martes, noviembre 16, 2010

Vivimos bajo una dictadura económica, y bajo una hegemonía política absoluta del Capital


En nombre de la libertad, el “totalitarismo” imperialista sometió continentes enteros, así, cuando Zapatero y Trinidad Jiménez -¿es cierto que esta señora pertenece o ha pertenecido a la Trilateral?- evocan los “intereses de España” en Marruecos, seguro que se están refiriendo a negocios que no resistirían la luz del día…
Y así, podemos seguir, por ejemplo ¿es posible pensar que un país que actúa como guía y modelo de las democracias como los Estados Unidos de América, no sean en realidad en absoluto democrático? ¿Qué en realidad se hayan metamorfoseado en una nueva y extraña especie de híbrido político en el que el poder económico y el poder del Estado se han asociado y quedado fuera de control, en tanto que lo del pueblo, para el pueblo y por el pueblo resulta una broma de mal gusto? ¿Puede ser que el país que hasta ayer era "el más poderoso de la Tierra", aplique una suerte de fascismo exterior, sobre todo en su “patio trasero? Estas son por supuesto, preguntas impertinentes ya que nuestros medias son más pronorteamericanos que la Pravda era prosoviética, y que a lo máximo que se suele llegar es a afirmar reparos tan representativos como el de Vargas Llosa quien en n alarde reconoció que…los Estados Unidos también tenían defectos.
Todo esto me viene a la cabeza repasando una obra reciente, Democracia S.A. La democracia dirigida y el fantasma del totalitarismo invertido, de Sheldon Wolin (Paidos, Barcelona, 2009, considerado en algunos medios como el más destacado teórico norteamericano de la democracia, analiza en esta obra los rasgos dominantes de un régimen que, si bien no puede ser comparado moral ni políticamente con los estados totalitarios del siglo XX (la Alemania nazi, la Italia fascista, la Unión Soviética), deriva peligrosamente hacia una situación en la que el descontrolado poder económico puede convertirse en un "poder total", con sus propias patologías. Un régimen cuyos ciudadanos son políticamente apáticos y sumisos, y en el cual las élites desean que sigan siéndolo. En el mejor de los casos, afirma Wolin, los Estados Unidos se han convertido en una "democracia dirigida" en la que el pueblo es manipulado y no soberano y, en el peor de los casos, en un país donde el poder corporativo no responde a los controles de un Estado que no es más que la sombra que proyectan las grandes corporaciones, por utilizar una cita de John Dewey muy querida por Chomsky.
Su tesis es que "es posible que una forma de totalitarismo diferente de la clásica surja a partir de una supuesta democracia fuerte en lugar de una fracasada", Sheldon Wolin ofrece en este libro, tan oportuno como inquietante, uno de los diagnósticos más oscuros sobre los males de la política que se han realizado en las últimas décadas: un diagnóstico que parece confirmarse a la luz de los acontecimientos actuales y de la crisis de un sistema financiero que escapó a todo control, un capitalismo sin oposición, y una oposición desarticulada por una combinación de factores, la represión or supuesto, la integración de una parte esencial de sus componentes, todo ello como expresión de una conciencia de clase empresarial, que ha conseguido crear una ciudadanía desactivada, derrotada, sin movimientos de respuesta sólidos, fraccionada en numerosas corrientes ideológicas, y por la multiplicación de individualistas críticos que “pasan” del sistema, pero también de cualquier oposición organizada. Una ciudadanía que ve como sus preferencias son consideradas “utopías”, y son desechadas por el Dios Mercado con la ayuda de los integrismos religiosos según los cuales primero son los tuyos porque están bendecidos. Una ciudadanía que se ve impotente como el mundo se descompone, como se van perdiendo derechos y conquistas, a la que no se le puede exigir una reunión sí no hay espectáculo.
Esta evolución de la democracia, ha adquirido su máxima expresión en neoliberal, y ha alcanzado su apogeo en la fase Bush, con todos sus paralelismos (Berlusconi, Aznar, Blair, etc), una época que ha entrado en abierta crisis. Es una democracia “victoriosa” en la guerra fría, en la descomposición del “socialismo real”, y que se fundamenta en la reafirmación de la voluntad de imperio, después de la amarga experiencia de Vietnam. Reagan lo dijo así: tenemos "el poder de volver a amenazar al mundo desde el principio", palabras que en Centroamérica significaron muerte y destrucción. La democracia controlada y domesticada tanto su dimensión internacional y su dimensión interior. Y se funda en la alianza entre las élites “republicanas” y o “socialdemócratas”, con las grandes corporaciones, el evangelismo religioso, y las élites de intelectuales arrepentidos o de sindicalistas que “parecen que han estudiado empresariales”, sin olvidar los desolados y los cínicos, un engranaje en el todos y todas tienen su papel.
Con palabras diferentes, pero con un amplio consenso, esta democracia tiene el doble objetivo de volver a dominar el mundo y de construir una mayoría interior permanente sobre una ciudadanía despolitizada, base primordial para que, como le dijo un empresario chileno a un emocionado Vargas Llosa, se puedan hacer los negocios sin miedo a los “experimentos sociales”. Su “arma secreta” ha sido la desmovilización social, la exclusión de toda respuesta tachada como “radical” y peligrosa. Por la misma regla de tres, un cristal roto en una manifestación ocupa las portadas, en tanto que el despido de miles de trabajadores, entra en el orden natural e las cosas. Así también, lo más propio de un cristiano, de un socialista o de un comunista es que lo sean de boca, pero que no lo apliquen.
Según Sheldon Wolin, sus medios estratégicos han pasado por una mitificación de los textos constitucionales, sobre la base de una lectura restrictiva que se centra en los mecanismos destinados a evitar los peligros de “inestabilidad” (demonización de los “antisistemas”), desequilibrando los mecanismos a favor del ejecutivo, el discurso de la superioridad (fuera quedando los “totalitarismos” y los “populismos”) y la explotación del patriotismo con la magnificación de lo menos malo. A esto le ha correspondido una línea de privatización de las funciones y los servicios públicos hasta hacer irreconocible la idea de lo común, de lo solidario, incluso de la sociabilidad elemental. Se ha puesto fin al espacio público, ya no se habla de política o del trabajo ni en los bares, en casa se impone la TV. Desde este vacío se han impuesto unas políticas económicas destinadas a beneficiar a las clases altas, junto con un desprecio de las políticas sociales que favorece la desconfianza de los ciudadanos y aleja del voto a los sectores más desfavorecidos que no tienen nada que esperar de los gobernantes. En suma, la despolitización pasa por "la creación de una atmósfera de temor colectivo y de impotencia individual". Todo ello con un objetivo claro: una dictadura económica encubierta que decidir a su antojo, y dejando la opinión ciudadana a lo que dicen los periódicos.
Pero quizás el elemento clave del sistema descrito por Wolin sea "la extraña pareja" que ha formado esta dictadura social: "Una alianza en la que encontramos fuerzas arcaicas reaccionarias, regresivas (económicas, religiosas y políticas), con fuerzas progresistas de cambio radical (líderes empresariales, innovadores tecnológicos y científicos) y cuyos esfuerzos contribuyen a distanciar paulatinamente a la sociedad contemporánea de su pasado". Para Wolin es una relación simbiótica, basada en un interés común: "El bloqueo de un rumbo demótico y el avance forzado de la sociedad por un rumbo diferente, donde se den por sentadas las inequidades, se las racionalice, quizás se las celebre". Lo arcaico, lo religioso, aporta certidumbre y ayuda "a neutralizar el poder de los Muchos", el poder corporativo necesita estos factores estabilizadores para que sus procesos de cambio no descarrilen. En este marco se produce una transmutación doble del poder corporativo y del Estado. El primero "se vuelve más político", y el segundo, "más orientado al mercado". El objetivo de la triple alianza es imponer una determinada idea de la realidad: establecer como verdadero lo que de hecho no lo es. Por eso la mentira se adueña de la escena: "Una de las partes más difíciles de mi trabajo", decía Bush, "es vincular a Irak con la guerra del terrorismo". Siempre hay un peligro externo –a falta de otro más tangible, antes de ser un jerarca de la Caixa o sea cuando era ministro, Narcís Serra aludió al peligro de una invasión…de Marruecos, hipótesis que debía referirse a Ceuta y Melilla-, a través del cual asociar cualquier oposición extraparlamentaria.
En este contexto, la tarea de la reconstrucción de una izquierda militante digna de tal nombre, con capacidad de incidir en los hechos, de responder como otra manea de hacer y vivir las cosas de la vida, es una tarea de Sísifo, estamos al comienzo de levantar una piedra que había caído más bajo que nunca. En esta nueva empresa, la unidad en la acción, así como la total independencia de los engranajes dominantes, son a todo punto fundamentales. En ello estamos, y nadie podrá decir que no se ha avanzado considerablemente en los últimos tiempos.
Creo que lo de la huelga general como –a otro nivel- la experiencia de Des de Baix, son daos que abundan en este sentido.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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