martes, julio 30, 2024

"El dinero corrompe y nosotros no queremos empleados corruptos"


Yo estaba en los primeros años del secundario. Cursando pachorro en The Florida School, una coqueta y tranquila escuela de Florida en el partido de Vicente López. Era una mañana otoñal y el director o la profesora de literatura -vaya a saber quién fue- nos dijo que vendrían unos promotores de Eudeba a enseñarnos unos libros muy baratos y unas colecciones que podríamos comprar por monedas.

 No sé qué títulos compré, pero sé que aún los tengo. Sería algún ejemplar de la colección Temas, o de los Fundamentales, o alguno de la Serie del Siglo y Medio, Lectores, o de Genio y Figura, Ediciones Previas, Biblioteca de América, Diálogos Platónicos y sobre todo de Cuadernos. Y además me jacto tener la primera edición del primer libro que jamás sacó Eudeba en los 60, a saber: Las bases físicas y químicas de la herencia de George Beadle, que escandalizó a los libreros de la época. En ese entonces un libro sobre la herencia parecía una locura, y sin embargo vendió 7500 ejemplares en pocos meses.
 Eudeba fue una epopeya y un mito y José Boris Spivacow , que nació en 1915 y murió en 1994, fue el genio medio chiflado, por lo ambicioso y arriesgado, que hizo posible cosas increíbles como la edición del Martín Fierro que ilustró Castagnino y que vendió tres ediciones en tres meses con un total de 170.000 ejemplares. 
 Es difícil que haya ningún argentino de más de 30 años que no haya sido picado en alguna de las dos o tres fases (editorial Abril, Eudeba, Centro Editor de América Latina) y que no haya sido bautizado intelectualmente por los memes spivacowianos. 
 Porque Boris fue el hombre que diseñó la biblioteca de la clase media, y bajo su dirección Eudeba se convirtió en la editorial número uno de Latinoamérica.
 Y eso que no hablamos de los fascículos de Capítulo o de Los hombres de la historia; que también están tapizando nuestros estantes y seguramente placares o bauleras. Queda así sentado que en casi todas las casas argentinas está la marca que dejó Boris Spivacow, el gran editor de cuya muerte se cumplen en estos días diez años.
 Spivacow, mucho más que ningún escritor en particular, mucho más que los best-sellers marketinizados de hoy, más que algún ensayista o novelista espectacular -que los hubo y muchos en las décadas del 60 o 70, empezando por Cien años de soledad o por Las venas abiertas de América Latina- fue el artífice de la expansión de los públicos lectores desde los 60 en adelante. 
 Porque hubieron, sí, autores que se impusieron la tarea de desnudar sus influencias y crearse un público, crear un lector para su obra –basta como ejemplo la gauchesca del siglo XIX y, en el XX, el grupo Sur–, pero a partir del 24 de junio de 1958 (y acaso hasta hace pocos años), el lector argentino fue un personaje de Boris Spivacow. 
 Contrariamente a los que se relamen criticando a Kirchner hoy insistiendo (acusándolo de hegemonismo, protagonismo o hiperquinetismo) que los hombres tienen que estar siempre al servicio de las instituciones y no al vesre, Spivacow cambió todos los protocolos, invirtió todas las tendencias y se convirtió en el factótum de un movimiento en el que lo acompañaron decenas de intelectuales brillantísimos de la época, cambiando para siempre el paisaje de la lectura en la Argentina. 
 La historia de Boris es la historia de la fundación de las instituciones que se embebieron de su impronta. Primero EUDEBA y después el CEAL. Ocupó su puesto señero en EUDEBA por 8 años, a partir de una selección que tuvo como factótum a Arnaldo Orfila Reynal, capo en ese entonces de la impresionante editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, que se basó para elegirlo en la composición de su biblioteca -criterio que habría que usar más a menudo. 
 La presencia y el peso del diseño organizacional de Spivacow puede revalorizarse accediendo al libro-memoria que le dedicó Delia Maunas Boris Spivacow Memoria de un sueño argentino (Colihue, 1995), que culmina con dos docenas de entrevistas a sus más cercanos colaboradores. 
 Lo cierto es que cuando fue defenestrado por el golpe militar en la universidad en 1966, en la Noche de los bastones largos Boris dejaba 802 títulos nuevos, 281 reediciones, 11.461.032 ejemplares vendidos, una empresa que no daba pérdidas y multitudes que ya sabían que leer era un derecho irrenunciable.
 Después mudó a la mayor parte de sus colaboradores al Centro Editor y allí repitió en otra escala y con otras modalidades los éxitos editoriales, pero nunca ya con la misma holgura económica y en un contexto de enrarecimiento creciente de las libertades que terminaría en una fogata pírrica de sus ediciones. 
 Si Eudeba fue lo que fue y si Spivacow tuvo esa enorme potencia creativa ello está más que vinculado a la rediviva Universidad de Buenos Aires Risierista, una universidad nueva, una universidad sin cuello duro, una universidad abierta a todos los vientos y puesta al servicio de todo el país. 
 Los profesionales que trabajaron con él, del talento y la valía de Beatriz Sarlo, José Bianco, Aníbal Ford, Horacio Achával o Eliseo Verón o Graciela Montes, lo recuerdan con un afecto impar y para muchos haber trabajado con él figura entre los mejores mojones de sus respectivas carreras. 
 La vida de Spivacow sufrió alternativas varias y también, coincidiendo con los ciclos de locura de la Argentina, sus últimos años pasaron entre la resignación y la tristeza. Y más allá de los achaques de la salud y el tiempo y la muerte de su mujer, Estela, o Ñoñe, como la llamaba él, que lo golpeó mucho, también sufrió la falta de reconocimiento y la desidia. 
 Por ello para él debe haber sido un golpe durísimo anoticiarse el 30 de agosto de 1980 de cómo se consumieron en una hoguera un millón y medio de ejemplares del CEAL. Sus últimos días -como los de Illia- estuvieron ligados a la pobreza. 
Vivía muy modestamente, usaba siempre la misma ropa, tenía zapatos muy gastados, era muy despojado, muy asceta. No retiraba ni un centavo del Centro. Nunca había juntado plata. Lo que se cobraba se convertía en papel y tinta otra vez, como por arte de magia. Y ese grado de endeudamiento fue tan grande que sus hijos tuvieron que dejar morir a la editorial so pena de verse arrastrados económicamente por su quiebra.
 Menos mal que Delia Mauna lo entrevistó pocos meses antes de que muriera, menos mal que después de muerto Delia Mauna entrevistó a Sarlo, a Ford, a Lafforgue, a Altamirano, a Luis Gregorich y a muchos otros colaboradores de Spivacow que tenían más que claro en qué debería consistir una sociedad del conocimiento, mucho antes que muchos aprendices empezaran declamar acerca de en qué debe consistir la sociedad de la información. 
 Como Horacio Tarcus, como Horacio González, como tantos otros argentinos valiosísimos que no están demasiado preocupados por las nuevas tecnologías, pero que saben cómo crear contenido, públicos, lectores y sobre todo usuarios de conocimiento, hoy le rendimos homenaje a Boris y lo recordamos con entrañable cariño. Porque aunque nunca lo conocimos somos hijos dilectos de sus creaciones y su valor como editor es inestimable y de él seguiremos abrevando durante décadas.
 ¿Y si hiciéramos algunos CD con los títulos agotados y que nunca se reeditarán de Eudeba? ¿Y si hiciéramos un CD recuperando el genio y figura de pioneros y de batalladores del espíritu como él? ¿No estaría nada mal ¿no? Gracias Boris. Te tenemos presente.

 Biografía de Graciela Montes muy entrelazada a las tareas editoriales de Boris -que fue compañera mía en Filosofía y Letras allá lejos y hace tiempo, y cuyo marido de toda la vida, Ricardo Filgueira, me publicó la primera edición (Des)-haciendo ciencia en la colección Los fundamentos de las ciencias del hombre, que él dirigía bajo el título Ciencia en movimiento. La construcción social de los hechos científicos. (CEAL, 1993).

Piscitelli, Alejandro (2004)

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