasado.
Sin embargo, la realidad de la crisis nos está despertando de esta “ilusión”, de toda una ideología neoliberal que nos han ido inoculando desde los años ochenta. Todo el discurso de “ser emprendedor”, de tener éxito empresarial, de vivir experiencias “auténticas”, de estos bombardeos publicitarios apelando a las emociones, del esfuerzo individual para “triunfar”, etc. Todo esto viene de la contraofensiva reaccionaria que lanzó el capital contra la experiencia colectiva que supusieron movimientos como el Mayo del 68.
Ante esta ofensiva neoliberal tanto los grandes partidos de la izquierda, fueran socialdemócratas o estalinistas, así como los sindicatos mayoritarios, no han estado a la altura. No han querido enfrentar ni siquiera entender, la profundidad del ataque neoliberal que se nos vino encima en los años 80 y que dura hasta hoy, reduciendo su política a tratar de mantener conquistas sociales al tiempo que el capital ha desarticulado los espacios tradicionales de organización del movimiento obrero, las grandes fábricas y empresas. Luego, muchos intelectuales de izquierda, como Slavoj Zizek, tratan de explicarnos que como los estudiantes reivindicaron un ideal de liberación y autonomía individual, estaban allanado el camino a las políticas del neoliberalismo. En verdad, el triunfo del neoliberalismo es la consecuencia del fracaso del Movimiento del 68, su derrota.

Lecciones del Mayo

1968 supuso una gran experiencia histórica, con una movilización de masas a nivel internacional capaz de desafiar al poder. Los estudiantes franceses nos mostraron la importancia de que el movimiento estudiantil no se limite a reivindicar cuestiones corporativas de la educación, sino que debe luchar junto al movimiento obrero lanzando un cuestionamiento radical de un sistema capitalista sustentado en la explotación y la opresión. Los estudiantes lo tuvieron claro y unidos a la clase obrera, pasaron a la historia. La unidad de las luchas es fundamental para poder llevar adelante un movimiento combativo y revolucionario capaz de echar abajo las miserias del sistema capitalista actual. Es la gran lección del Mayo francés.
Sin embargo, hubo dos grandes ausentes en el Mayo francés. En primer lugar, las formas de autoorganización. Fueron muy pocas las fábricas en las que existieron realmente asambleas generales que agruparan a todos los trabajadores y trabajadoras donde se decidiera democráticamente y con comités de huelga con delegados elegidos y revocables en todo momento. Frente a esto la norma fue que los sindicatos mayoritarios controlaban las decisiones de la fábrica a través de comités dónde sólo participaba la burocracia sindical. Sin entender esto, no se entienden los mecanismos por los cuales la CGT impuso en el movimiento obrero la vuelta al trabajo y la claudicación de la lucha.
Por eso mismo es tan importante la autoorganización, los obreros y estudiantes deben tomar ellas mismas el destino de sus actos, en asambleas democráticas donde se elija a delegados y delegadas revocables. No siguiendo una lógica antisindical, es más, cuanto más sindicalizada esté la gente mejor; sino porque la clase obrera debe mantener una independencia política total. Debe tomar sus propias decisiones, y para eso es fundamental formas de autoorganización, al estilo de lo que significaron los soviets en la revolución Rusa de 1917 o los consejos alemanes de 1918. De hecho, no es casualidad que las fábricas donde se desarrollaron formas de democracia interna, fueran las más combativas y las últimas en retomar el trabajo.
Otro de los elementos ausentes fundamentales del Mayo fue la ausencia de una organización política fuerte y realmente revolucionaria. Hemos de tener en cuenta que las huelgas y las ocupaciones de fábricas surgieron como procesos más o menos espontáneos, pero siempre estuvieron dentro de una lógica sindical y controlados fundamentalmente por la CGT. Y en ningún momento la CGT y el PCF tuvieron como estrategia desarrollar el movimiento hacía una transformación real y revolucionaria de la sociedad, sino todo lo contrario. Sus esfuerzos se dirigieron a controlar la situación en las fábricas, precisamente para que la situación no avanzara. En ningún momento plantearon una huelga general política, todo lo contrario, trataron de asilar las luchas fábrica por fábrica y evitar la unidad en la lucha de obreros y estudiantes.
El resto de corrientes de la izquierda que sí plantearon estrategias más o menos revolucionarias, por su propia debilidad numérica y poca capacidad de maniobra, así como por errores políticos, no pudieron disputarle la hegemonía política al PCF y plantear una alternativa política.
Por eso es tan importante en la actualidad levantar una organización anticapitalista, feminista y revolucionaria para que en los momentos de auge de la movilización social y de la lucha de clases, pueda existir una alternativa política que desarrolle el movimiento social hacia un cuestionamiento profundo del sistema capitalista actual y de todas sus redes de explotación y opresión. Una organización revolucionaria capaz de superar los callejones sin salida y el desencanto en el que tantas veces hemos terminado a lo largo de la historia.

Jaime Castán

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