sábado, enero 10, 2015

Alfonso Guerra, Podemos, el leninismo y el sursum corda

Contra Podemos todo vale, se le puede llamar leninistas, nazis o estalinistas. Ni el sunsum corda podrá cuestionar los oscuros privilegios de tantos cargos públicos “socialistas” (o “comunistas”).

Ha sido portada en todos los diarios: Alfonso Guerra acaba de elevar el tono de los improperios contra Podemos desde su revista, editada desde su Fundación Sistema. Un medio personal que no necesita suscriptores pero que paga bien artículos siguiendo parámetros diferentes, por un lado están los que marcan la línea a la medida de Guerra y de otro, aquellos de mayor nivel que arropan el prestigio del proyecto …Los segundo raramente contradicen lo fundamental de los primeros.
Los autores de las acusaciones sobre las connotaciones nazis y estalinistas pertenecen totalmente a los primeros, Son “compañeros” reconocidos que han pasado por la deriva del PSOE reinventado, de sus ascenso, crisis y descomposición como ala izquierda del partido único –el de la oligarquía- que ha dominado el escenario político nacional, discrepando en lo secundario y coincidiendo en lo fundamental.
A estas apreciaciones –dichas con la mayor acritud en contraste con el lenguaje versallesco a los pies de la primera dama de los terrateniente del país-, hay que sumarle la caracterización vertida por el “compañero” Cesar Luena, la que tacha a Podemos de leninistas. Algo que en el léxico de los aparatos ideológicos del triunfal-capitalismo, no supone la menor contradicción a los acuñados por Guerra, un personaje tan emblemático y tan intocable como lo fue Jordi Pujol hasta hace dos días.
Como es sabido, Don Alfonso también guarda las siete llaves del candado de la tumba de Pablo Iglesias (Posse, claro), alguien que, como Jaime Vera, Facundo Perezagua o Antonio García quejido, partía de los mismos referentes que el principal fundador da la Rusia soviética, de una revolución a la que el PSOE original ofreció apoyo más o menos crítico –según-, al menos hasta que llegó al gobierno.
De ello podría ser representativo. Ludolfo Paramio, el antiguo director de Sistema cuando esta revista cultivaba el marxismo crítico. Aunque en el Wikipedia parece que la biografía de Paramio empieza en 1982, cuando ingresó en el PSOE y pasó de marxista a “guerrista”, un año antes tradujo el “breviario” de E.H. Carr, La revolución rusa. De Lenin a Stalin, 1917-1929 (Alianza, 1981), un autor indispensable para hablar en serio del “siglo soviético” (Moshe Lewin), un siglo que no se puede entender sin 1917, pero tampoco sin la impresionante lucha del pueblo ruso contra el ocupante nazi. Una ocupación que, por cierto, habrían visto con buenos ojos las potencias liberales sí a Hitler en su locura, no le hubiera dado por atacar también a Gran Bretaña y Francia.
Criterios como estos eran moneda común en revistas como Sistema de aquella época, cuando los franquistas abandonaron el franquismo antes de que fuese demasiado tarde, y los socialistas el marxismo, el socialismo hasta tal punto que, en relación al original, no los reconocería ni la madre que los parió. Alfonso aprendió pronto que, según como, las teorías pueden ser tan elásticas como la goma, por lo tanto, sí hay que escribir que Podemos es nacional-socialista y además estalinista, pues se escribe. Además con todas las citas académicas que hagan falta, total ellos sirven a su señor.
Claro que hay algo muy “humano” en su reacción, tan humano como toda corrupción social o moral, un vicio por lo demás muy antiguo. Don Alfonso, convertido más en un barón en un señor feudal de la empresa partidaria, no puede soportar que le contradigan y mucho menos se destruya todo lo que no ha creído, que algún día pueda ser imputado como el “compañero” Fernández Villa (un exminero que aprendió muy bien eso del “ascenso social” que enarbola Susana Díaz Pacheco) o como el “compañero” Narcís Serra, el que llevó el “socialismo” a la Caixa y que, al final, se descubra todo lo que todos queremos saber sobre sus fundaciones, sus revistas y todas sus prebendas y que, hasta ahora, nadie se atrevió a preguntar.
En un alarde de sapiencia política, Cesar Luena habla del “leninismo” y las “tácticas”, y quizás ha necesitado unas vacaciones por el esfuerzo mental. A Cesar le importa poco el significado de un concepto actualmente más bien olvidado a pesar de los discutibles esfuerzos de Slavoj Zizek (Repetir Lenin, Lenin reinventado, ambos en Akal), si bien conviene recordar que Lenin fue el gran referente del antifranquismo militante (del PCE-PSUC, de los maoístas y desde otro ángulo, para la LCR, incluso por los nacionalista de izquierdas), cuando su obra fue publicada íntegramente incluso el contenido de dos volúmenes de sus obras completas archiprohibidas bajo Stalin.
No faltaban quienes (recuerdo haberlo leído en el Ruedo Ibérico), decían que aquí, dada la penuria teórica marxista existente, lo que nos faltaba era un Lenin. Espero que a Pablo no se le ocurra ocupar el puesto.
Por entonces, nadie cuestionaba el papel central del movimiento obrero en el desmontaje de la dictadura; los problemas vendrían después, en el hasta aquí hemos llegado de Carrillo y de la cúpula eurocomunista. Para la izquierda radical se trataba de ser consecuente y mantener la iniciativa del movimiento obrero y del ideario socialista hasta donde se pudiera llegar, su derrota significó el desencanto y el irresistible ascenso del eurosocialismo cuando Europa empezaba a dejar de ser “social”. Ahora estamos en otro escalón, en el de recomposición desde abajo y el movimiento obrero está muy machacado, su presencia en Podemos está por hacerse notar. Tampoco parece que desde Podemos se haya asumido una lectura leninista de lo que su discípulo Andreu Nin llamaba Els moviments d´emancipació nacional.
En los sesenta, los estudios del marxismo crítico nos enseñó que, al igual que no había un Marx de una pieza, tampoco había un Lenin sagrado ni mucho menos. Había una trayectoria, la de una socialdemocracia que se enfrentaba a una situación especialmente dura, la de la atrasada y tremenda Rusia zarista, por lo que su centralismo democrático (libertad en los debates, discip0lina en la acción) dio lugar a una cierta idea del partido de los “profesionales” de la revolución, un concepto que bajo el franquismo o bajo la dictadura de Somoza por poner otro ejemplo, adquiría un sentido de exigencia, era lo que explica que los comunistas se hubieran reconstruido cuando socialistas y anarquistas no habían podido superar la suma de la represión y de las divisiones internas.
En aquel tiempo, Lenin no comenzó a ser asequible hasta bien entrado los setenta (yo diría hasta que se publicó El último combate de Lenin, de Moshe Lewin), pero actualmente los lectores y lectores tienen a su alcance una prolija bibliografía en la que se cuentan biografías, antológicas sobre los temas más diversos, estudios y debates que permiten barrenar toda esa montaña de perros muertos que el pensamiento único ha arrojado sobre el personaje, convertido en culpable de todo lo que sucedió en la Rusia soviética después de su muerte.
En manos del marxismo-leninismo interpretado por el NÚMERO UNO del PCUS, Josef Stalin, las fórmulas leninistas fueron invertidas en función de las exigencias del poder, en una goma que podía servir para justificar no importa qué, y la “profesionalización” dista mucho de la que teorizaba Lenin. Se han instalado en la cultura del “aparato”, de las maniobras, son profesionales en el arte de mantenerse en las más altas estancias, estancias en las que se han instalado “camaradas” como el inenarrable Moral Santin que no fue ni mucho menos el único que accedió a renumeraciones de escándalos, o como Ángel Pérez sobre el que el finado “colega” Jesús Albarracín. Nos contaba que cualquiera que ganara un debate de tendencias podría ausentarse por el tiempo que quisiera, siempre que le dejara a él en el cargo de responsable.
Porque a Ángel y a otros de su cuerdo funcionarial, no tragan los métodos horizontales como no tragaron el 15 M, no le echa ni cvon agua hirviendo, ni tan siquiera el sursum corda.
De haber permanecido en IU, algunos como servidor habríamos votado a Alberto Garzón, pero a sabiendas que heredamos una situación de muy difícil, la que quedó cuando los astros convergieron para defenestrar el proyecto de oposición al felipismo, a cambio de una línea de “unidad de la izquierda” en la que convergieron buena parte del aparato de IU, Iniciativa, la llamada “Nueva Izquierda” liderada por Diego López Garrido y Cristina Almeida (¿se acuerda alguien de lo que planteaban y plantearon?), el PC catalán y sus aliados “trotskistas” del POR, más la jerarquía de Comisiones con José Mª Fidalgo y en un frente que ahora trata de recomponerse. Una historia olvidada que quizás explique lo que está sucediendo, que ha tenido que llegar Podemos para abrir las puertas. Estos de un lado, del otro estaban con sus anzuelos Felipe y su partido-gobierno y PRISA con toda su caterva de propagandistas con Javier Pradera en cabeza.
Evidentemente, la IU que quedó no supo hacer los deberes.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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