miércoles, julio 12, 2017

Del Brexit al “Corbyn moment”



Desde hace un año, con el triunfo inesperado del Brexit, Gran Bretaña está en estado de convulsión. La victoria del campo del “Leave” en 2016 había sido leída como un categórico giro a la derecha. Sin embargo, las elecciones anticipadas del 8 de junio volvieron a trastocar de manera radical el panorama político. A las fracturas sociales, geográficas y etarias que dejó expuestas el referéndum del Brexit, se superpusieron las creadas por las políticas de ajuste, y este cóctel explosivo invirtió la tendencia: el gobierno conservador de Theresa May quedó moribundo. Se hundió el UKIP, el partido de la extrema derecha racista y xenó- fobo que se había fortalecido con un discurso groseramente antiinmigrante en el referéndum por el Brexit. Y contra todo pronóstico –y a pesar del bullying del establishment polí- tico y mediático– Jeremy Corbyn hizo la mejor elección del laborismo desde Tony Blair, en 1997.
Con un programa de reformas limitadas, pero de reformas al fin, Corbyn sintonizó con el “espíritu de época” anti austeridad y anti política tradicional. Entusiasmó así a una nueva generación de jóvenes que militaron y votaron masivamente como nunca. También habría reconquistado parte del electorado obrero tradicional, que había desertado durante los largos años de hegemonía neoliberal del Nuevo Laborismo. Adicionalmente, por su activismo histórico en el campo pacifista, Corbyn capitalizó el extendido repudio popular a las guerras en Medio Oriente reactualizado por los atentados terroristas en Manchester y Londres que sacudieron la campaña.
Esta reconfiguración radical no cayó del cielo. Es el salto a la escena política de un descontento acumulativo en el que se combinan el agotamiento del neoliberalismo, las consecuencias de la crisis capitalista de 2008, el fin del consenso del “extremo centro” y, sobre todo, un nuevo fenómeno de politización de la juventud que busca alternativas de izquierda, aunque aún no radicalizadas, a la vida miserable que le promete el capitalismo.

Gobierno zombi

Alentada por las encuestas que le daban una ventaja considerable sobre Jeremy Corbyn, May llamó a elecciones anticipadas para el 8 de junio, a pesar de que contaba con una mayoría propia heredada del gobierno anterior y con tres años de mandato por delante. Buscaba ganar legitimidad y fortalecerse para comandar el llamado “hard Brexit”, una estrategia política agresiva de separación de la Unión Europea basada en la defensa de las fronteras nacionales contra el ingreso de inmigrantes y el rechazo de la libertad de movimiento de personas, incluso al precio de perder algún tipo de privilegio para acceder al mercado común, vital para la economía británica.
Además del oportunismo político, al menos dos elementos empujaron a May a tomar esta decisión equivocada. Uno era disciplinar a su partido, dividido entre un ala europeísta y otra euroescéptica que reclama a gritos un Brexit riguroso. El otro era conseguir una mayoría sólida antes de que los efectos negativos del Brexit, que se da por descontado que aumentarán con el correr de los meses, empezaran a minar su apoyo. El manifiesto electoral conservador prefiguraba un gobierno de ajuste, incluso tenía algunas novedades en este terreno como el llamado con sorna “impuesto a la demencia”, una propuesta para que los ancianos con propiedades valuadas a partir de las 100.000 libras pagaran por su atención. May lo retiró en el medio de la campaña, pero ya era tarde.
Una vez más, la derecha leyó mal las coordenadas de la situación. No percibió que el hartazgo con la austeridad había alcanzado un punto de ebullición, y que a pesar del bajo nivel de movilización y lucha de clases, o quizás también por esto, iba a expresarse en los votos. La bronca por el incendio y las 80 muertes en la Grenfell Tower, un edificio de viviendas “low cost” símbolo de las consecuencias de décadas de neoliberalismo, confirmó luego de las elecciones ese clima social.
Pero sobre todo, la burocracia política de los dos partidos mayoritarios subestimó el fenómeno de politización hacia izquierda en la juventud que fue decisivo en el resultado electoral, un proceso que ya se había anticipado en la elección de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista en las elecciones internas de 2015.
Theresa May obtuvo una victoria pírrica, que como se sabe equivale a una derrota. Jugó a ser la Margaret Thatcher de 1983 en la cima de su poder, pero terminó perdiendo la mayoría parlamentaria y transformándose en una “dead walking woman”, como la llamó el excanciller conservador George Osborne. Formó un gobierno en minoría gracias al acuerdo con el Partido Democrático Unionista (DUP por su sigla en inglés), el partido de la derecha protestante y probritánica de Irlanda del Norte, que aún conserva lazos con organizaciones paramilitares unionistas.
El DUP se cobró caro el favor de dar gobernabilidad. A cambio de prestar sus 10 bancas para lograr una ajustadísima mayoría parlamentaria en votaciones clave, como las referidas al Brexit, el presupuesto y cuestiones de seguridad nacional, le ha exigido a May una suma cercana a los 1.500 millones de libras, usando como excusa demagógica la necesidad de construir escuelas y hospitales en Irlanda del Norte, algo extraño para un partido del ajuste que además viene de un escándalo de corrupción en el gobierno norirlandés.
Este acuerdo no solo encendió el debate sobre el precio a pagar por un gobierno tory en minoría, sino también sobre el rol turbio del DUP en el financiamiento de la campaña del Brexit, ya que según investigaciones periodísticas1 habría triangulado fondos ilegales y oficiado de nexo con sectores de la extrema derecha nativista relacionada con Donald Trump.
Nadie arriesga cuánta sobrevida tendrá este gobierno de crisis. Por el momento los tories y el establishment han priorizado sostenerlo, porque aunque tenga un mandato débil es preferible como mal menor ante la posibilidad concreta de un gobierno laborista encabezado por Corbyn en el corto plazo. Sin embargo, no son los únicos actores. El 1 de julio se realizó la primera movilización masiva contra el gobierno. Si se profundizara esta tendencia la suerte de May no se jugaría solo en maniobras parlamentarias sino también en las calles, y eso agrega una cuota de impredecibilidad.

El futuro incierto del Brexit

El resultado de la apuesta fallida de May es una expresión recargada de la crisis orgánica –Gramsci dixit– que se puso de relieve con el triunfo del Brexit.
El gran capital británico, que nunca tuvo el plan de separarse del bloque europeo, ahora ni siquiera tiene un gobierno fuerte que represente sus intereses en las negociaciones con la UE que ya están en curso.
Aunque May intente seguir con su plan, su margen de maniobra se ha reducido significativamente. No tiene ni mandato ni consenso para implementar la estrategia del “hard Brexit”, que encuentra una oposición mayoritaria no solo en la Cámara de los Comunes sino también en la aristocrática Cámara de los Lores. La reedición del bloque anglo-sajón como alternativa a la UE con la que coquetearon May y Trump se revela cada vez más como una posibilidad más remota.
La Unión Europea parece estar, al menos coyunturalmente, en una mejor posición de fuerzas. Los números de la economía presentaron una leve mejoría. Y en el plano político, el triunfo de Emmanuel Macron en Francia, un intento tardío de reinvención del “extremo centro”2, ha conjurado los fantasmas de los populismos euroescépticos de derecha, y le dio una nueva esperanza de vida al eje franco-alemán. Es de esperar, entonces, que los términos de una eventual negociación sean más duros para el capital británico, en particular en lo que hace a acuerdos comerciales y al flujo de capital hacia la City de Londres, que oficiaba como centro financiero de la UE. Esto es lo que parece intuir el titular de economía, Peter Hammond, que milita en el ala europeísta del gabinete de May y tiene como estrategia diluir los efectos del Brexit prolongando las negociaciones con Bruselas.
El Reino Unido ya viene sintiendo el impacto de esta crisis. Aunque la recesión pronosticada como producto del triunfo del “Leave” no ocurrió, la economía está estancada, crecen presiones inflacionarias y se retrasan decisiones de inversión. En el último año la libra ya cayó un 15 % con respecto al dólar y al euro. Y probablemente siga perdiendo valor ante la incertidumbre de qué pasará con el Brexit sumado a que el gobierno tory no estará en condiciones de llevar adelante el ajuste prometido en su manifiesto.
Ante este panorama incierto están abiertos varios escenarios. El menos dramático para el establishment burgués sería la conformación de una posición de centro, en la que confluyan conservadores, laboristas y liberales demócratas, que pueda implementar una estrategia de “soft Brexit” es decir, una separación gradual y negociada de la UE que permita conservar un acceso privilegiado al mercado común. Un bloque de este tipo podría incluir a Corbyn que si bien apoyó el “Remain” [permanecer en la UE] en el referéndum, mantuvo una posición ambigua para mantener los sectores de la base laborista que votaron por el “Leave” [salir de la UE] y su posición es reconocer el Brexit como un hecho. Sin embargo, no se puede descartar el intento de dar marcha atrás con el Brexit, ni tampoco un “Brexit caótico”.

El “fenómeno Corbyn” y el despertar político de una nueva generación

Corbyn llegó al liderazgo del Partido Laborista en 2015 y a casi primer ministro en 2017 impulsado por la irrupción de una juventud que decidió pesar en la vida política. Se estima que en las elecciones de 8 de junio la participación de los jóvenes entre 18 y 24 años fue del 72 %. En esa franja etaria, tradicionalmente considerada despolitizada, el candidato laborista obtuvo el 67 % de los votos; el 58 % en el segmento de 25-34 años y el 50 % entre los votantes de 35-44 años. Solo fue superado por el partido conservador entre los mayores de 65 años.
Aunque existen condiciones específicas en la Gran Bretaña pos Brexit, este es un “fenómeno de época” que tiene alcance internacional. La campaña de Bernie Sanders en Estados Unidos o de J.L. Mélenchon en Francia son lo más parecido. No casualmente algunos analistas han rescatado el término “youthquake”, algo así como un “terremoto juvenil”, muy usado sobre todo en la segunda mitad de la década de 1960, para tratar de dar dimensión de este fenómeno juvenil. Claro que la diferencia aún es de calidad: lo que prima no es la radicalización política ni el horizonte de la revolución social, como en los ‘60, sino las ilusiones en el neorreformismo y en la vía electoral.
Sin embargo, no se trata meramente de un cambio pasivo de voto, sino de un nuevo fenómeno militante que se inició con la organización de Momentum3, un híbrido entre plataforma política y movimiento de protesta que fue el pilar de la campaña de Corbyn para la interna laborista en 2015. En el surgimiento de esta izquierda renovada actuó a su manera la “astucia de la razón”. La derecha blairista –mayoritaria entre los parlamentarios– reemplazó el viejo método de votación colectivo (donde los sindicatos retenían un tercio) por el voto directo de todos los que se registraran pagando una suma mínima de 3 libras. Esta medida tenía un carácter contradictorio: si bien establecía un criterio más democrático, el objetivo era disminuir aún más el peso de los sindicatos en las decisiones partidarias. Sin embargo, lo que estaba destinado a darle una mayoría a la derecha partidaria por la vía de incrementar la influencia de individuos de las clases medias, terminó transformándose en un boomerang4. Cientos de miles de jóvenes vieron en la campaña de Corbyn un vehículo para expresar sus aspiraciones y su repudio a la política burguesa as usual. Evitaron los intentos de “golpe de Estado” para desplazarlo del liderazgo laborista, fueron la fuerza motora de la campaña que lo dejó a solo dos puntos por debajo de los conservadores y mandaron a la llamada “tercera vía” al basurero de la historia.
Este fenómeno juvenil tiene una base material muy palpable. La experiencia vital de esta generación, los llamados “millennials” (o peyorativamente la “generación snowflake” por su fragilidad emocional) es la de la crisis capitalista, la profunda desigualdad, la polarización social, las intervenciones militares de las grandes potencias en guerras como las del Medio Oriente, el racismo y las políticas estatales contra los inmigrantes y los refugiados. Según el informe anual de la Comisión para la Movilidad Social5, que reporta al parlamento británico, quienes nacieron en la década de 1980 son la primera generación desde la segunda posguerra que se incorpora al mercado de trabajo con un ingreso menor a sus antecesores y cuya gran mayoría no puede salir de lo que llama la “trampa de los bajos salarios”. Son los que sufren más el impacto de la crisis: su salario promedio perdió 15 %, comparado con el 5 % del salario general; y alrededor de 1 millón trabaja en condiciones extremadamente precarias, bajo la modalidad de “contrato de cero horas”; y los pocos que pueden acceder a la educación universitaria se gradúan con una deuda de 44.000 libras debido al alza en las matrículas.
El manifiesto electoral de Corbyn, que si bien era más moderado que el programa del viejo laborismo, incluía una serie de medidas como la gratuidad de la educación universitaria, la renacionalización de los trenes, la energía y el correo, la suba del salario, la derogación de las leyes antisindicales, el fin de los contratos de “hora cero”, la suba de impuestos a los ricos, que aunque mínimas alcanzaron para despertar la ilusión de esta nueva generación y recuperar parte del electorado obrero, que había ido a la abstención o se había visto seducido por la demagogia del UKIP.
El laborismo, incluso bajo el liderazgo de Corbyn, sostiene la vieja estrategia socialdemócrata basada en las políticas redistribucionistas, la colaboración de clases y la gestión del capitalismo. Su rol histórico es el de frenar o impedir el desarrollo de procesos de radicalización política que pongan en cuestión el dominio capitalista, y por lo tanto, el ascenso al poder de estas formaciones, que como demostró Syriza en Grecia, solo pueden llevar a nuevas frustraciones. Pero no hay fatalidades históricas. Incluso para imponer medidas como la gratuidad de la enseñanza o el fin de la precarización laboral hace falta organización, lucha de clases y movilización extraparlamentaria. Y en ese proceso es donde se revelan con claridad las contradicciones entre las aspiraciones de esta nueva generación pos crisis de 2008 y la utopía del neorreformismo. Esa perspectiva es la que se abrió en Reino Unido. La tarea de la izquierda revolucionaria es hacerla realidad, acompañar la experiencia y transformar la energía de los jóvenes, trabajadores, inmigrantes y explotados en una fuerza material con el objetivo de la revolución social.

Claudia Cinatti

1-La denuncia apareció en el sitio openDemocracy. La maniobra consistiría en canalizar fondos hacia organizaciones más pequeñas que hacían campaña por el Leave, superando el límite de gasto legal. Una investigación de The Observer revela, a su vez, que la empresa Cambridge Analytica, contratada por la campaña del Leave, manipuló datos obtenidos de manera ilegal para favorecer el Brexit. Esta empresa, especializada en big data, es propiedad de Robert Mercer, uno de los principales aportantes de la campaña de Trump. Ver: “The dark money that paid for Brexit”, 15/2/2017 disponible en: www.opendemocracy.net/uk; y “The great British Brexit robbery: how our democracy was hijacked”, The Guardian, 7/5/201.
2-En una nota reciente, Perry Anderson analiza esta suerte de resiliencia del “extremo centro” expresada en el triunfo electoral de E. Macron. Según Anderson, esta reedición de una suerte de “tercera vía” tardía, más que mostrar la fortaleza propia de las fuerzas neoliberales es un producto del rol de salvataje del sistema político que juega el Frente Nacional que presentado como una amenaza, permite unir a la “opinión pública respetable” en defensa del status quo, muy cuestionado. P. Anderson, “The centre can hold”, New Left Review 105, mayo-junio 2017.
3-El Partido Laborista sumó desde 2015 unos 300.000 miembros, lo que lo ha convertido en uno de los partidos más grandes de Europa. Según sus organizadores, en 2017 Momentum contaba con 23.000 miembros activos y unos 200.000 simpatizantes. Empleó técnicas de campaña novedosas, similares a las que usó la campaña de Sanders, lo que facilitó la actividad de sus colaboradores. Los diversos videos de campaña tuvieron un alacan de 23 millones de personas, el más visto y comentado es “Daddy, why do you hate me?” que apunta justamente a la brecha generacional.
4-Para un estudio detallado del proceso que terminó encumbrando a Jeremy Corbyn al liderazgo laborista ver: A. Nunn, The Candidate. Jeremy Corbyn’s Improbable Path to Power, Londres, OR Books, 2016. Sobre las transformaciones de la relación entre el Partido Laborista y la clase obrera, en particular los sindicatos, ver: G. Evans, J. Tilley, The new politics of class in Britain. The political exclusion of the working class, Oxford University Press, Oxford, United Kingdom, 2017.
5-State of the Nation 2016: Social Mobility in Great Britain, noviembre de 2016. Disponible en: www.gov.uk

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