sábado, agosto 10, 2013

John Wayne que estas en los cielos



Wayne ha sido seguramente el actor más venerado por los norteamericanos, sin embargo, su ideología fue muy próxima al fascismo. Sin embargo fue víctima del pentagonismo como miles, quizás millones, de gente anónima.
A Hollywood le se ha pasado algo parecido a los primeros mapas del mundo, que mientras más se alejaban del “Finisterre” más extraños y extravagantes resultaban sus habitantes. Así sucedió que su “realismo” se hacía más estereotipado fuera de casa. Por esto mismo, causaba natural indignación por doquier, comenzando por los próximos, los mexicanos. Y por acabar, podíamos hacerlo en estos andurriales, no hay más que ver los españoles que pintó un liberal como Stanley Kramer en Orgullo y pasión (The Pride and the Passion, USA, 1957), por mencionar solamente un título conocido. Claro, que la España del cierto cine español oficial podía ser mucho más falsa y deformante.
Esta caída en el estereotipo causó no pocos ataques de iras, especialmente entre la crítica patriotera durante el reino de Franco I (y último), aunque en este caso, justo es decir que el propio cine nacional resultaba mucho más descabellado, y la censura no dejaba que, por citar un ejemplo, la Guardia Civil errara en sus disparos. Y sí esto era así con el mundo próximo, es de todo comprensible que cuando se “acercaban” a referentes históricos tan míticos y lejanos como el de Gengis Khan, el clásico rótulo de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, era más cierto que nunca. Pero esto no fue obstáculo para que la Meca del Cine hiciera algún que otro “biopic” sobre el famoso guerrero, siendo quizás el más famoso y el más ambicioso el que se le ocurrió en 1956 al sórdido y estrafalario Howard Hughes, más tarde convertido en personaje de cine por un Martín Scorsese en sus horas bajas con El aviador (2005), y sobre el que recuerdo con mucho más aprecio la mucho más modesta Melvin y Hugues (1967), de Jonathan Demme, un singular retrato del lado humano del repugnante magnate que tuvo la suerte de ser interpretado por un Jason Robards pletórico, amén de la encantadora Mary Steenburgen.
Pues bien, al Hughes se le metió en la cabeza rodar una película sobre el famoso conquistador mongol, Gengis Khan, con Marlon Brando de protagonista, pero este, cosa rara en él, declinó la oferta (su filmografía habría sido cien veces mejor de haber sido más selectivo), y no se le ocurrió otro sustituto más que John Wayne, un actor muy limitado pero encumbrado, especialmente gracias al “western”, Raoul Walhs (La gran jornada), John Ford (La diligencia, y todo lo demás), Howard Hawks (Río Rojop, Río Bravo, Eldorado), Henry Hathaway (Los 4 hijos de Kartie Elder, etc), por no hablar de otros menores pero excelentes, con John Farrow (Hondo) o Michqael Curtiz- George Sherman (Los comancheros).
Sin embargo, Wayne apenas sí dio de sí en otros género, y sus intervenciones en filmes “históricos” como La historia más grande jamás contada, serían algo así como una invitación a la sátira; en el caso de El conquistador de Mongolia(The Conqueror, USA, 1957) se puede decir que sátira estaba incluida. No menos descabellado sería colocar el cabello castaño tan irlandés de Susan Hayward como la princesa Bortai, ridículo inmerecido –era una actriz como la copa de un pino- con el que superó su peor marca seguramente establecida con la Mesalina casi cristiana de Demetrius y los gladiadores.
