domingo, septiembre 30, 2018

La llama estudiantil de 1968



Hace 50 años, la represión encendió la chispa de un movimiento estudiantil que cuestionó al régimen del PRI y buscó sus aliados en la clase obrera y el pueblo. Un legado para las generaciones actuales, que merece recrearse en la lucha contra el orden establecido.
A cinco décadas del 68, hay un intento de reapropiación del movimiento que pretende suprimir sus aspectos más disruptivos y cuestionadores, para presentarlo como limitado a la búsqueda de la democracia y la libertad. El 68 sería el inicio de un proceso que tiene distintos “hitos” –como la emergencia de la Corriente Democrática del PRI en 1987, su posterior ruptura que originó al PRD, o la llamada alternancia democrática en el 2000– en los pasos hacia la búsqueda de la “verdadera democracia en México”. El reciente triunfo de AMLO es, para algunos, el punto de llegada de este proceso.(1) En contraposición a esta operación política e ideológica, en este artículo resaltamos el legado del movimiento del 68, uno de los momentos más altos, durante las últimas décadas en México, en el cuestionamiento al orden establecido.

El autoritario bonapartismo

La llama del 68 cimbró los cimientos de la sociedad mexicana y, en particular, al régimen que la disidencia política había definido como “el PRI-gobierno” o de “partido único”. Mostró el inicio del agotamiento del priato, que se presentaba como continuador y expresión del legado de la Revolución mexicana.
Desde sus orígenes, el régimen posrevolucionario descansó en el control de las masas campesinas y de los grandes sindicatos, combinando la acción represiva sobre la disidencia con el otorgamiento de concesiones para cooptar a las grandes mayorías.
El presidencialismo mexicano, marcadamente bonapartista, devino en un giro conservador a partir de los gobiernos de Manuel Ávila Camacho –designado por el mismo Lázaro Cárdenas– y Miguel Alemán. Éste reorganizaría al “partido de la revolución” (su lema era “democracia y justicia social”) con la finalidad de eliminar, progresivamente, las concesiones otorgadas por el cardenismo e impulsar al charrismo desde el Estado para buscar el control absoluto sobre los sindicatos críticos de la CTM oficialista.
Posteriormente, el combativo ascenso obrero del 58-59 desafió a esa “democracia y justicia social”. A partir del aplastamiento del movimiento ferrocarrilero, se volvió moneda corriente, para mantener y salvaguardar la hegemonía del PRI, el uso de la fuerza pública.
En 1964, Gustavo Díaz Ordaz, un abogado anticomunista, católico y obsesionado con mantener el papel de un dirigente autoritario que manda y todos lo obedecen –quien además mostró su carácter represivo como secretario de Gobernación– llegó al poder con el apoyo de la cúpula de las organizaciones obreras y campesinas, bajo la coalición Paz social a cualquier precio. Dichas organizaciones corporativizadas llamaron a votarlo exclamando que “el sector popular, la columna de la revolución” y “el proletariado de México” estaban con su candidatura.

La represión enciende el 68 mexicano

La emergencia estudiantil y su pliego petitorio desafiaron, frontalmente, al autoritarismo del priato. La chispa que encendió la llama del 68 fue la represión exacerbada ante los sucesos de la Ciudadela y las posteriores manifestaciones —en particular la del 26 de julio, donde confluyen dos marchas sobre Av. Juárez—así como el bazucazo contra la puerta de la Preparatoria N°1 en San Ildefonso.
En el movimiento estudiantil, el hartazgo con el régimen priísta se articuló con una radicalización en las concepciones políticas de sus franjas de vanguardia. La lucha ferrocarrilera del 58-59 y la combatividad de distintos sectores obreros durante esos años fueron punto de referencia para la juventud que incorporó en sus demandas la libertad de los presos políticos obreros. (2)
Impactados por sucesos como la Revolución cubana o la Guerra de Vietnam, los jóvenes mexicanos se sincronizaron con una oleada revolucionaria que ese año recorrió las calles de París, Alemania, Tokio, Praga y decenas de ciudades en Estados Unidos. De modo tal que empezó a crecer el internacionalismo en sus sectores más avanzados, de una “minoría [que] acata[ba] con gusto mimético el espíritu de los tiempos, tal y como se manifiesta por ejemplo en el movimiento de los derechos civiles o la protesta estudiantil acata[ba] con gusto mimético el espíritu de los tiempos, tal y como se manifiesta por ejemplo en el movimiento de los derechos civiles o la protesta estudiantil en Norteamérica, […] en la Revolución Cubana (en especial el Che Guevara) como la aventura implacable de una generación”. (3)
La década de los 60 en México sucedió en el contexto de la Guerra Fría y, por tanto, de una fuerte injerencia del imperialismo estadounidense en la política interior de América Latina. Esto no fue sólo un telón de fondo, sino que marcó el ritmo de la política del PRI, lo que explica el accionar de Díaz Ordaz como informante de la CIA, su estrecha relación con la embajada estadounidense y sus acusaciones de agitadores comunistas contra el movimiento.

Entre la marea olímpica y la calle estudiantil

En el desarrollo del movimiento estudiantil fue fundamental el rol del Consejo Nacional de Huelga (CNH), que surgió como un organismo de democracia directa de las masas estudiantiles en lucha. El CNH se basaba en comités por escuela con mandato de base y delegados revocables en todo momento; tenía tres principios básicos:
1. Sólo estarán representadas las escuelas en huelga, no en paro activo.
2. Habrá tres representantes por escuela elegidos en asamblea.
3. No se admite la representación de federaciones, confederaciones, partidos o ligas, sólo de escuelas. (4)
En el CNH llegaron a estar representadas 75 escuelas en huelga, dando un total de 255 delegados y contando, además, con enlaces a comités de lucha de otros estados. Al momento en que se constituye, el movimiento ya había escalado nacionalmente. El 4 de agosto, el CNH publicó el pliego petitorio de seis puntos:
«1. Libertad de los presos políticos.
2. Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, así como también del teniente coronel Armando Frías. (5)
3. Extinción del Cuerpo de Granaderos, instrumento directo en la
represión y no creación de cuerpos semejantes.
4. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal (delito de disolución social), instrumentos jurídicos de la agresión.
5. Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos que fueron víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio en adelante.
6. Deslindamiento de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de las autoridades a través de policía, granaderos y ejército.»
Las demandas se centraban en el desmantelamiento del aparato represivo del gobierno y la legislación que atentaba contra el derecho de manifestación. Al orientarse contra el autoritarismo y la represión diazordacista, el movimiento estudiantil y su pliego petitorio despertaron la simpatía de amplios sectores de la población.
La dimensión que alcanzó en tan poco tiempo –el movimiento entre julio a octubre apenas pasó de los dos meses– se explica también por la fortaleza que le dio la organización democrática. Ésta permitía que las diferencias se saldasen de acuerdo con la decisión de las bases y que se debatiera la estrategia más conveniente a seguir. Esto no exentaba al CNH de errores, pero sí lo dotaba de una organización superior y bases firmes en el movimiento estudiantil para enfrentar al gobierno de Díaz Ordaz, y buscar el acercamiento y la unidad con otros sectores obreros y populares. (6)
Sergio Zermeño, quien participó en el movimiento del 68, apunta a la importancia que asume el CNH como dirección y define que “poco a poco el Consejo Nacional de Huelga parece convertirse en el órgano dirigente de un partido político: define funciones, promueve subcomités, comités de base, órganos de información y difusión, una escuela de activistas”. (7)
Al interior del CNH se expresaban distintas tendencias dando origen a dos alas cuyas posturas apuntaban en un sentido cada vez más contrapuesto. Manuel Aguilar Mora, en una entrevista publicada en esta revista, plantea que el ala más radicalizada, a la cual llama el “ala plebeya”, acrecentaba su influencia ante los sectores políticamente más moderados. Como muestra de estas discusiones y los ricos debates políticos, programáticos y estratégicos, José Revueltas describe que la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (8) planteaba:
«[…] la inutilidad de la desaparición del cuerpo de granaderos; lo que debe hacerse es destruir [el] aparato del Estado (¿a largo o corto plazo?, no lo dicen [ndJR]). Derogado el artículo 145, “el carácter reaccionario del Estado se recrudecerá bajo nuevas formas” (9).»
Por otra parte, la Liga Comunista Espartaco (10) afirmaba que:
«[…] la marcha [del 1o./agt./1968] fue “la borregada del jueves” y un “gran golpe al movimiento”. Conclusiones: Incorporar a la clase obrera al movimiento “como ocurrió en 1959”, existe una “fuerza emergente” de los obreros, derrocamiento del Estado burgués, la lucha no podrá ser sino violenta, una lucha armada; asedio y aislamiento del Estado burgués. (11)»
El desarrollo político de esta juventud, y su subsecuente radicalización, tuvo su máxima expresión en el “Proyecto de programa del CNH”, que también publicamos en esta edición de Ideas de Izquierda Mx. Esta radicalización se combinó con cientos de brigadas que asistían por medio de los camiones de la Ciudad –recordemos que era un DF sin red de Metro– a los centros de trabajo, mercados, plazas y que también debían responder defensivamente a los ataques de la policía, incendiando autobuses para usarlos de barricadas, sobre todo en septiembre cuando la represión arreció.
La continuidad del movimiento, su radicalización y su intención de incorporar sectores obreros, campesinos y populares a la lucha, le dejó en claro al gobierno y la embajada estadounidense que sólo podrían frenarlo con la acción del ejército. El nivel exacerbado de represión que vivió la juventud mexicana desde julio del 68 fue una experiencia que no se tuvo en Francia o EE. UU. Expresó el carácter autoritario del priato, así como la fortaleza que aún conservaba, basado en índices relativamente altos de crecimiento económico, bajo el llamado “estado de bienestar”. Era el Ogro Filantrópico, como lo denominó Octavio Paz.
En ese contexto, los centros de estudio, se convirtieron en el centro de operaciones del movimiento desde donde se conquistó una alianza con los vecinos de los barrios cercanos. (12) Los estudiantes se concentraron en defender esos barrios del asedio de los granaderos y soldados. Lo último que quería ver Díaz Ordaz, a meses de los Juegos Olímpicos, era que la juventud le disputase el control de las calles decoradas con la parafernalia deportiva.
El peligro de esto –y es lo que señalan los propios periodistas extranjeros– (13) era que el movimiento usase de altavoz las olimpiadas para denunciar la falta de libertades democráticas y dirigirse al conjunto de los sectores explotados y oprimidos por el régimen. Como empezó a suceder al incorporar en las movilizaciones las demandas de los sectores que habían sido objeto de la represión gubernamental años atrás, así como la exigencia de la excarcelación de los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo y Valentín Campa. Del mismo modo, también se expresó en las movilizaciones donde participaban sectores de trabajadores y del pueblo pobre.
Así, el movimiento estudiantil cumplió el papel que describía León Trotsky en 1930:
«Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio.» (14)
La juventud mexicana había ocupado el proscenio y se enfrentaba con heroísmo (y vivacidad) a un régimen que no dudaría en usar todo su aparato y su poder para frenar, a como diera lugar, una posible marea de masas. Los sucesos del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas fueron un crudo testimonio de ello.

La claudicación del estalinismo mexicano

El Partido Comunista Mexicano (PCM), de raigambre estalinista, tenía una larga trayectoria en el movimiento estudiantil, así como una influencia relativa en sectores del movimiento obrero. Distintos autores y participantes en el movimiento afirman que no fue una corriente hegemónica en el CNH de julio a octubre y su brazo estudiantil quedó rebasado, aunque después del 2 de octubre ocupó un lugar preponderante. Su perspectiva estratégica era que la tarea planteada en México era “profundizar la revolución democrático-burguesa”. Eso implicaba aliarse con sectores supuestamente nacionales, democráticos o antiimperialistas de la burguesía en tanto se renunciaba, explícitamente, a la lucha por la revolución socialista, bajo el argumento de la inmadurez del país. El resultado era la subordinación del movimiento obrero a la burguesía, cuyos intereses defendía el régimen priísta.
En términos de su acción política, esto implicaba renunciar a que movimientos como el que encabezó el CNH empalmasen con el descontento obrero y popular y avanzaran en una perspectiva de lucha frontal contra el régimen. Contra la postura estalinista, el movimiento estudiantil podía abrir el camino para la irrupción de los trabajadores, a lo cual había que apostar con una perspectiva anticapitalista, socialista y revolucionaria.
Por eso, en lugar de impulsar la extensión del movimiento a las fábricas y apuntalar la unidad obrero-estudiantil contra el régimen priísta, el PCM concentró sus esfuerzos en la negociación con el gobierno. (15)
Como describe Jimena Vergara:
«Para 1968, [el desprestigio del PCM] se vio atizado por la irrupción del movimiento estudiantil que de forma espontánea rebasó por izquierda la política conciliadora de [éste]. [...] De ahí que tanto la juventud comunista como el PCM hayan tenido un rol secundario en la dirección del CNH, lo cual no impidió que la dirección del partido bregara para intentar convencer a su juventud de contener la radicalización del movimiento, como muestran los testimonios de los mismos militantes comunistas, o que algunos de éstos buscaran negociar a espaldas del movimiento, como ha sido denunciado por muchos de los participantes. Esto era la consecuencia de una estrategia política y no de una acción aislada. (16)»
Después de la matanza de Tlatelolco, el PCM, por medio de sus cuadros en el movimiento estudiantil, levantó unilateralmente la huelga en diciembre de ese año y asestó el golpe de muerte al CNH. Varios militantes presos renunciaron a su militancia en noviembre de 1968 declarando:
Después del 2 de octubre, sólo el PC y la JC tenían suficientes cuadros políticos en el CNH para tomar su dirección. Estas organizaciones, al final de cuentas, son responsables de los errores. Los comunistas, a los que les correspondía la tarea de llevar al movimiento al triunfo, aun pasando por las direcciones burocráticas de sus organizaciones, han fallado ante su base y gran responsabilidad cae sobre ellos. (17)
La claudicación del estalinismo no sólo la manifestó el PCM, sino también su otra vertiente: Vicente Lombardo Toledano, quien fuera un agente del régimen en el seno de las organizaciones obreras y principal líder del PPS (18) sostuvo hasta su muerte en noviembre de ese año, que el movimiento estudiantil estaba siendo impulsado por la CIA y el imperialismo para desestabilizar al gobierno “antiimperialista” de México (19) y, por esa vía, avaló la represión del 2 de octubre.

Reflexiones finales

El movimiento del 68 no se limitó a perseguir una “democratización” del priato. Enfrentó, con sus métodos de lucha basados en la organización democrática y desde las bases, a un régimen profundamente autoritario enarbolando un pliego petitorio que representó las aspiraciones democráticas de gran parte de la sociedad. Buscó la unidad con los trabajadores y otros sectores populares en la acción; además, avanzó en definiciones políticas y programáticas que mostraban esa búsqueda.
Tuvo en contra el férreo control que el charrismo priísta ejercía sobre los sindicatos. A pesar de eso, se dieron acontecimientos como los ocurridos el 28 de agosto en el acto de desagravio a la bandera nacional, donde los trabajadores de dependencias del gobierno abuchearon a los charros cetemistas y de la FSTSE, que los obligaron a asistir a ese acto en el Zócalo.
Esto no fue suficiente para que ese descontento, que empezaba a aparecer en la clase trabajadora, se extendiera. Se hizo notar la falta de una organización socialista desarrollada e inserta en el proletariado mexicano, que levantara una estrategia revolucionaria para enfrentar y derrotar al capitalismo y sus instituciones de dominio. Sobre esa debilidad política actuó, finalmente, la represión del Estado. A pesar de la simpatía que los estudiantes generaron en la población, las instituciones del régimen político perpetraron la Masacre de Tlatelolco.
El movimiento del 68, aún en su derrota, abrió nuevos procesos en el seno de la juventud y el movimiento obrero mexicano. La emergencia de una generación militante en la década siguiente, la llamada insurgencia obrera de los 70, y distintos fenómenos democráticos frente a la CTM –que tuvo como mayor expresión la lucha de la tendencia democrática del SUTERM junto al proceso de formación de sindicatos independientes en la misma década–, dan cuenta de ese proceso que ha querido invisibilizarse.
Mantener vivo este recuerdo pasa por incorporar, en nuestra práctica cotidiana, esa experiencia para retomar esos hilos de continuidad y que la juventud se apropie de las lecciones que, a 50 años, siguen tan frescas como entonces.

