domingo, marzo 09, 2014

Sobre la ofensiva neoliberal en la pantalla



Esta ofensiva se ha desarrollado tanto por cantos a la supremacía made in USA como por la dominación de los circuitos de distribución de las salas como del formato doméstico.
Quizás no seamos suficientemente conscientes del brutal retroceso histórico de las dos últimas décadas del siglo XX. También es posible que no lo seamos de la reacción que representó en relación a las dos décadas anteriores, iniciadas por las revoluciones triunfantes en Cuba, Argelia y por el avance de lo que se llamó el tercermundismo del que fueron representantes, entre otros, el Che, Ben Bella, Lumumba, el joven Mandela, y también Mao-Lin Piao: el campo cerca de las ciudades. Fueron dos décadas de resurgimiento de las nuevas izquierdas en oposición a las que habían liderado la resistencia antifascista…
Pero este resurgimiento se quedó a mitad de camino, desbordó a las izquierdas establecidas (socialdemócratas y comunistas-prosoviéticos, opuestas pero también complementarias, los comunistas oficiales eran como socialdemócratas que se legitimaban con sus referencias míticas a la revolución de Octubre), pero no pudo conseguir los suficientes apoyos para cumplir sus objetivos, de lo que resultó, dicho sintéticamente:
-a) que la contrarrevolución mundial liderada por los Estados Unidos tuvo que ceder en Vietnam ya que la guerra se le metió en casa (en el cine también, que nadie lo olvide), dar un paso atrás en su intervencionismo (Indonesia 1965, América Latina, Cono Sur africano, etc), pero en los ochenta logró arrinconar la revolución sandinista…
-b) que en Francia, Italia, así como en Portugal, Grecia y España, las grandes movilizaciones animadas especialmente por la juventud obrera y estudiantil, llegaron a niveles extraordinarios de desbordamiento, pero al final fueron contenidas por los partidos comunistas y al final, la derecha pudo recuperar la iniciativa con la ayuda inapreciable de los partidos socialdemócratas que la encauzaron (Craxi, Miterrand, Felipe, Soares, etc), tanto fue así que se ha podido hablar de una socialdemocracia invertida, boca abajo
-c) que en los países del “socialismo real”, el aplastamiento de la “primavera de Praga” fue leído por la oposición de izquierdas como una señal de que la vía de las reformas democráticas eran inviables, dando lugar al desprestigio casi absoluto de la la izquierda y del propio lenguaje de ésta…
Una demostración del agotamiento de la época fue que las únicas grandes huelgas del periodo fueron las desarrolladas en Polonia por Solidarnosk, un sindicato de base que entró por la izquierda para salir por la derecha gracias a la hegemonía cultural de la Iglesia, convertida en la mano de Dios de la restauración neoliberal por más que sea presentaba como la libertad contra la tiranía…
Este giro radical en la situación se da entre nosotros. Después del 23-F. la medida ya no son las exigencias democráticas y sociales del antifranquismo. Estábamos mejor que con Franco, aunque contra Franco luchábamos mejor. Llega el “desencanto” y aquello tan manido de “Virgencita, que me quede como estoy”
En lo referente al cine, la banalización televisiva gana la batalla. Se van cerrando inexorablemente las salas de pueblos y de las barriadas. El tiempo de los programas dobles que había significado el mayor encuentro entre el pueblo y la cultura (cultura con todos sus elementos y contradicciones), pasa a la historia, ahora ya no se va al cine, se va a ver tal o cual película, normalmente las de “las multinacionales”, tal como la anunciaban los dependientes de los video-clubs…Este es el contexto en el que el repulsivo Sylvester Stallone, cuya capacidades interpretativas convertían en maestro al estólido Victor Mature, irrumpe en la escena con la serie Rambo y con la serie Rocky que bebían en las tradiciones de Hollywood, pero ahora sin la más mínima humanidad ni talento.
Lo terrible no ha sido tanto estas películas, sino que existiera un público “normal” predispuesto a aceptarla sin sospechar sus fundamentos fascistoídes. Como portavoz del cineclub de Ribes, me llegó la información de que muchos espectadores de películas propias de los Renoir o los Verdi, se extrañaban cuando yo denunciaba este cine como “fascista”, para ellos el fascismo eran los nazis y demás.
