El “catastrofismo” en las filas del FMI
El título de este artículo no proviene del pronóstico de un autor o corriente marxista. Son las palabras de Gita Gopinath, hasta hace muy poco economista en jefe del FMI, la segunda figura en jerarquía en el seno del organismo luego de Georgieva. La exfuncionaria, hoy en Harvard, alerta sobre la amenaza de “un colapso que podría quemar 35 billones de dólares de riqueza (The Economist, 15/10).
Gopinath señala los efectos devastadores que podrían abrirse paso como consecuencia de un estallido de la actual burbuja bursátil. El actual boom es superior a cualquiera del pasado y, por lo tanto, su alcance infinitamente más grande. Las cotizaciones han llegado a su máximo histórico y, aún así, esos registros vienen siendo superados semana tras semana en el curso de 2025. Una advertencia clave que no podemos perder de vista tiene que ver con las expectativas que se han abierto respecto a la inteligencia artificial, las cuales se han revelado infundadas, no se compadecen con la realidad. Los rendimientos hasta ahora son muy reducidos comparados con la inversión, por lo cual el peligro de que esto sea una repetición del espejismo que se vivió con el auge de las punto.com sobrevuela el ambiente.
Las dimensiones de lo que está en juego
La exfuncionaria del FMI enciende las alarmas en torno a la elevada exposición, tanto nacional como internacional, a las acciones estadounidenses. “Durante la última década y media, los hogares estadounidenses han incrementado significativamente sus inversiones en el mercado bursátil, impulsados por la sólida rentabilidad y el dominio de las empresas tecnológicas estadounidenses. Por las mismas razones, los inversores extranjeros, en particular los europeos, han invertido en acciones estadounidenses, beneficiándose al mismo tiempo de la fortaleza del dólar. Esta creciente interconexión implica que cualquier caída brusca de los mercados estadounidenses repercutirá en todo el mundo” (The Economist, ídem).
Para tener una dimensión del problema, el cálculo que hace la ex economista en jefe es que una caída de la misma magnitud que la crisis de las punto.com en el año 2000 podría eliminar más de 20 billones de dólares de riqueza de los hogares estadounidenses, lo que equivale aproximadamente al 70% del PBI estadounidense en 2024. Esto es varias veces las pérdidas sufridas por el desplome de las punto.com que acabamos de nombrar. Las implicaciones para el consumo serían graves. El crecimiento del consumo ya es más débil que antes del desplome de las punto.com. Un shock de esta magnitud podría reducirlo “en 3,5 puntos porcentuales, lo que se traduciría en un impacto de dos puntos porcentuales en el crecimiento general del PIB, incluso antes de considerar la disminución de la inversión” (ídem).
La onda expansiva se propagaría a todo el planeta. Los inversores extranjeros podrían enfrentar pérdidas de patrimonio “superiores a los 15 billones de dólares, o aproximadamente el 20% del PBI del resto del mundo”. A modo de comparación, el desplome de las punto.com provocó pérdidas extranjeras de alrededor de 2 billones de dólares, aproximadamente 4 billones de dólares en valores actuales y menos del 10% del PIB del resto del mundo en ese momento.
Este verdadero tsunami desestabilizaría la economía mundial y precipitaría una depresión.
Caída del dólar y crisis de la deuda
El panorama es todavía más preocupante porque, como bien alerta Gopinath, esta vez, estamos asistiendo a una declinación del dólar, que viene retrocediendo como medio de pago internacional y reserva de valor. A diferencia del pasado, la divisa norteamericana ha dejado de ser un refugio seguro y lo mismo ocurre con los bonos del Tesoro norteamericano. El mundo históricamente encontraba cierta protección en la tendencia alcista del dólar durante las crisis. Esta “huida a la seguridad” ayudaba a mitigar el impacto de la pérdida de riqueza cuando se precipitaba una crisis. El escenario ahora es diferente. El dólar se ha depreciado frente a la mayoría de las principales divisas y lo que aún es más relevante frente al oro. El hecho que éste haya llegado a sus máximos históricos es un indicador de la desvalorización que se ha operado en la divisa norteamericana. El descenso actual completa un ciclo que arranca hace más de medio siglo con la inconvertibilidad del dólar dispuesta por Nixon en agosto de 1971, a partir del cual el dólar ha funcionado como una moneda fiduciaria. Es decir, no está respaldada por un valor real, sino que se basa en el poder financiero del Estado norteamericano y sus instituciones. La confianza en ese poder se ha ido erosionando constantemente con la evolución de la crisis capitalista mundial y en particular con el declive yanqui. De representar casi la mitad del PBI y el comercio mundial en los primeros años posteriores a la a la segunda guerra mundial, Estados Unidos ha ido retrocediendo posiciones, unido a un proceso de desindustrialización y un endeudamiento que se ha vuelto cada vez más insostenible.
Asistimos a una crisis de la deuda que llega a la friolera de 36 billones de dólares en Estados Unidos, lo cual hace que crezcan las dudas sobre la capacidad del Estado de hacer frente a sus compromisos y, al mismo tiempo, su capacidad para rescatar al capital. Si hay algo que distingue la economía mundial es la multiplicación de frentes de tormenta que tienen un carácter explosivo. No se le escapa a la exnúmero 2 del FMI que la guerra comercial y arancelaria que ha pegado un salto a partir de los anuncios de Trump en abril de este año alimenta un cuadro de incertidumbre y dislocamiento de la economía mundial y eso está socavando un crecimiento económico. Lo central a la hora de un balance de la gestión del magnate republicano es que no ha logrado relanzar la producción norteamericana. Está asomando una recesión sin que haya logrado mitigar las tendencias inflacionarias. A este panorama la economista agrega las tensiones crecientes entre el presidente republicano y la Reserva Federal. La tentativa del magnate de quitarle todo tipo de autonomía y transformar a este organismo en un apéndice del Poder Ejecutivo es un factor adicional que provoca un mayor recelo entre los inversores sobre la trayectoria del dólar y mina aún más la confianza en la divisa norteamericana y en los activos financieros estadounidenses en general.
Crece el descontento
Estamos frente a una bomba de tiempo y esto explica el nerviosismo y volatilidad que existen en los mercados. El nerviosismo se traslada al propio gobierno norteamericano que viene presionando a la FED para que disponga una reducción drástica de la tasa de interés como un recurso al cual se aferra el magnate para evitar que la economía colapse. Lejos de una resurrección de Estados Unidos como proclama, el país está moviéndose a los tumbos, acosado por una crisis estructural y de fondo.
Esto está provocando una decepción de la población. Se acaba de dar a conocer la noticia sobre un marcado descenso de la popularidad de Trump que ha quedado reducida a un 37%, el punto más bajo de su segundo mandato. La desconfianza se traslada a la propia clase capitalista, que se ve afectada por la guerra arancelaria y la inestabilidad e incertidumbre que viene provocando la política del magnate.
Este disconformismo ha tenido una traducción en la curva ascendente de la movilización popular (se calcula que 7 millones de personas ganaron las calles de las principales localidades del país en la jornada de protesta presidida por la consigna “Ningún Rey” (No King, en inglés), y esto es un caldo de cultivo para que emerjan giros políticos. Un síntoma de ello es el disruptivo triunfo electoral de Zohran Mamdani en Nueva York.
Pablo Heller

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