La filmación de The Conqueror se desarrolló en pleno desierto muy trabajosamente y con múltiples problemas: durante los meses del rodaje el personal soportó unos demoledores 38°C de promedio, una pantera negra decidió almorzarse a Susan Hayward y sólo por milagro consiguieron evitar que le arrancara un trozo de su anatomía, y una súbita crecida de un río seco desde hacía meses por poco arrastra a actores, cameramen y material virgen hasta el fondo del Gran Lago Salado. Sólo para la anécdota, además, algunos testimonios de los sobrevivientes del equipo aseguran que, de noche, se producía un fenómeno extraño: las arenas del desierto de Escalante brillaban en la oscuridad con un resplandor…El rodaje comenzó a principios de junio de 1954. Powell y su equipo se trasladaron desde Los Ángeles, California hasta la ciudad de St. George, Utah. Tanto Powell como Hughes hubiesen preferido (dado el gran presupuesto de que disponían) llevar adelante la filmación en los sitios históricos reales, pero, desde el momento en que la película se hacía en plena Guerra Fría, es obvio que Mongolia estaba completamente vedada a los equipos de rodaje occidentales. Utah era la opción natural: su desierto es muy parecido a Mongolia, incluso en aspectos como la vegetación y el tipo étnico de los habitantes nativos. De hecho, los indios Chivwit del desierto formaron parte de los extras del casting, aunque de ellos no se ha habla en las crónicas.
El guión fue escrito Oscar E. Millard, novelista mediocre y un guionista cuyo pasó por el cine no se puede para nada comparar al del guionista que interpretaba Dick Powell en la película de Vicente Minelli, Cautivos del mal (The Bad and the Beautiful, 1952). Millard quiso escribir una variación original del “peplum”, pero está claro que apenas si se documentó sobre los hechos históricos y sobre la verdad del personaje que fue mucho más interesante de lo que lo ha mostrado el cine, en este y en otras películas como el Gengis Khan (1965) de Henry Levin, con Omar Shariff y Stephen Boyd, casi tan despistados como John Wayne.
Seguramente estamos hablando de uno de los repartos más desaprovechados de la historia del cine ya que entre los secundarios se citaban nada menos que la wellesiana Agnes Moorehead, el mejor actor de carácter del cine mexicano, Pedro Arméndariz, como lo demostraría en El bruto (1953), de Luís Buñuel, el orondo William Conrad, Jefe Tahachee, Lee Van Cleef y otros, sobre cuya suerte existe menor información. La película fue dirigida por Dick Powell, actor consagrado en el cine musical que luego mostró su mejor registro en el cine negro, pero que como director se mostró especialmente interesado en el cine bélico en el que no dejó más que mediocridades, aunque ninguna tan mala como ésta. Hughes se gastó seis millones de dólares de los de entonces en su financiación y promoción, pero la película resultó –merecidamente- un auténtico fracaso comercial y fílmico. Con todo merecimiento fue catalogada como una de las peores de la década, tanto fue así que su productor, todo un pendejo, se sintió culpable y se dice que invirtió el doble de lo que le había costado para guardar el original enlatado. No sería hasta 1974 que sería transmitida por televisión, y el que escribe recuerda haberla visto en TV3 desde la única óptica posible: la gamberra.
Todo esto no serían más que unas de las tantas anécdotas que jalonan la historia del cine en general y del Hollywood millonario en particular sino fuese porque este inenarrable Gengis Khan (compárese sin más con Mongol (Rusia, 2007), dirigida por Sergey Bodrov.
La costosa producción fue rodado en locaciones cercanas a St. George en el desierto de Utah próximas al campo de pruebas del Gobierno de los Estados Unidos en Nevada, sitio donde se ensayaban armas nucleares durante los años 50 con consecuencias devastadoras para sectores de la población (recuerdo haber visto un lejano documental bastante aterrador, y también una buena película con John Voigt cuyo título he olvidado). Sucedió por lo tanto que el reparto y el equipo de filmación vivieron semanas en el sitio, y que además, para las escenas rodadas en el estudio, Hughes hizo que enviaran 60 toneladas de tierra. Lo más singular es que tanto Hughes como los actores y el extenso equipo de filmación (con centenares de extras) sabían de existencia de pruebas nucleares. Tanto es así que existen fotografías de Wayne sosteniendo un Contador durante la producción, aunque como buen patriota preocupado por la “infiltración comunista”, el “Duke” no se hacía ninguna pregunta “capciosa” sobre la relación entre la exposición al polvo radiactivo y el cáncer y que dicha relación ya era de sobras conocida por el Pentágono. El patriotismo conservador tiene a veces estas bromas.