Ya lo dijo alguien –creo que Norman Mailer- hace tiempo, el nuevo fascismo se vestirá con los trajes de la demoracia.
Lo de Hollywood y el Vietnam es sumamente curioso. Esta se había convertido en la guerra más impopular de las historia del Imperio.
No se puede ver el “cine militar” norteamericano como mera propaganda. Aquí hay mucha tela que cortar, muchas “hazañas bélicas”, pero también grandes obras maestras antimilitaristas como Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone. De hecho, se puede hablar de una tradición crítica más o menos desarrollada y Lewis Milestone es quizás el nombre más significado en este ámbito. Las mejores películas sobre Corea no son canciones de gesta, en realidad la implicación es más bien humanista, recordemos Himno de batalla, de Douglas Sirk. En cuanto al Vietnam, el compromiso del cine contra la guerra es importante y se expresa en los márgenes de Hollywood. No quiero extenderme sobre este punto y sugiero la lectura de la obra de Josep Mª Caparrós Lera, La guerra de Vietnam, entre la historia y el cine (Barcelona: Ariel, 1998)
Cuando al fascistón de John Wayne se le metió en la cabeza producir Boinas verdes (The Green Berets, 1968), una burda exaltación propagandística en la que los vietnamitas aparecen como víctimas del Vietcong, solamente encontró evasivas cuando no rechazos entre sus colegas, La película produjo un rechazo generalizado, hubo manifestaciones. En los setenta, en pleno franquismo, fue “desestructurada” en algunos cine-clubs empeñados en hacer agitación contra la guerra y esta era la única película que tenían al alcance.
Por supuesto, los alegatos contraculturales como Restaurante de Alicia, de Arthur Penn (que puso Vietnam en el trasfondo de la soberbia La jauría humana), se estrenaron tarde y en las medianoches de TV2. Como suele ocurrir todavía, el mejor cine sobre la guerra se hizo desde la periferia –Loin du Vietnam- y a través de documentales que nunca nos llegaron. Algunos de ellos se hicieron en cuba (Santiago Álvarez). En cuanto al pueblo vietnamita, el horror fue tan extremo, que raramente se ha sentido llamado a hablar de ello en sus modestas películas, más bien todo lo contrario.
Pero el Imperio no podía soportar la humillación por mucho tiempo y combatir el llamado “síndrome del Vietnam”, se convirtió en una de las exigencias de la “revolución conservadora” y por lo mismo, de los magnates de Hollywood a su servicio. Anotemos que Hollywood siempre sacó el mayor beneficio de sus relaciones con el Pentágono.
Esto explica que, después de una fase de desprestigio y de otra de silencio, el Vietnam regresó a las pantallas solo que ahora lo hacía con los prisioneros norteamericanos como protagonistas, como víctimas. En este juego entraba Más allá del valor (Uncommon Valor, 1983), de Ted Kotcheff (y del talentoso pero bastante fascista John Milius); antecedente de la saga Rambo; protagonizadas por el musculoso Silvester Stallone que se enfrentaba a los “políticos y autoridades” corruptas (o sea “pacifistas”) y se lanzaba.
Esto explica que el estreno de Acorralado (First Blood, Ted Kotcheff, 1982) tuviera lugar en 1982, durante el primer mandato del presidente Reagan. La película narraba cómo un inadaptado excombatiente del Vietnam era perseguido injustamente por las fuerzas del orden de una pequeña localidad norteamericana y en especial por el vengativo sheriff local. La película así convertía a Rambo en un símbolo del rebelde contra el sistema corrupto que había provocado el fracaso en Vietnam y que luego se negaba a pagar las consecuencias. De este modo, el país evolucionó de la época de la política exterior antibeligerante de Jimmy Carter, considerado como un presidente “débil”, a la contraofensiva neoliberal bajo la presidencia de Reagan, para quien los que habían defendido la República española “se habían equivocado de bando”. Hollywood no tuvo ningún reparo a la hora de producir películas que glorificaban a los Estados unidos como el protector de la justicia y el derecho mundial.
Tres años más tarde, con Reagan ya consolidado en el poder en su segundo mandato se estrena Rambo (Rambo. First Blood part II, George Pan Cosmatos, 1985) con un cambio sustancial en la historia y el rol protagonista que acaba convirtiéndose en el símbolo del poder norteamericano. Ahora, el combate de Rambo se desplaza desde la corrupción local hacia los ejércitos vietnamitas y soviéticos. Ésta fue una de las primeras películas hollywoodienses de los 80 que utilizó el ataque contra el comunismo como medio de distraer la atención del espectador norteamericano de los problemas internos de su país. Ronald Reagan incluso se identificó a sí mismo cuando declaró que, después de haber visto Rambo, sabría como tratar con los iraníes la próxima vez que cometieran un acto de violencia contra los Estados Unidos, en una clara alusión a la crisis de los rehenes que había tenido lugar durante el mandato de su antecesor Jimmy Carter. Rambo pasaba así a convertirse en un símbolo de la salvaguarda de la justicia norteamericana.
Estas películas –junto con otras apologías del héroe norteamericano-, se convirtieron en una bandera habitual de Hollywood durante los doce años siguientes al segundo film de Rambo y sólo pueden comprenderse relacionándolas con la política exterior de Reagan y Bush. Los mandatos de ambos presidentes republicanos marcaron una tendencia en ciertas películas de Hollywood que remarcaban el paralelismo entre los tipos duros que luchaban contra los malos y la política exterior agresiva de los Estados unidos.
Rambo no estaba solo, había una caterva de tipos como él que en la vida social clamaban contra los impuestos y proclamaban que la libertad era que cada uno se ocupe de sí mismo. En este cartel entraron de pleno otros como Arnold Schwarzenegger, que no hace mucho realizó una “visita turística” al Valle de los Caídos.
El flamante gobernador de California, cuya frase repetida en varias películas “Volveré” se convirtió casi en un eslogan del revanchismo norteamericano que tras sus sucesivos fiascos en Vietnam, el Medio Oriente y Nicaragua intentaría volver a establecer y demostrar su superioridad militar gracias a la Guerra del Golfo durante la era Bush. El intento de potenciar el sentido de amenaza exterior fue fácilmente asimilado por las películas de Schwarzenegger como Conan el Bárbaro (Conan the barbarian, otra vez John Milius, 1982 y su secuela por Richard Fleischer en 1984), Comando (Commando, Mark L. Lester, 1986) o Depredador (Predator, John McTiernan, 1987).
En cada una de ellas, “el bueno de Arnie” se convertía en el vengador de una amenaza exterior cuyo principal representante es un misterioso y poderoso enemigo (un brujo, un dictador bananero o un extraterrestre) cuyo refugio está en un lugar distante del hogar del héroe y que finalmente es destruido por el hipermusculado guerrero ario. La “guinda” la pusieron títulos tan delirantes como Amanecer Rojo (Red dawn, John Milius, 1984) o a la amenaza terrorista, como las protagonizadas por Chuck Norris, otro de los justicieros de la época, Invasión USA (Joseph Zito, 1985) y Delta Force (Menahem Golan, 1986), títulos que en sí mismos ya lo dicen todo. Como los colonos sio0nistas, los USA tenían que defenderse de la agresión roja y como está no era precisamente verosímil, se echó mano al peligro “fundamentalista árabe”, la cuestión era seguir dominando militarmente el mundo.
Todas estas películas trabajaron para imbuir en el público norteamericano un falso sentimiento de amenaza externa a la vez que de seguridad en el poder militar norteamericano frente a dichas amenazas y su lucha moral contra los demonios del comunismo y el terrorismo “contra la Libertad”. El mensaje subyacente a las películas de justiciero individualista era que, al final, el justiciero vengador e individualista, pese a haberse saltado la legalidad, quedaba redimido por haber salvado al mundo civilizado del mayor de los peligros.
Lo más terrible de esta epidemia es que ha pasado como normal, sin una respuesta. Quizás sea el momento de trabajar en la denuncia de este cine como expresión de la barbarie.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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