martes, abril 19, 2011

El caso de Zinaida Bronstein, hija de Trotsky (con una carta de éste sobre su muerte)


El caso de Zinaida Volkow, de soltera Zinaida Bronstein, tuvo una relevancia menor en la medianoche del siglo, pero no por ello dejó de resultar trágicamente representativo. Fue una página más en la terrible historia del exterminio de la vieja guardia bolchevique, una página que movilizó al “viejo” que escribió al CC la impresionante carta que reproducimos como anexo.
Zinaida Bronstein fue la hija mayor del matrimonio de Trotsky con Alexandra Lvona, sin duda una de las mujeres más singulares de su tiempo. Alexandra conoció a Trotsky cuando éste tenía 15 años, o sea en 1896, formaba parte del círculo de estudiantes y obreros que formaron la Unión de Obreros c Rusia. Un poco mayor que él, Alexandra fue la inductora de su "conversión" al marxismo. Trotsky entonces consideraba esta concepción como fría, dogmática y despectiva con la tradición populista revolucionaria. Cuando el joven Bronstein fue deportado a la Siberia Alexandra se fue con él y ambos contrajeron matrimonio en el año cero del siglo.
Los que conocieron de cerca la unión hablan de un romance pero el propio Trotsky es mucho más circunspecto cuando escribe en Mi vida: «El trabajo común por la causa nos había unido instintivamente, y para que no nos desterrasen a lugares distintos habíamos hecho que nos desposasen en la cárcel, de depósitos de Moscú». El caso es que, después de cuatro años de deportación en Verkholenski, en las montañas que rodean el lago Bakal, tuvieron a Zina y Nina. Cuando estas contaban con tres y un año, respectivamente, Trotsky pudo fugarse con la ayuda de Alexandra, dejando un muñeco en su cama.
Poco tiempo después, ya en París, Trotsky –un “mujeriego” según su biógrafo Robert Service- conoció a Natalia Sedova con la que vivió el resto de sus días. Alexandra nunca pidió o reprochó nada a Trotsky. Alexandra siguió siendo una militante integral bajo el zarismo, al tiempo que crió y educó a sus hijas en el fervor a las ideas revolucionarias. Estas mantendrían una relación apasionada y distanciada con Trotsky hasta que, en 1931, Zina llega a Prinkipo para curarse de sus problemas nerviosos.
Entonces, ya la gran tragedia del estalinismo había hecho sus primeras víctimas. El marido de Nina, Nevelson, fue deportado cuando lo fue Trotsky a Alma-Ata. Nina, excluida del partido y privada de su trabajó, cayó gravemente enferma por las privaciones, murió de tuberculosis a los 26 años. Zina la cuidó hasta su expiración, y comienza sufrir los primeros síntomas de una enfermedad psíquica. Su propio marido, Platón Volkow fue deportado en 1928. En 1935 será condenada de nuevo por cinco años y en su última carta clandestina habla de seguir Ia ruta de los Lafargue (Paul Lafargue y Laura Marx), o sea la de un suicidio que conmovió a los socialistas de su tiempo. La propia Zina fue detenida en dos ocasiones. A pesar de su situación, Alexandra siguió ejerciendo de maestra hasta la mitad de los años treinta, siendo posiblemente una de las últimas (sino la última) personas que se atrevió en público a criticar la burocracia públicamente y a defender las ideas de la Oposición por las cuales caería toda su familia.
En sus imprescindibles Memorias de un revolucionario que acaba de editar Veintisiete Letras, Víctor Serge describe a Zina diciendo: "Se parecía rasgo por rasgo a su padre, con una viva inteligencia y una gran firmeza de alma". Deutscher subraya también esta semejanza para añadir: "Tenía las mismas faccíones angulosas y la misma tez morena, los mismos ojos expresivos, la misma sonrisa, la misma ironía sardónica, las mismas emociones profundas y también algo de su mente indomable y de su elocuencia. Parecía haber heredado sus pasiones políticas, su militancia y su hambre de actividad". Su madre decía que tenía un «espíritu más público que familiar..
Habían transcurrido casi treinta años de su separación, y mucha historia. Sin embargo, ahora iban a aflorar muchos problemas contenidos durante mucho tiempo. Zina llegó a Prinkipo desfondada, con el corazón destrozado, pero animada por la alegría de reencontrar a su padre y con ganas de ser útil a la misma causa. Después de unos primeros tiempos de recuperación, Zina volvió a enfermar. No resistía el calor de Turquía y fue operada de los pulmones en varias ocasiones. La situación de los suyos en el interior de la URSS la carcomía, y se sentía indeseada e inútil. Su propia situación llevaba a Trotsky a no brindarle su confianza política en tareas tan difíciles y complejas como las relaciones con la Oposición que caían casi íntegramente sobre su hijo Liova. Trotsky sufría por su incapacidad para dar respuesta a unos problemas en los que su capacidad intelectual y política era impotente. Esto le llevaba en ocasiones mostrarse irascible, algo que ella no podía soportar. Entonces Zina comenzó a tener ataques de delirios. Su postración mental le impedía, empero, demostraba unos grados de fugaz lucidez que asombraban a todos.
Como es sabido, Trotsky fue seguramente el primer marxista interesado por el pensamiento freudiano, curiosidad que compartió con Abraham Joffe, dirigente y diplomático bolchevique que estuvo a su lado durante toda su vida militante (1). Sin duda, todo esto tuvo que ver con su decisión de enviar a Zina a Berlín, lo que Stalin aceptó a regañadientes. Cuando Zina llegó a Berlín, la situación política se había convertido en algo que difícilmente se podría comprender sí el psicoanálisis. Habían pasado unas pocas semanas de plebiscito de Prusia, cuando lo comunistas pusieron un ultimátum a la socialdemocracia y terminaron votando junto con los nazis contra el "socialfascismo". La derecha se volcaba hacia el nazismo para que éste le ayudara a "limpiar el patio" di comunistas. Los socialdemócratas seguían atados al juego parlamentario y contraponían al nazismo una legalidad ya podrida por el cáncer nazi. Los comunistas afirmaban que detrás de Hitler vendría su propia oportunidad. En medio de todo esto, Zina se siente confundida por los médicos, al tiempo que trata de confundirlos. Un ucase de las autoridades soviéticas le negaba la posibilidad de regresar.
El círculo que apretaba la mente enferma de Zina se cerraba cada vez más. Sus relaciones con Liova, a la sazón en Alemania, eran cada vez más tensas y su enorme fe en Trotsky fue dejando su lugar a una relación cada vez más conflictiva. Era cada vez más incapaz de administrarse y frecuentaba las zonas "lumpen" de la ciudad. Rechazada por el ínfimo grupo trotskista --curiosamente, mientras que los escritos de Trotsky sobre Alemania se habían convertido en una literatura de amplia divulgación popular--, Zina se sintió atraída por la idea de colaborar con el Partido Comunista, en aras de la revolución que decían preparar. Sus cartas son perturbadoras, pero al mismo tiempo parecen una ilustración llena de talento de la situación social y política. Pero cada vez que le recriminaba a su padre que sus dificultades «nunca tienen que ver con los grandes problemas, sino con los pequeños», la herida de Trotsky se abría más.
Hubo tres detalles de importancia coincidieron con su suicidio. El primero se debió a su conflicto político (enrarecido además por “topos” estalinianos), ampliado por ser Liova su hermano e interlocutor. El segundo era que estaba embarazada. El tercero fue que Trotsky hizo llegar al psiquiatra las cartas que ella le había enviado. El 14 de diciembre escribía a Trotsky su última carta: «Querido papá sólo espero de ti siquiera unas pocas líneas». Poco después se suicidaba con el gas de la cocina. El impacto hizo envejecer al viejo, pero la tragedia personal de la familia Trotsky pronto palideció en medio de la tragedia política que se abatió sobre Europa: el 30 de enero de 1933, Hindeburg llamaba a Hitler a la cancillería del Reich.
La historia dio lugar a una película, Zina que fue considerada como "la mayor sorpresa del Festival (de San Sebastián, 1985) y tal vez el único film que perdure en el recuerdo como pleno de hallazgos e interés" según hacía constar el crítico de la revista “Dirigido por…”. En la crónica de la revista “Fotogramas”, el comentarista escribió al respecto: “Ken McMullen ha estructurado este hermoso filme en tres niveles de lenguaje que se interrelacionan y complementan; el visual, el musical y el narrativo. La combinación de fotografía en blanco y negro y color –el operador es Bryan Loftus, que ya hizo En compañía de lobos-- utilizada arbitrariamente no siempre en función del presente o pasado, de realidad o invención, da pie a una composición musical escrita expresamente siguiendo los ritmos de las imágenes, alternando con el texto del psicoanálisis de la hija de Trotsky, extraídos de las cartas a su padre. Todo junto provoca un resultado que desemboca en un romanticismo insospechado a partir de los temas que se barajan: la política internacional, el marxismo y el psicoanálisis”. Curiosamente, el Premio del Festival fue compartido por Frida, de Paul Leduc, maravillosamente interpretada por Ofelia Medina, aunque una de las partes más insatisfactoria de la película es el tratamiento tan superficial y descuidado que le al trato de Trotsky con Frida y Diego. Lo más es irregular pero apasionante.
Zina tuvo un hijo, Esteban Volkow, uno de los pocos supervivientes de la familia, y es el padre de Verónica Volkow de la que la editorial Renacimiento de Sevilla acaba de publicar un libro de poesías. Sobre ella extraigo la siguiente información: “Verónica es académica y profesora universitaria, tiene maestría en literatura comparada por Columbia University, New York; y doctorado en literatura comparada por la UNAM con una tesis sobre Jorge Cuesta. También es maestra en Historia del Arte en la UNAM con una tesis sobre la cúpula del Altar de los Reyes en la Catedral del Puebla de Cristóbal de Villalpando. Motivo particular de interés son la relaciones que pueden entablar la poesía y la pintura en un determinado período histórico….Es también poeta, ensayista y narradora. Escribió una crónica sobre la vida cotidiana en el apartheid: Sudáfrica, diario de un viaje, México, Siglo XXI, 1988. Está por reeditarse en el Fondo de Cultura Económica, La mordedura de la risa un estudio sobre la obra gráfica de Francisco Toledo. En 2009 apareció Los gladiadores demónicos, Editorial Renacimiento, Sevilla. En 2010 fue editado Camino de vida; ensayos de poesía mexicana del siglo XX , BUAP. De última aparición es El Retrato de Jorge Cuesta, Siglo XXI Editores, ensayo que fuera ganador del premio José Revueltas de Ensayo literario 2005. Tiene también un libro de narrativa, La noche viuda, FCE, 2004.
Entre sus libros de poesía se cuentan: La Sibila de Cumas, 1974; Litoral de tinta, 1979; El inicio, 1983; Los caminos, México, 1989. Arcanos , 1996; Oro del viento, 2003, que recibiera el Premio Pellicer 2004 por obra publicada. De más reciente aparición son Litoral de tinta y otros poemas, Sevilla, Editorial Renacimiento, 2006, que recibiera el accesit al Premio Ausias March de los mejores poemarios publicados en España en 2007. De más reciente aparción Arcana, United Kindom, Shearsman Books, 2009…

Anexo

Carta de Trotsky sobre su hija Zinaida escrita el 11 de enero de 1933

A todos los miembros del Comité Central del Partido Comunista de la URSS
Al Presídium del Comité Ejecutivo Central de la URSS
A todos los miembros de la Comisión de Control Central del Partido Comunista de la URSS
Considero necesario informarles cómo y por qué se suicidó mi hija.
A fines de 1930 ustedes accedieron a mi pedido de autorizar a mi hija Zinaida Volkova, enferma de tuberculosis, a venir por un tiempo a Turquía, acompañada de su hijo Vsevolod, de cinco años de edad, para hacerse un tratamiento. No sospeché que detrás de esta actitud liberal de Stalin se ocultaba un motivo ulterior.
