sábado, julio 28, 2012

Grandes novelas sociales para iluminar tiempos de ira



Uno de los alimentos más necesarios para la gente que lucha, es la buena literatura social. Esas grandes narraciones que le pueden ayudar a situarse, a estimar y a comprender. Novelas como “Las uvas de la ira”…
Al igual que hizo Celaya con la poesía, se podía hablar de una literatura necesaria como el pan de cada día, de una escritura que toma partido hasta mancharse…Creo que las buenas novelas sociales siguen vivas, prosiguen una potente tradición. Ahora, todo indica que dicha novela social se está expresando preferente a través de la “novela negra”, siguiendo la huella de Dashiell Hammett. Hammett nos lleva además al “thriller”. Concretamente a un género cinematográfico que estuvo en el punto de mira de la reacción que dio su nombre Joe Macarthy, que apuntaba contra el cine, pero lo que quería de verdad, era desarmar la clase obrera organizada.
No voy a entrar en el asunto de los índices de lectura entre las nuevas generaciones, en esos datos que se escuchan hasta entre las vanguardias que lo lamentan. Ahora no leen ni los militantes, escucho repetir. Pero me gustaría comentar que en otros tiempos, las cosas no eran diferentes. Servidor no vio una biblioteca pública de barrio hasta que viajó por Europa a finales de los sesenta. En aquel tiempo, ver gente leyendo en una viaje de metro o de tren, no era precisamente habitual, antes al contrario. En un lejano encuentro. Juan Eduardo Zúñiga, que conoció demasiado bien la posguerra, me contaba que por entonces, los editores apenas sabían distinguir entre un libro y un chorizo. En aquellos tiempos, un obrero que leía, suscitaba sospechaba. Había una idea muy extendida de que eso era propio de gente “de la otra acera”. Sin embargo, aquella noche negra dio paso a otra realidad, más intranquilizante para la gente de orden, pero muchísimo abierta y participativa para los de abajo. Llegó un momento en el que lo impropio era no leer. Yo pienso que el cambio se está dando, por lo menos, ahora se lee más, sobre todo, se lee más sobre lo que está pasando…
Pero a lo que íbamos.
Durante “toda la vida”, la lectura ha resultado una conquista para los trabajadores, una acción adversa al destino de ignorancia que le venía marcado para no ser nada, o sea a no tener conciencia. Sobre esto hay una vieja anécdota del señor al que le dicen que sus trabajadores están durmiendo, a lo que éste responde: “eso significa que están cansados, y que no piensan en otra cosa”; pero cuando le dicen que están leyendo, cunde la alarma. Están leyendo, o sea están pensando. En épocas en los que la mayoría de los trabajadores eran analfabetos, se daban casos de lecturas colectivas. Díaz del Moral contaba que los braseros se agrupaban en una era donde el que sabía leer de entre ellos, le recitaba “La conquista del pan”, una de esas obras de divulgación apasionada en la que el anarquismo ofreció brillantes ejemplos, y no me refiero a las que se ofrecían desde la colección “La novela ideal” de filiación anarquista-idealista, de la que, desdichadamente, nada inolvidable ha quedado. Pero no seré yo quien menosprecie su valor didáctico.
La irrupción de los trabajadores en la literatura no se dará prácticamente hasta la segunda mitad del siglo XIX, y parece que la primera que lo hace desde el más alto nivel, fue “Los miserables”, de Víctor Hugo, que creó también una tradición de largo alcance, aunque no siempre voló alcanzó tales alturas. La clase trabajadora irá ocupando cada vez un lugar más importante en la literatura popular, y al compás del desarrollo del ascenso de los partidos obreros y de los sindicatos combativos, se forjará toda una literatura que será reconocida inmediatamente por los trabajadores más ilustrados, por los obreros y las obreras conscientes que acceden a las obras de Emile Zola, Máximo Gorka, Jack London, y un largo etcétera sobre que los lectores de Kaos podrán encontrar una extensa muestra en una serie con el nombre de Literatura y revolución…Esta tendencia crecerá hasta alcanzar su mayor esplendor desde octubre de 1929 tras el hundimiento de la Bolsa de Nueva York, y cuyas consecuencias fueron enormes en todas partes, por supuesto en España donde dio paso a la República con la idea de crear un colchón –el de las libertades formales-, con tal de amortiguar el ascenso del movimiento obrero. Al menos, así lo contó alguien que sabía, como un tal Miguel Maura, autor de un inapreciable testimonio, “Así cayó Alfonso XIII”.
