sábado, julio 20, 2013

Cuestión de legitimidad



La actual crisis afecta en medida considerable los cimientos del orden social en las áreas metropolitanas del sistema, con un énfasis especial en el Viejo Continente en el cual el llamado “capitalismo de rostro humano” había alcanzado sus mayores logros. En la periferia del sistema, como se sabe, el capitalismo nunca ha tenido un rostro amable ni asomo alguno de legitimidad.
El discurso capitalista fundamenta siempre su legitimidad en la promesa del bienestar material y el disfrute universal de libertades individuales y colectivas. Pero el acceso al bienestar material para las mayorías solo se alcanza en los países metropolitanos sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial; igual sucede con el funcionamiento efectivo de las libertades políticas. Ambos factores parecían la realización aquí de la promesa del ideario liberal y para quienes no la disfrutaban (la inmensa mayoría de la humanidad) se trataba de alcanzarla mediante la economía capitalista y la democracia burguesa. El sistema conseguía en el mundo desarrollado la paz social y una cierta estabilidad en base fundamentalmente al pacto capital-trabajo y un relativo control estatal del mercado mediante las fórmulas keynesianas. En los Estados Unidos este acuerdo comienza con el New Deal y fórmulas similares se aplican en Japón de post guerra. El sistema nunca había conseguido un consenso social tan amplio ni su legitimidad había sido mayor. (Este no es, por supuesto, el panorama de la periferia pobre del sistema que ha conocido solo de forma excepcional tales fórmulas de “capitalismo con rostro humano”).
Pero ni las fórmulas de Keynes ni ninguna otra han conseguido superar definitivamente los comportamientos cíclicos de auge y caída que desembocan en las crisis, tal como se comprueba en la actualidad. El capitalismo no puede escapar de su naturaleza de gran productor de riqueza y pésimo distribuidor de la misma y tarde o temprano se impone su lógica. La explotación se modula pero no desaparece y a la larga tampoco se puede evitar que la distribución de riqueza, cada vez mas desigual, termine por estallar en conflicto y afecte profundamente la legitimidad del orden social.
De todas las fórmulas para superar las crisis del capitalismo la de mayor eficacia es sin duda la de Keynes. No por azar entonces quienes hoy confían en resolver la encrucijada actual proponen abandonar el modelo neoliberal vigente y regresar como sea a los postulados del keynesianismo aún reconociendo los muchos factores que lo dificultan en gran medida. En efecto, cambios profundos han afectado de lleno la dinámica de la acumulación del capital, esencial para el funcionamiento del sistema. La crisis del petróleo de los años 70 (y su impacto en la estructura de costes), la actual Revolución Tecnológica, las nuevas formas de la globalización de la economía mundial y la disolución del Campo Socialista no menos que la nueva correlación mundial de fuerzas y la competencia feroz por asegurarse mercados, materias primas y zonas de influencia entre las potencias capitalistas tradicionales y las potencias emergentes son todos ellos factores decisivos que dificultan una hipotética renovación del pacto capital-trabajo. Se acepta, si acaso, introducir retoques menores que alivien la carga de una crisis que sobrellevan fundamentalmente las clases laboriosas. Y a las nuevas promesas de un futuro halagüeño por parte de empresarios y gobernantes se agrega el propósito firme de corregir errores, castigar a los capitalistas mafiosos y controlar los desmanes del capital (sobre todo del financiero).
Pero todo este discurso se produce cuando prácticamente a nivel mundial el sistema se ve seriamente cuestionado y su legitimidad se tambalea. El supuesto horizonte de esperanzas aparece como un camino plagado de incertidumbres; la luminosa mañana del capitalismo asemeja un cielo cargado de nubarrones y como una amenaza permanente para las mayorías sociales. Prácticamente todas las instituciones básicas del sistema han perdido el atractivo que antes permitió alcanzar el consenso, al menos en las áreas ricas del sistema. Ni en la periferia del mismo, ni tampoco ahora en las áreas metropolitanas el capitalismo ofrece las seguridades económicas de antaño sobre las cuales construyó su legitimidad. Hasta en las naciones ricas aparecen cuadros de pobreza