sábado, noviembre 15, 2014

“El huevo de la serpiente”

Un viaje hacia las utopías revolucionarias (CLXX):

Como en esta extraordinarias película del cineasta sueco Ingmar Bergman, en la que se describe en el Berlín de los años 20 el comienzo del nazismo, en aquellos últimos días del invierno de 1974 se profundizaba en nuestro país la ofensiva fascista dirigida a detener el avance del movimiento popular y revolucionario .
La misma tenía dos manifestaciones: por una parte el accionar de la represión “legal” -Fuerzas Armadas, policías, etc- y por la otra la para estatal.
La marcha multitudinaria que atravesó la ciudad de Córdoba, acompañando los restos de nuestro querido compañero Alfredo Curuchet, me llenaba de congoja y a la vez de alegría al ver el cariño que, pese a su corta edad, había generado este.
Por momentos el ataúd era llevado en andas por los curtidos trabajadores nucleados en los sindicatos clasistas, que de esa forma homenajeaban a este extraordinario abogado que los acompañara en todas sus luchas.
A su vez los estudiantes se hicieron presentes rindiendo homenaje a un docente comprometido como era el “Cuqui”. Este había sabido trasmitir sus conocimientos del marxismo en la cátedra que dictaba en la Escuela de Servicio Social.
Al paso del cortejo, los comercios cerraban sus puertas en señal de duelo y de repudio por el brutal crimen.
Se produjeron algunas escaramuzas con efectivos policiales que se hicieron presente en una actitud claramente provocadora; pese al compromiso del Jefe de Policía Héctor García Rey.
Las organizaciones revolucionarias desplegaron un fuerte operativo de autodefensa; al mismo tiempo que colocaban banderas al paso de la caravana.
Al regresar de la necrópolis nos reunimos con la Agrupación de Abogados; todos visiblemente emocionados y sin poder contener la profunda tristeza que nos embargaba.
Teresa Bengolea y Susana Buconich, dos compañeras que habían formado parte de la lista que encabezara Alfredo en el Congreso de Abogados “Nestor Martins”, en agosto de 1972, contaron anécdotas protagonizadas por aquél; que lo describían como un claro “Hombre Nuevo”.
Por mi parte narré distintos episodios que habíamos compartido en la cárcel en el año 70 y en particular el “festejo” que organizó, junto con los otros integrantes del pabellón, para celebrar el nacimiento de mi hijo Emilio Mariano.
Al finalizar el encuentro los compañeros del Movimiento Sindical de Base nos invitaron a mí y a Gustavo Manilow a participar en el Congreso a realizarse en esos días en Tucumán; para lo cual partiría un colectivo, desde la docta, esa misma noche.
No dudé un instante en que debía viajar por lo que la llame a Alba y le adelante que no regresaría hasta que finalizara el plenario.
Al mismo tiempo un compañero médico, que integraba la Mesa del FAS de Córdoba, me pidió que lo acompañara a una Clínica cercana en la que su “compañera de vida” había dado a luz esa mañana, en el mismo momento en que inhumábamos los restos de Alfredo, por lo que habían decidido ponerle ese nombre al recién nacido.
Era una demostración más de que en nuestra lucha apostábamos a la vida, al amor, a un mundo nuevo y a una sociedad sin explotados ni explotadores.
Esa noche, entre cánticos y la consigna “se va a acabar, se va a acabar la Burocracia sindical”, iniciamos el viaje a la ciudad que fuera la cuna de la Primera Independencia, hoy escenario del desarrollo de un movimiento obrero que reivindicaba la gesta de los 60 y de una guerrilla rural, que recogía el mensaje del Che.
Al llegar al puesto de la Policía Caminera, ubicado en la entrada de la ciudad, observamos un inusitado despliegue de efectivos policiales que rodearon el ómnibus en que nos transportábamos y a viva voz nos exigieron que descendiéramos del mismo y nos identificáramos.
Gustavo y yo, asumiendo nuestra condición de abogados y esgrimiendo las credenciales que nos acreditaban como tales, exigimos hablar con el responsable del operativo.
Se hizo presente el Jefe de Policía de apellido Ferreyra, conocido como el “Malevo”, sobre el que pasaban innumerables denuncias por casos de “gatillo fácil” y aplicación de tormentos a los detenidos.
“Señores -nos dijo- ustedes están alterando la paz y la convivencia de esta Provincia por lo que procederemos a trasladarlos a la Jefatura donde serán identificados, solicitados sus antecedentes y de no tener causa pendiente procederemos a “deportarlos”.
Le señalamos que no existía estado de sitio en el país por lo que esta conducta era claramente contraria a las normas jurídicas que garantizan el derecho de reunión.
Su respuesta cortante y terminante fue: “En Tucumán combatimos a la subversión castro -comunista y todos estamos subordinados a los mandos militares que dirigen esta «guerra»”.
“Por otro lado -agregó -ustedes también están detenidos y no me importa que sea abogados”.
Permanecimos en esa condición durante 72 horas y, con excepción de la compañera de Enrique Gorriarán Merlo que quedó encarcelada, todos fuimos liberados en las puertas de la capital del azúcar, con la advertencia que no podíamos volver a la misma bajo ningún concepto.
Al regresar a Córdoba nos enteramos del brutal asesinato de Atilio López, perpetrado por la banda que organizara el General en el año 1973, tomando la idea del “Somatén” de Primo de Rivera.
El “Negro” recibió más de 130 disparos y junto con su acompañante murió en el acto.
De esta forma se completaba el “golpe policial” que, con el beneplácito del gobierno nacional, en febrero de ese año, había desplazado a la cúpula gubernamental integrada por Ricardo Obregon Cano y este extraordinario compañero, que formaba parte de la conducción de la UTA y de la CGT.
Atilio reivindicó los programas de Huerta Grande y de La Falda de los años 60 y lideró el “Cordobazo”, junto a Tosco y a Elpidio Torres.
Esta asonada policiaca, encabezada por el teniente coronel Antonio Navarro, desconocía, de esa forma, la libre expresión popular y democrática de los cordobeses que, por amplia mayoría, eligieran a este equipo para que los gobernara.
Se empezaba a instalar, en la sede del “Cordobazo”, un clima de terror que, sin embargo, no pudo impedir la extraordinaria movilización que participó en el sepelio de este compañero.
Sobre estos hechos el “Gringo” Tosco, en el periódico del sindicato de Luz y Fuerza escribió: “La represión generalizada, oficial y clandestina, sólo indica que en la mayoría de la población existe descontento, desconfianza, protesta contra el estado de cosas vigente y que para acallarla y evitar que se propague se acude a estos condenables métodos. La violencia «asimilable» en el marco de las instituciones y la violencia criminal al margen de ellas”.
Y terminaba diciendo: …”La lucha de la clase obrera y del pueblo trabajador será larga y hace más de 100 años que se viene librando. Hubo y habrá muchos sacrificios que realizar. Los oligarcas y el imperialismo tampoco podrán frenar el proceso de liberación nacional y social que se va dando en la Argentina y en América Latina”.
Finalmente regresé a Buenos Aires para reencontrarme con mi familia; en este contexto de avances y retrocesos.
En esos días una unidad del Ejército Revolucionario del Pueblo había llevado a cabo una audaz acción de copamiento de la fábrica de armas de Villa María y los trabajadores de Villa Constitución se preparaban para elegir la conducción de su gremio intervenido por la patota de Lorenzo Miguel. Al frente de la lista opositora estaba Alberto Piccinini.
Esa misma tarde me encontré con mi hermana Susana que estaba muy preocupada por los peligros que me acechaban que, a su juicio, se habían incrementado con el atentado al Estudio de Silvio Frondizi.
Me entregó una pistola 45 para que usara en el caso de que la vivienda en que habitaba fuera atacada.
Recordé lo que, a principios de ese año, me había dicho el Comisario Vittani, en ese momento segundo jefe de la Policía Federal, sobre el poder de fuego de la Triple A.
¿Cómo enfrentar esta escalada y mantenerse en la “legalidad”? ¿Qué camino seguir. El del exilio o el de la clandestinidad? Estos y otros temas abordaré en mi próxima nota.

Manuel Justo Gaggero

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