El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) no tomará las banderas del marxismo-leninismo porque es una tesis dogmática que ya pasó y no está acorde con la realidad de hoy, expresó el presidente de la República, Hugo Chávez Frías. (...) Señaló que tesis como la de la clase obrera como el motor del socialismo y de la revolución están obsoletas. " El trabajo hoy es otra cosa, es distinto, está la informática y la telemática, y Carlos Marx ni siquiera podía soñar con estas cosas ", indicó.
Agencia Bolivariana de Noticias, 22 de Julio de 2007
La discusión en el país sobre la vigencia del marxismo es una discusión tremendamente viva. Ello se lo debemos al ritmo de las transformaciones políticas recientes, y a la búsqueda colectiva de una radicalidad en el sentido de esas transformaciones. Está claro que para la gran mayoría de este grupo humano que apuesta por una revolución en Venezuela, la lucha es por un cambio estructural. Y quienes militamos en la construcción de esa posibilidad hemos asumido que ese otro sistema necesario es el socialismo. El propio presidente Chávez, al proclamar la perspectiva socialista de la revolución bolivariana aquella primera mitad del año 2005, aclaró que el socialismo por reinventar en este siglo estaría en acuerdo "con las ideas originales de Marx y Engels".
Desde el momento en que el presidente Chávez anuncia el carácter socialista de la revolución, con lo que no hacía sino expresar las aspiraciones de la base social de su gobierno, el remoquete "del siglo XXI" para el nuevo socialismo adquirió un doble filo: servía para liberarle del lastre de los vicios políticos del llamado "socialismo real" chino-soviético, pero en la medida en que "lo nuevo", lo específicamente propio de este siglo no se definiera, serviría como una puerta trasera prestada al contrabando ideológico capitalista. En realidad esto no significaba nada nuevo: lo mismo le pasó a la palabra Revolución en los primeros años del gobierno de Chávez. Los voceros del burocratismo gubernamental pretendieron que, por ser "bolivariana", la revolución no tenía que tocar ningún aspecto estructural de nuestra sociedad. Para ellos, se trataba de una revolución sui generis.
El siglo XXI rápidamente dejó de ser la ubicación temporal del socialismo por construir, para convertirse en un infeliz apellido. Nicolás Maduro explicaba a los asistentes al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes que el socialismo era Mercal, las Misiones, y demás programas asistenciales coyunturales porque estábamos en el siglo XXI. Esta visión, en abierta contradicción con el discurso presidencial, es la más generalizada a nivel del gobierno venezolano: de acuerdo con ella ya estamos en el socialismo, y si este socialismo resulta muy parecido al capitalismo es por un prejuicio histórico, porque no se ha asumido que estamos en el siglo XXI. Puede verse a leguas que el interés detrás de esta lectura es la defensa del actual estado de cosas. Que cambien los nombres para que nada cambie.
Al lado de la reinterpretación y asimilación burocrática del socialismo, ya no como destino sino como realidad vigente, apareció la lectura de varios ideólogos. El autoproclamado ideólogo del gobierno, Haiman El Troudi, se alineó con el burocratismo para plantear que no habría socialismo en el siglo XXI. Que de lo que se hablaba en Venezuela era de un socialismo del siglo XXI. Asumiendo que eran cosas muy distintas.
Heinz Dieterich reivindicó haber acuñado el término y expuso ampliamente la concepción socialista de la escuela a la cual se adscribe. Para esta, lo nuevo es la presencia de un gran desarrollo informático y telemático que permitiría técnicamente establecer un valor absoluto, cuantificable en unidades de tiempo, para todas las mercancías producidas en la economía mundial. Este velo de objetividad deja oculta y sin resolver la definición de la subjetividad socialista. Pretende que el problema de la propiedad de los medios de producción ya no es relevante, pues se aboliría el mecanismo por medio del cual se materializa la explotación: la fijación de los precios, o valores de cambio, en la economía de mercado. Por su imposibilidad práctica, este planteamiento adquiere el rango de socialismo utópico: pretende la transformación de las estructuras políticas y económicas de la sociedad, pero sin presuponer que los trabajadores controlen la instancia básica de poder en el capitalismo: la propiedad de los medios de producción. Sin la socialización de estos, sin la democratización efectiva de la economía, la construcción del socialismo depende de la buena voluntad de los capitalistas, de su criterio democrático.
Estos problemas no son los de simples discusiones etéreas entre intelectuales, tienen una dimensión práctica inmediata. Existe ya en Venezuela un importante grupo de patronos que se hacen llamar socialistas, están sindicalizados, e incluso, en el caso de Miguel Pérez Abad, leen a Marx, y racionalizan sus posturas políticas conciliando su carácter de explotadores con la revolución por etapas, que exige que se alcance el máximo desarrollo del capitalismo posible para que pueda iniciarse el tránsito hacia el socialismo. Toda esta locura resulta metabolizable para una concepción del socialismo que no sea radical, que no toque aquello que precisamente define al capitalismo, como lo son las relaciones sociales que se derivan de la apropiación privada de la riqueza creada colectivamente.
