lunes, septiembre 17, 2018

¿Por qué derrocaron a Perón?



El 16 de septiembre de 1955 el General Eduardo Lonardi inició el levantamiento militar que derrocaría al General Perón después de una década en el poder. El día 19 se transmitía por radio un comunicado de renuncia de Perón justificada como “la única forma de evitar un baño de sangre”.
En la mañana del 20 de septiembre Perón confesaba a su mayordomo, un suboficial retirado: “Hace dos días que no duermo y ya no hay nada que hacer”; ese día partió a la embajada de Paraguay, donde fue trasladado para embarcarse en la cañonera que lo llevaría al país al que pidió asilo. Desde su aparición en la escena nacional en 1943, el General Perón había construido un régimen sustentado en el apoyo de las amplias masas de trabajadores a través de poderosas organizaciones sindicales. Las conquistas obtenidas por la clase obrera se lograban a la par que sus sindicatos se vinculaban más y más al Estado y se enquistaba en ellos una burocracia sindical con privilegios nunca vistos hasta entonces. Estas organizaciones burocratizadas jugaron un rol central en el disciplinamiento del movimiento obrero, junto con la ideología peronista de conciliación entre capital y trabajo, y de la creencia en el papel regulador del Estado.
Las condiciones económicas excepcionales de los primeros años peronistas habían permitido jugosas ganancias a las patronales, al tiempo que los trabajadores obtenían convenios colectivos de trabajo con grandes conquistas sociales. El cambio de estas condiciones económicas en los años ‘50 anunció la crisis que hará necesario liquidar muchas de las conquistas obreras, aumentar la productividad del trabajo, garantizando, en definitiva, las ganancias capitalistas. El ataque del gobierno y las patronales contra los derechos de los trabajadores contarían con un gran instrumento: la burocracia sindical. Sin embargo, los trabajadores salieron en defensa de sus conquistas aun en contra de sus propios dirigentes. “Algunos sindicatos… han iniciado un movimiento por mejores salarios. Ellos negociaron directamente con la patronal, acción que está prohibida por las normas que rigen al movimiento obrero argentino. Ningún afiliado tiene el derecho de exigir aumentos de salarios si no es a través de sus propias direcciones sindicales nacionales”, estas palabras de Perón - de fines de 1953 - respondían a las huelgas que los trabajadores estaban empezando a organizar frente a la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.
Ante la pasividad de los gremios que no se enfrentaban al gobierno peronista al que representaban, algunos sindicatos se habían puesto a la cabeza de sus propios reclamos sin esperar ningún aval de las direcciones ni de la CGT. Muchos de estos conflictos estaban organizados desde las bases obreras a través de una institución que los trabajadores argentinos habían construido a lo largo de dé- cadas de lucha: las comisiones internas y los cuerpos de delegados. Estos organismos cumplieron un rol central en los años previos dentro de las propias fábricas y empresas desafiando a las patronales. A lo largo del año 1954 cumplirán un papel clave también en la serie de huelgas con que los trabajadores enfrentaron la crisis que el gobierno y los capitalistas buscaban descargar sobre sus espaldas. La hora del fin del gobierno peronista había llegado Las patronales dejaron muy claro, ya a fines de 1954, cuáles eran sus necesidades en esta nueva etapa y se las expresaron al gobierno de Perón: “Las comisiones internas han mostrado repetidamente no comprender cuáles son las precondiciones para una eficiente gestión de las empresas, y su actitud constituye uno de los principales obstáculos que traban la organización racional de la producción.
En forma arrogante se han apropiado arbitrariamente del derecho a aceptar o rechazar las propuestas que hacen las gerencias de las empresas con relación al cambio de métodos, al incremento de la velocidad de las máquinas, a la eliminación de tareas innecesarias. Rechazan la validez de las sugerencias que se hacen para reducir el personal, incrementar la productividad, introducir un mayor control sobre las tareas, etc.… No obstante, esperamos que el Estado apoye nuestros esfuerzos para alcanzar ese objetivo….” No estaba siendo fácil para Perón doblegar a los trabajadores e imponerles las nuevas condiciones de trabajo que implicaban el deterioro de sus condiciones de vida. Las dirigencias sindicales se mostraban incapaces para expresar las necesidades del gobierno y las patronales y al mismo tiempo aspirar a representar a los propios trabajadores para controlarlos mejor. Estas contradicciones no podían más que estallar. La Iglesia, la reacción gorila y en especial el imperialismo yanqui, querían derrocar a Perón para barrer con los sindicatos y abrir el país a la penetración de capital extranjero.
Un sector de las Fuerzas Armadas, comandado por la Marina de Guerra, hizo un primer ataque el 16 de junio de 1955: “A las 14, millares de personas se concentraban en las inmediaciones de la Plaza de Mayo, ocupaban las recovas de Leandro N. Alem, y, con toda clase de armas -—pistolas, revólveres, escopetas— hostigaban a los infantes de marina... Era tremendo y conmovedor ver la espontaneidad de las masas... cada arcada de recova era una trinchera... Un muchachito tomó una bandera y cayó... A las 15.30 una escuadrilla de aviones que llegaba desde el río atronó el espacio...giró, se lanzó en picada y descargó sus bombas sobre la Casa Rosada. A la primera, siguieron decenas de bombas. La gente que hostigaba a la infantería de marina estaba estupefacta...” El asesinato de hombres y mujeres del pueblo que veían en Perón a su gobierno y se aprestaban a defenderlo solo provocó en el General el siguiente consejo: “Yo les pido a los compañeros trabajadores que refrenen su ira, que no cometan ningún desmán”. La política de conciliación que encaró y el ocultamiento de la masacre tenían el fin de intentar conservarse en el poder como eficaz administrador de los intereses de las clases dominantes; pero éstas habían perdido ya la confianza en su capacidad de disciplinar y contener a los trabajadores en las fábricas y en las calles.
La política de “pacificación” del presidente no calmó a estos sectores que continuaron sus ataques en cuanto medio de comunicación tuvieron a su disposición. Frente a este fracaso, y en un último arrebato discursivo, Perón arengó: “A la violencia le hemos de responder con una violencia mayor; cuando uno de los nuestros caiga caerán cinco de ellos. Hoy comienza para todos nosotros una vigilia en armas”. No pensaba Perón, sin embargo, llegar muy lejos en este llamado, ni la CGT amagó siquiera a organizar el apoyo popular al gobierno que estaba ya al borde del abismo. Así, cuando el 16 de septiembre se produjo el golpe militar que lo desalojaba del poder, el líder no ofreció resistencia; habiéndose negado a recurrir a los trabajadores para su defensa, admitió que “no había nada que hacer” aceptando los intereses superiores de las clases dominantes y del imperialismo. Serán las clases trabajadoras las que enfrentarán el ataque patronal e imperialista sobre el país y las conquistas obreras en los años de la “Resistencia”.

Alicia Rojo
Historiadora UBA

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