sábado, octubre 30, 2010

Las cenizas de Marcelino


No he podido por menos que sentir un cierto estupor ante el desfile de personajes delante del féretro de Marcelino Camacho. Parece que el que se ha muerto es el personaje que interpreto Héctor Alterio en aquella infumable película del “mejor” (sic) Garcí, Asignatura pendiente (1977), en la que el sindicalista dejaba paso a un buen hombre que quería estar con su familia, en la paz del hogar. Ahí están los sindicalistas para la foto, los mismos que han domesticado comisiones, y que se han doblegado ante todo, gente de la estirpe de Fidalgo, eso por no hablar de Rodríguez Rato cuyo lema verdadero es “todo para el capital”, o ese príncipe que paga con sus ahorros un famoso premio. Y acabo: o socialistas que igual se arrodillan ante un papa indeseable que elogian a un sindicalista (muerto)…
Nuestros tiempos, tiene ciertas ventajas. Quizás una de ellas es poder como en unas pocas décadas se cambian las perspectivas.
Cuando me llega la noticia de la muerte, me acordé de lo que me contó el camarada Jesús Albarraicín en una de las última veces que coincidí con él, cuando todavía la “Corriente Crítica” parecía que iba a ocupar el doloroso agujero que había sido dejado la “Izquierda Sindical”, y cuando le pregunté sobre Marcelino con todo el historial de los Pactos de la Moncloa, Jesús respondió que aquello quedaba ya lejos, que con el auge del neoliberalismo, Marcelino se había radicalizado, y que los del “aparato” (los que salen en las fotos institucional) ya no lo querían…
Ahora, cuando me llega la noticia de su muerte, repaso entre mis papeles, y me encuentro con un folleto “Documentos básicos de comisiones Obreras” editado en 1966, seguramente redactado por militantes de Madrid, justo en la época en la que hacíamos aquellas reuniones en la Iglesia de Sant Medir del barrio de Sants, en Barcelona, y en las que no sabía quien te podía estar esperando en la puerta, quizá algún brigada joven que acabaría haciendo carrera.
En dicho documento se define Comisiones como «una forma de oposición unida de todos los traba­jadores, sin distinción de creencias o compromisos religiosos o políticos», y se rechazaban «unas estructuras sindicales que no nos sirven». Comisiones había surgido «como una necesidad de defender nuestras reivindicaciones inmediatas y de preparar un mañana de libertad y unidad sindical». Por todo lo cual, Comisiones no era, «ni pretende serlo mañana, un sindicato y menos todavía una agrupación política». Su primer objetivo era «la conquista de unas libertades básicas que permitan a los trabajadores, reunidos en asambleas democráticas, decidir sobre su futuro, creando su propia organización sindical como lo estime conveniente la mayoría, con absoluto respeto a las minorías auténticamente representa­tivas de sectores de trabajadores».
Comisiones se presentaba como «un movimiento independiente, de la clase obrera», que rechazaba «cualquier clase de ‘verticalismo’ o de sometimiento, a las consignas de la Administración o de cualquier grupo político». Se regía por «el principio democrático (tanto para tomar decisiones como para elegir a nuestros representantes)», lo que se evidenciaba por los hechos, ya que quien «haya asistido a nuestras asambleas o reuniones ha podido participar ampliamente, sin cortapisas, con todo el peso de su voz y su voto, en las decisiones y en las discusiones. Practicamos hoy la democracia porque sabemos que en la auténtica democracia obrera está nuestro futuro». Se preparaban para un futuro de unidad obrera, ya que «seremos los propios trabajadores los que en su día tendremos que decidir sobre la forma del futuro sindicato español». Además, se abogaba por «la unidad sindical, siempre y cuando esta unidad esté basada en la libertad, la demo­cracia y el respeto a la diversidad de los grupos ideológicos participantes».
Me sentí especialmente identificado con el párrafo que decía: «La división sería un suicido de clase en la España de los monopolios cuando tenemos enfrente un capitalismo poderoso con sus orga­nizaciones patronales e industriales unitarias». Al repasar estas notas parece evidente que lo segundo sigue igual, mientras que lo primero se perdió por el camino. Ya entonces, en aquel documento inicial se advertía: «Parece claro que todos debemos velar para que bajo la capa de una libertad mal entendida no se nos arrebate y se dispersen en cien pedazos los medios e instrumentos sindicales que se han ido acumu­lando con nuestras cuotas y nuestros sacrificios hechos de jornadas de trabajo agotadoras, mantenidas constantemente, de privaciones sin cuento de nuestras familias». Confiados en que esto no iba a ocurrir, teníamos la gran ilusión de llegar e «incluso superar a otros movimientos sindicales extranjeros si acertamos a conjugar la auten­ticidad sindical con la posesión de los medios materiales acumulados en torno a la organización sindical oficial que hoy controlan el Estado y los patrones».
Ha llovido mucho desde entonces. La última huelga ha venido a demostrar que todavía queda un sustrato sindicalista de aquel entonces, y también que el tiempo de ese sindicalismo que ha permitido que la diferencia en las rentas, en los beneficios sociales entre los de arriba y los de abajo sean –desde los tiempos de Felipe- mayor que bajo el franquismo, ha acabado. No porque los funcionarios hayan dicho basta, sino porque el capitalismo ha radicalizado su apuesta por avanzar en la lucha de clases, la lucha de clase a su favor, claro está.
Diferencias aparte, nadie podrá negar a Marcelino que dio la cara cuando la policía te la podía partir, y que conoció las cárceles por los derechos de los trabajadores, esos derechos quieren pisotear, eso sí, en una negociación de buen talante…Cuando algunos jóvenes hablen de las indudables dificultades que presenta la lucha obrera en estos tiempos, tenemos que recordarle que peor lo tuvo Marcelino, y como ganó una batalla. Una victoria que, finalmente, ha acabado en una derrota. También de eso tenemos que aprender.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

No hay comentarios.: