lunes, abril 15, 2013

Venezuela y las dificultades de la transición al socialismo




Este artículo fue publicado en noviembre de 2012 después de la victoria de Chávez en las elecciones presidenciales. Sus reflexiones han sido confirmadas por los actuales resultados de Nicolás Maduro. En un próximo artículo profundizaremos en el análisis de los actuales resultados.
Venezuela y las dificultades de la transición al socialismo.

En relación con las recientes elecciones presidenciales en Venezuela, en las que Hugo Chávez volvió a obtener una holgada victoria, se han escrito multitud de artículos analizando una gran cantidad de aspectos relacionados con las propias elecciones y sus resultados y, más en general, con el proceso de la revolución bolivariana en curso.

El debate sobre la vía democrática al socialismo

A los efectos del análisis que se pretende en el presente artículo, me parecen pertinentes tres intervenciones publicadas en CEPRID[i] y Rebelión[ii], una antes y dos después de celebradas las elecciones, que ponen el dedo en la llaga, desde aristas diferentes, en las incógnitas a las que se enfrenta el proceso venezolano, entendido como una vía novedosa de alcanzar el socialismo.
El calificativo de vía novedosa no es muy apropiado, porque se trataría de una nueva versión, en las condiciones propias de Venezuela y del siglo XXI, de la vía democrática al socialismo o como quiera denominarse a esta vía[iii].
Durante el siglo XX, y entre los sectores revolucionarios más ortodoxos, dicha vía fue intensamente denostada, posiblemente con la excepción de su experiencia más representativa, la del gobierno de Salvador Allende, debido a su trágico final. Por lo tanto, los intentos de análisis de esta vía no fueron muy numerosos, debido a dos factores, la falta de un éxito duradero que la permitiese ser un ejemplo a tomar en cuenta, y el rechazo por la izquierda transformadora de su validez como estrategia de transición al socialismo.
Pero la permanencia de Hugo Chávez en el poder a través de continuas victorias electorales, algunas de las reformas llevadas a cabo en estos 14 años anteriores, sus estrechas relaciones con Cuba, y las referencias a un proyecto denominado como socialismo del siglo XXI, han llevado a muchos analistas en la izquierda a ocuparse de esta vía y de los problemas que la rodean. Por lo que me concierne, me ocupé de analizar esta vía en una obra sobre el PCE[iv], posteriormente en un estudio sobre la experiencia del gobierno de la Unidad Popular en Chile[v], y finalmente en un artículo sobre la revolución bolivariana[vi]. Por lo tanto, el presente artículo sería una continuación de los análisis anteriores, estimulado, en esta ocasión, por algunos de los elementos contenidos en los tres artículos mencionados al inicio.
La derrota de la revolución sandinista en las urnas cerró una época de revoluciones basadas en el formato ortodoxo, por realizarse mediante insurrecciones o algún tipo de lucha armada, quedando como testigo más representativo de dicha época la revolución cubana. La revolución sandinista y, más coetánea con la revolución bolivariana, la revolución en Nepal parecen dos tipos de revoluciones hibridas, en cuanto un proceso armado previo al acceso al poder de las fuerzas revolucionarias se desarrolla luego por los cauces institucionales propios del juego democrático de los sistemas liberales. Un precedente más temprano, aunque diferente, es el de la revolución portuguesa. Iniciada mediante una rebelión militar contra una dictadura fascista, los distintos proyectos en pugna terminaron resolviéndose por la vía electoral. Un aspecto común, que salta a primera vista en todas las revoluciones mencionadas, es que, aunque la lucha se dirimió fundamentalmente en el terreno institucional a partir de un determinado momento, están salpicada por diversos episodios de intervenciones armadas, de golpes de fuerza de distinta naturaleza por parte de las fuerzas derechistas cuando el resultado de la lucha institucional le es adverso. La intensidad de la lucha, los intereses en juego, hacen que la lucha institucional no sea la de una plácida democracia liberal perfectamente dominada por partidos del sistema que se turnan con programas políticos diferentes pero funcionales en todos los casos a la sociedad burguesa.
