viernes, mayo 10, 2013

La cacería de Boston



Nunca el país había vivido una razzia como la gigantesca cacería de los sospechosos del atentado de Boston. Miles de policías fuertemente armados y tropas de la Guardia Nacional ocuparon las calles con vehículos blindados y helicópteros, y realizaron allanamientos masivos sin orden judicial. El 19 de abril, Boston vivió un virtual estado de sitio militar que afectó a un millón de pobladores, lo que marca un punto de quiebre en las libertades políticas del país norteamericano.
El lunes 15 de abril, dos bombas explotaron cerca de la línea de meta de la Maratón de Boston. Aunque sólo tres personas murieron, más de 170 resultaron heridas, algunas de gravedad. Los sospechosos, dos chechenos de 26 y 19 años, fueron objeto de una descomunal persecución, que terminó con uno de ellos muerto y el otro malherido. Apresado el sospechoso, el gobierno de Obama anunció que no se respetaría su derecho a permanecer en silencio ni el de tener un abogado, para que pudiera ser “ampliamente interrogado”.
El detenido, en su primera declaración, afirmó que su atentado era una respuesta a los ataques norteamericanos en Afganistán e Irak. El gobierno norteamericano perpetra masacres sin pausa desde hace décadas en defensa de sus negocios capitalistas -ahora, con la excusa del terrorismo. Pero así como la “guerra contra el terrorismo” no conoce límites en el tiempo ni en el espacio y se ha tornado permanente, lo mismo ocurre con la dimensión interna de esa guerra.
Los acontecimientos de Boston pusieron otra vez en evidencia la progresiva militarización de Estados Unidos. Algún acto de violencia, llevado a cabo por individuos, tal vez con la ayuda de elementos dentro del Estado (se sospecha que este atentado podría haber sido una de las tantas operaciones que facilita el FBI, para desbaratarla a último momento, pero que se les fue de las manos), el Estado lo declara un ataque terrorista. Desde el atentado a las Torres Gemelas en 2001, bajo la bandera de la “lucha contra el terrorismo”, el establecimiento del “Acta Patriótica” ha violado las libertades democráticas reconocidas en su propia Constitución. El llamado Estado de emergencia, de ser una excepción se ha transformado en regla. Durante 2011, las movilizaciones de la juventud norteamericana fueron reprimidas sistemáticamente tanto por republicanos como por demócratas. Están regresando los toques de queda nocturnos para los menores y el país sigue contando con la mayor población encarcelada del mundo -con 2,3 millones, el 25% de los presos del mundo- y la tasa más alta de encarcelamiento per cápita -752 presos cada 100.000 habitantes (Human Rigths Watch: Informe Mundial 2012).
La instauración de un Estado policial es el reflejo de la decadencia del capitalismo norteamericano. El estallido de la crisis mundial capitalista ha provocado una acentuación de sus tendencias más alienantes. Cuarenta y seis millones de personas viven en la pobreza (el mayor número del último medio siglo), cuatro millones de familias han sido desalojadas de sus viviendas y se consolida un desempleo de masas, especialmente en la juventud. El “sueño americano” ha muerto. Una desigualdad social enorme está provocando una profunda escisión en la sociedad (ver PO Nº 1.130). Las medidas represivas, en última instancia, reflejan el temor de la clase capitalista a que la crisis desate una agitación social de masas.
Pero así como el Estado policial -y su sofisticada tecnología- ha sido impotente para evitar los ataques, menos aún podrá conciliar los antagonismos sociales o internacionales o contener la crisis del capitalismo mundial, cada vez más explosiva. Ningún “gran hermano” puede encerrar en un cuadro artificial a las contradicciones insalvables del capitalismo, que obliga a las masas trabajadoras a ponerse en movimiento para forjar su propio destino.

Pablo Ramasco

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