Mi hija arribó a este lugar en enero de 1933, sufriendo de neumotórax de ambos pulmones. Tras diez meses de residencia en Turquía, logramos obtener -a pesar de la oposición permanente de los representantes soviéticos- un permiso para que fuera a tratarse a Alemania. El niño se quedó en Turquía con nosotros para no molestar a la enferma. Pasado un tiempo, los médicos alemanes creyeron posible curar el neumotórax. La enferma empezó a recuperarse y soñaba tan sólo con volver con su hijo a Rusia para reunirse con su hija y con su esposo, un bolchevique leninista exiliado por Stalin. El 20 de febrero de 1932 ustedes publicaron un decreto en virtud del cual, no sólo mi esposa, mi hijo y yo, sino también mi hija Zinaida perdíamos la ciudadanía soviética. En el país extranjero al que ustedes le permitieron viajar con pasaporte soviético, mi hija se ocupó únicamente de su tratamiento. No participó en la vida política, no podía haberlo hecho debido a su estado de salud. Evitó todo lo que podría provocar "sospechas" en su contra. El hecho de privarla de su ciudadanía fue un miserable y estúpido acto de venganza en mi contra. Para ella, este acto de venganza significaba romper con su hijita, su esposo, su trabajo y todo lo que constituía su vida normal. Su salud mental, ya perturbada por la muerte de su hija menor y por su propia enfermedad, sufrió un nuevo golpe, tanto más atroz cuanto que fue totalmente sorpresivo y de ninguna manera provocado por ella. Los psiquiatras declararon unánimemente que sólo el retorno a su situación normal, con su familia y su trabajo, podría salvarla. El decreto del 20 de febrero coartó precisamente esta posibilidad de salvarla. Todos los demás intentos fueron, como ustedes saben, en vano.
Los médicos alemanes insistían en que si se le permitía, al menos, reunirse con su hijo lo antes posible, había una posibilidad de devolverle su equilibrio mental. Pero las dificultades del traslado de Estambul a Berlín se multiplicaron puesto que el niño de seis años también perdió la ciudadanía soviética. Durante seis meses realizamos esfuerzos constantes, pero inútiles, en diversos países europeos. Sólo mi viaje inesperado a Copenhague nos brindó la oportunidad de llevar al niño a Europa. Con la mayor dificultad, éste realizó la travesía a Berlín en seis semanas. Pero no había estado con su madre siquiera una semana, cuando la policía del general Schleicher, de común acuerdo con los agentes estalinistas, resolvió expulsar a mi hija de Berlín. ¿A dónde? ¿A Turquía? ¿A la isla de Prinkipo? Pero el niño debía ir a la escuela. Mi hija tenía necesariamente que recibir atención médica permanente y condiciones de trabajo y una vida familiar normales. Este nuevo golpe superó la capacidad de resistencia de la enferma. El 5 de enero se asfixió con gas. Tenía treinta años.
En 1928 mi hija menor Nina [Nevelson], cuyo marido fue encarcelado por Stalin hace cinco años y todavía se encuentra incomunicado, debió ser hospitalizada, poco después de que yo fuera exiliado en Alma-Ata. Se le diagnosticó una tuberculosis aguda. Me dirigió una carta puramente personal, sin la menor mención de cuestiones políticas; ustedes la detuvieron durante setenta días, de modo que cuando le llegó mi respuesta ella había muerto. Tenía veintiséis años.
Durante mi estadía en Copenhague, donde mi esposa inició un tratamiento para curarse de una grave enfermedad, y donde yo me preparaba para someterme a una cura, Stalin, por intermedio de la agencia TASS, ¡denunció falsamente a la policía europea que en Copenhague iba a celebrarse inminentemente una "conferencia trotskista"!. Eso le bastó al gobierno socialdemócrata danés para hacerle a Stalin el favor de expulsarme con premura febril, con la consiguiente interrupción del tratamiento que mi esposa necesitaba. Pero en éste, como en tantos otros casos, la unidad de Stalin con la policía capitalista obedecía a objetivos políticos. Aun así la persecución de mi hija no tuvo ni un asomo de sentido político. La pérdida de la ciudadanía soviética y, con ello, la única esperanza de volver a un ambiente normal y recuperarse, junto a su expulsión de Berlín (indudablemente un servicio que la policía alemana le prestó a Stalin) no constituyen más que un acto de venganza miserable y estúpido. Mi hija conocía perfectamente su situación. Sabía que no podía estar segura en manos de la policía europea, que la perseguía a pedido de Stalin. Era consciente de ello, y murió el 5 de enero. Se califica a esa muerte de "voluntaria". No, no fue voluntaria. Stalin la obligó. Me limito a informar, sin sacar conclusiones. Ya vendrá el momento de hacerlo. El partido regenerado lo hará.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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