sábado, enero 23, 2010

El desconocido movimiento guerrillero antifranquista de la postguerra


Durante una década miles de hombres lucharon con las armas en la mano contra la dictadura.
Cuando el «Caudillo» vencedor en la contienda civil española firmó el último parte oficial de guerra -1 de abril de 1939 -, posiblemente ignoraba que el histórico documento no reflejaría jamás toda la verdad. Porque esta verdad era que de aquel «Ejército rojo, cautivo y desarmado», existían todavía unidades irreductibles en diversos lugares de la geografía peninsular.
Si el fin de unas hostilidades lleva implícita siempre la paz total, es evidente que el último parte oficial de guerra reflejaba sólo la realidad a medias; suponía únicamente el reconocimiento de que la guerra había terminado oficialmente, pero sólo la guerra a nivel convencional, a nivel de cierto equilibrio de fuerzas. Sin embargo, sería entonces cuando empezara realmente el verdadero movimiento guerrillero en España; o, mejor dicho, empezaría la reactivación de algo que hacía ya tres años que existía y que alcanzaría su momento más espectacular en los años 1944-1950

DURANTE LA GUERRA CIVIL

Porque lo cierto es que las guerrillas, los grupos de rebeldes o huidos, como así eran llamados, empezaron a dar fe de vida en el curso mismo de la Guerra Civil, protagonizando unos hechos que, para muchos, constituirían la continuación de la misma guerra... El entonces ministro de la Guerra de la República concibió, desarrolló y apoyó decididamente un vasto plan encaminado a constituir grupos de hombres capaces de actuar en las retaguardias de los frentes de Andalucía, Extremadura y Centro.
Los comunicados de la época difundidos por dicho Ministerio señalarían «la actuación llena de heroísmo de estos grupos». Se trataba verdaderamente de comandos audaces que, a través de una forma peculiar de hacer la guerra, se interfirieron en las vías de comunicación volando puentes, obstruyendo túneles, destruyendo, en fin, cuantos objetivos estimaban que podían entorpecer seriamente la acción del enemigo.
En Andalucía, el general Queipo de Llano mostró su preocupación e inquietud por la acción de los mineros de Nerva y de Río Tinto, hasta que ordenó -por medio de una serie de severísimas medidas y disposiciones- que se tratara por cualquier medio de cortar el apoyo que evidentemente recibían los guerrilleros -«forajidos», los denominaba él- por parte de la población civil.
En mayo de 1938- en plena contienda fratricida - el embajador alemán en Burgos, Sthorer, envió un amplio informe a su ministro de Asuntos Exteriores en Berlín, Von Ribbentrop. En dicho documento, se extendía en consideraciones acerca del «movimiento clandestino armado» en España, afirmando:
"... La España nacionalista carece aún, en muchos aspectos, de unidad, de cohesión y de solidaridad. Los que conocen bien la situación evalúan en un cuarenta por ciento aproximadamente el número de personas políticamente inestables en la España de Franco. Este hecho queda patente por una serie de atentados, por la destrucción de puentes, por los «misteriosos» accidentes que tiene lugar en los polvorines, por los incendios provocados y por una guerrilla que, todavía hoy, azota el sur de España y también, de una manera nada despreciable, la región cántabro-astur".
No exageraba el embajador alemán: pocos días después de este informe, un grupo formado por veinte guerrilleros realizó un espectacular golpe de mano en la retaguardia enemiga: la liberación de trescientos hombres -oficiales y comisarios políticos casi todos ellos- cautivos en el castillo de Corchuna (Málaga). y este hecho sería sólo uno más de los muchos que fueron llevados a cabo por los guerrilleros republicanos.
Lo ocurrido se debía, fundamentalmente, a que el «Alzamiento» fascista sorprendió a centenares de hombres que habían formado parte hasta entonces de los grupos políticos del Frente Popular. Una sorpresa repentina, en medio de un país que muy pocos días más tarde se partiría en dos, con sendas líneas de fuego como fronteras infranqueables.
Atrapados por la repentina victoria del «Alzamiento» en una extensa zona del Sur, de Extremadura y de Galicia, aquellos hombres no dudaron en elegir el monte: el camino azaroso e incierto que les situaría en la primera fase de la guerrilla. Porque ésta y no otra fue la génesis auténtica del movimiento guerrillero; el núcleo que años más tarde se vería engrosado por otros huidos, por otras partidas procedentes del exterior, hasta convertirse en el módulo de gigantesca rebeldía que se vertebraría, ramificándose, a todo lo largo y ancho del país.
Una de aquellas primeras unidades fue el XIV Cuerpo de Ejército de Guerrilleros capitaneado por Domingo Ungría, que consiguió no pocos éxitos y objetivos militares verdaderamente importantes. A su vez, en las verdes tierras de Galicia, surgiría más tarde la IV Agrupación integrada exclusivamente por huidos en los primeros días del «Alzamiento» en aquella región. La IV Agrupación llevaría todo el peso de la organización guerrillera en Galicia y aun en parte de Asturias y León. Desde 1936 a 1949, las partidas -con el período en el cual se les incorporarían' las infiltradas desde Francia- tratarían en todo momento de mantener permanentemente en jaque a las fuerzas armadas encargadas de reprimirlas. Los campesinos que se desperezaban, ahuyentando sus bostezos de hambre entre trago y trago de orujo, contemplaban perplejos a aquellos puñados de hombres extraños, vestidos heterogéneamente, que a ratos les hablaban de explotación, de injusticia, de las verdaderas razones de una emigración histórica... y a ratos se alejaban para enfrentarse, locos suicidas o héroes sin nombre, a los civiles que les acosaban por todas partes.
En La Coruña, algunos de los componentes de las partidas consiguieron editar un periódico -El Guerrillero- que luego, en 1944, pregonaría que «aquellos valerosos antifascistas que se lanzaron al monte en 1936 fueron el fermento de este pequeño pero imbatible Ejército Guerrillero de Galicia». Según algunos historiadores que han investigado en las actividades de las guerrillas gallegas de la época, éstas poseían unas zonas en las que se movían con relativa seguridad debido, sobre todo, a ciertas esferas de influencia que les eran favorables. Así, se señala al respecto el sector de El Ferrol, donde al parecer, ya antes de la guerra civil, el Partido Comunista había trabajado el terreno, concretamente en lo que se refería a los obreros y la marinería de los astilleros, arsenales y algunas de las industrias navales existentes allí antes del 36.
También actuaban partidas en la provincia de Lugo, en cuyas zonas más boscosas tenían sus campamentos, llegando a conectar con otros grupos que operaban a su vez en las provincias de León y Asturias. Los objetivos seguían siendo los mismos, aunque en cierta ocasión una de las partidas llegó a atacar un convoy con camiones militares que, desde La Coruña, se dirigía hacia León y Burgos con tropas de reserva para el frente. En suma, el movimiento guerrillero en Galicia -uno de los primeros de la Península, quizá el primero- llenó de singulares ecos su paso por carballeiras y píñeírales, por carreiros y corredoiras, durante largos años, llevando consigo la saudade de una libertad imposible para su torturado país ...
Por su parte, Andalucía sería otra de las regiones donde más incidió el problema del huido, un problema que proporcionó muchos quebraderos de cabeza a las fuerzas que, desde el 18 de julio del 36, ocupaban ya gran parte de la región. Y como en Galicia, las primeras partidas se integraron con hombres comprometidos de algún modo con la política del Frente Popular; la mayoría de los fugitivos llevaba consigo el drama de una vida marcada por la servidumbre más ignominiosa: jornales de tres pesetas -y aún menos- trabajando de sol a sol, dependencia en cuerpo y alma al «señorito» -latifundista y amo absoluto de vidas y haciendas, retrepado en la cima de una sociedad desventuradamente feudal -, todas las obligaciones, todos los deberes y ningún derecho, olvidados del cielo y de la tierra, acabarían, naturalmente, por engrosar las filas de los rebeldes a semejante estructura social.