Esta crisis tuvo la virtud de que una franja de la cultura descubriera las condiciones de vida de los trabajadores, su decencia básica, su sentido de valores como la solidaridad y la igual en oposición a la mora de los depredadores y de los profesionales de la política, y reconocieran al movimiento obrero y las ideas socialistas. El encuentra atraviesa la literatura y el arte, incluyendo el teatro, el cine, la pintura o la fotografía que irrumpe en el escenario con una acentuada visión social. Se da igualmente un encuentro entre las inquietudes sociales y las vanguardias artísticas, encuentran del que saldrán una llama subversiva como la representada por el surrealismo. La novela social experimenta a través de obras de época como la trilogía USA de John Dos Passos; en el “Berlin Alexanderplatz”, la novela de la ciudad de la lucha de clases escrita por Alfred Döblin en 1928, sin olvidar lo que se estaba haciendo en la URSS.
En este mismo marco se inserta una obra poco conocida de Orwell, “El camino hacia Wigan Pier” (1937), aunque escrita antes de su periplo español, de hecho, lo antecede. Menos conocida que otras obras suyas mucho menos como “1984”, este “camino” es un precioso documento sobre la vida de los mineros de Wigan. Orwell vivió durante varias semanas en aquella zona minera, y ofreció un cuadro tan intenso como sencillo de la vida de los trabajadores de la localidad minera de Wigan (en Inglaterra, cerca de Liverpool y Manchester, un mundo en el que se pueden “ver” toda esa gente que sabe que lo “ganarás el trabajo con el sudor de tu frente”, no eran meras palabras, y que debajo de la opresión y la fatiga palpitaba una humanidad y una cultura muy distinta a los que no dudan ante nada por beneficiarse del trabajo ajeno. Orwell describe sus viviendas miserables, carentes de servicios higiénicos, la realidad de los salarios de hambre, de la dureza del trabajo en las minas, los horarios extenuantes, los accidentes, las enfermedades pulmonares, así como la infra-alimentación que padecían los mineros.
La obra ofrecía la descripción de una realidad y una conciencia, la del minero, endurecida y primaria, y era un estudio del efecto devastador que la crisis económica había tenido sobre la región y los que en ella vivían de su trabajo. Era literatura social auténtica, heredera de una tradición británica muy potente, de la admiración que Orwell tenía del Jack London de “Gente del abismo” (editada por El Viejo Topo), redacta en una prosa escueta, directa y brillante, la misma que luego le permitirá escribir su “Homenaje a Cataluña”. La obra además ofrecía un espejo de la evolución del propio autor, su opción por el socialismo -sin negar sus muchos prejuicios de clase y educación respecto a los trabajadores-, y su opción militante por el ILP, el partido que entonces representaba la izquierda radical en Gran Bretaña.
Otra obra especialmente emblemática de esta opción por el mundo del trabajo fue “Las uvas de la ira”, de John Steinbeck, que sí bien no tenía reflexiones explícitamente políticas, se mantenía en la línea del testimonialismo de la literatura comprometida. Más conocida por el cine (por la sublime adaptación dirigida por el John Ford más izquirdista), este es, un libro moralmente conmovedor. Cuenta una historia de la emigración, la de de una familia de colonos pobres de Oklahoma -los Joad, a los que la Depresión había hecho perder sus tierras-, desde su región de origen a California, y como han de mantener la dignidad ante la opresión. Es el viaje épico, heroico, de tres generaciones de la misma familia de rotundos callos en las manos, que ha de viajar hacinadas en una vieja furgoneta, sin apenas víveres y dinero. Han de cruzar montañas y desiertos para lograr un trabajo, unos medios para vivir con dignidad. Es una lectura sobrecogedora, sobre todo porque el lector se implica, se integra en el seno de la esa familia, que podía ser la suya. Es también un canto a la esperanza. Y una evocación de la justa ira que germinaba en el corazón de los explotados, de gente que se negaba a cerrar las puertas a la esperanza. Llevado por un idealismo agrarista a lo Walt Whitman, y empapado por el sentimiento socialista, Steinbeck creció mientras escribía una obra que hablaba de personas y hechos que había sentido como propios.
Dicha literatura cayó en desuso en un tiempo de cret8inización, cuando los trabajadores subieron obras como las citadas a lo más alto de sus estanterías, y se dieron a la literatura de evasión disfrazada según las modas. Dejándose de llevar por lo que imponían las modas y los mercados, y creyendo que había que lo mejor era no preocuparse más de la cuenta, que total son cuatro días, y por lo tanto no se trataba de leer novelas amargas, de esas que te quieren hacer ver lo feo que es el mundo. Se habían olvidado que ese mundo no estaba tan lejos, se habían dejado contagiar por la indiferencia y el consumo, justo cuando se estaba fraguando su mayor derrota…Por supuesto, hay muy buena literatura que “no entra” en las grandes cuestiones sociales, pero siempre será bueno ampliar el punto de vista sobre los grandes dramas sociales, y retomar el hilo de la lucha por la clase más numerosas y más pobre, que ya evocaba el conde Saint-Simon.
Una literatura que habla de la dignidad de los nadies, de todos aquellos que han de luchar, entre otras cosas, por tener tiempo para su vida, para hacer cosas tan apasionantes y necesarias como leer buena literatura, y sí es social, pues mejor.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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