viernes, noviembre 18, 2016

León Trotsky: Si Norteamérica se hiciera comunista



En 1934 Trotsky dirigió a los trabajadores norteamericanos un artículo demostrando que la salida a la gran crisis que atravesaba el gran imperio en ese momento podía ser resuelta por los trabajadores.

Publicado en Liberty el 23 de marzo de 1936, fue escrito para un amplio público norteamericano, durante la Gran Depresión, cuando millones de personas que vivían la desocupación y el hambre, giraban hacia la izquierda y se interesaban en aprender qué era el marxismo y qué significaría la revolución socialista en EEUU. Era a mediados del segundo año del plan del New Deal (Nuevo Pacto) impuesto por Franklin D. Roosevelt, que solo sacó momentáneamente a los trabajadares de la crisis. El movimiento obrero empezaba a levantarse. La AFL (la organización sindical mayoritaria y tradicional hasta entonces iba a sufrir una ruptura que proponía organizar a los trabajadores por rama industrial, el Comité para la Organización Industrial (CIO). Una nota editorial de Liberty señalaba: “¡No crean una palabra de esto! Lean la semana próxima la respuesta del ex secretario de Trabajo Davis”.

Si Norteamérica se hiciera comunista

León Trotsky

17 de agosto de 1934

Si Norteamérica se hiciera comunista como consecuencia de las dificultades y problemas que el orden social capitalista es incapaz de resolver, descubriría que el comunismo, lejos de ser una intolerable tiranía burocrática y regimentación de la vida individual, es el modo de alcanzar la mayor libertad personal y la abundancia compartida.
En la actualidad muchos norteamericanos consideran el comunismo solamente a la luz de la experiencia de la Unión Soviética. Temen que el sovietismo en Norteamérica produzca los mismos resultados materiales que les trajo a los pueblos culturalmente atrasados de la Unión Soviética.
Temen que el comunismo los meta en un lecho de Procusto, y señalan el conservadurismo anglosajón como un obstáculo insuperable hasta para encarar algunas reformas posiblemente deseables. Aducen que Gran Bretaña y Japón intervendrían militarmente contra los soviets norteamericanos. Tiemblan ante la perspectiva de que los norteamericanos se vean regimentados en sus hábitos de alimentación y vestido, obligados a subsistir con raciones de hambre, a leer una estereotipada propaganda oficial en los periódicos, a servir de simples ejecutores de decisiones tomadas sin su participación activa. O suponen que tendrían que guardarse para sí sus pensamientos mientras alaban en voz alta a los líderes soviéticos por temor a la cárcel o al exilio.
Temen la inflación monetaria, la tiranía burocrática y tener que pasar por un intolerable papeleo “rojo” para obtener lo necesario para vivir. Temen la estandarización desalmada del arte y la ciencia, así como de las necesidades cotidianas. Temen ver la espontaneidad política y la supuesta libertad de prensa destruidas por la dictadura de una monstruosa burocracia. Y tiemblan ante la idea de tener que aceptar la volubilidad incomprensible de la dialéctica marxista y una filosofía social disciplinada. Temen, en una palabra, que la Norteamérica soviética se transforme en la contraparte de lo que les han dicho que es la Rusia soviética.
En realidad los soviets norteamericanos serán tan distintos de los rusos como es el EEUU del presidente Roosevelt del imperio ruso del zar Nicolás II. Sin embargo, Norteamérica sólo podrá llegar a ser soviética a través de la revolución, de la misma manera como llegó a la independencia y la democracia. El temperamento norteamericano es enérgico y violento, e insistirá en romper una buena cantidad de platos y en tirar al suelo una buena cantidad de carros de manzanas antes de que el comunismo se establezca firmemente. Los norteamericanos, antes que especialistas y estadistas, son entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición norteamericana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido y se rompan cabezas.
Sin embargo, el costo relativo de la revolución comunista norteamericana, por grande que parezca, será insignificante comparado con el de la Revolución Rusa bolchevique, debido a vuestra riqueza nacional y población. Es que las guerras civiles no son realizadas por el 5 ó 10% por ciento que administra las nueve décimas partes de la riqueza norteamericana. Ellos no son muy numerosos y, sobre todo, aman mucho su confort. Sólo pueden reclutar sus ejércitos contrarrevolucionarios entre los estratos más bajos de la clase media.
Aún así, los campesinos y pequeños comerciantes de la ciudad darían su apoyo a la revolución si ven en ella el medio para resolver sus problemas.
La depresión hizo estragos en vuestra clase obrera y asestó un golpe aplastante a los campesinos, ya perjudicados por la larga decadencia agrícola de la década de postguerra. No hay razón por la que estos grupos deban oponer alguna resistencia a la revolución; no tienen nada que perder, por supuesto, siempre y cuando el nuevo régimen adopte hacia ellos una política económica razonable y precavida.
¿Y quién más luchará contra el comunismo? ¿Vuestra “guardia de corps” de millonarios y multimillonarios? ¿Vuestros Mellon, Morgan, Ford y Rockefeller? Dejarán de luchar en cuanto no consigan quién pelee por ellos.
Una vez que el gobierno soviético norteamericano tome firme posesión de los comandos superiores de la economía (los bancos, las ramas fundamentales de la industria y los sistemas de transporte y comunicación), les dará a los campesinos, a los pequeños comerciantes e industriales, mucho tiempo para reflexionar sobre la situación y tomar una decisión. El resto dependerá de los éxitos obtenidos por la industria nacionalizada.
Es en este terreno donde los soviets norteamericanos podrán producir verdaderos milagros. La “tecnocracia” (2) sólo puede volverse realidad bajo el régimen soviético, cuando todas las barreras de la propiedad privada hayan sido levantadas. Las más osadas propuestas de la comisión Hoover sobre estandarización y racionalización parecerán infantiles comparadas con las posibilidades abiertas por el comunismo nortemericano.
La industria nacional se organizará siguiendo el modelo de vuestras modernas fábricas de automotores de producción continua. La planificación científica se elevará del nivel de la fábrica individual al del conjunto del sistema económico. Los resultados serán estupendos.
Los costos de producción disminuirán en un 20 % o tal vez más.
Esto a su vez aumentará rápidamente la capacidad de compra de los campesinos. Y esto será suficiente para comenzar.
Por cierto, los soviets norteamericanos establecerán sus propios establecimientos agrícolas, a una escala gigantesca, que serán también escuelas voluntarias de colectivización. Vuestros campesinos sabrán calcular fácilmente si les conviene seguir como eslabones aislados o unirse a la cadena general.
El mismo método se utilizaría para incorporar a la organización industrial nacional al pequeño comercio y a la pequeña industria. Con el control soviético de las materias primas, los créditos y los suministros estas industrias secundarias seguirían siendo solventes hasta que el sistema socializado las absorba gradualmente y sin compulsión.
En EE.UU. se podrían aplicar plenamente estos métodos educativos para influenciar a la clase media, que estaban fuera del alcance de la atrasada Rusia, con su vasta mayoría de campesinos pobres y analfabetos.
Esto, junto con vuestro aparato técnico y vuestra riqueza, será la mayor ventaja de vuestra futura revolución comunista. Vuestro desarrollo será más armonioso; los costos ineludibles del conflicto social serán disminuidos, y el ritmo del crecimiento cultural será mucho más rápido. Incluso la intensidad y abnegación del sentimiento religioso predominantes en Norteamérica no serán un obstáculo para la revolución. Si en Norteamérica se asume la perspectiva de los soviets, ninguna barrera psicológica será lo suficientemente firme como para demorar la presión de la crisis social. La historia lo demostró más de una vez. Algunas barreras se derretirán muy rápido, otras, serán remodeladas para adaptarlas a las nuevas circunstancias. No hay que olvidar que los mismos Evangelios contienen algunos aforismos bastante explosivos.
En cuanto a los relativamente escasos adversarios de la revolución soviética, se puede confiar en el genio inventivo de los norteamericanos.
Por ejemplo, podríais mandar a todos vuestros millonarios no convencidos a alguna isla pintoresca, con una renta para toda la vida, y que se queden allí haciendo lo que les plazca.
Lo podréis hacer tranquilamente porque no tendréis que temer la intervención extranjera. Japón, Gran Bretaña y los demás países capitalistas que intervinieron en Rusia no podrán hacer otra cosa que aceptar el comunismo norteamericano como un hecho consumado. EEUU es la más potente fortaleza del capitalismo. Si se admite, al menos en teoría, que la crisis social se agrava al nivel de hacer necesario el establecimiento de los soviets, necesariamente se admite que se darán procesos similares en los demás países.
Es muy probable que el Japón semifeudal salga de las filas del capitalismo antes de que se implanten los soviets en EE.UU.. Y lo mismo se puede decir de Gran Bretaña.
De todos modos, sería una idea loca enviar la flota de Su Majestad británica contra la Norteamérica soviética, incluso contra el sur de vuestro continente, más conservador. Sería inútil y nunca pasaría de una incursión militar de segundo orden.
A las pocas semanas o meses de establecidos los soviets en Norteamérica el panamericanismo sería una realidad política.
Los gobiernos de Centro y Sudamérica se verían atraídos a vuestra federación como el hierro por el imán. Lo mismo ocurriría con Canadá. El movimiento de las masas de estos países sería tan fuerte que impulsarían este gran proceso unificador en un brevísimo período y a un costo insignificante. Estoy dispuesto a apostar que el primer aniversario de los soviets norteamericanos encontraría al Hemisferio Occidental transformado en EEUU soviéticos de Norte, Centro y Sudamérica, con su capital en Panamá. Por primera vez la Doctrina Monroe adquiriría un peso total y positivo en los asuntos mundiales, aunque no el previsto por su autor.
Pese a las lamentaciones de algunos de vuestros archiconservadores, Roosevelt no está preparando la transformación soviética de EEUU.
La NRA (3) no pretende destruir sino fortalecer los fundamentos del capitalismo norteamericano ayudando a las empresas a superar sus dificultades. No será el águila azul (4) , sino las dificultades que ésta es incapaz de superar, lo que traerá el comunismo a EEUU. Los profesores “radicales” de vuestro trust de cerebros (5) no son revolucionarios; son sólo conservadores asustados. Vuestro presidente abomina “los sistemas” y “las generalidades”. Pero un gobierno soviético es el más grande de todos los sistemas posibles, una gigantesca generalidad en acción.
Al hombre común tampoco le gustan los sistemas ni las generalidades. Será tarea de vuestros estadistas comunistas lograr que el sistema produzca los bienes concretos que el hombre común desea: su comida, sus cigarros, sus diversiones, su libertad de elegir las corbatas, la vivienda y el automóvil que le gusten. Será muy fácil proporcionarle estas comodidades en la Norteamérica soviética.
La mayoría de los norteamericanos están desorientados por el hecho de que en la Unión Soviética hemos tenido que construir industrias básicas enteras partiendo de la nada. Una cosa así no podría suceder en EEUU, donde ya os veis obligados a reducir las zonas cultivadas y la producción industrial. De hecho vuestro tremendo aparato tecnológico está paralizado por la crisis y exige ser puesto nuevamente en uso. Los continuos éxitos que hemos tenido en la Unión Soviética en la construcción de la infraestructura de una economía planificada fueron adquiridos a expensas del consumo cotidiano de las masas. Vuestro problema, por el contrario, es planificar el resurgimiento de una economía que ya existe, y este debe tomar como punto de partida el rápido aumento del consumo de la población.
Estáis más preparados que ningún otro país para lograrlo. En ningún otro lado el estudio del mercado interno llegó a ser tan intenso como en EE.UU.. Él fue realizado por vuestros bancos, trusts, hombres de negocios, comerciantes, viajantes de comercio y granjeros. Vuestro gobierno soviético simplemente aboliría el secreto comercial, y combinaría y generalizaría los métodos de cálculo capitalistas y los transformaría en métodos de compatibilidad y planificación económica. Para ello contará con la colaboración de una numerosa clase de consumidores cultos y críticos. La combinación de cooperativas bajo control democrático, una red de almacenes estatales y de mercados comerciales privados garantizaría un sistema sumamente flexible para satisfacer las necesidades de la población.
Ni la burocracia ni la policía harán funcionar este sistema; lo hará el frío, duro dinero.
Vuestro dólar todopoderoso jugará un rol fundamental en el funcionamiento del nuevo sistema soviético. Es un gran error considerar al uso de la moneda como incompatible con la economía planificada. La “moneda dirigida” –que vuestros profesores radicales me perdonen– es una ficción académica. Cambios arbitrarios del valor de la moneda conducen inevitablemente a la ruptura de la coordinación interna de todas las ramas de la economía. Esta especie de devastación, de naturaleza molecular, descompone los procesos más íntimos y profundos de la distribución y la producción. Esa es la gran lección a extraer de la Unión Soviética, donde lamentablemente se ha hecho de una amarga necesidad una virtud oficial. La falta de un rublo-oro estable es allí una de las causas fundamentales de muchas de las dificultades y catástrofes económicas. Es imposible regular los salarios, los precios y la calidad de las mercancías sin un sistema monetario firme. Tener un rublo inestable en un sistema soviético es lo mismo que tener moldes variables en una fábrica que trabaja en serie. No funciona.
Evidentemente, cuando el régimen socialista haya adquirido bastante experiencia como para mantener el equilibrio económico sólo a través de la técnica administrativa, la moneda perderá su sentido de regulador económico. Entonces, el dinero será un vale común y corriente, como el boleto del colectivo o la entrada al teatro. A medida que la riqueza se acreciente, la necesidad de estos vales desaparecerá también. No será necesario el control sobre el consumo individual, ¡puesto que habrá suficientes bienes como para satisfacer las necesidades de todos!
Aún no estamos en esa situación, aunque con toda seguridad Norteamérica llegará a ella antes que cualquier otro país. La única manera de alcanzar ese nivel de desarrollo será asegurar primero el equilibrio dinámico y el crecimiento armonioso de todas las funciones sociales. Es una pesada tarea y no puede efectuarse sólo a través de la presión administrativa y con discursos alentadores por la radio. En el curso de estas primeras etapas, es decir durante un cierto número de años, una economía planificada necesita, más aún que el viejo capitalismo, una moneda estable. El profesor que regula la unidad monetaria con el objetivo de regular todo el sistema económico es como el hombre que trató de levantar ambos pies del suelo al mismo tiempo.
La Norteamérica soviética contará con reservas de oro suficientes para estabilizar el dólar, lo que constituye una ventaja invalorable. Rusia ha tenido un crecimiento económico de un 20 y un 30% anual. Pero, el punto débil de esta tasa de crecimiento sin precedentes es que el verdadero crecimiento económico no se corresponde con las cifras dadas para las ganancias en la producción y la tecnología. Una de las razones para esta desproporción, es la manipulación administrativa subjetiva de nuestro sistema monetario. Vosotros os ahorraréis este mal. Vuestra tasa de crecimiento nos superará ampliamente, no sólo por el rendimiento técnico sino en la progresión económica real. El resultado será evidente: el nivel de vida de vuestra población y, de hecho, su nivel cultural, darán muy rápidamente un salto hacia adelante.
En todo esto no necesitaréis imitar nuestra producción estandarizada para nuestra pobre masa de consumidores. Recibimos de la Rusia zarista una herencia de pobreza, un campesinado culturalmente subdesarrollado y con un bajo nivel de vida.
Tuvimos que construir las fábricas y las represas a expensas de nuestros consumidores. Padecemos una inflación monetaria crónica y una monstruosa burocracia.
Norteamérica soviética no tendrá que imitar nuestros métodos burocráticos. Entre nosotros, la falta de productos de primera necesidad produjo una lucha de unos contra otros por conseguir un pedazo extra de pan o un poco más de tela. En esta lucha la burocracia se impone como conciliador, como árbitro todopoderoso. Pero vosotros sois mucho más ricos y tendréis muy pocas dificultades para satisfacer las necesidades de todo el pueblo. Más aún: vuestras necesidades, gustos y hábitos nunca permitirían que la burocracia se atribuya un poder de decisión incontrolado sobre la riqueza nacional.
Cuando organicéis vuestra economía socializada para producir en función de las necesidades humanas y no de las ganancias individuales, toda la población se nucleará en nuevas tendencias y partidos que se pelearán unos con otros y evitarán que una burocracia todopoderosa se imponga sobre ellos.
Es decir, la democracia soviética. Los soviets constituyen una forma más flexible de gobierno. Ésta es una de sus ventajas. Pero precisamente por esto, los soviets no pueden hacer milagros; sólo reflejan la presión del medio social donde se encuentran. Entre nosotros los soviets se burocratizaron como resultado del monopolio político de un solo partido, transformado él mismo en un aparato burocrático. Esta situación fue la consecuencia de las excepcionales dificultades que tuvo que enfrentar el comienzo de la construcción socialista en un país pobre y atrasado. La burocratización del régimen repercute además de manera desastrosa sobre nuestra economía, nuestra literatura, nuestro arte y toda nuestra cultura.
Los soviets norteamericanos estarán llenos de sangre y vigor, sin necesidad ni oportunidad de que las circunstancias impongan medidas como las que hubo que adoptar en Rusia. ¿La dicadura? Por supuesto, los defensores del régimen capitalista no encontrarán lugar en los soviets. Resulta un poco difícil imaginarse a Henry Ford dirigiendo el soviet de Detroit.
Sin embargo, es no sólo concebible sino inevitable que sobre la base de un régimen soviético se desate una gran lucha de intereses, programas y asociaciones diversas. Los planes de desarrollo económico anuales, quinquenales y decenales; los sistemas de educación nacional; la construcción de grandes líneas de transporte; la transformación de las explotaciones agrícolas; el programa para beneficiar a Latinoamérica con las realizaciones tecnológicas y culturales más avanzadas; el problema de la exploración del espacio; la eugenesia, todas estas tareas engendrarán doctrinas y escuelas de pensamiento diferentes, luchas electorales en el seno de los soviets y apasionados debates en los periódicos y en las reuniones públicas.
Pues en Norteamérica soviética no existirá el monopolio de la prensa por parte de los jefes de la burocracia como en la Rusia soviética. Esta no es la norma para un Estado obrero sino una deformación provisoria.
Nacionalizar todas las imprentas, las fábricas de papel y las distribuidoras sería una medida puramente negativa. Su única razón de ser es la de quitar al capital privado el poder de decisión sobre lo que puede ser impreso: lo que es progresivo o reaccionario, “húmedo” o “seco” (6) , puritano o pornográfico. Norteamérica soviética tendrá que encontrar una nueva solución al problema de la distribución de las posibilidades que brindan las imprentas socializadas y su utilización. Se podría, para comenzar, considerar una representación proporcional, en base a los votos obtenidos durante la elección a los soviets. Así, el derecho de cada grupo de ciudadanos a utilizar las instalaciones de la imprenta dependería de su fuerza numérica; el mismo principio se aplicaría para el uso de los locales de reunión, de la radio, etcétera.
De este modo la administración y la política de publicaciones no la decidirían las chequeras individuales sino grupos de personas con las mismas ideas. Esto puede llevar a que se tenga poco en cuenta a cualquier ideología, filosofía o idea estética nueva que no tenga un gran número de partidarios. Es un argumento. Pero implica que, bajo todo régimen nuevo, una nueva idea debe demostrar su derecho a la existencia.
La rica Norteamérica soviética podrá destinar mucho dinero a la investigación y a la invención, a los descubrimientos y experimentos en todos los terrenos de la creatividad humana, ya sea en el plano material o espiritual. No dejaréis de lado a vuestros audaces arquitectos y escultores, a vuestros poetas no conformistas y osados filósofos.
En realidad, los yanquis soviéticos del futuro dirigirán a Europa en los mismos terrenos en los que hasta ahora Europa ha sido su maestro.
Los europeos tienen una idea muy pobre de cómo puede influir la tecnología en el destino humano y adoptaron una actitud de despreciativa superioridad hacia el “americanismo”, particularmente a partir de la crisis actual. Y, sin embargo, el americanismo marca la verdadera línea divisoria entre la Edad Media y el mundo moderno.
Hasta ahora en Norteamérica la conquista de la naturaleza ha sido tan violenta y apasionada que no habéis tenido tiempo de modernizar vuestras filosofías o de desarrollar formas artísticas propias. Vuestro crecimiento y riqueza han seguido las leyes de un simple silogismo.
Vuestro viejo puritanismo fermentó en una gigantesca cuba de éxitos materiales, para producir una religión de racionalismo práctico. Por eso, habéis sido hostiles a las doctrinas de Marx, Hegel y Darwin. La quema de los trabajos de Darwin por los bautistas de Tennessee (7) es sólo un brutal reflejo del rechazo de los norteamericanos a las doctrinas evolucionistas. Esta actitud no se limita a los prejuicios religiosos sino que forma parte también de vuestra conformación mental en general.
Tanto vuestros ateos como vuestros cuáqueros son decididamente racionalistas. Vuestro racionalismo no contiene incluso la lógica implacable de los cartesianos o los jacobinos. Y ese mismo racionalismo está limitado y debilitado por el empirismo y el moralismo. Pero esto significa que vuestro método filosófico está más anticuado y en contradicción con vuestra tecnología y posibilidades históricas. En la actualidad, os veis obligados por primera vez a enfrentar estas contradicciones que sin que se lo sospeche surgen en toda sociedad. Conquistasteis a la naturaleza con las herramientas que creó vuestro genio inventivo sólo para encontraros con que vuestras herramientas destruyeron todo excepto vuestras personas. Contrariamente a todas las esperanzas y deseos, vuestra riqueza sin precedentes produjo miserias inaceptables.
Descubristeis que el desarrollo social no sigue una simple fórmula. Entonces os visteis arrojados en la escuela de la dialéctica, para quedaros allí. No hay modo de volverse atrás, a la forma de pensar y actuar predominante en los siglos XVII y XVIII. Una buena cosecha debería nacer del injerto de la dialéctica en el tronco robusto del pensamiento práctico americano. Estoy apresurado por verlo. Es inevitable que, en el curso de las futuras décadas, ustedes aporten importantes contribuciones en el dominio del pensamiento, de la poesía y las artes generalizadas. Ellas estarán al nivel de vuestra tecnología, que aún tiene mucho camino por recorrer para alcanzar la realización del potencial que ya contiene. Mientras estos idiotas románticos de la Alemania nazi sueñan con restaurar para la raza de la espesura germánica toda su pureza original, o mejor dicho su corrupción, vosotros, norteamericanos, luego de tomar posesión de vuestra economía y vuestra cultura, aplicaréis genuinos métodos científicos hasta en el dominio de la reproducción de los seres humanos. En menos de un siglo, de vuestra mezcla de razas surgirá un nuevo ser humano, de hecho, el primero en ser digno de merecer ese nombre.
Y una profecía final: ¡en el tercer año de gobierno soviético en Norteamérica, ya no mascaréis goma!

Notas:

1. Tomado de la versión publicada en León Trotsky, Escritos 1929-40 (CD), Buenos Aires, Ediciones CEIP, Libro 4. Cotejado y modificado con la versión de Œuvres, Tomo 4, París, ILT, 1979, p. 198. Debido a que sufrió diversas modificaciones el texto original fue nuevamente traducido y publicado en International Socialist Review, tal como aparece en la versión de Œuvres. Para facilitar su presentación al público norteamericano, Trotsky había estructurado el texto en forma de diálogo entre dos ingenieros. Publicado en El capitalismo y sus crisis, ediciones CEIP, 2008, p. 262.
2. La tecnocracia era un programa y un movimiento norteamericano muy difundido en los primeros años de la depresión, especialmente en la clase media. Proponía superar la depresión y llegar al pleno empleo en EEUU racionalizando la economía y el sistema monetario bajo el control de los ingenieros y técnicos (los “expertos”), todo sin lucha de clases ni revolución. El movimiento se dividió en dos alas, una de izquierda y una de derecha, desarrollando, esta última, tendencias fascistas.
3. National Recovery Administration (NRA, Administración de Recuperación Nacional):
Se instauró en 1933 como agencia del New Deal para preparar y hacer cumplir al comercio y la industria el código de prácticas leales. Al mismo tiempo, estableció un salario mínimo y un máximo de horas de trabajo y apoyó el derecho de los obreros a afiliarse a un sindicato, pero fue fundamentalmente una ayuda para los empresarios, en el sentido de que les permitió establecer niveles de calidad y los precios mínimos de las mercancías. La Corte Suprema de EEUU la declaró ilegal en mayo de 1935.
4. El águila azul era el símbolo y la insignia de la NRA.
5. “Trust de cerebros” era el nombre popular de los consejeros de Roosevelt en EEUU.
6. Desde 1920 a 1933 EEUU fue formalmente “seco”, es decir, estaba prohibida por
una enmienda constitucional la venta de bebidas alcohólicas. En 1933 se suprimió la
enmienda, y el país se volvió “húmedo”, nuevamente.
7. La quema de los trabajos de Darwin se refiere a las leyes que prohibían enseñar la teoría de la evolución en las escuelas públicas. El juicio Scopes de 1925 en Dayton, Tennessee, fue la más dramática de las protestas legales contra estas leyes represivas.

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