sábado, agosto 31, 2024

La Antártida, nuestra quintaesencia


El Polo Sur es tierra de nadie y sí tierra de todos, aunque varias naciones se disputan su pertenencia.
 De momento está “poblado” por científicos del mundo entero. Cuba plantó su bandera en 1982 

 Mira al vacío, a la aparente nada, y da un juicio inapelable: “No está hecho ni de agua, ni de fuego, ni de tierra, ni de aire. Es una dimensión entre el Universo y la vida; es el fundamento donde reside todo. Se llama éter y lo respiran los Dioses del Olimpo”. Esa certeza de plenitud arrolladora dominó durante mucho tiempo el pensamiento filosófico antiguo. Hasta en las ciencias se llegó a decir que el éter era la sustancia sobre la cual viajaba la luz, pero en 1887, al buscar corroborar la hipótesis, el célebre experimento negativo de Michelson-Morley demostró lo contrario: la luz viaja siempre a la misma velocidad, porque el éter no existe. Conclusión que descorrió las cortinas de un gran misterio y que dio fin a la devoción antiquísima hacia una “materia” sin la cual era imposible vivir.
No, no devaneo, las líneas iniciales solo sirven de pretexto para constatar que el planeta sí atesora misterios al que deberíamos rendirles pleitesías con igual ahínco. Aún quedan zonas casi intactas y de inapreciable valor, que -de explotarse militar o económicamente- corren un riesgo generalizado de no existir, como el éter, esta vez por propia mano. La Antártida es nuestra quintaesencia. 

 ¿Continente? 

 El también conocido como Polo Sur alberga reservas de 77 por ciento de agua dulce y 90 por ciento de hielo (de hasta cuatro kilómetros de espesor) del planeta. Rodeada de mar, la Antártida es una extensa masa de suelo helado. Se le tiene como otro continente más, aunque casi nunca se le refiera como tal. Es el más alto, el más seco, el más ventoso y el más frío, con temperaturas récords de menos 94 grados centígrados. Los geógrafos lo consideran un desierto polar, pues llueve escasamente, por eso se le ha bautizado como el “continente blanco”, yo diría casi azulado. Son tan severas las condiciones climatológicas que apenas se ha desandado una pequeña parte de sus 14 165 000 kilómetros cuadrados, aproximadamente el tamaño de los Estados Unidos y México juntos.
Antártida viene de las voces griegas anti y arktikos, contra y septentrional, respectivamente, es decir, lo opuesto al Norte. Vivir la “antartidad” supone una experiencia fortísima: el año solo tiene un día y una noche, cada uno dura seis meses, pues el eje de rotación de la Tierra está inclinado respecto al plano de su órbita alrededor del Sol. 

 “Conquista”

 El exótico paraje se ha descrito como inhóspito para los seres humanos, lo que no quiere decir ausencia de gente: llega a haber cerca de 10 000 científicos, de unos 20 estados, quienes se asientan en bases creadas con laboratorios, gimnasios, bibliotecas, comedores y otras comodidades. Esta comunidad se autonombra “antárticos”. También con mayor frecuencia de la que se debiera, lo visitan 74 000 personas como promedio al año. Tampoco faltan los cruceros, incrementando el enjambre de turistas. En 2023 hubo unos 30 000, tan atraídos por el deslumbrante hielo como cuando el navegante Gabriel de Castilla divisó la región en 1603, en un viaje que no pudo repetir a pesar de su afiebrado deseo de plantar la bandera del imperio español. Sus descripciones no pasaron inadvertidas e imantaron la curiosidad postrera de muchos. En 1895 le siguieron los cazadores de focas y exploradores noruegos. No obstante, el “fatalismo” geográfico se impuso y la primera nación en plantar su bandera fue la Argentina, en 1904. Esto hace que la reivindique, estimándola parte de la provincia de Tierra del Fuego. 
 Otras siete naciones tienen similares pretensiones de conquista: Australia, Chile, Nueva Zelanda (por cercanía), el Reino Unido (por el dominio de las Malvinas), Francia y Noruega se atribuyen ese derecho al haber enviado los primeros exploradores. Por separado, cada una reclama asimismo ante la ONU la posesión de las riquezas naturales que yacen en los lechos marinos. Abundan los expertos alarmados ante la todavía lejana posibilidad de que se desconozca el Tratado Antártico, firmado por 12 países el 1º de diciembre de 1959, en vigor en 1961. Desde entonces otras 44 naciones se han adherido. La grandeza de este documento es el consenso acerca de que “el Continente se utilizará exclusivamente para fines pacíficos”, con “libertad de investigación y cooperación científicas”. 

 Mejor que el éter

 No hay elemento superior que pueda competir con el valor del agua para la subsistencia y en la Antártida están las mayores reservas conocidas. Para 2025 Rusia debe terminar las investigaciones en el lago Vostok, unos 3 800 metros bajo el hielo, donde se presume se encuentra el agua más pura y antigua del planeta. Esta nación eslava heredó el saber de la otrora Unión Soviética allí. 
 En cambio, otro es el “oro molido” de la región: la humanidad debe cuidarla porque es uno de los mayores almacenes de calor y carbono. Según la estadounidense Geophysical Research Letters, absorbe 35 por ciento del exceso de carbono de la atmósfera global y cerca de 75 de la absorción oceánica del exceso de calor, lo que la convierte en un increíble regulador. La publicación indica, además, que “la Antártida es importante para la ciencia debido a que, encerrado en su capa de hielo, hay un registro único de cómo fue el clima de nuestro planeta hace millones de años.” Los exploradores rusos del Instituto de Investigaciones Árticas y Antárticas se han adelantado en una especie de juego detectivesco al extraer, en 2022, un trozo de hielo de 1.2 millones de años, de cuando la era de los mamuts.
De poderse explotar comercialmente, cosa que esperamos se evite, el fondo antártico del mar de Weddell (protegido por convenciones internacionales) puede brindar abundante comida, al albergar cerca de 60 millones de peces, la colonia más extensa descubierta hasta la fecha, informó el Instituto alemán Alfred Wegener. Cada una de esas revelaciones científicas manifiesta la enorme capacidad de resiliencia de la naturaleza, así como nuestra predispoción para “entenderla” y cuidarla. 

 Crímenes ambientales

 Las buenas noticias son escasas: esas propias pesquisas revelan que el hielo marino alrededor de la Antártida ha disminuido considerablemente en los últimos siete años y, por consiguiente, los pingüinos emperador están en peligro de desaparecer, lo cual debería ser una alarma teniendo en cuenta la poca fauna del lugar. De seguir dicha tendencia, además de respirar un aire más contaminado, el mundo podría asistir para finales de este siglo a la extinción de esa especie. Tragedia que puede estallarnos en la cara, como se planteó en 2023, durante la Conferencia de la ONU sobre el Clima COP28. En la cita –tildada por muchos de contradictoria, por celebrarse en un país que utiliza y exporta combustibles fósiles, los Emiratos Árabes Unidos, se insistió en la urgencia de reducir las emisiones de dióxido de carbono para evitar que la Antártida se derrita, porque su labor como “termómetro” regulador es esencial. Un estudio publicado en Nature Climate Change estimó que el derretimiento en las zonas antárticas de mayor riesgo podría, de aquí a varias centurias, elevar el nivel del mar a escala mundial en casi 1.8 metros. Para los pequeños Estados insulares eso implica una contingencia fatal. 

 Caramelo en la boca

 Se ve como una ironía que teóricamente se puedan “poseer” tantas riquezas, empero, cual niño ante una golosina negada, se desperdicie en la repisa. En este argumento hay escasa visión de futuro compartido y mucha codicia. Por similitudes geológicas observadas es posible afirmar la existencia en la Antártida de grandes concentraciones de antimonio, cromo, cobre, oro, plomo, carbón, molibdeno, níquel, estaño, uranio, plata y zinc; sin embargo, debido a los elevados costos de las operaciones polares, son escasas las posibilidades de explotación. Gracias a ello, porque de lo contrario… De cualquier manera, esos recursos minerales no pueden ser extraídos para su uso comercial, en virtud del Protocolo de 1991 sobre Protección del Medio Ambiente del Tratado Antártico. 
 Algo muy diferente ocurre con el petróleo, del que se estima haya 200 mil millones de barriles, cantidad superior a lo que poseen algunas áreas mesorientales. En mayo de 2024 Rusia declaró haber encontrado en el mar antártico grandes yacimientos, en la parte disputada por Argentina. El hallazgo corrió a cargo del buque Alexander Karpinsky, de la agencia Rosgeo, dedicada a la exploración internacional de recursos minerales para su explotación comercial. En el caso que nos ocupa aún está por confirmarse cuál es el objetivo real de la expedición. Todo ello le añade un matiz geopolítico a una zona en paz, de la que Occidente dice estar sumamente preocupada, por el interés demostrado de China e Irán a incrementar las investigaciones científicas en la región. 
De todas formas, el revuelo mayúsculo gira alrededor del reciente descubrimiento ruso. Con respecto al tema, el Canal 12 de Argentina recordó al Tratado Antártico de 1959, que tiene vigencia indefinida y sigue sin sufrir modificaciones. En ese sentido, Alan Hemmings, profesor y excomandante de la estación británica de investigación antártica, se mostró alarmado: “Las crecientes tensiones podrían destruir el Tratado que protegió al continente blanco del desarrollo petrolero”. Aseguró que “nunca habrá un momento sensato para extraer hidrocarburos de la Antártida. Lo que nos hundirá a todos es cualquier intento de explotar los hidrocarburos de la Antártida”. Moscú, por su parte, todavía mantiene silencio. 

 Huellas cubanas

 Por espacio de 10 días, en 1982, una delegación de Cuba exploró el enigmático territorio, en colaboración con la entonces Unión Soviética. La dirigió Antonio Núñez Jiménez, quien tuvo el privilegio de izar por primera vez en ese lugar la bandera cubana, firmada por Fidel Castro. Cuentan que, como un niño, el Comandante en Jefe les confesó: “Es una experiencia inolvidable lo que van a hacer ustedes, de verdad siento mucho no poder acompañarlos”. 
 El viaje se aprovechó para rubricar in situ el convenio de cooperación entre el Instituto de Hidrometeorología de Leningrado y el Instituto de Meteorología de Cuba, cuyo fruto se materializó luego, en 1985, cuando el meteorólogo espirituano Orelio Jiménez López y su colega habanero Rigoberto Ayra Gutiérrez realizaron distintos trabajos científicos como estudios y mediciones de los efectos químicos de rayos electromagnéticos, especialmente los luminosos y solares, e investigaron sobre los procesos de condensación, radiación y estado termodinámico de las capas superiores de la atmósfera y estratosfera. ¿Qué tiene que ver el Polo Sur con nosotros? Sencillo, sus enormes ventiscas son comparables a los devastadores huracanes caribeños. 
 Como dijo en la COP28 António Guterres, Secretario General de la ONU, “lo que ocurre en la Antártida no se queda en la Antártida. Vivimos en un mundo interconectado”. Esa parte sur del orbe luce el estandarte de único continente intocado antropológicamente. Se apuesta por la observación inocua de la Antártida y ojalá que sea así por siempre. Para ello es vital el respeto a las resoluciones internacionales y, sobre todo, a la vida misma para no llegar a ser nada, como el éter. 

 María Victoria Valdés Rodda
 agosto 10, 2024 10:04 am

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