La discusión sobre estos temas ha tomado un giro nuevo a la luz de los recientes ataques de la derecha venezolana en contra de la reforma constitucional proyectada por el gobierno. Particularmente los sectores más corrompidos de la cúpula católica han planteado que la reforma es antidemocrática, y en una retórica del miedo, propia de la manipulación religiosa, han advertido en contra del supuesto carácter marxista-leninista del proyecto.
Si no se tratara de los representantes de un estado dictatorial, como lo es el Vaticano; si no se tratara de la misma cúpula envilecida que bendijo el fascismo carmonista y todas las acciones terroristas de la derecha venezolana en contra de la democracia; quizás entonces la palabra de estos falsos profetas tendría algún valor. Pero además de estar moral y políticamente descalificada, la cúpula eclesiástica desconoce tanto el contenido del proyecto de reforma constitucional como el significado del término marxismo-leninismo. Lo primero es un hecho notorio, pues el proyecto no ha sido terminado ni presentado públicamente; lo segundo se evidencia en múltiples declaraciones en las cuales la cúpula eclesiástica afirma que no entiende nada de socialismo. A confesión de parte relevo de pruebas. Ya este tipo de declaraciones había llevado al presidente Chávez, el día de su toma de posesión, a recomendar a estos personajes la lectura de Marx.
Resulta digno de resaltar el contraste entre aquella respuesta presidencial al chantaje de la derecha, en enero de este año, y los recientes desmentidos oficiales con relación al marxismo-leninismo de la reforma constitucional, y, más notablemente aún, lo dicho el 22 de Julio, en la edición 287 del programa Aló Presidente. Cabría decir mucho sobre el legado de Lenin, el partido leninista, la experiencia concreta de la revolución bolchevique, los aportes a la teoría del imperialismo, y el grado de vigencia de todo esto para la revolución socialista hoy; incluso mantiene un gran interés la crítica marxista del leninismo desarrollada por el venezolano Ludovico Silva, entre otros. Ello queda fuera del alcance de este artículo, pues las declaraciones del presidente Chávez, al apuntar contra Lenin han dado realmente contra Marx. El planteamiento de que la clase trabajadora no es el sujeto que impulsará la revolución socialista es netamente antimarxista, y en este caso está aderezado con la noción utopista de que el desarrollo de la informática y la telemática han cambiado el carácter del trabajo. Puede rastrearse fácilmente la genealogía de esta idea.
Marx no ofreció recetas para construir la sociedad socialista, pues ello hubiera sido anticientífico. Lo que sí hizo fue analizar críticamente al capitalismo, y hacer de esa crítica la base de cualquier transformación verdaderamente revolucionaria, en el marco de un profundo humanismo. El problema de los llamados por la tradición marxista "socialismos utópicos" era que al no tener por base un entendimiento científico del capitalismo que pretendían superar, confundían los síntomas con la enfermedad, y planteaban soluciones a medias que no tocaban lo medular: las relaciones de producción. Engels se refería a esas utopías como versiones de "el sistema sin sus defectos", lo que nos recuerda el llamado "capitalismo con rostro humano". El problema para nosotros es que si el socialismo del siglo XXI es utópico, no será realizable. Si bien este es un proyecto político colectivo que, además de levantar las banderas del socialismo, toma en cuenta nuestras particularidades culturales y reivindica el legado ético de los próceres de la libertad con un arraigo popular, desde Cristo hasta Bolívar, para superar las cadenas capitalistas debemos entender qué es lo que las hace específicamente capitalistas, y en esa necesidad está la vigencia de Marx. El autor de El Capital no era ningún dogmático, a diferencia de algunos de sus autocalificados seguidores; no pretendía que los trabajadores se hicieran llamar marxistas, sino que tuvieran consciencia de su dimensión colectiva y su destino compartido: consciencia de clase. Así como, pese a las transformaciones sufridas desde el siglo XIX, seguimos llamando capitalista a este sistema porque sus rasgos definitorios siguen siendo los mismos, el socialismo como alternativa sigue significando hoy lo que significó en el capitalismo naciente: el tránsito histórico hacia la sociedad sin clases que sólo será posible cuando la clase trabajadora conquiste el poder de las estructuras económicas y políticas. La discusión, si es honesta, debe centrarse en cómo transitar hacia el socialismo, no en redefinirlo para que le resulte un traje cómodo al actual estado de cosas.
Lo dicho por el presidente Chávez no sólo lo aleja de la perspectiva marxista, lo aleja del socialismo. Entendiendo que se trata de un lineamiento para el naciente PSUV, el viraje político evidenciado por esta directriz es un reflejo de la correlación de fuerzas entre reformistas y revolucionarios en el gobierno, apunta a acentuar esa asimetría, y tendrá serias consecuencias para el proceso político venezolano.
Simón Rodríguez Porras
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