extrema que hasta ayer solo se conocían en el mundo pobre y - lo que es más significativo- las libertades individuales y colectivas se ven reducidas, amenazadas y ahogadas en una atmósfera irrespirable de estado policial. La protesta social se criminaliza y se reprime, se limitan las libertades, el sistema político en general se desprestigia y hasta la intimidad de los hogares se ve amenazada por el espionaje oficial, multiplicado y perfeccionado por las nuevas tecnologías de la información. Muchas de las cosas que antes se creían fruto de las mentes proclives a la llamada “conspiranoia” se comprueban hoy como verdades amargas y hacen pensar que el “1984” de Orwell ya no es una simple novela de ficción sino una realidad cotidiana. Europa se “americaniza” (en el peor sentido del término) y algunos países (sobre todo del sur del Viejo Continente) registran escenas propias del Tercer Mundo.
Es difícil que las instituciones parlamentarias (el poder delegado) puedan caer más bajo y que el prestigio de la llamada “clase política” pueda ser peor. Los industriales acuden a todo tipo de artimañas para aumentar sus márgenes de beneficio, los banqueros delinquen sin temor mientras saquean no solo los bolsillos de las personas sino también las arcas públicas con la mayor impunidad, los comerciantes especulan, los gobernantes se tornan sospechosos, la economía ilegal florece, las autoridades violan sus propias leyes y quien tiene poder (económico y sobre todo militar) desconoce abiertamente lo que resta de legalidad internacional. Las iglesias se ven enredadas en escándalos de corrupción cuando no de propiciar conductas inmorales de la peor naturaleza. Hasta los supuestamente humildes lamas del budismo son pillados por la cámara viajando a todo lujo mientras la policía encuentra droga y drogadictos en un monasterio dedicado a la meditación. El nuevo papa Francisco, recibe de su antecesor una Iglesia sumida en escándalos financieros inconfesables (al menos ante el fisco) y pederastia consentida y se declara consternado cuando observa a distinguidos prelados movilizándose en autos de alta gama.
Ya no son excepcionales los presidentes acusados (y a veces hasta condenados) por delitos de todo tipo incluyendo corrupción y hasta promoción de la prostitución de menores. El sometimiento de los gobiernos a los dictados del “mercado” -es decir, el gran capital- contrasta con la mano dura frente a las protestas ciudadanas que inundan calles y plazas por doquier. Se generaliza un cinismo extremo por parte del poder y prolifera un neo lenguaje que recuerda de nuevo el siniestro panorama dibujado por Orwell. Los analistas sensatos señalan preocupados que nada indica que las cosas vayan a mejorar, al tiempo que se incuban factores de enorme riesgo sobre todo porque siguen al mando los responsables de la crisis actual y se continúan aplicando las mismas políticas que han llevado al caos.
La mayor expresión de este duro proceso de pérdida de legitimidad es la indignación masiva de la población ante tanto despropósito. Es claro que las causas inmediatas tienen mucho que ver con el llamado modelo neoliberal que ha llevado las expresiones de la crisis cíclica del sistema a niveles casi insoportables. Por este motivo más que un rechazo del sistema en general la mayoría de los indignados en Europa y Estados Unidos se opone al modelo actual de capitalismo y aboga por cambios substanciales y por un regreso al Estado del Bienestar o al menos retornar a una democracia que funcione. Tampoco faltan por supuesto los colectivos que perciben la causa primera de todos los males en la misma naturaleza del orden social vigente y proponen en consecuencia apostar por su desmantelamiento y la construcción en su lugar de otro sistema diferente, el “otro mundo posible”. El panorama inmediato no ofrece indicaciones precisas ni confiables en ningún sentido. Bien puede ocurrir que el sistema se recomponga tal como ha sucedido en otras ocasiones y rehaga aunque sea parcialmente los fundamentos de su legitimidad. Pero igualmente podría sobrevenir un caos mayor de consecuencias impredecibles. Los menos optimistas piensan inclusive que una vuelta al fascismo no debe descartarse. El reto para las fuerzas sociales del progreso y la paz para impedirlo no podría ser mayor.

Juan Diego García para La Pluma, 17 de julio de 2013

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