El ejemplo más parecido con la actual revolución bolivariana sigue siendo el del gobierno de Salvador Allende en Chile. En ambos casos el acceso al poder se realizó a través de un proceso electoral en las condiciones de una democracia liberal y la continuación del proceso sigue dentro de dichos cauces. Por lo tanto, ambas experiencias se diferencian de la mayoría de las experiencias revolucionarias socialistas del siglo XX en un aspecto esencial. En estas el problema del poder fue resuelto al inicio, en el acto revolucionario fundacional, sin posibilidad de una reversión de la revolución por las fuerzas contrarrevolucionarias. A veces esta situación se alcanzó después de una guerra civil en la que la contrarrevolución fue derrotada definitivamente.
Alcanzado este punto, el nuevo poder socialista se enfrentó históricamente a la tarea de llevar a cabo profundas transformaciones sociales y económicas. Que el fracaso de dichas revoluciones triunfantes inicialmente tuviese lugar en la etapa para llevar a cabo dichas transformaciones, al menos en el objetivo de llegar a una sociedad socialista, es otro problema que no trataremos en este artículo[vii].
Pero tanto, en la revolución chilena, como ahora la venezolana, el problema del poder no termina de estar resuelto nunca definitivamente. Sin embargo, ambas experiencias se diferencian entre sí en la forma en cómo se enfrentaron con este problema. En el Chile de la UP, una vez investido Allende como Presidente, el objetivo prioritario se dirigió a las transformaciones económicas, sin alterar previamente los parámetros constitucionales que definían la lucha política e institucional. En Venezuela, en cambio, quizás en una decisión fundada en la experiencia chilena, el objetivo inicial fue desmantelar el anterior sistema político y crear un nuevo marco constitucional que debilitase el poder político conservador de manera duradera. De esta forma, aunque no se resolvió definitivamente el problema del poder, se crearon condiciones más favorables al avance de la revolución. Solo, una vez resuelto este problema, el gobierno de Hugo Chávez emprendió las reformas sociales y económicas de calado.
La revolución bolivariana contó con cuatro ventajas respecto al gobierno de la UP, primero, pudo aprender de la propia experiencia chilena; segundo, las mayorías obtenidas por Chávez en los procesos electorales contrastan con la situación minoritaria en que se encontró el gobierno de Allende; tercero, Venezuela no pudo ser asfixiada económicamente gracias a sus riquezas petrolíferas, una vez que Chávez logró el control de PDVSA, a partir de 2003, y el petróleo alcanzo unos precios favorables a los países productores en el mercado mundial; por último, el entorno geoestratégico de la revolución bolivariana era menos hostil que el de Chile a principios de los años 70, no existía la excusa de la guerra fría, ni estaban al orden del día los golpes militares, a pesar de lo cual el gobierno de Chávez sufrió un golpe militar y es hostigado por el imperialismo y las fuerzas contrarrevolucionarias internas.
Así pues, una vez transformados los parámetros constitucionales, garantizadas las mayorías políticas, gracias sobre todo al carisma de Chávez, y evitada la asfixia económica que ha permitido llevar a cabo extensos programas sociales, la revolución bolivariana ha podido mantener su recorrido durante un tiempo mucho más largo que la revolución chilena de los años 70.
Llegados a este punto surgen las preguntas más pertinentes que tienen que ver con la meta a alcanzar y la estrategia empleada.
La era de las certezas fuertes en el proyecto socialista se acabaron con la debacle del socialismo real, de la URSS y del campo socialista. En el siglo XX dicho proyecto pivotó en torno a algunas características claves derivadas del modelo soviético, Estado fuerte, partido de vanguardia dirigente fusionado con el Estado, economía estatizada, sociedad civil débil. Este conjunto de características mantuvieron un elevado nivel de coherencia entre ellas y con las estrategias que siguieron los partidos comunistas para conseguir el poder, e incluso con la meta a alcanzar, siempre que se sostenga que el comunismo es el modelo de sociedad que se desarrolló en la URSS y se imitó en otros países.
Justo, esta son las características que la mayoría de los nuevos movimientos transformadores, que surgieron después de 1989, rechazan como modelo de sociedad socialista. Pero si también su meta es el socialismo, como cuando se habla del socialismo del siglo XXI, entonces se refieren a otro tipo de socialismo, a otras estrategias y a otros instrumentos para alcanzarlas. Y todo esto es lo que se mantiene en la ambigüedad y de algunos de cuyos aspectos se tocan en los artículos mencionados al inicio.

El panorama actual de la revolución bolivariana

En el primer artículo al que nos vamos a referir, La era Chávez, los autores definen lo que consideran la estrategia de la revolución bolivariana, “La estrategia chavista, desde 2006 bautizada de "socialismo del siglo XXI”, tiene como centro un Estado fuerte, proveedor de derechos y regulador de la economía, con expresiva participación directa en la propiedad de los medios de producción. La eliminación de los capitalistas, como ocurrió en otras experiencias socialistas, no está en el horizonte.”
Esta definición corresponde con la teoría y la práctica de la socialdemocracia clásica, anterior e inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial, como fue el caso, por ejemplo, en Inglaterra y Francia. Pero es evidente que el Presidente Chávez ha ido más lejos de los objetivos de aquellas experiencias europeas. El nuevo modelo constitucional de Venezuela ha diseñado una democracia más participativa que el modelo clásico de las democracias liberales, tanto por la introducción de nuevos mecanismos de participación, como el referéndum revocatorio, como por el peso de las comunas en la estructura del Estado.
Sin embargo, la radicalización de la democracia no es lo mismo que el socialismo, aunque pueda ser el camino que se esté ensayando en Venezuela. La transición socialista necesita, por definición, el control por parte del proletariado, en la teoría socialista clásica, o de las clases populares, en la práctica histórica, del poder político y del económico.
Como apuntábamos anteriormente, el control político era resuelto de una vez, y al principio, por las revoluciones socialistas triunfantes del siglo XX, y a partir de esa situación se controlaba también el poder económico para iniciar la transformación social. Pero en la experiencia venezolana, el poder político es sometido a disputa periódicamente en procesos electorales de distintos tipos y, aún cuando el resultado sea favorable a las fuerzas socialistas, la correlación de las fuerzas puede variar en el tiempo. Esto ha sido, precisamente, lo que ha ocurrido desde las primeras victorias de Chávez en 1999.
En cuanto al control del poder económico, el resultado es que la política económica de la revolución bolivariana ha beneficiado profundamente a las clases populares, pero con cambios superficiales sobre la estructura capitalista, lo que ha sido posible gracias a los enormes beneficios derivados de su renta petrolera.
Como se apunta en el artículo señalado, “Leyes recientes fijaron la combinación de cuatro tipos de economía. El primero, el de control estatal, potencialmente orientado a los pilares ya mencionados del desarrollo nacional. Otro, de carácter privado y relativo a la competencia, que se concentra en los nichos que no afectan al funcionamiento estratégico del país. El tercer tipo, de capital mixto, representa la asociación del estado a empresas privadas nacionales o compañías extranjeras. Finalmente el cuarto, que alberga la economía cooperativa y comunal, de propiedad de los consejos comunales y centrado en la autogestión. Esta cuarta forma de propiedad, que se basa, un poco, en los métodos conducidos por la Yugoslavia de Tito entre los años 1950 y 1980, es actualmente el orgullo de distintos dirigentes del país. Básicamente, se trata de una estrategia de iniciativa empresarial colectiva, a través de la cual los propios ciudadanos, y sus organizaciones, crearían empresas capaces de ofrecer servicios, producir bienes de menor complejidad tecnológica y incluso abastecer parcialmente la demanda alimenticia”.
Los dos artículos siguientes que hemos citado se ocupan de cada uno de estos dos problemas mencionados, el del control del poder político y el económico, añadiendo reflexiones interesantes.
El artículo de Javier Biardeau se enfrenta al problema del avance al socialismo en las condiciones de un poder político periódicamente disputado por las fuerzas burguesas, con especial énfasis en los resultados de las elecciones presidenciales celebradas en octubre de 2012. La pregunta clave planteada gira en torno a cuando la transición democrática al socialismo se convierte en irreversible.
La pregunta, hecha de manera general, y después de las experiencias revolucionarias del siglo XX, no tiene sentido. Dichas experiencias resolvieron con su triunfo el problema del poder y no permitieron que fuese disputado por la contrarrevolución, sin embargo, después de unas decenas de años, la revolución fue revertida y los resultados de esas revoluciones colapsaron. En última instancia, como señalaron algunos de los autores clásicos del marxismo, la única garantía de irreversibilidad es la transformación socialista del mundo entero. La pregunta, entonces, habría que reformularla de la siguiente manera: ¿Cuáles son las condiciones necesarias para que una transición democrática al socialismo se mantenga de manera continua y sin retrocesos? Se trata de un objetivo menos ambicioso, pero más realista. Y la respuesta exige dos condiciones. Una de carácter interno, que una mayoría cualificada de la población mantenga su fidelidad y apoyo a la transición socialista. Otra de carácter externo, que la revolución no solo no quedé aislada internacionalmente[viii], sino que, además, nuevas transiciones en otros países refuercen su posición.
El artículo de Bardiau, en realidad, continúa analizando las condiciones internas que pueden permitir la permanencia de la revolución bolivariana a partir de un factor clave como es el apoyo conseguido en las distintas elecciones. Y si la pregunta inicialmente planteada no tenía sentido, una de sus conclusiones más inquietantes si tiene un respaldo objetivo en las tendencias de los datos electorales que, efectivamente, muestran que de mantenerse en el futuro, la revolución bolivariana iría con seguridad a una derrota electoral a medio plazo.
Para ilustrar estas tendencias hemos realizado un estudio con los datos más generales disponibles de referéndums, elecciones presidenciales y parlamentarias (con la excepción de las de 2005, en que el boicoteo de la oposición no permite una comparación como en el resto de los casos)[ix].
En el primer estudio comparativo se tienen en cuenta los dos referéndums que abren el paso a la V República, y en el segundo estudio no, para evitar el efecto distorsionador de sus resultados, aunque las tendencias que indican son las mismas.
Ver en imagen el gráfico del primer estudio comparativo.
Sobre las cuatro líneas quebradas que representan la variación de los cuatro factores que se analizan (la participación, el apoyo a Chávez, el apoyo a la oposición y brecha porcentual entre ambos), las líneas punteadas rectas representan las tendencias de cada uno de esos cuatro factores. El efecto distorsionador de los dos primeros referéndums muestran unas tendencias más acusadas, pero del mismo sentido que el segundo gráfico.
Y la lectura que se desprende es clara, las tendencias en crecimiento son las de la participación y el apoyo a la oposición, y las tendencias en descenso son las del apoyo a las fuerzas chavistas y la brecha entre ambas.
El gráfico comparativo también resalta otros dos aspectos, primero que la brecha de resultados entre las fuerzas de la revolución y la oposición se anula cuando no está en juego la elección del Presidente Chávez y, segundo, que la brecha existente cuando está en juego la elección de Chávez ha disminuido a partir del referéndum constitucional de 2007.
Con toda seguridad estos datos han sido analizados con más detalle tanto por los partidarios de la revolución como por las fuerzas opositoras. Y seguramente la estrategia entre los primeros esté orientada a romper dichas tendencias, y entre los segundos a reforzarlas.
Biardeau se ocupa en el grueso de su artículo de analizar qué tipo de estrategia puede seguir la revolución según la dimensión porcentual de la brecha, estimando que si el valor se sitúa entre 12-20 se trata de una victoria contundente que permite la radicalización, entre 7-12 de una victoria suficiente para una política de profundización democrática, entre 3,5-7 de una victoria en zona de riesgo que abriría la posibilidad a un escenario reformista-desarrollista de capitalismo de Estado, y por debajo de una brecha de 3,5 un riesgo grave de desconocimiento de los resultados por la oposición o la victoria de ésta.
Este tipo de análisis es pertinente porque relaciona el grado de apoyo obtenido con la política que se puede desarrollar, evitando que una política demasiado voluntarista desemboque en una derrota prematura. El punto conflictivo es la horquilla de porcentajes elegida en cada caso, porque en las elecciones presidenciales de octubre de 2012 la brecha se quedó en un 10,78%, más o menos en el límite que permite elegir entre una estrategia de radicalización o una profundización democrática. En este sentido, las próximas elecciones a gobernadores y consejos legislativos estadales en diciembre de 2012 y municipales en abril de 2013 pueden aportar algún dato complementario que resuelva este dilema.

Dificultades encontradas por la vía democrática en la experiencia de Venezuela

Pero ahora lo que nos gustaría discutir es una paradoja de la vía democrática de transición al socialismo, si tomamos en consideración un aspecto señalado en el artículo La era Chávez.
En dicho artículo se señalan los resultados positivos ampliamente conocidos de los 14 años de gobierno de Hugo Chávez: la supresión del analfabetismo en Venezuela, ser el país suramericano con mejor distribución de la renta, o tener el más acelerado crecimiento del índice de desarrollo humano. Entre otras cosas esto ha significado que más del 30% de la población cambió de estrato social, pasando desde los segmentos más pobres a la categoría de clase media. Pues bien, el artículo citado señala que entre esa población con ascenso social se encuentra el grueso de los electores denominados nini, es decir, que no se alinean automáticamente ni con Chávez, ni con la oposición. Porque, a pesar de que la mejora de su situación social se ha producido gracias a las políticas sociales del chavismo, sin embargo, en su nueva posición, estos sectores ascendentes abrazan “los valores morales y culturales de las elites, cuyo modo de vida es su referencia”.
Si las tendencias en el tiempo antes indicadas sobre los apoyos del chavismo y de la oposición se originasen en errores y carencias del gobierno bolivariano, como por ejemplo, los problemas de seguridad ciudadana, sería posible implementar políticas enfocadas a corregir dichos errores, y a la recuperación del voto desafecto como protesta por esas carencias; pero si, por el contrario, las tendencias se deben al basculamiento de segmentos sociales en ascenso social desde el chavismo a la oposición, entonces se podría hablar de una paradoja a la que se enfrenta la vía democrática al socialismo. En realidad estaría señalando el problema de fondo de la revolución bolivariana, el de la permanencia de los valores burgueses basados en el consumismo individualista.
Pero, ni siquiera sería el problema exclusivo de la revolución bolivariana, ni, más en general, de la vía democrática al socialismo, como han demostrado por un lado la debacle del socialismo eurosoviético y, por otro, la larga marcha al capitalismo en China. En estos últimos casos se trataba de sociedades donde se había resuelto el problema del poder desde el inicio, y se creía que de manera definitiva; donde los partidos comunistas controlaron de manera exclusiva el Estado y los principales medios de socialización como los centros de enseñanza y los medios de comunicación; donde no existía el consumismo individualista, tanto por el nivel de desarrollo de esas sociedades como por la orientación socioeconómica escogida. Sin embargo, la existencia de un escaparate capitalista de sociedad de consumo en occidente obligó tempranamente a levantar el muro de Berlín para evitar el trasvase de población desde la República Democrática Alemana, y originó un vuelco rápido al capitalismo y a los valores burgueses en cuanto la burocracia estatal renunció a mantener “el socialismo real” en la zona eurosoviética, o facilitó las condiciones para ello sin ceder el poder político como en China.
Se ha señalado como explicación de esta situación el hecho de que, en realidad, en las sociedades mencionadas no se construyó el socialismo, el proletariado jamás fue el dueño real del poder, secuestrado por la burocracia del partido y del Estado, fue ajeno a las decisiones, y sintió, además de carencias materiales relativas, la ausencia de libertades políticas, sociales e individuales. Si estas fuesen las únicas causas para explicar la atracción hacia el mundo occidental por parte de la mayoría de las poblaciones del antiguo campo socialista, la vía democrática al socialismo sería la estrategia que, corrigiendo los graves defectos denunciados, propiciaría una más fuerte vinculación entre las clases populares y el socialismo. Y Venezuela estaría señalando el camino adecuado.
Pero existe una razón complementaria, tan importante como la anterior, para explicar las dificultades que está encontrando la revolución bolivariana. Existe un campo capitalista, ahora abrumadoramente mayoritario sin el contrapeso del campo socialista, que ha mostrado una fortaleza importante, no solo por haber derrotado a este último, sino para superar sus propias crisis y continuar creciendo. Las sociedades occidentales capitalistas, y su estilo de vida, basado en los valores burgueses, siguen ejerciendo un poderoso atractivo sobre inmensas masas del mundo entero. No solo porque son el centro del desarrollo material del mundo, sino porque, además, tienen una poderosa máquina para propagar y amplificar esos logros y valores.
El artículo de James Petras también alude a otro problema de la experiencia venezolana en curso. El nudo central de su reflexión gira en torno a que “la transformación de un capitalismo rentista en una economía productiva moderna con una administración pública capaz de ofrecer servicios sociales es crucial para la transición al socialismo venezolano del siglo XXI”. Y señala como algunos de los principales defectos de la actual situación venezolana la corrupción, la ineficiencia, el autoritarismo, la incompetencia y la mentalidad consumista-rentista de todas las clases, incluida la clase obrera. El objetivo de lograr la eficiencia productiva es señalado como la guía para determinar dos aspectos importantes en una transformación socialista. El primero es el grado de socialización de la economía, que dependería del grado de capacidad del Estado para administrar las empresas. El segundo, es el nivel de participación de los trabajadores en la gestión y dirección de las empresas.
Petras intenta evitar el peligro de un Estado ineficaz que se hace cargo de toda la economía y fracasa, y pone como ejemplo la actitud cubana en 1968, proponiendo, si el Estado no tiene suficiente personal capacitado, otras políticas sustitutorias como la regulación, los impuestos estatales, las empresas mixtas y la planificación de objetivos de producción. En el fondo, sin citarlo, está aludiendo a alguno de los grandes debates que han recorrido la estrategia socialista desde sus orígenes: el de la vía de transición elegida (en el artículo que citamos es clara la inclinación por una vía democrática, lenta); el del papel del mercado y del Estado; y el papel de los técnicos, los especialistas y la división de trabajo.
Los chinos también parecen haberse planteado el mismo dilema, con soluciones en la práctica seguramente muy diferentes de las que propone Petras, pero que ponen en evidencia que si, de esta manera, quizás se corrija el peligro de un Estado ineficaz (el despegue económico de China desde el giro de Deng Xiaoping es abrumador), es a costa de plantear otros peligros tanto o más peligrosos que el anterior.

A modo de conclusión.

Lo que queda en evidencia, pues, es que la revolución bolivariana sigue teniendo serios retos que resolver para continuar avanzando hacia una transición socialista y, que a modo de resumen podemos señalar como 1) El problema del poder político, en el sentido de revertir las tendencias electorales señaladas que lleven a una derrota electoral a medio plazo, y también en la necesidad de desvincular el apoyo al proceso revolucionario de la figura de Chávez (sus problemas de salud han puesto en evidencia esta debilidad del proceso) 2) El problema cultural o ideológico, en el sentido de que el apoyo popular a la revolución no se base de manera principal en los beneficios consumistas de la renta petrolera 3) El problema económico, en el sentido de construir una economía con bases socialistas dónde haya desaparecido la propiedad privada de los principales medios de producción.
Entonces, ¿la vía democrática, la revolución bolivariana, tampoco van a conseguir construir una sociedad socialista capaz de mantenerse?, ¿es necesario dar la razón a las teorías del derrumbe y esperar que los graves problemas que atenazan al capitalismo terminen desembocando en una crisis final que abra, entonces, posibilidades reales al socialismo?
No creo que nadie tenga una respuesta a estas preguntas. Pero los pueblos se enfrentan diariamente a las consecuencias negativas del capitalismo y se ven obligados a luchar contra ellas. Van construyendo la historia con sus resistencias y sus proyectos, y resuelven las dificultades que encuentran en el camino, abriendo con ello nuevos caminos y salidas cuando las antiguas se encuentran bloqueadas. Las dificultades no son imposibles de superar, ni las tendencias son imposibles de cambiar. Pero lo peor que puede hacerse es prescindir de los análisis de las experiencias pasadas y de las tendencias actuales.

Jesús Sánchez Rodríguez

[i] Breno Altman, Jonatas Campos y Marina Terra, La era Chávez(I, II y III), CEPRID, 1, 15 y 29 de septiembre de 2012
[ii] Javier Biardeau R., Venezuela post 7-o: ¿cuál escenario ocurrió? ¿hay 6 millones de oligarcas?: Memorandum de alerta al pueblo Bolivariano. Rebelión, 10 octubre de 2012.
James Petras, El socialismo en un país rentista, Rebelión, 03 de noviembre de 2012
[iii] Además de vía democrática al socialismo, también se han utilizado otras denominaciones como vía pacífica, vía político-institucional o, en el caso específico de Chile, vía chilena al socialismo. En el caso de Venezuela, el proceso seguido con la llegada de Hugo Chávez al poder se ha popularizado con el nombre de revolución bolivariana. El nombre no es indiferente pues expresan diferentes matices.
[iv] Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica democrática en el PCE. 1956-1982, http://miradacrtica.blogspot.com.es/ o http://miradacrtica.blogspot.com.es/
[v] Jesús Sánchez Rodríguez, Reflexiones sobre la revolución chilena, http://miradacrtica.blogspot.com.es/ o http://miradacrtica.blogspot.com.es/
[vi] Jesús Sánchez Rodríguez, Los retos de la vía democrática al socialismo, Rebelión, 02 de enero de 2008
[vii] Este problema es el objeto de una obra anterior, Las experiencias históricas de transición al socialismo, http://miradacrtica.blogspot.com.es/ o http://miradacrtica.blogspot.com.es/
[viii] En este sentido, la política del gobierno Chávez ha tenido éxito, reforzando el papel de la OPEP, estableciendo alianzas duraderas con Rusia, China o Irán, pero sobretodo, consolidando alianzas y estableciendo organizaciones en América Latina con iniciativas como al ALBA, Unasur o la admisión dentro del Mercosur
[ix] Elaboración propia a partir datos del Consejo Nacional Electoral y otras fuentes

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