martes, febrero 25, 2020

El juicio de Núremberg en casa



Entre los acontecimientos históricos que alumbran nuestra historia más inmediata están los “Juicios de Núremberg”, sobre los que existe un conocimiento bastante superficial. Como debía de ser sabido a lo largo de los años 1945 y 1946 tuvieron lugar en esta ciudad alemana una serie de juicios en los que diversos dirigentes o altos funcionarios de la Alemania nazi fueron acusados y juzgados como criminales de guerra por parte de un Tribunal Militar Internacional. Los cargos imputados a los acusados pueden resumirse en base a tres grandes categorías: 1.Crímenes contra la paz (planificación e iniciación de guerras de agresión violando así los acuerdos y tratados internacionales); 2. Crímenes contra la humanidad (exterminio, deportaciones, genocidio…); 3. Crímenes de guerra (violación de las leyes de guerra). El más importante de estos juicios resultó indudablemente, el seguido contra 24 dirigentes nazis (Góring, Ribbentrop, Bormann, Dónitz, Rudolf Hess, etcétera) que derivó, en la mayor parte de los casos, en condenas a la pena capital o a cadena perpetua.
Luego tuvieron lugar otros juicios “menores” que empero tuvieron una gran importancia. Entre ellos se encontraban el llevado a cabo contra cuatro importantes jueces del Tercer Reich y que dio lugar a la película más emblemática jamás realizada sobre este acontecimiento, tan importante en un mundo en el que los hechos encausados no fueron, ni mucho menos, patrimonio exclusivo de los nazis por más que estos pudieran resultar los más evidentes y repugnante. La película es conocida, se trata de Judgment at Nuremberg (USA, 1961), realizada por Stanley Kramer, 1/ y que bajo el franquismo no pudo ser prohibida –habría sido una forma de “confesión”- , pero sí debidamente tratada por las tijeras y titulada con un nada inocente título de ¿Vencedores o vencidos? 2/ La película resultaba la culminación del más comprometido cine liberal, y lo mostraba tanto la importancia de los hechos tratados, la libertad mostrada en algunos comentarios, así como por el excelente plantel de actores entre los que destacaban el otoñal Spencer Tracy como Presidente del Tribunal (el mismo que luego denunció a su gobierno por la guerra del Vietnam), el enérgico Richard Widmark como el acusador que nos habría gustado ser, Maximilian Schell como abogado defensor, que a su manera recuerda que los Aliados también tenían sus propias historias de barbarie, y que el ascenso nazi fue bien recibido por Churchill (y la derecha internacional, no hay más que darse una vuelta por la prensa española), Marlene Dietrich como la viuda de un general fusilado por Hitler y que matiza complicidades, pero sobre todo, las intervenciones secundarias pero inenarrables de Judy Garland como testigo y de Montgomery Clift como víctima. Subrayemos que en este proceso se juzgaba a cuatro importantes jueces por su actuación profesional durante el periodo nazi, por unas complicidades contra las que apenas si existieron excepciones. 3/ Entre ellos se pone énfasis en el caso del Juez Ernst Janning, uno de los grandes teóricos del derecho alemán, y prestigioso exministro de Justicia durante la República de Weimar, caracterizado por un inmenso Burt Lancaster, en una excelente interpretación, y al final el único que acaba reconociendo su complicidades.
El film resulta extraordinariamente importante no sólo por supuesto para el personal directamente relacionado con el derecho (jueces, abogados, profesores universitarios, etcétera), o para quienes ejercen o han ejercido en algún momento responsabilidades de carácter público sino también y quizás sobre todo, para el gran público que gracias a las virtudes del cine ha podido “entrar” en un terreno que de otra manera habría pasado circunscritos a círculos restringidos, que en su mayor parte se habrían quedado sin ninguna vía de conocimiento ante uno de los procesos más importantes y más actuales de la historia social y jurídica. Se trata de una primera tentativa de indudable importancia, pero quizás por todo lo que plantea que por el hecho mismo ya que, al final de cuentas, los procesos acabaron resultando una excepción como lo demuestra el hecho de que otros casos, sean los perpetrados durante la misma guerra mundial. Baste anotar que los crímenes de guerra en el Vietnam solamente pudieron ser juzgados “moralmente” por el Tribunal Russell, una cima de la conciencia humana sobre la que se ha tratado de echar toda la tierra del mundo encima, tanto es así que los “creadores de opinión” neoliberal escamotean sistemáticamente todo lo referente al colonialismo, el padre de todos los totalitarismos según Hannah Arendt.
A otro nivel, los procesos de Núremberg reflejan dilemas básicos que nunca pudieron ser juzgados, entre otras cosas porque el orden establecido ha creado un territorio de impunidad, y ya en el terreno de la legalidad nos traslada a la función de los jueces con relación a la justicia, y directamente ligado a ello el problema nunca resuelto de su independencia con respecto a los amos del mundo, todo ello al tiempo que se siguen debatiendo los criterios de determinación de responsabilidad de los crímenes contra la humanidad (con todas sus conexiones comenzando por el propio hábitat), y claro está, por los sujetos legitimados para aplicarlos en una territorio en el que son los poderosos los que dictaminan tanto las leyes como –lo que es más importante- sus interpretaciones. Temas que se encuentran en el centro de la política internacional, como lo están en países como lo que llamamos España, especialmente con todo lo que implica la actuación y la herencia del franquismo.
Se trata por lo tanto de una historia compleja, atravesada por tensiones y paradojas que nos sobrepasan todavía. La creación de una jurisdicción ex profeso; la aplicación del principio de retroactividad; el cariz obviamente político de muchas de las acusaciones; la presencia de los soviéticos en las filas de los acusadores y jueces, pero sobre todo los temas que no fueron objeto de discusión o de análisis, tales como la matanza estalinista de militares polacos en Katyn; los bombardeos aliados sobre poblaciones civiles indefensas, pero sobre todo el empleo de la Bomba Atómica en Hiroshima y Nagasaki, y un largo etcétera que nos trasladan sin ir más lejos al hecho de cómo el proceso fue “leído” en la España de Franco que desde 1945 ha tratado de apartarse de cualquier conexión con un régimen que fue determinante en lo que sería el “Movimiento del 18 de julio”.
Esta lectura queda clara des medios como La Vanguardia Española de Barcelona, que desde su editorial no dudó en exigir la convocatoria de un «Nuremberg español» contra la «pandilla» (republicana en el exilio) que «sumió en la más horrenda de las crueldades a los hombres de significación política contraria a la suya», ya que sus «crímenes resisten sin desdoro su bárbara atrocidad la comparación con los métodos que ahora nos describen los despachos periodísticos de aquí o de allá». (Criminales de guerra, 11-9-1945). Claro que «los despachos periodísticos de aquí o de allá» hablaban de Dachau, Auschwitz, Buchewald, etcétera. Pero, ¿qué importaba, si se podía comparar a Hermann Göring con Juan Negrín? Por las mismas fechas, en el Madrid del Caudillo, el muy monárquico y franquista ABC lo tuvo claro ya entonces: «Para el español no puede haber nada tan extraño y lejano como la doctrina racista, anticatólica y antihispánica. Una de las glorias de España consiste precisamente en haber dado origen a una nueva raza en las inmensidades de América» (21-9-1945). 4/ Casi diez años de amistad entre fascistas españoles y nazis alemanes eran echados al olvido (al menos de cara afuera) precisamente por aquellos que más cosas tenían que agradecer a Hitler y sus camaradas alemanes.
Instalado en la desfachatez, moviéndose sin sombre de oposición, siguieron reescribiendo el pasado más inmediato (las óptimas relaciones, complicidades y amistades entre fascismos europeos) y proclamando, con una absoluta falta de vergüenza y escrúpulos morales, que «nuestra neutralidad favoreció a los aliados» (La Vanguardia Española, 21-8-1945); buscando aprovecharse de las disensiones entre los aliados que habían ganado la guerra y cargando las tintas en el discurso católico-integrista y anticomunista. Será durante los procesos cuando el régimen subraya el hecho de no haber entrado en la guerra, olvidando por supuesto la división Azul, el temor que les causaba la existencia de los maquis, de un país que bajo el terror todavía no estaba totalmente subyugado, esto sin olvidar las propias condiciones del país. Sin embargo, solamente la presencia de Francesc Boix, 5/ deportado catalán a Mauthausen y superviviente del horror del exterminio, como testimonio de la acusación, creó un vínculo indestructible entre el militar-fascismo patrio y los dirigentes de la dictadura nazi, juzgados y condenados por crímenes contra la humanidad y genocidio en la ciudad alemana. Dirigentes que no pocos casos pudieron refugiarse en una España en la que todavía en los años sesenta, no se podía hablar seriamente de las consecuencias del nazismo.
Pero a pesar de los pesares, gracias al cine, al teatro, la literatura y la historia, la conexión se va haciendo cada vez más pública, más ostensible. Lo que no quieta que en la batalla de las interpretaciones que sigue ardiendo todavía. Sin ir más lejos, en Israel donde su Majestad con ocasión de un cónclave sionista ha entonado el “nunca más” sobre el judeocidio sin necesidad de ni tan siquiera plantearse sus equivalentes más próximos