Óscar Fernández
@OscarFdz94

Notas

1 En ese sentido se enmarcan, por ejemplo, las afirmaciones del exrector de la UNAM Juan Ramón De la Fuente: “Hablar del 68 desde el 2018 es considerar de manera muy clara que el triunfo contundente de Andrés Manuel López Obrador es resultado del movimiento del 68 [...] Sería muy difícil que hubiera sido posible el triunfo de Morena y Andrés Manuel si no hubiera existido un antecedente como el 68.”, en http://www.eluniversal.com.mx/nacion/sociedad/triunfo-de-amlo-resultado-del-movimiento-de-1968-de-lafuente (consultado el 15/8/2018).
2 Para profundizar, ver “Preludios del 68” en este mismo número.
3 Monsiváis, C. en Zermeño, S. México, una democracia utópica: el movimiento estudiantil del 68, México: Siglo XXI, p. XVI.
4 Las organizaciones políticas que participaban del movimiento no tenían, como tales, representación en el CNH. Sus militantes eran delegados en la medida que fueran electos como parte de los comités de lucha de las escuelas.
5 Luis Cueto en 1968 era jefe de la Policía del Distrito Federal, Raúl Mendiolea era subjefe y Armando Frías era el jefe del Cuerpo de Granaderos.
6 La experiencia del CNH es poco conocida por el activismo estudiantil de la última década. Su experiencia como organismo de autoorganización estudiantil fue retomada, en los hechos, por el movimiento estudiantil de la UNAM de 1999-2000, que se dotó de un organismo similar: el Consejo General de Huelga.
7 Zermeño, S. México, una democracia utópica: el movimiento estudiantil del 68. Op. cit.
8 En aquel entonces el comité de lucha de la FCPyS de la UNAM se encontraba encabezada por el trotskismo.
9 Revueltas, J. (1978) México 68: Juventud y Revolución, México: Ediciones Era, p. 43.
10 La LCE era una liga compuesta por expulsados del PCM, entre ellos Revueltas (que sería expulsado de la LCE poco tiempo después), que terminaron acercándose a las concepciones maoístas.
11 Revueltas, op. cit., p. 44.
12 Las preparatorias en 1968 se encontraban ligadas a barrios aledaños del Distrito Federal: Prepas 1, 2 y 3 en el Zócalo, Prepa 4 en Tacubaya, Prepa 5 en Coapa, Prepa 6 en Coyoacán, Prepa 7 en la Viga, Prepa 8 en Plateros y Prepa 9 cerca de La Villa; del otro lado, las vocacionales del Politécnico estaban: la 5 en la Ciudadela, la 7 nada menos que en Tlatelolco, así como el Casco de Santo Tomás.
13 Ver revista Proceso, Edición Especial 1, Testimonios de Tlatelolco: 30 años después, 1998.
14 León Trotsky, “Carta a la redacción de Contra la Corriente” (1930).
15 En una entrevista a la revista Proceso en 1978, Arnoldo Martínez Verdugo, dirigente del PCM, admitía haberse reunido con el entonces presidente del PRI y posterior regente del DF, Alfonso Martínez Domínguez (apodado “Halconso” tras la Masacre del Jueves de Corpus).
16 Vergara, J. en #JuventudEnLasCalles, México: Armas de la Crítica, p. 151.
17 Cazés, D. Crónica 1968, México: Plaza y Valdés Editores, p. 337.
18 El Partido Popular Socialista (PPS) era un partido que se decía de izquierda, a veces incluso marxista, dirigido por Lombardo Toledano. El PPS contendió la mayor parte de su historia como partido de coalición con el PRI, apoyando la candidatura de Díaz Ordaz en su momento. Perderían el registro como partido en 1997.
19 En apoyo a esta tesis estaba el hecho de que, en aquella época, México era prácticamente el único país en América que mantenía relaciones diplomáticas fraternas con Cuba.

No hay comentarios.: