martes, febrero 25, 2020

Kirk Douglas, un vaquero libertario



Acaba de fallecer Kirk Douglas, alias de Issur Danielovitch Demsky (Ámsterdam, Nueva York, 9 de diciembre de 1916-2020), quizás el último representante de los tiempos de esplendor de aquellos tiempos en los que, al decir de Jean Luc Godard, decir cine norteamericano era un pleonasmo.
Kirk tituló sus memorias “El hijo del trapero”: provenía de una familia inmigrantes rusos judíos, se crió en la miseria y la lucha por la vida con la suerte de contar con seis hermanas que, trabajando duramente, hicieron posible que pasara por la Universidad y que pudiera cumplir con una vocación innata que le llevaron a ingresar en la Academia Americana de Arte Dramático. Compaginaba sus estudios artísticos realizando pequeños papeles de actor en obras teatrales amateurs, en ocasiones bajo el seudónimo de George Spelvin Jr. También trabajaba como profesor de teatro en el House Settlement de Greenwich. Su carrera artística comenzó finalmente en los escenarios teatrales de Broadway en 1941, con la obra «Spring Again». Desgraciadamente y como muchos otros actores, su ascenso se vio interrumpido por a la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1943 sirvió en la marina, alcanzando el grado de teniente, pero regresó a casa herido tras caer en combate, y al volver comenzó a ganar celebridad en Broadway para entrar en la industria del cine por la puerta grande, concretamente con El extraño amor de Martha Ivers (Lewis Milestone, 1047) con guión de Robert Rossen, una parábola sobre el mal social o sea el capitalismo, y con el tiempo se convirtió en una estrella entre las pocas con las que los sicarios de las “cazas de bruja” (un pretexto para desactivar el peso de la izquierda en Hollywood pero sobre todo en el movimiento obrero convirtiendo en “comunista” a todo disidente..
Todo indica que Douglas no se movió en la órbita del comunismo situado entre Stalin y el Pentágono (el primero fue capital para los segundos), pero siempre se movió en la frontera de la censura y de la crítica social en una serie de títulos, algunos tan determinantes como Senderos de gloria, que fue prohibida en Francia durante décadas, y por supuesto, el Spartacus (Stanley Kubrick, 1960), muy inferior cinematográficamente pero de una influencia política y social enorme. No es otra cosa es la que revela el grito unánime de las barricas al clamar “todos somos judíos alemanes”, en respuesta al comentario del secretario del PCF. George Marchais, de triste memoria, que trató al que fue Daniel Cohn Bendit de “judío alemán”… No sé si fue esta conexión y hubo otros motivos, pero lo cierto es que nuestro Fernando Fernán Gómez trató a Kirk de “anarquista”, un epíteto que sin duda le venía grande, ya que el actor nunca se mostró otra compromiso que no fuese el del sus películas, y sí bien apoyó el movimiento de los Derechos civiles (uno de los mensajes evidentes de Espartaco a través de la acción del actor Woody Strode), también es cierto que se comprometió a fondo para acabar con las “listas negras”, una acción para la que contó con la complicidad de los actores británicos de Espartaco y de Otto Preminger que también sacó a Dalton Trumbo de su armario aunque para una película que podía considerarse como la opuesta de Espartaco: Éxodo, una verdadera apología de la ocupación sionista de Palestina.
Sin duda el dato más revelador sea su preferencia –reiterada en todas sus declaraciones- por la película Los valientes andan solos (Lonely are the brave, USA, 1962), un alegato contra la prepotencia tecnológica, contra las leyes contra los individuos libres. Estamos hablando de un memorable “neowestern” situado en Nuevo México en 1953, que al que escribe le pareció ya en su día (cuando la vio siendo un adolescente) un alegato de evidente carácter anarquista. Tesis confirmada: El autor de la novela en que se basó el guión, Edward (Paul) Abbey (1927-1989), escritor y anarco-ambientalista estadounidense. Edward fue, entre cosas, guardabosques y vigilante de incendios. Como novelista del “molde de Mark Twain”, fue llamado “el Thoreau del Oeste”, y también “el anarquista del desierto”, ya empezaba entonces a ser un reconocido defensor de la naturaleza y uno de los padres espirituales de las protestas ecológicas de acción directa. Un novelista que en sus escritos se queja de la pérdida de los principios primarios y rememora su infancia, cuando vagaba por campos y bosques, libre e intensamente enamorado de su entorno. Su obra, aparte de ser una voz de alarma por la pérdida de la naturaleza misma, parece un grito contra la condición adulta y la mente razonadora que la acompaña: la mente madura, de alguna forma separada de su crianza en el Edén. Es un grito de ira ante la pérdida de algo que nunca podrá ser recuperado.
La novela entusiasmó a su amigo Edward Lewis y al propio Kirk, que la tiró hacia adelante la productora de Kirk Douglas, quien se entusiasmó con la novela. Ésta fue ante todo una película de “productor”, y Douglas quedó tan satisfecho que la cita en todas sus entrevistas como su favorita. Encargó el guión a Dalton Trumbo (Montrose, Colorado, 9 de diciembre de 1905 – Los Ángeles, 10 de septiembre de 1976), sobre el que ya contamos con un notable “biopic”. Dalton era un antiguo comunista «fichado» durante largos años por el Comité de Actividades Antiamericanas al que había ayudado a liberarse de las “listas negras” con Espartaco; por cierto, un personaje harto emblemático para el proletariado militante. Douglas y Trumbo volvieron a tener una relación francamente fructífera en un trágico y memorable western, El último atardecer (1961), en la que se plantea una tragedia (a la griega) con incesto incluido. Trumbo escribió uno de sus guiones más logrados. Detrás de la cámara se situó David Miller, otro “black liste” que llevó aquí a cabo su mejor realización, una película que quedará como la descripción de la lucha de un hombre de valores libres y solidarios contra el sistema, logrando un conjunto que destila convicción, amén de personajes, detalles y diálogos que evidencian el sentir del autor.
La trama tiene un claro sentido metafórico, su fascinación por las grandes llanuras a través del jinete que, como ocurre en la Pampa argentina, vive a su manera. Un veterano cowboy llamado Jack Burns (Kirk Douglas), que no acepta que el territorio esté sembrado de alambradas decide ir a caballo a visitar en Alburquerque a una pareja de viejos amigos, Paul Bondi (Michael Kane), un escritor que abandonó su vida de vagabundo para estar con Jerri, su esposa (Gena Rowlands), ante la que percibe una complicidad amorosa que no se manifiesta). Comprueba a su llegada que a su amigo lo han condenado a dos años de cárcel por ayudar a pasar la frontera a emigrantes mejicanos, y con tal de verle, y en un gesto solidario que le cuesta una buena paliza, se hace detener, al tiempo que se granjea el odio de un policía corrupto (George Kennedy). Una vez en la cárcel planea una fuga, pero su compañero, atado por el matrimonio ya no le quiere seguir; entonces decide hacerlo por su cuenta y a caballo, y será perseguido en “jeep” y helicóptero por el sardónico sheriff Johnson (Walter Matthau), que admira cómo el vaquero burla toda la alta tecnología policial, de manera que (como un trasunto del espectador) en su fondo interior, no deja de querer que consiga alcanzar una vida libre, que merece por su audacia. Cuando está a punto de conseguirlo, su caballo Whisky se asusta ante un camión (de inodoros), y ambos serán atropellados. Hasta el habitualmente excesivo Kirk Douglas está sobrio y contenido, vale decir, inolvidable.
El guión consta con justicia como la más lograda del “black liste” David Miller es casi milimétrica, atendiendo a todos y cada uno de los aspectos del film con visible pericia. El ritmo, que algunos podrán considerar lento, es el apropiado para una película cargada de nostalgia en casi todos sus planos. La utilización del formato cinemascope, siempre abocado a la espectacularidad, encuentra aquí una razón de ser, primero con todas las vivencias de Jack en el pueblo —una violenta pelea con un manco en un bar, perfectamente planificada, o la visita en la cárcel a su antiguo amigo, quien para desgracia de Jack ha sido domesticado por la vida familiar y se niega a fugarse con él— y después en esa angustiosa y triste segunda mitad, cuando Jack es perseguido tanto por tierra como por aire por un helicóptero, y en la que la relación hombre/naturaleza nos lleva a recordar los soberbios westerns de Anthony Mann. Kirk Douglas compone una de las interpretaciones de su vida controlándose un poco más que de costumbre. Ese vaquero que vive el mundo moderno según las viejas leyes y costumbres es de los que se meten muy dentro. Su mirada melancólica, mezcla de desesperanza y rebeldía, puede apreciarse en el emotivo momento en el que abandona a su yegua, Whisky, para proseguir su huida a pie en la que se da cuenta de que su caballo es realmente la única unión con el mundo que añora. A su lado brillan Gena Rowlands en uno de sus primeros papeles para el cine, como la mujer del mejor amigo de Jack y cuya historia de amor pasada evoca tiempos lejanos y mejores; y por otro lado Walter Matthau en el personaje del sheriff que persigue a Jack y al mismo tiempo le admira resistiéndose a creer que el hombre tumbado en la autopista, víctima de un atropello por un gran camión lleno de inodoros —ironía terrible— es el que persigue ya que nunca lo vio de cerca. La fotografía en blanco y negro pertenece a uno de los mejores nombres de los años 60, Philip H. Lathrop, quien haría algunos de sus mejores trabajos para Blake Edwards, y que en clara consonancia con el tono del film apoya el claro aire desmitificador de la historia.
No deja de resultar curioso que un especialista como Richard Porton (Cine y anarquismo, Gedisa, Barcelona, 2001) apenas sí la cita, simplemente dice de ella que “narra la fuga de la cárcel de un malhumorado cowboy y, sobretodo, la forma en que con la sola ayuda de un caballo fiel vence a la moderna tecnología de las autoridades”, y añade en una anotación que “la obra de Abbey se convirtió en una influencia de importancia para los activistas ecológicos del lejano Oeste, en particular para el grupo `Earth First´, que extrajo una inspiración concreta de su novela The Monkey Wrench Gang”. Finalmente reseñemos la contribución especial de Dalton Trumbo que ganó un Oscar con el seudónimo de Robert Rich por el guión de «The Brave One» (USA, 1959), que fue dirigida por el anodino Irving Rapper y que resulta un tanto familiar con el mundo de Edward Abbey. Sin ser nada especial, contiene interesantes apuntes sobre unas formas de vida ajenas a la enfermedad burguesa, y en defensa de los animales, en el caso del toro “Gitano”, con el ha ido creciendo el muchacho de una granja de un pueblo olvidado de México que después de diversos avatares escogerá la vida libre y natural; una película que haría gozar a la actual “movida” civilizatoria antitaurina.
Personalmente, esta película me cautivó en un momento en que comenzaba a estudiar las ideas políticas. Me produjo una suerte de “iluminación profana” ya que salí del cine del barrio que se trataba de una apología del anarquismo del que empezaba a tener las primeras informaciones gracias a los veteranos de las empresas en las que trabajé; algo parecido me sucedió por entonces con Crónica familiar, la adaptación de Valerio Zurlini de la novela de Vasco Pratolini. Hoy mis la he vuelta a ver en FILMIN y he vuelto a disfrutar del blanco y negro, de la música de Jerry Goldsmith, del caballo “Whisky” y de unas diálogos que habrían entusiasmado a aquellos veteranos de la CNT a los también les gustaba especialmente el cine.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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