domingo, mayo 26, 2013

Efecto Padura

En 1992 el escritor cubano Leonardo Padura visitó Buenos Aires. Con unos pocos dólares en el bolsillo –no era precisamente un momento de bonanza para Cuba– y la ayuda de varios amigos, recorrió los recovecos de la ciudad y se paseó por la Feria del Libro, que por ese entonces estaba al lado de la Facultad de Derecho, en el barrio de Recoleta. Lo hizo de incógnito. Aunque ya era escritor y le había dado vida al detective Mario Conde –ese policía que no quiere ser policía–, podía moverse como un perfecto desconocido. Todo lo contrario a su último viaje de este mes de mayo, cuando se transformó en una de las figuras de la feria (invitado por la editorial Tusquets y la revista Nueva Sociedad). Aunque los lectores de novelas policiales lo conocen por su trilogía Las cuatro estaciones, protagonizadas justamente por el “Conde” en La Habana del período especial, el gran salto de Padura vino con El hombre que amaba a los perros (2009). El “efecto Padura” con ese libro ha sido curioso: aunque hubo reseñas y notas sobre El hombre... su circulación se debió a un extendido boca a boca y regalos mano en mano que lo volvieron una especie de libro de culto. “Yo regalé el libro 16 veces”, le dijo uno de los lectores que se acercó al escritor cubano. Hasta el ex presidente chileno Ricardo Lagos se volvió uno de sus entusiastas lectores y recomendadores. Sin duda, el libro, que podría ser incluido en la “literatura del desencanto”, va más allá del relato antiutópico y pulsó unas teclas que lograron que lectores de diferentes generaciones e ideologías se identificaran con una historia de la que se sabe el final: El hombre que amaba a los perros versa sobre Ramón Mercader, el enviado de Stalin que en 1940 asesinó a León Trotsky golpeándolo en la nuca con un piolet que llevaba oculto en su impermeable... un día particularmente soleado.

Trotsky, el renegado

León Trotsky no era precisamente una figura difundida en Cuba. Paradójicamente, su nombre llegó de la misma Unión Soviética que lo había expulsado y asesinado. A fines de los ochenta, recuerda Padura, las revistas Novedades de Moscú y Sputnik comenzaban a mencionar al revolucionario ruso, cuyo nombre había sido eliminado de la literatura oficial. Primero fue demonizado, después simplemente borrado. Esas revistas serían finalmente prohibidas en la isla por considerarlas demasiado “liberales”.
Cuando el escritor buscó materiales sobre él en la biblioteca encontró tres libros: uno era el primer tomo de su autobiografía Mi vida, los otros dos se titulaban algo así como “Trotsky el traidor” y “Trotsky el renegado”. Pero su interés y curiosidad aumentó aun más cuando se enteró que su asesino, el catalán Mercader, había vivido en La Habana en los setenta bajo el seudónimo de Jaime López. Paso seguido, en un viaje a México, Padura quiso visitar la casa de Trotsky en Coyoacán. “Me provocó una gran conmoción ver aquel lugar (por entonces) abandonado en las afueras de la ciudad, donde fue a dar uno de los líderes más importantes del siglo xx y adonde llegó la mano asesina de Stalin para matarlo.” Los muros y los blindajes de nada sirvieron frente a la inteligencia del NKVD.
Así, siguió tirando del hilo de la historia de las derivas del estalinismo. “Encontré un documento que me conmovió. Un editorial de un periódico mexicano comunista de los años treinta, estalinista, claro, celebraba la muerte de Sandino. Decía que había muerto como un pequeño burgués, y solo como un perro, porque la visión de Sandino violaba los códigos que se querían imponer a través de la Tercera Internacional. Cuando vi esa mezquindad empecé a preocuparme por esas historias perversas”, recuerda en un diálogo con Horacio Bilbao en la revista Ñ. Pocos recuerdan hoy que el líder nicaragüense fue declarado traidor al proletariado por la Internacional Comunista. Así, en Frente Antiguerrero, publicación del Comité Latinoamericano contra la Guerra Imperialista, número 1, de septiembre de 1933 –editado en Montevideo–, puede leerse: “El Congreso Antiguerrero Latino Americano aprueba la moción de la delegación mexicana y declara expulsado del movimiento antimperialista al general César Augusto Sandino por su capitulación vergonzosa ante el imperialismo yanqui y el gobierno feudal burgués de Sacasa, traicionando así al proletariado mundial y a las masas antimperialistas de todo el mundo que apoyaron su lucha. Sandino se ha transformado en un agente descarado de la opresión imperialista y en un verdugo del pueblo laborioso de Nicaragua, habiendo ya fusilado a varios de sus compañeros de armas que se negaron a abandonar la lucha y seguirlo en su infame traición”. Sic.

Apostillas de un libro

Así comenzó una obsesión que década y media después se volvería un libro que articula tres grandes historias (y utopías) del siglo xx. La revolución rusa, la guerra civil española, y la revolución cubana. Padura enfatiza que buscaba que El hombre... fuera una novela verdaderamente cubana. Para ello creó el personaje de Iván, un escritor que por negarse a escribir lo que se esperaba de él terminó siendo un frustrado corrector de pruebas de una revista de veterinaria. Padura pensó que él mismo podría haberse cruzado con Mercader en alguna esquina de La Habana, lo que en efecto ocurre con Iván, quien en una playa conoce a “Jaime López”. Y éste le cuenta su historia como si se tratara de un amigo de Mercader. Pero quien sí se encontró de verdad con Mercader en una avenida habanera –y con sus perros– fue el cineasta Tomás Gutiérrez Alea. Fue justo cuando estaba filmando su película Los sobrevivientes (terminada en 1979, poco después de la muerte de Mercader), que trata la historia de una familia burguesa que se encierra en su casa cuando estalla la revolución para esperar que la agitación pase y todo vuelva a la normalidad. Al parecer, Gutiérrez Alea alucinó cuando se encontró frente a los galgos rusos de Mercader, y se obsesionó con que esos perros “burgueses” formaran parte de su película, lo que efectivamente ocurrió.
En sus años de investigación –unos cinco– Padura se topó por azar con algunos de quienes lo conocieron. Por ejemplo dos médicos que le diagnosticaron el cáncer que acabaría con su vida. El hecho de que tardaran tanto en diagnosticarle la enfermedad alentó una serie de teorías sobre la posibilidad de que hubiera habido un complot del KGB para asesinarlo. Sin embargo, tratándose de una persona sin nombre –y sin “existencia”– hubiera sido fácil para la inteligencia soviética deshacerse de él con métodos más rápidos y efectivos.

Utopías y fanatismos

El libro es sin duda un alegato contra el fanatismo. En el caso de Mercader ese fanatismo venía en los genes. Su madre, Caridad del Río –una estalinista convencida–, fue un personaje monstruoso, aunque según le dijeron sus nietos a Padura, terminó siendo una abuela maravillosa. Caridad fue quien convenció a Ramón de aceptar una misión a toda prueba que derivó en el operativo para asesinar a Trotsky. Comunista español y combatiente en la Guerra Civil, el joven Ramón fue materia psíquica maleable para que la trabajaran los espías soviéticos, como el general Kotov, uno de los hombres del poderoso Alexander Orlov. Orlov fue uno de los responsables del traslado del “oro de Moscú” desde Madrid, y finalmente desertó a Canadá y Estados Unidos cuando se dio cuenta de que iban a purgarlo. Incluso intentó avisar a Trotsky que iban a asesinarlo.
Padura distingue diferentes tipos de fanatismos en los personajes de su novela. “El de Stalin, enfermizo. Era un hombre enfermo de poder que se creía predestinado. El de Kotov es un fanatismo cínico: sabía lo que estaba haciendo, por qué lo estaba haciendo. Obedecía, pero siempre con una posición en la cual sabía que estaba transgrediendo determinados principios. Ramón ostenta un fanatismo obediente, casi perruno, y que los perros me perdonen. El de Ramón es un fanatismo simple, tanto que al final de la novela Iván duda de si sentir compasión por él o no”, explica en un diálogo con Martín Granovsky.
Y a estos fanáticos se puede agregar el de África de Las Heras, a quien Padura le crea un romance ficticio con Mercader. Agente de elite del KGB, África terminó espiando desde Uruguay, donde se casó con el escritor Felisberto Hernández, quien nunca se enteró de que su esposa, supuestamente una simple y eficiente modista, era en verdad una figura clave del espionaje soviético.
Estas derivas antiutópicas del socialismo real se trasladan a Cuba de la mano de Iván. La sobrecarga de padecimientos de este personaje sirve para describir a una Cuba estancada, tan alejada de la “credulidad feliz” de los primeros años de la revolución. Y su hermano gay, que muere intentando huir a Estados Unidos, después de ser expulsado de la universidad por “maricón”, servirá para poner en cuestión la homofobia que caracterizó al régimen cubano, y que hoy –de la mano del trabajo de Mariela Castro, la hija de Raúl– al menos ya no es razón de Estado. Uno de los personajes de su serie policial califica a la generación de Conde, que es la de Padura, como “una generación sin cara, sin lugar y sin cojones”... Esa es la que deberá tomar la posta una vez que Raúl Castro abandone el poder en 2018.
“Cada vez que escribo un libro apuesto a si será o no publicado en Cuba, el que menos pensé que lo sería era El hombre que amaba a los perros”, dice Padura. Pero no sólo se publicó sino que su autor ganó el Premio Nacional de Literatura. Es, en todo caso, un reflejo de que algunas cosas están cambiando en la isla. Padura dice que su trabajo junto con otros escritores es contribuir a aumentar los márgenes de tolerancia de la sociedad cubana. Ahora lo intentará con Herejes, un libro sobre la libertad donde judíos holandeses del siglo XVI cruzan sus historias con emos de La Habana del XXI.
Pese al tono distópico de sus libros, el escritor cubano cree que en este siglo que transitamos son necesarias nuevas utopías frente a un capitalismo en crisis. Utopías que sin duda serán muy diferentes a las del siglo XX. Mientras tanto, Cuba se mueve, sin que sepamos bien hacia dónde. Y el Conde se retiró de la policía y compra y vende libros usados...

Pablo Stefanoni
Brecha digital

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