viernes, diciembre 05, 2008

Urge el mundo la vuelta a Marx

Ahora que el capitalismo amenaza derrumbarse es el momento de volver la vista a Marx.

Y ello pese a la resistencia de los recalcitrantes frente a la racionalidad elevada al cubo aplicada a la economía, que es el marxismo. Antes de Marx y de Engels la humanidad no conocía los planes de producción de un país para su población, ni sabía que un pueblo debe producir lo que necesita y consumir lo que puede producir: lo que hace todo buen padre de familia. Ahora lo sabe.
Se desplomó el marxismo en la órbita de la Unión Soviética no por sus errores o el fracaso interno, sino por el acoso y derribo al que le sometieron los históricamente de siempre: los envidiosos, los prepotentes, los irracionales, las cias y demás canalla. Eso teniendo en cuenta que en un sistema hiper-racional, como el marxismo, toda sinergia, solidaridad y fraternidad son pocas para hacer frente a los embates de las pasiones humanas que nunca dejan de entorpecer y de actuar en los asuntos más nobles. De ahí que en el marxismo práctico, es decir en el comunismo real, la educación y la ética sean vitales.
Detrás de la dialéctica marxismo-capitalismo no hay más que dos posibilidades: una, abandonar al capricho y a la manipulación de unos cuantos el mercado, la producción y el consumo, y dos, ajustar la producción al total de miembros de la familia humana sin concesiones a la arbitrariedad y a las conveniencias individuales o de grupo.
Porque la Economía de mercado nada resuelve para todos. La maraña supertécnica economicista que construyen los chamanes de la Economía nunca encuentra la solución para todos. Y es porque a ellos no les preocupa para nada la igualdad social, sino fomentar justamente la incertidumbre del mercado que permita los enriquecimientos particulares. En efecto, detrás del mercado y su dialéctica, sobre todo al entrar en la fase del capitalismo industrial y luego del financiero de las relaciones simbólicas (como llama al capitalismo a secas Franco Berardi), no hay más que artificios para justificar la farfolla del expolio de las mayorías a manos de grupos humanos concretos pertrechados de sofísticos razonamientos y verdades relativas, y armados hasta los dientes.
Ahora Franco Berardi dice que la idea del desplome del capitalismo olvida que éste no es una construcción material como un edificio, sino un sistema de relaciones simbólicas, como he dicho antes.
Por supuesto que no es una construcción material el capitalismo, como tampoco, para Henry Lévy, Europa es un lugar sino una idea. Pero en la medida que Europa no es un lugar sino una idea, y que el capitalismo no es una construcción material sino un sistema de rela­ciones simbólicas, Europa, como ese sis­tema de relaciones simbóli­cas, no pasan de ser figuras mentales fa­bricadas por el lenguaje. Como figuras mentales son especialmente las nociones abstractas de esperanza, ilusión y confianza. Ideas que, por serlo son inmortales, ni se desploman ni se destruyen: sólo se transforman. Es decir, las ideas sólo se de­bilitan, pierden fuerza o se tornan caducas por diversos mo­tivos entre los que descuellan la persecución, el olvido o la simple inoperancia a que son sometidas por las armas o por la reimplanta­ción de otras ideas-fuerza que ocupan su lugar, aplastándolas.
Así, el concepto medular que da sentido al capitalismo desde el punto de vista psicológico es la confianza. Pues bien, el capitalismo ha perdido toda credibilidad... si es que para tantos alguna vez la tuvo. Me refiero a la confianza imprescindible, eso que da cohesión a un sis­tema complejo y hace de tracción. Y ésa ya no la inspiran quienes manejan el capitalismo como un juguete: bancos, sociedades mer­cantiles, políticos, religión y medios. Nadie se puede fiar de ellos des­pués de que demasiados mienten y defraudan, y demasia­dos se han ve­nido dedicando a transferirse entre ellos activos hueros, va­cíos, en las relaciones simbólicas que comporta también la Economía. Ni ellos mismos se fían entre sí. Y es, porque, en la lucha feroz por acaparar, prevalecer y quedarse solos, su intención es eli­minar a los competido­res. Los mayores enemigos del capitalismo son justo los capitalis­tas.
Volvamos a Adam Smith para quien el empuje y la labo­rio­sidad del individuo es lo que genera riqueza. Pero nada dice a pro­pósito del conductor que es la confianza im­prescin­dible para el mercado y el ca­pitalismo. Y siendo la confianza lo que se ha perdido, como la fama y un saco de plumas al viento cuando se han desparramado, no hay modo convicente de reco­brarlas. Lo único que cabe es tratar de volver a infun­dirla, sabiendo que el re­celo siempre preva­lecerá.
Pero es que, como decía al principio, el ámbito de la economía, como todo y todos nos movemos desde fabricados del lenguaje que son los conceptos. Lo que hacemos, al hablar de realidades, no es otra cosa que combinar conceptos según los aprendimos y luego de­cidimos combinarlos del mismo o de otro modo. Hasta la vida puede ser un sueño y no una realidad, como dice Calderón...
El intervencionismo de urgencia del Estado urgido ahora en los paí­ses del entorno capitalista, es otro concepto. Un concepto simbólico que no hace más socorrer a los ca­pitalistas que no lo precisan y pese a haber demostrado éstos que no merecen con­fianza porque son pre­cisamente ellos, con sus abusos, los causantes del de­sastre; inyec­tarles ahora subvenciones para que admi­nistren el socorro es como poner el fuego en manos del piró­mano. Lo que se hace, pues, cada dos por tres no es poner remedios, sino re­trasar el cataclismo.
Sea como fuere, del mismo modo que Cicerón atribuye la decaden­cia del oráculo de Delfos a la disminución de la credulidad humana, y sugiere que su funcionamiento se debió al artificio de los sacerdo­tes, la confianza, que toda sociedad y para su cohesión interna es indis­pensable (y más cuando ha dejado de ser la religión otro factor de co­hesión potente), hace mucho que ya no es el principal motor del ca­pitalismo. Lo que ha ocurrido en la crisis del presente es que la ab­so­luta falta de confianza en la sociedad capitalista se ha mani­festado bruscamente después de permanecer oculta mucho tiempo.
El único sistema de relaciones simbólicas capaz de recuperar la confianza en el futuro, que equivale a salvar el planeta, es el sistema propuesto por Carlos Marx para una sociedad desarro­llada. Sólo un marxismo revisado, máxime teniendo en cuenta los ajustes de pro­ducción y consumo que exige el planeta depauperado, podría sacar a la humanidad no ya del desplome del capitalismo sino del atolladero que se perfila y que sin ambajes se llama Apoca­lipsis. Si la humani­dad no pone en sus manos la solución de una contabilidad ló­gica en­tre la producción y el consumo, estemos segu­ros que no sólo el capi­talismo sino la propia humanidad desaparecerán. Gran parte de los sociobiólogos pronostican el suicidio colectivo como el fin de los tiem­pos. Desautoricémosles con la aplicación del marxismo revisado, para evitar la Edad del Hielo o del Deshielo.

Jaime Richart en Kaos en la Red

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