Algunos comentaristas señalan que fue Andalucía, junto con Galicia, las primeras zonas del país que registraron movimientos y acciones de guerrillas en gran escala. Y parece ser que, en efecto, en lo que a Andalucía se refiere, apenas la provincia de Huelva quedó virtualmente en poder de las fuerzas franquistas, los grupos de huidos en aquella zona comenzaron a merodear de forma alarmante para las autoridades. Primero, trataron de alcanzar las tierras de la comarca de Aracena lindantes con la provincia de Sevilla, exactamente a la altura de Cazalla de la Sierra. En este lugar consiguieron enlazar con otras partidas, así como con las procedentes de Badajoz por la parte sur de esta provincia. Todos ellos se dedicaban con preferencia a las incursiones más o menos audaces, amparándose en las fragosidades de Sierra Morena...
Llevaron a cabo numerosos asaltos a cortijos de viejos terratenientes explotadores, y efectuaron también algunos secuestros y múltiples actos de sabotaje, contando para ello -quizá con mayor incidencia que en el resto de España- con la inestimable colaboración de no pocos vecinos conocedores de la sierra y también del emplazamiento y característico de los más ricos e importantes cortijos, así como de las actividades políticas de sus propietarios. A la vez, tales colaboradores les aportaban cuanta información poseían respecto a la marcha general de la guerra en los distintos frentes.
Ya en el verano de 1936, se produjeron los primeros encuentros, verdaderas escaramuzas en plena retaguardia franquista. En algunos de los combates, las partidas recibieron la ayuda esporádica de pequeñas unidades del Ejército republicano y, principalmente, de grupos de milicianos, todos ellos, naturalmente, procedentes de la otra zona e infiltrados a través de la línea de fuego.
En las postrimerías del mismo 1936, cuando la batalla de Madrid se hallaba en su punto más álgido y lo mejor y más selecto del Ejército de Franco fue trasladado al Centro, setecientos hombres procedentes de unidades republicanas establecieron su base no lejos de Aznalcóllar, en la provincia de Sevilla, al amparo de un macizo montañoso conocido con el nombre de Sierra Pata de Caballo. Posiblemente, fue este grupo uno de los que lograron mayor efectividad en sus acciones militares en la retaguardia franquista de Andalucía.
Eran los tiempos en que, prácticamente, desde la Sierra de Aracena a las marismas de Cádiz, la acción guerrillera mantenía en jaque a las fuerzas de Franco, precisamente cuando más necesitado de ellas estaba el frente. Algunas de las partidas llegarían a organizarse militarmente gracias al apoyo que recibían de los expertos procedentes de la zona republicana que, como se ha dicho, cruzaban las líneas a tal fin. También, en el citado verano del 36, un convoy militar formado por más de treinta camiones, que desde Sevilla intentaba llegar a tierras de Badajoz, fue atacado en los alrededores de Fregenal por partidas procedentes de la Sierra de Aracena, causando numerosas bajas e incendiando vanos vehículos.
Hacia la mitad de 1937, el Estado Mayor del Ejército de la República estimaría aquellas acciones «como maniobras clave para el desgaste de los, efectivos enemigos en la retaguardia », ensalzando en diversos comunicados la actividad de quienes, alejados de sus bases, la llevaban a cabo «con una moral envidiable y un valor a toda prueba». Tres semanas después de haber triunfado el «Alzamiento» militar en Sevilla, tuvo lugar en el sector de Cazalla de la Sierra-Constantina-El Pedroso un hecho que aumentó la preocupación de Queipo de Llano: diez hombres que formaban arte de un grupo de veinticuatro, fugitivos todos ellos de Sevilla y de la represión, irrumpieron en una pequeña localidad en el momento en que en dicho lugar se disponían a partir tres camiones con voluntarios para el frente. Se trataba de falangistas procedentes de El Arahal, Utrera y Dos Hermanas, y entre los que les despedían, figuraba el alcalde de uno de aquellos pueblos del sector, un individuo muy destacado en las actividades represoras. Los huidos se apoderaron de él, no sin haber volado un polvorín situado en un lugar de la carretera de Lora del Río a Córdoba ... El alcalde fue encontrado diez días después en el fondo de un barranco con dos tiros en la cabeza.
Las partidas conocerían múltiples alternativas en la lucha, aunque casi todas ellas de signo adverso. Numerosos hombres que las integraban conseguirían llegar a la zona republicana, en tanto que otros continuarían la azarosa existencia de la guerrilla con todas las consecuencias.
Asturias fue otro de los lugares más conflictivos para el Ejército franquista. Después de la ofensiva de las tropas del dictador sobre Santander - verano de 1937 -, quedarían embolsados y aislados más de dos mil hombres, constituyendo el «Ejército Guerrillero de la Reconquista», como ellos se auto titularon. Eran restos de unidades cuyo grueso había sido aniquilado. Su actuación hizo que del otro lado - del lado de las fuerzas de Franco - se tuviese que montar un importantísimo dispositivo destinado a la «limpieza» de toda la vasta zona en que las guerrillas se movían. Y ello, como es obvio, supuso una considerable distracción de fuerzas que eran absolutamente necesarias en los frentes de batalla.
El número de los que allí quedaron, que como se ha dicho superaba a los dos mil hombres, fue engrosado por partidas espontáneas. De tal forma que, no tanto por esta importancia numérica como por los hechos llevados a cabo, el mando supremo del Ejército republicano llegó a conceder extraordinaria atención a aquellos grupos, a los que no dudaría en calificar como «auténticos héroes de la guerrilla», convirtiendo este concepto en un poderoso elemento de propaganda. En 1937, y con hombres evadidos de un campo de concentración, se constituyó en los Picos de Europa una Brigada Guerrillera que consiguió enlazar con varias partidas de Asturias y León, realizando todas ellas muchos sabotajes, principalmente en nudos de comunicaciones y postes telefónicos.
Aquellos hombres poseían la convicción de que estaban contribuyendo a lograr la victoria, aquella victoria que en los frentes de batalla se alejaba cada vez más ... Unos caerían en los encuentros con la fuerza pública y otros verían llegar, asombrados, a los primeros grupos de guerrilleros que, procedentes de Francia, irrumpieron a través de los Pirineos en 1944...

LA POSGUERRA (1944-1950)

Empezaría entonces la segunda fase de la resistencia armada al régimen. El ciclo de tiempo que Stanley G. Payne ha calificado como «los años más difíciles y cruciales del franquismo».
El Valle de Arán, en el Pirineo leridano, sería el primer escenario del encuentro entre los guerrilleros y las fuerzas encargadas de rechazarlos. Le siguió el Valle del Roncal, en Navarra, y las costas de Málaga y Almería, con desembarcos de hombres procedentes de Argel, la mayoría de los cuales serían aniquilados casi al pisar tierra firme.
Estas incursiones respondían a ciertas circunstancias políticas condicionadas a la situación internacional: en J 944, los aliados y la Resistencia francesa habían arrojado a los nazis del vecino país. La victoria sobre el fascismo era evidente, y los grupos políticos de la oposición en el exterior, en especial el Partido Comunista de España, estaban convencidos de que, creándose en la Península un frente militar más o menos estable, los aliados acabarían por ayudarles a fin de terminar así con el régimen fascista español. Se contaba, además, con la perspectiva de un «alzamiento popular» en el interior del país... Este y no otro era el nivel ideológico y de mentalización de cuantos creían , efectivamente, que aquella fase previa -la lucha armada- constituía una condición sine qua non para restaurar en España un Gobierno provisional democrático con ayuda de otros grupos políticos. Se daba casi por descontado, en fin, que tras la derrota del Eje en Europa, los mismos aliados no tolerarían la presencia del fascismo ibérico.
Armados al otro lado de la frontera, cruzaron ésta y se apoderaron de la totalidad del Valle de Arán en pocas horas, ocupándolo durante breves días. Aquellos hombres se habían batido heroicamente en las filas de la Resistencia francesa, reduciendo y aniquilando a un temible y poderoso Ejército. La mayoría eran militantes del Partido Comunista de España que respondieron espontánea y generosamente a una iniciativa precipitada, como así lo expuso Santiago Carrillo, enviado rápidamente al Valle de Arán para retirarlos del sector antes de que cayeran sobre ellos nutridas unidades de “spais” enviadas por el Gobierno de París. Carrillo que nunca había sido partidario de esta «invasión», sino más bien del envío de pequeños grupos encargados de encuadrar y desarrollar dentro del país las condiciones favorables a un levantamiento popular, desarrollando a la vez las unidades de guerrilleros ya existentes- consiguió con su lógico argumento convencer a todos, y el grueso de los infiltrados no tardó en cruzar de nuevo la frontera. Pero pequeños grupos se internaron buscando los caminos hacia Barcelona, Zaragoza, Valencia y Madrid, en tanto que otros conectaron con las partidas establecidas desde hacía años.
Así fue como se inició realmente la época del maquis, que abarcaría desde 1944 hasta 1949 e incluso 1950. Se crearon seis Agrupaciones: Levante-Aragón, Centro, Galicia-León, Asturias y Santander, y Andalucía. De la 14 efectividad de esta etapa dan prueba las trescientas cincuenta acciones llevadas a cabo por la guerrilla sólo en 1945, así como las ciento veintisiete realizadas en los primeros meses de 1946. El auge máximo de las Agrupaciones parece situarse entre 1946 y 1947, que es precisamente cuando la mejor de aquéllas -la de Levante- Aragón- alcanzaría su pleno desarrollo y máxima eficacia. Pero a partir de entonces, todas las demás Agrupaciones conocerían ya el principio de su ocaso.
Eran los tiempos en que periódicos como The Economist, de Londres, publicaba notas como ésta (1947): «Las actividades de las guerrillas aumentan en muchas provincias españolas. El Gobierno, lejos de disminuir sus medidas represivas, ha declarado a numerosas zonas rurales como «zonas militares», efectuando vastas operaciones tácticas contra los grupos guerrilleros que actúan en las zonas de Córdoba y Valencia.» Y ya entrado 1948, la Agencia International News Service ofrecía a millares de lectores europeos una crónica que, extractada, decía lo siguiente: «La reciente ejecución de varios jefes guerrilleros ha determinado una acción más cauta por parte de otros líderes terroristas. El hecho de que la Policía tenga ahora instrucciones de disparar sin previo aviso, se cree que también ha producido un efecto saludable. Varias comunicaciones enviadas a las agencias informativas por las guerrillas que actúan en Asturias y Galicia, protestan por la aplicación por la Policía española de la antigua y conocida «ley de fugas» contra los guerrilleros capturados.»
