viernes, abril 27, 2018

“La casa de papel”: la simpatía por subvertir el orden



La serie de televisión española lanzada en mayo del 2017 y emitida recientemente por la plataforma de Netflix ha causado sin lugar a dudas una adhesión masiva entre el público habituado al consumo de series. Debido a este éxito Netflix acaba de anunciar que habrá una tercera temporada a estrenar el próximo año.

La trama aborda el plan orquestado milimétricamente por “El profesor”, una mente brillante tras bastidores, que recluta y entrena a su equipo, con el fin de atracar la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, la Casa de la Moneda de España. El uso de giros sorpresivos y revelaciones genera una tensión permanente que mantiene en vilo al espectador y lo atrapa capítulo tras capítulo, lo que ha favorecido al atractivo de la serie –que tiene en su contra la combinación de ciertas inconsistencias argumentales, simplificaciones y situaciones poco verosímiles.

Arriba las manos, esto (no) es un asalto

Un aspecto importante de la trama es que en verdad no se trata de un robo común. En efecto, los atracadores no se proponen robarle a nadie sino más bien imprimir su propio dinero. No es gratuita la elección narrativa de un atentado al monopolio estatal de la emisión de moneda; late allí de fondo la crisis capitalista, que ha llevado a los Estados a rescatar a las bancas quebradas: justamente, España ha sido señalado como el tercer país europeo que más dinero inyectó para rescatar a la banca en la crisis (El Independiente, 14/11), un mecanismo que a corto o mediano plazo profundiza la crisis.
Es un desafío directo al gobierno. En esto se basa el plan del “profesor”, quien señala la falta de escrúpulos de un Estado que emite moneda para financiar a la banca privada mientras la población se sumerge en la pobreza –y, agreguemos, las fuerzas represivas son destinadas a los desalojos de quienes no puede pagar sus hipotecas o sostener el alquiler de una vivienda.
La serie aborda directamente este contraste cuando “El profesor” desarrolla ante el resto de los atracadores una metáfora sobre el futbol: el “Plan Camerún”. Si mañana definieran la final del mundial entre Brasil y Camerún, dice, habría una tendencia instintiva de la población a apoyar al equipo más débil. Si bien la conclusión parece válida, quizá no lo sea tanto la premisa que la sustenta: no estamos en verdad frente a un comportamiento ‘natural’ del ser humano, sino ante una manifestación social cuyo origen se asienta en la lucha de clases. Cuando la confrontación tiene entre uno de sus contrincantes al Estado, que expresa ante la mayoría de la población el principal responsable de las penurias que padece el pueblo trabajador, es difícil que no se extienda la simpatía por quienes subvierten el orden impuesto.
Así, los atracadores se definen ante el Estado como “la resistencia” -seguramente el motivo de que canten con emoción “Bella ciao”, el canto antifascista de los partisanos italianos- y el gobierno, consciente de que buscan la simpatía popular, trata de revertir la situación falsificando información y difamando a los atracadores. Algo que se demuestra como un plan estéril, cuando su propio accionar lo obliga a exponer sus intereses y naturaleza de clase.
Estas son en buena medida las razones de que, conforme avanzan los hechos, el espectador vaya construyendo empatía con los atracadores.

Ficción y realidad

La combinación entre el personaje del “profesor” y el del líder carismático en el teatro de operaciones (de alias “Berlín”) evocan un recuerdo local: el del tándem de Fernando Araujo y Vitette Sellanes en el robo del Banco Río de Acassuso, conocido como “El robo del Siglo”. Es que son varios los puntos de contacto: rodearse de la policía y dar la falsa impresión de encontrarse emboscados; la manipulación de los protocolos de seguridad y el control de la situación. Y quizás el más importante de todos, “la opinión pública”. La regla número 1 del plan es que no se produzca ninguna víctima, ya que es la adhesión popular al bando de los atracadores el principal ariete contra el Estado.
Si bien el plan no va dirigido a formular una proclama política contra el régimen social vigente, sino a enriquecerse timando a la suma del poder político, bien valga para sus protagonistas 100 años de perdón.

Marcelo Mache

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