martes, enero 10, 2017

Mario Soares: De la Revolución de los Claveles a la contrarrevolución



El líder socialista portugués falleció el 7 de enero, a los 92 años.

El 1° de Mayo de 1974, el líder y fundador del Partido Socialista de Portugal, Mario Soares –fallecido el 7 de enero a sus 92 años– llegaba a Lisboa desde su exilio en París. Ese día, 300 mil trabajadores producían la mayor movilización de la historia portuguesa. Entre quienes aguardaban a Soares estaba el secretario general del Partido Comunista, Álvaro Cunhal. Rodeados por la multitud, ambos caminaron del brazo por las calles de Baixa Pombalina y la avenida da Liberdade. La revolución portuguesa, que había sacado a los dos de la clandestinidad, se desenvolvía y crecía hasta parecer indetenible.
Cuando Soares, varias veces encarcelado, deportado y exiliado, desembarcó en Lisboa, la revolución tenía apenas cinco días. En la madrugada del 25 de abril, la canción Grandola Vila Morena —hermosa canción— había sonado en las radioemisoras: era la señal para el levantamiento militar dirigido por los jóvenes oficiales del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para terminar con la dictadura fascista más larga del siglo XX, comenzada con un golpe militar en 1926. Con esos sones musicales comenzaba la llamada “Revolución de los Claveles”.
Seis años después del golpe de 1926, en 1932, llegó al gobierno el general Antonio Oliveira Salazar, que condujo un régimen de terror hasta 1968, cuando un accidente lo dejó discapacitado y lo sucedió otro general, Marcelo Caetano. Era el año de la Ofensiva del Tet en Vietnam, cuando las guerrillas del Norte ocuparon la embajada norteamericana en Saigón; del Mayo Francés, de la Primavera de Praga contra el oprobio estalinista, de la masacre de Tlatelolco en México. Año de grandes levantamientos revolucionarios. La dictadura de Caetano nacía para morir muy pronto.
El movimiento antidictatorial de aquellos jóvenes oficiales rápidamente se transformó en un principio de revolución obrera: fábricas ocupadas, grandes asambleas en lugares de trabajo y en los cuarteles, confraternización de trabajadores y soldados, que ponían claveles en la boca de sus fusiles y con ello le dieron a la revolución el nombre con el que la conoce la historia; esto es, surgían órganos de poder de las masas. Portugal estaba en manos del pueblo levantisco y todo dependía por tanto de su dirección política. Pero esa dirección estaba constituida por la socialdemocracia, con Soares a la cabeza, y por el estalinismo: ésa sería la tragedia de la revolución portuguesa.
Soares y el PS, con el PC, integraron todas las coaliciones gubernamentales sucedidas desde abril de 1974. Fue un gobierno de frente popular, con una particularidad: no había en él partidos burgueses. Como había dicho Trotsky del frente popular español, en él no estaba la burguesía sino sus abogados. Era en Portugal, como en España, el recurso último para evitar una revolución obrera, la instauración de la dictadura del proletariado. A mediados de 1975 la revolución llegó a su pico mayor, y ante la radicalización el PS se retiró del gobierno. La administración del Estado quedó en manos del estalinismo y del ala más izquierdista del MFA, liderada por el teniente coronel de infantería Otelo Saraiva de Carvalho, veterano de la guerra angoleña.
Se trató de una división del trabajo entre el PC y el PS para desmoralizar a los trabajadores. Mientras Soares, desde el llano, proclamaba la necesidad de “poner orden” (es decir, terminar con la revolución), el estalinismo, desde el gobierno, calificaba de “contrarrevolucionarias” a las huelgas y a cualquier movilización independiente de los trabajadores: “No es la hora del socialismo”, repetía Cunhal una y otra vez. La burocracia del Kremlin les exigía a los militares portugueses que permanecieran en la OTAN para no quebrar la “coexistencia pacífica” con el imperialismo yanqui, y todos hablaban del temor a una invasión militar de la Alianza atlántica: era un espantapájaros, porque Europa continuaba altamente inestable y Estados Unidos huía de Vietnam derrotado y humillado.
El PC hacía el trabajo sucio contra huelgas y movilizaciones mientras respaldaba incondicionalmente a la izquierda del MFA en el gobierno. Muchos años después, en una autocrítica notable, el teniente coronel Otelo Saraiva diría: “El arraigado sentimiento de subordinación a la jerarquía, de la necesidad de un jefe que, por encima de nosotros, nos orientara por el camino ‘bueno’, nos persiguió hasta el final con las funestas consecuencias ya conocidas”. El “jefe bueno” que encontraron esos militares fue el PC: estaban perdidos.
Así se forzó el retroceso, que permitió a Soares y al PS ganar las elecciones constituyentes de 1975 y, en noviembre de ese año, la derecha militar desplazó del gobierno a la izquierda del MFA y al PC, que lo aceptó sin chistar: su misión contrarrevolucionaria estaba cumplida con creces.
Fue entonces la hora de Soares. Primer ministro desde 1976, una de sus primeras medidas fue retirar las fuerzas militares portuguesas de Timor Leste, donde había un fuerte movimiento independentista, para que el ejército de Indonesia pudiera invadir y masacrar a 250 mil personas. Algunos llamaron a Soares “padre de la democracia”, pero sólo fue el usurpador de una revolución para llevarla a la derrota.
La frustración de la Revolución de los Claveles tiene entre sus consecuencias la situación del Portugal actual, uno de los países más pobres de Europa y hundido en la crisis capitalista internacional. Allí, el Bloco de Esquerda integrado por el PC reivindica aún la política criminal que llevaron adelante hace cuatro décadas, con lo cual anuncian que en una situación similar repetirían aquella tragedia. Queda a la vista la necesidad de construir una dirección revolucionaria.

Alejandro Guerrero

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