La enumeración de todos y cada uno de los hechos llevados a cabo por las Agrupaciones nos llevaría a extendernos con exceso. Baste decir que aquellas singulares unidades realizaron entonces algo a todas luces insólito, manteniendo en constante movimiento a las Fuerzas Armadas del régimen y logrando invalidar en cierto modo aquel histórico parte oficial de guerra del vencedor escrito el primer día de abril de 1939 ... El epílogo -por lo menos teórico-- de las guerrillas se produciría cuando, en el mes de octubre de 1948, los cuadros políticos y militares informaron al entonces Buró Político del Partido Comunista de España y al Comité Ejecutivo del PSUC (Partit Socialista Unificat de Catalunya) respecto a la realidad del' movimiento guerrillero, con sus experiencias y posibilidades reales. Esta circunstancia coincidió con el replanteamiento de nuevas perspectivas de lucha por parte del Partido Comunista, así como de algunos otros grupos políticos del exilio. Quedarían, en efecto, los grupos de Levante - Aragón y algunos otros, pero todos ellos estaban ya condenados a un final irreversible. Se imponía la realización de una verdadera tarea en el seno de las masas trabajadoras, lo que llevaba consigo otra alternativa: la de trabajar en los sindicatos oficiales. Así pues, las guerrillas tenían necesariamente que desaparecer. La nueva táctica exigía la incorporación de los guerrilleros a la lucha estrictamente política, procediéndose a la retirada de .todas las unidades que podían recuperarse desde el interior. En un comunicado especial, el Partido Comunista expuso «su sincero dolor al tener que poner fin a un movimiento al que se habían dedicado tantos esfuerzos, tantos medios, por el que tantos hombres habían dado su sangre y su vida, habían derrochado tanto heroísmo... Pero el Partido Comunista, que había sido el alma del movimiento de resistencia contra el franquisrno, no podía permitir que se fuera consumiendo, que fuera cayendo en poder de las fuerzas de represión. La liquidación del movimiento guerrillero era una necesidad política y ha sido cien por cien justa, y si algo pudiese reprochársenos es no haberlo hecho un par de años antes...», y añadía el comunicado, como posibles causas de aquel final, la represión cada vez mayor en sus medios y en sus métodos, la ausencia de unidad de todas las fuerzas democráticas antifascistas y, sobre todo, las consecuencias --que seguían pesando sobre España entera- de la derrota del pueblo en el 39. Sin olvidar, ni mucho menos, la poca propicia situación internacional, factor importantísimo y determinante en grado sumo.
No obstante, los supervivientes siguieron resistiendo, como el anarquista Quico Sabaté, cuyo nombre llegó a tomar aires de leyenda, fue uno de los guerrilleros que más tiempo se mantuvieron en la lucha armada. Siendo finalmente abatido por la Guardia Civil en la localidad catalana de San Celo ni el 5 de enero de 1960. He aquí su cadáver. Una lucha ciega y desesperada hasta que, perdida toda esperanza y sin posibilidades razonables de retirada, terminarían en manos de las fuerzas del régimen o, los menos, que los hubo, iniciarían un éxodo tan espantoso como increíble. Pequeños grupos, principalmente los veteranos de Levante-Aragón, que lograrían -tras terribles vicisitudes - cruzar los Pirineos hasta Francia, en una marcha atroz desde las tierras del Maestrazgo, Teruel, Cuenca... Fueron realmente los últimos guerrilleros. Con ellos, desaparecería todo vestigio de la lucha singular que, desde 1939 -y aún desde 1936- habían sostenido contra viento y marea, a despecho de todas las dificultades imaginables, los centenares de hombres que un día creyeron poder conquistar un país - el suyo propio - desde el subrepticio parapeto montaraz o la sombra cómplice de los bosques. Por esos montes, por esos valles y llanuras, quedaron los restos olvidados de cuantos cayeron en la lucha o a consecuencia de ella, y cuyo recuento general, según las cifras oficiales de la época, se estimaría en dos mil ciento setenta y tres guerrilleros muertos.

José Antonio Vidal Sales

Bibliografía

- «Después del 39: La guerrilla antifranquista», del propio autor de este trabajo.- «Búsqueda, reconstrucción e historia de la guerrilla española del siglo XX», por Andrés Sorel. Ediciones Ebro, París, 1970.
- «Los militares y la política en la España contemporánea », por Stanley G. Payne. Ediciones Ruedo Ibérico, París, 1968.
- Francisco Aguado Sánchez: «El maquis en España», Editorial San Martín, Madrid, 1975
http://www.canarias-semanal.com/secciones/historia/hmaquis.html

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