No pasó mucho tiempo sin que el cáncer se expandiera entre los participantes, entre los anónimos por supuesto, pero también sobre los más conocidos. John Wayne murió de cáncer de pulmón. Susan Hayward, de un tumor cerebral. La actriz Agnes Moorehead tuvo cáncer de útero. El director de la película, Dick Powell, falleció de cáncer de estómago. A Pedro Armendáriz le diagnosticaron un cáncer incurable en los riñones, y cuando supo que iba a morir se suicidó pegándose un tiro con una escopeta, en la misma cama del hospital. En total, de las doscientas veinte personas que participaron en el rodaje, murieron de cáncer nada menos que... ¡ochenta y una!. Los más oficialistas, los que no quieren indagar, señalaron por supuesto otros factores como que Wayne era un fumador empedernido como lo era Agnes Moorehead, y otros reparos como que el cáncer resultado de una exposición a la radiación no tiene un periodo de incubación tan largo, algo que hoy nadie se atreve a mantener seriamente. El caso es que The Conqueror ganó en una cosa: en el porcentaje de víctimas por cáncer.
Del total de 220 integrantes participantes en el filme solo 91 habían desarrollado algún tipo de cáncer hacia 1981 y 46 habían muerto hasta ese entonces. Sin embargo, insistiendo en lo que parece, no esta claro si la incidencia de cáncer entre ellos era sinceramente más alta de lo que quizá se esperaría estadísticamente para cualquier grupo de personas que trabajaran en esa profesión durante los años 1950. De ahí que un científico pudiera declarar: "Con estos números este caso podría ser calificado como una epidemia. La conexión entre la radiación por lluvia radioactiva y cáncer en casos individuales ha sido prácticamente imposible demostrar concluyentemente. Pero en un grupo de este tamaño la expectativa seria de 30 individuos con posibilidad de desarrollar alguna forma de cáncer... Creo en referencia a la exposición de reparto y equipo fílmico en la filmación de The Conqueror podría llevarse a un Tribunal de Justicia".
El tiempo se ha encargado de confirmar que lo que en un principio era un rumor que se citaba como un pequeño detalle en las referencias sobre la película, fue verdad. Ahora se sabe que en la zona del rodaje el Ejército Americano –al que John Wayne trató de exaltar en algunas de sus peores y más indignas películas- llevó a cabo más de mil pruebas con bombas nucleares, a partir de los años cuarenta. Actualmente se calcula que más de dos millones de personas fueron afectadas por la radiación. Entre ellas, trescientos ochenta mil soldados a los que se propuso ver una explosión atómica de cerca... sin explicarles las consecuencias que podía tener sobre su salud. En aquella época casi nadie lo sabía, pero la arena que toca John Wayne en esta película... ¡era arena radiactiva!.
Una historia digna de ser contada y conocida, muy especialmente quizás por todas aquellos aficionados sin conciencia crítica o simplemente sin conciencia, que los hay, que admiran al peor John Wayne, al de El Álamo y Boinas verdes, un título que éticamente puede figurar al lado de los más execrables filmes nazis como El triunfo de la voluntad, y por todas esa gente instalada a la manera de Mario Vargas Llosa, que piensan o mejor, que quieren pensar, que toda crítica a los gobiernos norteamericanos es mer
o ejercicio de antiamericanismo

Pepe Gutiérrez-Álvarez
(Este artículo es una reedición revisada y ampliada de John Wayne, ¿víctima de su propio gobierno?, aparecido en Kaos el 21-4-2008)

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