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Notas

1/ Stanley Kramer (1913- 2001) fue un director y productor estadounidense más bien irregular, capaz de lo mejor (Vencedores o vencidos) y de lo peor (Orgullo y pasión), que destacó como productor “radical” (Sólo ante el peligro, obra de guionistas y equipo “comunista”), que ya antes había logrado otro título emblemático con Spencer Tracy, La herencia del viento (1960), con un drama judicial en defensa del derecho a la difusión de las teorías de Darwin, un tema que todavía molesta en antros como el Opus Dei.
2/ De todos es sabido el peso del “negacionismo” en la derecha española (Fraga prologó un libro en esta línea), sobre todos en lugares como el ejército. Anotemos el detalle situado por Jaime de Armiñán en su muy apreciable, Mi general (1987) donde uno de los generales proclama que el único defecto de Hitler fue haber perdido. Ellos que ganaron lo saben…
3/ La historiografía sobre el nazismo registra diversos estamentos que como la policía, los militares o los juec4es no presentaron ningún problema a la nazificación, antes el contrario. Lo mismo sucedió bajo la ocupación en Francia. En el caso de los jueces vale la pena el film de Costa-Gravas, Section especiale (1975). También se podría hablar del caso argentino…
4/ Datos tomados del artículo de Francesc Vilanova, El año de Núremberg (El País, 27-12-2005)
5/ Sobre Francesc Boix existe un sesudo documental, pero sobre todo la película, El fotógrafo de Mauthausen, dirigida por Mar Targarona, 2019) que ha contribuido a su recuperación bajo las pautas de la indiferencia cuando no el olvido.

No hay comentarios.: