martes, abril 09, 2013

Camarada Javier Pradera o que bueno son los comunistas cuando se cambian de barricada



Este libro de Santos Juliá Camarada Pradera (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012), resulta un buen ejemplo sobre como el establishement homenajea a los comunistas que acabaron al servicio de su Majestad.
La historia era conocida. Toda persona enterada de la historia reciente de este país (de países), sabía que Javier Pradera, como tantos otros, había tenido una juventud comunista.
En su caso, se trataba además de un ejemplo de un comunista procedente de una de las familias de rancia estirpe conservadora del país. Su abuelo. Víctor Pradera, tenía y tiene calles a su nombre en muchas de las ciudades, y era uno de los intelectuales carlistas más reconocidos, amén de cofundador con Calvo Sotelo del bloque Nacional, y por supuesto, abiertamente golpista. Tanto el abuelo como el padre de Javier pagaron esta filiación, y ambos fueron pasado por las armas en la retaguardia republicana que estaba aprendido la contrarrevolución estaba dispuesta a eliminar “hasta la raíz” toda oposición.
Así pues, Javier Pradera (San Sebastián, 1934-Madrid, 2011) fue un niño socializado en el franquismo hasta los huesos, creció en una familia adicta y obviamente recompensada. Sin embargo, como en otros muchos casos, la conciencia acabó rebrotando hasta el punto de que Javier acabó militante en un partido del bando de los vencidos, en el más denostado de todos — el régimen convirtió en comunismo toda oposición porque esto le sirvió para encontrar complicidades en casi toda la derecha occidental, incluyendo los tories británicos, unos demócratas fuera de toda sospecha-, y lo hizo en tiempos en que esto se pagaba con la tortura o la muerte.
Sin embargo, como deja bien especificado Santos Juliá, a Javier lo detuvieron pero no le tocaron un pelo. Lo último que quería el régimen era ampliar su área de conflictos con su área más afín, un detalle que merece una consideración. Javier fue uno de los primeros “traidores” a su familia y a su clase, de entrada porque eso era lo único decente que se podía hacer entonces. Esta opción tan radical en su momento mostraba el asco y el rechazo que se estaba produciendo en las propias familias del régimen, por otra lado, las únicas que habían quedado literalmente machadas por el exterminismo del bando vencedor.
El libro recupera los artículos que Pradera publicó en una época que va desde 1951 hasta 1965. también ofrece una buena reconstrucción del ambiente intelectual y político de Madrid en los años cincuenta que exactamente no era una ciudad de más de un millón de cadáveres del poema de Dámaso Alonso, algo empezaba a bullir, al menos en los círculos intelectuales; es la época del giro del PCE hacia la “reconciliación nacional” (que tan felizmente acabarían adoptando los reformistas del franquismo), tras la sustitución de la Pasionaria por un Santiago Carrillo, que sin embargo, no iba a permitir la menor pluralidad en el partido como se mostraría en el curso del escaso debate que conduciría a las expulsiones del partido de Claudín, Semprún y Francecs Vicens, al que todavía se puede encontrar en los pasillos del Ateneo de Barcelona.
Esta es la época en la que el PCE comienza a ganar la batalla en la apuesta de reconstrucción de las diversas fuerzas republicanas, sobre todo a su principal rival, la CNT que no consigue sus propósitos. Este es un aspecto crucial sobre el que suele pasar de puntillas, y que por lo general se cuenta en el haber de Santiago Carrillo y del PCE hasta el punto que suele ningunear el enorme esfuerzo anarcosindicalista. Nadie podrá negar la entrega y el valor militante de la militancia comunista en esta época, pero tampoco se le puede negar a los cenetistas que se jugaron igualmente la vida y la libertad. Igualmente cierto es que en aquellas condiciones la disciplina férrea era un valor añadido, y que en esto el anarquismo jugaba con desventaja. Influyó igualmente la capacidad comunista de no dejar espacio para las divisiones, de ahí que mucha gente que podía estar de acuerdo con Claudín, aceptó las medidas del partido. Pero, a mi parecer, los factores más importantes fueron externos. La URSS y el movimiento comunista organizado en resistencia emergieron como los principales actores de la derrota del nazi-fascismo. A la mítica de la resistencia antifranquista pudieron añadirle la de la Resistencia en países como Francia e Italia. Por lo demás, la actitud cómplice con el régimen por parte de las democracias imperialistas, Gran Bretaña primero, y los Estados Unidos después, reforzaron los sentimientos prosoviéticos entre la gente…
Fueron estos factores lo que hicieron que la mayor de las nuevas generaciones que optaban por el antifranquismo, lo hicieran en el PCE, y en este sentido la posición de Javier Pradera parecía la más coherente bajo un régimen que tenía del anticomunismo su principal seña de identidad. Juliá detalla la formación de la personalidad de Javier Pradera en estos tiempos de su juventud, su seducción por la figura de Jorge Semprún, no por casualidad, nieto de otro reaccionario de tomo y lomo, Antonio Maura, y ofrece detalla de su actuación como militante clandestino en Madrid.
Hasta ahí, el libro resulta de un gran utilidad aunque plantee no pocas cuestiones a debatir. Otra cuestión es que lo que queda fuera del foco, o sea la evolución poscomunista de Pradera, no se trata. Sin embargo, lo poco que se dice deja claro que este como editor, columnista y fundador del diario EL PAIS y de la revista CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA, está fuera de toda crítica, se le sitúa en el santoral democrático del régimen. Se le consagra como uno de los padres de “la democracia” que también ha acabado siendo una, grande y libre oficialmente. Obviamente, nuestro punto de vista no puede ser más diferente, una porque no puede haber otra, grande para los poderosos y los corruptos, y libre porque los delitos de guante blanco no conocen la cárcel. El día en que se escriba esta otra fase de Javier Pradera, no se podrá hablar de nada parecido a los que se narra sobre el camarada.
Más bien todo lo contrario.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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